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Amor y Ego

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Mensaje  Invitado Miér 30 Nov 2011 - 6:00

He oído contar la historia de un antiguo y majestuoso árbol, cuyas ramas se extendían hacia el cielo. Cuando llegaba la estación de las flores, mariposas de todas las formas, tamaños y colores, bailaban a su alrededor. Las aves de países lejanos venían y cantaban cuando sus flores maduraban en frutos. Las ramas, como manos extendidas, bendecían a todos los que acudían a sentarse bajo su sombra. Un niñito solía venir a jugar junto a él y el gran árbol se encariñó con el pequeño. El amor entre lo grande y lo pequeño es posible, si el grande no es consciente de su grandeza. El árbol no sabia que era grande, sólo el hombre tiene ese tipo de ideas. La prioridad de lo grande siempre es el ego, pero para el amor no hay grande o pequeño; el amor abraza a quienquiera que se acerque.
Así, el árbol comenzó a amar a este pequeño que solía venir a jugar cerca de él. Las ramas eran altas, pero las inclinaba hacia el niño, de modo que pudiera coger sus flores y frutos. El amor siempre es reverente; el ego nunca está dispuesto a inclinarse. Si te acercas al ego, sus ramas se estirarán aún más arriba, se pondrá rígido para que no puedas alcanzarlo.
El niño juguetón se acercaba a él, y el árbol inclinaba sus ramas. El árbol se alegraba mucho cuando el niño cogía algunas flores; todo su ser se llenaba con la alegría del amor. El amor siempre está feliz cuando puede dar algo; el ego siempre está contento cuando puede obtener algo.
El niño creció. A veces dormía en el regazo del árbol, comía sus frutas y en ocasiones lucía una corona con las flores del árbol y actuaba como un rey de la jungla. Uno se vuelve como un rey dondequiera que haya flores de amor; y uno se vuelve pobre y lleno de sufrimiento siempre que las espinas del ego estén presentes. Ver al niño danzando con una corona de flores, llenaba al árbol de emoción, de alegría. Asentía con amor, cantaba con la brisa... El niño creció aún más. Comenzó a trepar al árbol para balancearse en sus ramas. El árbol se sentía muy contento cuando el niño descansaba sobre sus ramas. El amor se siente feliz dándole comodidad a alguien; el ego se siente feliz incomodando a todo el mundo.
Con el paso del tiempo, el niño recibió el peso de nuevas tareas. También surgió la ambición; tuvo que pasar exámenes; tenía amigos con los cuales solía conversar y curiosear, por tanto, no venía con frecuencia. Pero el árbol le esperaba ansiosamente. Desde su alma le llamaba: "¡Ven, ven!, te estoy esperando". El amor espera día y noche. Y el árbol esperaba. Se sentía triste cuando el niño no venía. El amor se siente triste cuando no puede compartir; el amor se siente triste cuando no puede dar. El amor se siente agradecido cuando puede compartir. El amor está contentísimo cuando puede entregarse totalmente.
A medida que crecía el niño visitaba cada vez menos al árbol. El hombre que se vuelve grande, cuyas ambiciones crecen, encuentra menos y menos tiempo para el amor. El muchacho se hallaba ahora absorto en los asuntos mundanos.
Un día, cuando él pasaba, el árbol le dijo: "Te espero siempre pero no vienes. Te espero todos los días".
El muchacho respondió: "¿Qué tienes? ¿Por qué debo venir? ¿Tienes algún dinero? Ando en busca de dinero". El ego siempre se halla motivado. El ego acudirá sólo si con ello se cumple algún propósito. Pero el amor es inmotivado. El amor es su propia recompensa.
El árbol sorprendido dijo: "¿Vendrás únicamente si te doy algo?" Aquello que posee no es amor. El ego acumula, pero el amor da en forma incondicional. "No sufrimos esa enfermedad, y por eso estamos alegres", dijo el árbol. "Los capullos florecen en nosotros, muchos frutos crecen en nosotros. Damos una sombra tranquilizadora, sedante. Danzamos con la brisa y cantamos canciones. Las aves inocentes saltan y trinan en nuestras ramas, aunque estemos sin dinero. El día en que nos involucremos con el dinero, tendremos que ir a los templos como tus hombres débiles hacen para aprender a obtener la paz, y para aprender a encontrar el amor. No, no tenemos ninguna necesidad de dinero".
El muchacho dijo: "Entonces, ¿para qué tengo que visitarte?, Iré donde haya dinero. Necesito dinero".
El ego pide dinero porque necesita poder.
El árbol pensó unos instantes y dijo: "No vayas a ningún otro lado. Recoge mis frutos y véndelos. Obtendrás dinero con ello".
