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CAPÍTULO 70 – LOS OTROS YOES

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Mensaje  Francisco de Sales Miér 22 Jul 2020 - 16:30

CAPÍTULO 70 – LOS OTROS YOES

Este es el capítulo 70 de un total de 82 -que se irán publicando- en los que se explicarán los conocimientos necesarios acerca de TODO LO QUE HAY QUE CONOCER PARA HACER BIEN UN PROCESO DE DESARROLLO PERSONAL Y ESPIRITUAL.


“Cuando eres un buen observador todo el mundo es tu maestro”.



La falta de cariño auténtico y el reconocimiento de uno como persona completa producen una angustia que se convierte en base de una especie de impotencia, una soledad afectiva, y hasta una crisis de identidad, que se manifestarán durante el resto de la vida.
La impotencia vivida en la época infantil promueve la creación de la prepotencia, porque surge la necesidad de demostrar fuerza, capacidad, poder, energía… lo que no nos han permitido manifestar. Creamos un Yo Ideal más fuerte de lo que somos.

La soledad afectiva nos empuja a querer que nos quieran, que nos amen más de lo que creemos que nos aman y muchas veces lo hacemos a cualquier precio, un precio tan excesivo que puede llevarnos al servilismo de tratar de complacer prioritariamente a los demás, llegando incluso a olvidarnos de nosotros mismos.
La crisis de identidad empuja a ser un orgulloso que quiere demostrar a todas horas que es alguien importante, alguien que merece la pena.
Estaremos buscamos valoración, afectividad y admiración.


YO OBSERVADOR: EL QUE SE DA CUENTA.

Yo no soy ninguno de los yoes cambiantes o provisionales.
Soy el indefinible Ser que desde la serenidad, con una cierta distancia, observa y se da cuenta de todos los demás.
El Yo Observador no es voluble, ni irónico, ni inseguro, ni histérico, como los otros, sino el que se queda fuera de todos ellos y se limita a observar cómo actúa cada uno de ellos.
Tiene que estar completamente desapegado y no implicarse nunca y en anda; debe mantener la calma y la cordura para seguir siendo el inmaculado, objetivo y callado espectador de las cosas.
No es indiferente, sino que se mantiene en una actitud de serenidad para poder seguir descubriendo facetas, y tomar nota de ellas.
Después, nos las hará ver imparcialmente, y ese es el momento en que uno se da cuenta, inevitablemente, y es cuando comienza el momento en que ya no se puede seguir negando, porque uno es consciente del todo.

Puedo seguir sufriendo, si quiero, pero sabiendo que es un estado que puedo evitar si quiero. Puedo seguir atemorizado, si quiero, pero sabiendo que es un estado que puedo evitar si quiero. Puedo seguir haciendo lo que quiera, pero el Yo Observador, como una conciencia implacable, nos hará ver cómo apreciamos las cosas, qué sentimientos o contradicciones producen en nosotros; nos dirá qué es lo correcto, y comprobaremos si coincide o no con lo que estamos o no estamos haciendo.
Las cosas suceden. Y nada más.
Lo importante para mí, y lo que le daría el adjetivo, sería cómo se instala en mí cada cosa, qué me produce.
Una tormenta puedo sentirla como una expresión del Creador, como una amenaza a mi integridad física, como un fondo mágico para una noche de amor, o como el marco en que encuadrar mi pequeñez; puedo sentirla como trágica, hermosa, temible, insuperable, etc., cualquier palabra que diga sobre ella no va a cambiar ni la intensidad ni una sola milésima de segundo del tiempo que duró. La tormenta se expresará sin importarle cuál va a ser mi veredicto, y así suceden las cosas: porque sí, por ellas mismas, independientes de lo demás.

