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Creo yo, me parece, opino, supongo...
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Creo yo, me parece, opino, supongo...
CREO YO, ME PARECE, OPINO, SUPONGO…
En mi opinión, hay una tendencia -que se ha convertido en habitual- a aseverar las opiniones que uno tiene con una convicción y una rotundidad tan apabullantes, de tal rigidez y tan innegociables, que no dejan resquicios para que otra opción u opinión puedan manifestarse en el caso de que difieran de la nuestra.
Ya lo sé: generalizar es un error, pero es que veo que se repite tanto y tanto y tanto, que está a punto de convertirse en norma y acabará pareciendo normal que cada uno tenga su propia opinión –que eso está muy bien- pero que se enganche a ella con tal aferramiento, tan obstinadamente, que se cierre a sí mismo la posibilidad de contemplar otras distintas, y se impida con ello la posibilidad de crecer con otros puntos de vista.
No quiero decir que uno no tenga sus propias ideas y criterios asentados con una cierta firmeza de forma que no se tambaleen o cambien cada vez que se conozca otra distinta, sino que, manteniendo sus criterios y sin que tengan que ser modificados o adecuados a los de otros, se pueda permitir cuanto menos contemplar como posibilidad la opción de que puedan ser otros.
En mi trabajo recibimos de vez en cuando personal nuevo, y siempre desde el primer día se les deja claro que tenemos unas formas de hacer las cosas que hasta ahora han demostrado ser correctas, pero que estamos abiertos a escuchar otras cosas distintas. Se les dice que, ya que vienen con ojos nuevos y pueden ver lo que la rutina tal vez nos impida ver, nos hagan saber todo lo que vean que tiene posibilidades de ser mejorado. Les animamos a que lo manifiesten, incluso aunque tal vez suene disparatado. “Si es una buena idea, la aplicamos inmediatamente; si no es posible te diremos por qué, y si se demuestra que es una gran tontería nos reiremos juntos”.
A veces nos obcecamos con una idea, o no somos capaces de desapegarnos de nuestras costumbres, y nos da miedo atrevernos y arriesgarnos a probar algo nuevo, o nos da tanto desasosiego quedarnos sin aquellos que creemos que son nuestros principios que preferimos no poder en duda su validez o veracidad ya que podríamos pensar que no hay una base cierta en nosotros y eso nos daría una inseguridad atroz (Hasta hay un refrán que dice “más vale malo conocido que bueno por conocer”)
Dudar de lo que sabemos –o creemos que sabemos- es la mejor forma de aprender y crecer.
Uno tiene que mantener sus normas, sus costumbres, sus principios, y su ética solamente hasta el momento exacto en que se dé cuenta de que ya no está plenamente de acuerdo con ellas y prefiere modificarlas o cambiarlas por otras.
No hay una obligación indestructible por la que uno se haya comprometido a mantener algo, o ser de cierto modo y pensar de tal manera, y menos aún desde el momento en que se da cuenta de que ya no está de acuerdo con ello.
Los principios pueden ser movibles, y siempre que una evolución lógica y natural proponga algo nuevo -por lo que se va aprendiendo en la vida y porque con los años cambian los intereses y los modos de ver las cosas- hay que escucharlo/escucharse, y si uno se da cuenta de los beneficios de la nueva idea, del nuevo modo, de la nueva forma, es conveniente ponerlo en marcha a la mayor brevedad, y no hacerlo desde el enojo del rey destronado sino desde la ilusión de quien acaba de hacer un descubrimiento que le aúpa en su Desarrollo Personal.
Si uno se alegra cuando cambia de vehículo o de vivienda por algo mejor, más aún debiera alegrarse cuando descubre algo que puede hacer aumentar su valía como persona.
Así que es mejor salirse de la intolerancia de los principios rígidos e inamovibles, es mejor abandonar los dogmatismos, las ideas ancladas, las afirmaciones incuestionables, las aseveraciones rotundas a las que uno está anclado y esclavizado, la tradición y lo de siempre, y darse el lujo de utilizar más a menudo expresiones como “creo yo”, “me parece”, “opino”, “supongo”…
De momento te dan la libertad de no sentirte irremediablemente atado a nada, y te dan la tranquilidad de que puedes estar equivocado y no tienes que penalizarte por ello, y la comodidad de no tener que defender tu postura de un modo belicoso. Te descargan de la rigidez que padece quien está indisolublemente atado a unas ideas. Te permiten relajarte, ya que lo que supones u opinas no tienen sujeciones sino que tienen el derecho a ser modificadas sin dar explicaciones a nada.
Uno se tiene que reservar el derecho a cambiar de ideas o de opiniones en cuanto lo crea conveniente. Sin más. Porque ha encontrado otras que le parecen más adecuadas.
No afirmar todo taxativamente es un descanso.
Y no merece la pena enfrentarse a nadie por defender unas ideas que pueden estar equivocadas, que son etéreas, intangibles, carentes de entidad y existencia… salvo que caigamos en el fanatismo y las dotemos de lo que no son y no tienen.
Creer…opinar… suponer…parecer…Todo lo que no sea afirmar con una rotundidad rígida a la que se le adjudica la cualidad de infalible es un descanso enorme, una despreocupación, una paz…
Y no olvidemos que lo que consideramos nuestra verdad en realidad solamente es una opinión temporal y circunstancial que puede variar –sin previo aviso- en cualquier momento. O sea, algo que no se merece una defensa a ultranza.
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales es el creador de la web www.buscandome.es orientada al Desarrollo y Crecimiento Personal y Espiritual de las personas interesadas en el mejoramiento de su vida.
