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CAPÍTULO 13 - RECONCILIARSE CON LOS YOES DEL PASADO
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CAPÍTULO 13 - RECONCILIARSE CON LOS YOES DEL PASADO
CAPÍTULO 13 - RECONCILIARSE CON LOS YOES DEL PASADO
Este es el capítulo 13 de un total de 82 -que se irán publicando- en los cuales se explicarán los conocimientos necesarios acerca de TODO LO QUE HAY QUE CONOCER PARA HACER BIEN UN PROCESO DE DESARROLLO PERSONAL.
“No soy lo que me ha pasado. Soy lo que decido ser”.
(Carl Jung)
“La reconciliación es la manera más rápida de cambiar tu vida”.
(Mark Hart)
“La verdadera reconciliación no consiste solamente en olvidar el pasado, sino en construir una relación prospera”.
Todos guardamos y mantenemos representaciones vivas de nuestros yoes del pasado.
Son imágenes etéreas de diferentes épocas de nuestra vida –pero que se mantienen vivas en el inconsciente y afectándonos o influyendo- y representan diferentes estados y vivencias por los que hemos atravesado.
Algunas personas se sienten en paz consigo mismas, satisfechas, y reposan en la parte del recuerdo y del pasado donde hemos almacenado las cosas de las que nos sentimos complacidos y a gusto.
En cambio, con los yoes que representan aquellas actitudes y hechos de los que no nos sentimos orgullosos, aquellas de las que hasta negamos la autoría, hacemos dos cosas opuestas: o las dejamos a la vista, les sacamos brillo cada día para que no se nos olviden, nos las restregamos continuamente, sacamos punta a sus espinas y rellenamos su depósito del veneno, todo ello para satisfacer a nuestro masoquista interior, o bien las escondemos bien escondidas en un lugar al que no queremos regresar.
En el primer caso, si no somos capaces de sacar ningún provecho y sólo nos recreamos de un modo depravado en su repetición regodeándonos en el auto-reproche, el acto es inútil, se vuelve en nuestra contra, mina nuestra autoestima, nos enfrenta a nosotros mismos, y nos enzarza en una guerra en la que siempre somos perdedores. Por todo lo expuesto, sería conveniente tomar otra actitud y dejar de insistir en ese castigo maquiavélico y perverso.
En el segundo caso creemos, equivocadamente, que no hablando de ello, negándolo, o intentado olvidarlo, dejará de molestarnos, se diluirá en el pasado y desistirá de pedirnos cuentas.
Un error. También.
El que no nos acordemos conscientemente de ello no quiere decir que no nos esté afectando de un modo inconsciente.
Y no hay que olvidar que el 99% de nuestros actos y pensamientos, se gestan y deciden en el inconsciente o en lo inconsciente.
En realidad, esos yoes, latentes y asomándose sólo de vez en cuando, esperan una explicación que les redima del pesar que les apesadumbra al saber que vivieron actos o actitudes que negamos. Se sienten culpables.
Son cosas que hicimos hace tiempo –por tanto no las hizo el yo que somos hoy sino otro yo del pasado- y que se hicieron –posiblemente- sin mala intención y sin mejor conocimiento, pero nos exigimos responsabilidades como si fuéramos expertos.
Esos yoes que ahora rechazamos, de los que ahora se arrepiente nuestra conciencia, no entienden que se les trate como apestados de los que es mejor renegar. Se sienten traicionados y abandonados. Y mientras van minando poco a poco nuestra actual autoestima.
Ahora, cuando se pueden asomar a nuestra memoria, nosotros reaccionamos tratando de esconderlos de nuevo en lugar de acogerlos o de reconocerlos en vez de negarlos, y les condenamos al silencio sin aclaraciones en vez de hablarles para darles una explicación de lo sucedido.
Sus porqués no obtienen respuestas.
Esos yoes que alguna vez fuimos, injustamente acusados ahora, buscan reconciliarse con nosotros, quieren que los comprendamos haciéndonos ver que forman parte de las experiencias por las que hemos tenido que pasar, que son parte innegable de nuestro pasado, que necesitan ser comprendidos y acogidos, que no merecen nuestra desaprobación porque no les tocó hacer una parte que ahora resulta desagradable, y que son nuestros yoes como los otros a los que ensalzamos.