El Yo Observador es el único que no cambia desde que nacemos, porque no se deja influenciar por nadie ni permite que le confundan. Es un notario incorruptible que levanta acta detallada de todo cuanto sucede; que se da cuenta de lo que pasa y deja constancia de ello.
No manipula la información, no está a favor ni en contra, no juzga ni reprocha.
El Yo Observador sólo se da cuenta.
A mí me gusta imaginar que es como un Rey que entra en una estancia, se queda mirando el color de la pared, y se da cuenta de que no le gusta. “Este color no es de mi agrado”, dice. Nada más. Todos los que están a su servicio se dan cuenta, para eso están: para resolver los asuntos del Rey, y se ponen a trabajar para resolverlo; aún cuando el Rey está haciendo otras cosas, ellos siguen en su labor, y cuando vuelva a la estancia posiblemente ya esté realizado el cambio.
El Yo Observador se da cuenta y un batallón de empleados dentro de nosotros se ponen en guardia y atentos para trabajar en el sentido correcto, para recordar la próxima vez que una manifestación no sea propia y natural, sino del personaje -que no es Uno Mismo-, que el propósito es ser, cada vez más y continuamente, Uno Mismo.
El Yo Observador es sereno y ecuánime. No está condicionado por nada ni nadie. No es un cobarde pétreo y no resolutivo, a quien nada conmueve.
Su única e importante función es observar,y darse cuenta y notificarlo.


YO EXPERIENCIA: EL QUE SÍ SOY.

Hay una parte de nosotros, más o menos amplia, más o menos conocida, que es casi Yo del todo.
Es la parte que ha logrado convertirse en realidad, deshaciéndose de las mentiras
El Yo Experiencia es la realidad, y mientras más Yo Mismo soy, menos necesito soñar con las fantasías del Yo Ideal o seguir en el error del Yo Idea.
Es la suma de todo lo vivido y lo desarrollado: es mi realidad actual.
De nada sirve pensar, imaginar, soñar, hacer planes, sentir… nada de eso, por sí mismo, hará que una persona cambie. Sólo experimentarlo, cosificarlo, realizarlo, hará que sea auténtico. Hemos de preparar el camino para que lo que se es en potencia se convierta en experiencia.


VISTO DE OTRO MODO

Este Yo Experiencia se refiere a lo que soy en base a las experiencias que he tenido en mi vida. Yo me voy transformando a medida que experimento las cosas y las voy expresando en la realidad.
Se trata de experimentar.
Si simplemente siento o pienso las cosas, pueden ser un bonito sueño o buenas ideas, pero nada más.
No es el sentir o pensar interiormente lo que nos cambiará.
La transferencia del inconsciente al consciente sólo se puede producir a través de un acto completo y consciente.
El Yo Experiencia es nuestra verdad comprobada.
El equilibrio, y el Desarrollo Personal, se consiguen viviendo día a día conscientemente, para conseguir corregir al Yo Idea, aclarar bien el Yo Ideal y afianzar y fortalecer el Yo Experiencia.


YO: EL AUTÉNTICO YO

El auténtico Yo, es quien se da cuenta de que existen los demás yoes. El que toma las decisiones acerca de las informaciones del Yo Observador y el que se da cuenta de que no es ninguno de los demás y sabe ponerlos en su sitio.
Hay que prestar atención a esto: cuando hablamos de yo, sólo tomamos conciencia del cuerpo y del pensamiento, no nos damos cuenta de que también somos una parte divina, o cuanto menos espiritual, y hay que prestarle la atención que se le niega continuamente.
Separamos cuerpo y alma. Sí, son dos cosas distintas, pero nosotros, hoy, en este momento, somos el conjunto indisoluble de ambas.
Así que atención al humano que estamos tratando de perfeccionar, pero no sin olvidarnos de evolucionar también, porque es más importante, la parte espiritual.


OTROS YOES

YO ABSOLUTO:

Llamado también Yo Cósmico o Yo Universal: es el que nos pone en contacto con el sentimiento de que uno forma parte de todo y del TODO. Dicen que es lo más parecido a la identidad. Cuando uno es capaz de contactar con él, ya no es el mero observador del mundo que le rodea, sino que Uno es también el mundo que le rodea.
Uno empieza a sentir la alegría de los demás, sus miserias, su amor y su desesperación. Aprendemos que no somos una isla sino que cada emoción que sentimos forma parte de una corriente cósmica en la que flota el Yo individual.


SUPER YO:

La parte más rígida. Aquí están los debes, los tienes que, las exigencias, las imposiciones y los castigos. No confundir con el Sí Mismo Superior, que se dirigirá a nosotros con un tono amoroso, sugiriendo las cosas en vez de “obligando a”.
El Súper-Yo nos carga con tanta severidad que estamos obligados a realizar esfuerzos condenados a la frustración. Nos impulsa a querer tener siempre razón; a estar constantemente defendiendo nuestra imagen; nos impone salvaguardar nuestro buen nombre, el prestigio, y a mantener una imagen para impresionar.
Sólo desde la libertad y la falta de prejuicios se pueden vivir las experiencias en su naturaleza real. Y todas son buenas. Las que llamamos malas son las que nos permiten el crecimiento, porque son las que nos señalan el buen Camino. Las que llamamos buenas siempre son gratificantes.