En mi opinión, hay una tendencia -que se ha convertido en habitual- a aseverar las opiniones que uno tiene con una convicción y una rotundidad tan apabullantes, de tal rigidez y tan innegociables, que no dejan resquicios para que otra opción u opinión puedan manifestarse en el caso de que difieran de la nuestra.
Ya lo sé: generalizar es un error, pero es que veo que se repite tanto y tanto y tanto, que está a punto de convertirse en norma y acabará pareciendo normal que cada uno tenga su propia opinión –que eso está muy bien- pero que se enganche a ella con tal aferramiento, tan obstinadamente, que se cierre a sí mismo la posibilidad de contemplar otras distintas, y se impida con ello la posibilidad de crecer con otros puntos de vista.
No quiero decir que uno no tenga sus propias ideas y criterios asentados con una cierta firmeza de forma que no se tambaleen o cambien cada vez que se conozca otra distinta, sino que, manteniendo sus criterios y sin que tengan que ser modificados o adecuados a los de otros, se pueda permitir cuanto menos contemplar como posibilidad la opción de que puedan ser otros.
En mi trabajo recibimos de vez en cuando personal nuevo, y siempre desde el primer día se les deja claro que tenemos unas formas de hacer las cosas que hasta ahora han demostrado ser correctas, pero que estamos abiertos a escuchar otras cosas distintas. Se les dice que, ya que vienen con ojos nuevos y pueden ver lo que la rutina tal vez nos impida ver, nos hagan saber todo lo que vean que tiene posibilidades de ser mejorado. Les animamos a que lo manifiesten, incluso aunque tal vez suene disparatado. “Si es una buena idea, la aplicamos inmediatamente; si no es posible te diremos por qué, y si se demuestra que es una gran tontería nos reiremos juntos”.
A veces nos obcecamos con una idea, o no somos capaces de desapegarnos de nuestras costumbres, y nos da miedo atrevernos y arriesgarnos a probar algo nuevo, o nos da tanto desasosiego quedarnos sin aquellos que creemos que son nuestros principios que preferimos no poder en duda su validez o veracidad ya que podríamos pensar que no hay una base cierta en nosotros y eso nos daría una inseguridad atroz (Hasta hay un refrán que dice “más vale malo conocido que bueno por conocer”)
Dudar de lo que sabemos –o creemos que sabemos- es la mejor forma de aprender y crecer.
Uno tiene que mantener sus normas, sus costumbres, sus principios, y su ética solamente hasta el momento exacto en que se dé cuenta de que ya no está plenamente de acuerdo con ellas y prefiere modificarlas o cambiarlas por otras.
No hay una obligación indestructible por la que uno se haya comprometido a mantener algo, o ser de cierto modo y pensar de tal manera, y menos aún desde el momento en que se da cuenta de que ya no está de acuerdo con ello.
Los principios pueden ser movibles, y siempre que una evolución lógica y natural proponga algo nuevo -por lo que se va aprendiendo en la vida y porque con los años cambian los intereses y los modos de ver las cosas- hay que escucharlo/escucharse, y si uno se da cuenta de los beneficios de la nueva idea, del nuevo modo, de la nueva forma, es conveniente ponerlo en marcha a la mayor brevedad, y no hacerlo desde el enojo del rey destronado sino desde la ilusión de quien acaba de hacer un descubrimiento que le aúpa en su Desarrollo Personal.
Si uno se alegra cuando cambia de vehículo o de vivienda por algo mejor, más aún debiera alegrarse cuando descubre algo que puede hacer aumentar su valía como persona.
Así que es mejor salirse de la intolerancia de los principios rígidos e inamovibles, es mejor abandonar los dogmatismos, las ideas ancladas, las afirmaciones incuestionables, las aseveraciones rotundas a las que uno está anclado y esclavizado, la tradición y lo de siempre, y darse el lujo de utilizar más a menudo expresiones como “creo yo”, “me parece”, “opino”, “supongo”…
De momento te dan la libertad de no sentirte irremediablemente atado a nada, y te dan la tranquilidad de que puedes estar equivocado y no tienes que penalizarte por ello, y la comodidad de no tener que defender tu postura de un modo belicoso. Te descargan de la rigidez que padece quien está indisolublemente atado a unas ideas. Te permiten relajarte, ya que lo que supones u opinas no tienen sujeciones sino que tienen el derecho a ser modificadas sin dar explicaciones a nada.
Uno se tiene que reservar el derecho a cambiar de ideas o de opiniones en cuanto lo crea conveniente. Sin más. Porque ha encontrado otras que le parecen más adecuadas.
No afirmar todo taxativamente es un descanso.
Y no merece la pena enfrentarse a nadie por defender unas ideas que pueden estar equivocadas, que son etéreas, intangibles, carentes de entidad y existencia… salvo que caigamos en el fanatismo y las dotemos de lo que no son y no tienen.
Creer…opinar… suponer…parecer…Todo lo que no sea afirmar con una rotundidad rígida a la que se le adjudica la cualidad de infalible es un descanso enorme, una despreocupación, una paz…
Y no olvidemos que lo que consideramos nuestra verdad en realidad solamente es una opinión temporal y circunstancial que puede variar –sin previo aviso- en cualquier momento. O sea, algo que no se merece una defensa a ultranza.
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales es el creador de la web www.buscandome.es orientada al Desarrollo y Crecimiento Personal y Espiritual de las personas interesadas en el mejoramiento de su vida.
Francisco de Sales- Cantidad de envíos : 1679
Fecha de inscripción : 15/12/2012
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