El niño se entusiasmó, inmediatamente trepó y cogió todas las frutas. El árbol se sintió contento, aun cuando algunas ramas y varillas se rompieron, aun cuando cayeron algunas hojas al suelo. Hasta recibir heridas hace feliz al amor, pero aun obteniendo algo, el ego no está contento, el ego siempre desea más. El árbol no se dio cuenta de que el muchacho ni siquiera se volvió una vez a darle las gracias. La aceptación de su oferta de recoger y vender los frutos era suficiente agradecimiento para él.
Por mucho tiempo el muchacho no regresó. Ahora tenía dinero y estaba ocupado haciendo más dinero de ese dinero.
Había olvidado totalmente al árbol. Pasaron los anos. El árbol estaba triste. Anhelaba el regreso del muchacho, como una madre cuyos pechos se hallan llenos de leche, pero su hijo se ha perdido. Todo su ser está anhelando al niño, busca enloquecidamente al niño para que lo alivie. Tal era el grito interno de ese árbol. Todo su ser estaba en agonía.
Después de muchos anos, el muchacho, que ahora era un hombre, vino a ver al árbol
El árbol dijo: "Ven, mi niño. Ven, abrázame".
El muchacho respondió: "Deja el sentimentalismo. Eso era cosa de la niñez. Ya no soy un niño".
El ego toma el amor por locura' una fantasía infantil. Pero el árbol le invitó: "Ven, balancéate sobre mis ramas. Danza. Juega conmigo".
El hombre respondió: "Deja la charla inútil. Deseo construir una casa. ¿Puedes darme una casa?"
El árbol exclamó: "¿Una casa?... Yo vivo sin una casa. Sólo los hombres viven en casas. Nadie más vive en casas, excepto el hombre. Y ¿te das cuenta del estado en que se encuentra debido a su confinamiento entre cuatro paredes?"
Cuanto más grandes los edificios que construye, más pequeño se vuelve el hombre. "No vivimos en casas... pero puedes cortar y llevarte mis ramas, y con ellas podrás construir una casa".
Sin perder tiempo, el hombre trajo un hacha y cortó todas las ramas del árbol. El árbol era ahora un mero tronco desnudo. Pero al árbol no le importan estas cosas - aún si sus miembros son cortados para los seres amados. El amor es dar; siempre está dispuesto a dar.
El hombre no se molestó en agradecer al árbol. Construyó su casa... y los días se convirtieron en años.
El tronco esperó y esperó. Deseaba gritar, pero ni siquiera tenía ramas u hojas que le dieran fuerza. El viento soplaba, pero no podía entregar al viento ningún mensaje. Pero aun así, en su alma sólo habla una oración: "Ven, ven, querido. Ven". Pero nada ocurría.
El tiempo pasó, y el hombre era ahora un anciano. Una vez pasó por allí y se detuvo junto al árbol.
El árbol preguntó: "¿Qué más puedo hacer por ti? Has venido después de mucho, mucho tiempo".
El hombre dijo: "¿Qué más puedes hacer?
"Quiero viajar a países distantes para ganar dinero. Necesito un bote para viajar.
Con alegría el árbol dijo: "Pero, eso no es un problema, querido mío. Corta mi tronco y haz un bote con él. Estaré muy contento de ayudarte a que viajes a países lejanos a ganar dinero... Pero, por favor recuerda que siempre estaré esperando tu regreso.
El hombre trajo una sierra, cortó el árbol, fabricó un bote y se fue.
Ahora el árbol era una pequeña cepa.
Y, sigue esperando, a que su amado regrese.
Espera, espera y espera.
El hombre nunca regresará; el ego sólo va allí donde puede obtener algo, y ahora el árbol no tiene nada, no tiene nada absolutamente que ofrecer.
El ego no acude allí donde no puede lograr algún beneficio.
El ego es un eterno mendigo, siempre pidiendo, demandando algo.
El amor es bondad. El amor es un rey. Un emperador. ¿Existe acaso un rey más grandioso que el amor?
Una noche yo me encontraba descansando cerca de esa cepa. La cepa susurró: "Ese amigo mío aún no regresa". Estoy muy preocupado; no sea que se haya ahogado, se haya perdido. Pudo haberse perdido en uno de esos países lejanos. Puede que ya no exista. Cuánto deseo noticias suyas. A medida que me acerco al fin de mi vida, me sentiría satisfecho al menos con las noticias de su bienestar. Entonces podría morir contento. Pero él no vendría ni aunque lo llamase, porque ya no me queda nada que dar, y él sólo entiende el lenguaje de obtener, recibir.
El ego sólo comprende el lenguaje de obtener. El amor es el lenguaje de dar.