YO ESENCIAL:

El que uno es en esencia, pendiente de desarrollar. Inalterable. El auténtico. Testigo desapegado, no condicionado.


YO EXISTENCIAL:

El que está existiendo, con sus cosas buenas, sus carencias y sus errores.


YO:

Por encima de todos ellos, estoy Yo.
Yo a secas.
Sin apellido ni adjetivo.
Si alguien se ha dado cuenta de todo ha sido el Yo Observador, pero si alguien se da cuenta de que hay un Yo Observador, ese es el Yo sin añadidos.
La esencia.
El real.
O el Real.


PARA REFLEXIONAR

¿Por qué tiene que haber un yo?
¿Tan importante es ser alguien?
¿Tanta necesidad tengo de ser alguien?
Y si soy nada o nadie… ¿qué cambia?


EL NO YO

También hay personas que piensan que todo lo que sea dar vueltas a yo es perder el tiempo. Que yo no existe. Es otra posibilidad.

Sentimos una obsesiva necesidad de ser Yo.
Si no soy Yo, soy nada o soy nadie, pensamos.
Y no queremos ser nada o nadie.
Necesitamos aferrarnos a un nombre y una imagen -eso que llamamos yo- para tener la seguridad de que hemos nacido y estamos aquí.
Necesitamos un yo con quien identificarnos, aunque eso sea un error. Acabamos creyendo que somos yo.
Tenemos un documento oficial que acredita que somos alguien, recibimos cartas con publicidad, nos llaman por teléfono, nos miran… !qué alivio!
Se nos olvida que “yo” es sólo un nombre, una sílaba con dos letras únicamente, que no tiene entidad, y no es importante ni necesario que la tenga.
Somos algo más que un nombre, aunque quede indefinido; lo importante es tener un sentimiento claro de quiénes somos realmente, quiénes somos en la intimidad, cuando nos quedamos a solas, cuando no somos mejor o peor que, o estamos mejor o peor que, o tenemos más o menos que…

¿Qué más da si no somos capaces de encontrar una respuesta deslumbrante para la pregunta quién soy yo?, ¿es que tenemos que ser alguien?, ¿por qué?, ¿para qué?, ¿será esto importante cuando llevemos quinientos años enterrados?
Siempre se ha dicho que no hay que tomarse en serio a sí mismo. ¿Somos capaces de reírnos de nosotros mismos?, ¿o siempre llevamos puesta la cara circunspecta y la desdicha de una tragedia griega?, ¿tanta importancia le doy a lo exterior, lo que se ha creado para que los demás sepan que existo?, ¿o mi verdadera importancia y existencia es lo que se produce dentro de mí y no tengo necesidad de mostrar?


VISTO DE OTRO MODO

Ahora, para lo que viene a continuación, es necesario que seamos muy racionales. Pero muy racionales. Y un poco escépticos.
Es cierto que existimos como cuerpo –se puede ver, medir, palpar-, pero no está demostrado que existan el alma -salvo en el diccionario o como justificación de algo que nos empeñamos en separar porque no aceptamos ser un ente que lo engloba todo-, ni el espíritu –se describe como “ser inmaterial dotado de razón”, pero se necesita un verdadero y potente acto de fe para creerlo-, ni tampoco ese “sujeto” que hemos creado en la imaginación que parece que piensa y toma decisiones, que es totalmente intangible, invisible, pero hemos convertido en cierto.
Si además hablamos de que somos muchos y diferentes yoes a lo largo del día, en las distintas ocasiones, dependiendo del estado de ánimo o de lo que tengamos enfrente, no hacemos más que seguir convenciéndonos de que realmente existe yo. Y ahora, con esta avalancha de yoes, es más complicado convencernos de que no existimos.
Sigamos siendo atrevidos en este otro pensamiento, no demostrable pero rompedor.

Ahora creamos firmemente que existe un cuerpo –es tangible e innegable- y que existe un alma –nuestra fe y los sentimientos espirituales que hemos percibido casi nos lo confirman-.
Existen dos cosas y nada más.
En cambio, nos empeñamos en añadir como controlador de ambos aspectos a algo que bautizamos como yo. Ese algo se da cuenta de que existe el cuerpo y existe el alma, pero en cambio nadie puede demostrar que existe el yo. Existe el binomio -y yo podría ser el nombre para ese binomio-, pero sería solamente un nombre y no algo con entidad.
Porque, además, ni siquiera nos responsabilizamos del total de lo que sería el yo: lo dividimos en lo consciente, de lo que más o menos nos hacernos cargo -aunque buscamos culpables externos para las cosas que no nos gustan- y lo inconsciente, de lo que decimos que no conocemos, que se nos escapa de control y no podemos gobernar, y por lo tanto no respondemos de su comportamiento.

El yo es un invento de la imaginación. Y deshacernos de ese espejismo nos podría facilitar grandemente la vida. O, por lo menos, el tener claro que no tiene existencia real, que no tiene entidad, que no puede por tanto controlarnos, afectarnos, condicionarnos, dañarnos…
Si fuéramos capaces de llegar a la convicción y el sentimiento de que no existe el yo, el Ego, la persona, nos liberaríamos de muchos de los sufrimientos que nos provoca creerlo.
Desaparecerían los apegos: no existiría un yo que se apegue a las cosas. Desaparecerían los daños morales: no existiría un yo a quien dañar.
Desaparecerían los sufrimientos morales: no existiría quien sufra.
Casi todas las religiones, de uno u otro modo, proponen la liberación o disolución del yo y la integración en el conjunto de la humanidad o en la divinidad.

Nos referimos a yo solamente como cuerpo, pero resulta que estamos compuestos de muchas cosas más: alma o espíritu, sentimientos, emociones, imaginación, sabiduría, capacidad de pensar, vida, conciencia, recuerdos, ilusiones, miedos, carácter, felicidad…
El cuerpo es solamente el contenedor de algunas de estas cosas o el que las siente; la mente contiene bastantes de las demás porque es en ella donde habitan; las restantes las ubicamos en la intuición, en el espíritu, en los sentimientos. Hablamos de un yo y luego descomponemos ese yo en tantas porciones que acaban perdiendo el sentimiento de integridad y unicidad.

Tal vez demasiado complicado de entender o de aceptar. No importa, se puede dejar quieto y si tiene que hacer efecto, lo hará.


DESDE UN PUNTO DE VISTA MÁS ESPIRITUAL

Hay algo más allá de yo.
Cuando digo yo, sólo tomo conciencia del yo físico que es un cuerpo que ha de morir.
¿Y qué más?
¿Hay algo más o esto es todo y cuando se acabe se acabó todo?
No sé si eso de que cuando uno se muere se va al Cielo o al infierno es cierto, ni me importa.
Tampoco sé si eso de las reencarnaciones es cierto, ni me importa.
Lo que me importa es que ahora, en este momento que me toca vivir, he de hacerlo con la consciencia plena, con la atención del todo atenta, y he de vivir YO, siendo muy reflexivo, y sabiendo qué y quién soy, conociéndome en todas mis facetas, aprovechando mis potencialidades, disfrutando mis emociones y las posibilidades que me ofrecen los sentidos, el regalo de Dios de la vida, viviendo con la plenitud que aporta saber quién es uno y cuál es el sentido de su vida.


RESUMIENDO

Antes de hablar con tanta frivolidad de yo, conviene haber comprendido todo lo escrito en este capítulo. Es vital saber qué o quién es yo. Es imprescindible ser consciente de cuándo estamos utilizando cada uno de los yoes, y, sobre todo, si es el apropiado que queremos usar en ese caso.
Por tanto, tener el Yo Observador siempre conectado, desmontar el Yo Idea, quitar la irrealidad al Yo Ideal, y ser continua y simplemente Yo.

(A quien esté interesado en comprender mejor los diferente yoes, le recomiendo el libro “Curso de Psicología de la Autorrealización”, de Antonio Blay.
Puede escucharlo aquí: http://buscandome.es/index.php/topic,16027.msg18606.html#msg18606)



Francisco de Sales


Si le interesa ver los capítulos anteriores están publicados aquí:
http://buscandome.es/index.php/board,88.0.html






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