Una de las formas útiles de reconciliarnos con nuestro pasado, del que somos, no lo olvidemos, responsables únicos, es la que expongo:
Se trata de conseguir una relajación adecuada, en un sitio en el que no vayamos a ser molestados, con bastante tiempo libre disponible, y en el modo que tengamos por costumbre hacerlo.
Una vez relajados, sin ninguna expectativa de lo que “tiene” que suceder –porque si nuestra mente está pendiente de que suceda algo concreto no será una relajación auténtica, y puede que nos estemos “inventando” lo que suceda a continuación-, y sin ninguna prisa –porque lleva tiempo conectar y porque quizás no suceda algo la primera vez, o tarde en aparecer, y, además, es conveniente repetir el ejercicio en varias ocasiones porque en cada ocasión nos puede mostrar algo más-, y sin permitir que la mente consciente intervenga tratando de analizar lo que está sucediendo –porque si dejamos que una parte del consciente intervenga, entonces no estaremos en el lugar del inconsciente al que queremos llegar-, entonces es el momento de observar qué yoes van apareciendo, y qué nos cuentan.
Para que sea eficaz hay que entender que en este trabajo lo que se produce es el encuentro con los yoes y en ese nivel, que es donde está el conflicto, y no se resuelve desde el pensamiento o la razón. No hay que estar pendiente de que no se olvide nada de lo que vaya a suceder. De lo que haya que acordarse, nos acordaremos.
La primera regla es que en esa “meditación/relajación” hay que ponerse a la altura física de quien aparezca. Si es un niño, hay que agacharse hasta que nuestros ojos estén frente a los suyos-. La segunda regla es que hay que escuchar lo que nos quiera decir, con palabras o sin ellas, con gestos o con sentimientos, y no hay intervenir hasta que termine. No hay que estar a la defensiva, ni culpabilizar a algo o alguien ajeno –las circunstancias, el destino, los otros, etc.-, sino explicar, en un tono sosegado y de modo que esté a su nivel intelectual, el porqué de aquello que le tocó hacer, o sea, de lo que se hizo en aquel momento.
Las explicaciones, básicamente, son las mismas para todos. “Hiciste lo que creíste que tenía que hacer, o lo que suponías que eras lo mejor, o lo que permitieron hacer las circunstancias, con el conocimiento y la experiencia que tenías entonces. Te lo agradezco igualmente, aunque el resultado no fue el que deseara. Te acojo con amor en mi vida porque formas parte de mí”. El texto se debe modificar al gusto de cada uno, porque si uno se habla con palabras que no son suyas, o de un modo que no es habitual, el yo puede creer que no hay sinceridad.
También es interesante tener unas preguntas preparadas, para ver si se puede conseguir respuestas que nos clarifiquen alguna duda.
Cuando se termine “la conversación”, cuyo final no hay que precipitar para que quede perfectamente resuelto, hay que ofrecer un abrazo al yo, y si lo acepta, podemos dar el asunto por resuelto.
Si acepta el abrazo, que sería lo lógico, conviene que sea muy real, que lleve todo el amor que seamos capaces de transmitir, que sea lo más sincero que hayamos hecho en nuestra vida, y si notamos que nos abraza con la misma pasión que nosotros ponemos, o captamos una sonrisa, un asentimiento, una relajación en su gesto, una palabra que nos lo confirme, entonces es momento de disfrutar el abrazo, de saborear la reconciliación, y entonces es cuando hay que apretar más el abrazo, hasta que el yo se integre en nosotros y pase a formar parte indisoluble de nosotros –y nosotros en él-, dejando de ser un ser etéreo que vaga perdido.
Si no lo acepta, tal vez sea porque no se crea lo que le estamos diciendo, así que puede ser que falte sinceridad por nuestra parte, o que esté demasiado resentido. Lo que hay que hacer es volver otro día, para ver si se ha ablandado y ha comprendido nuestra intención y voluntad.
En cualquier caso, cuando tengamos la sensación de que ya está resuelto conviene comprobarlo, haciendo preguntas directas como, por ejemplo: ¿Qué necesitas?, ¿qué puedo hacer por ti?, ¿te queda alguna duda?
Hay otra versión de este ejercicio, que es buscar intencionadamente uno de esos yoes con los que queremos relacionarnos especialmente porque queremos arreglarlo. En ese caso podemos llamarle, o “forzar” un poco, sólo muy poco, la imaginación para que se presente. Y si no llegamos a verle con forma, pero le intuimos, es suficiente. El proceso posterior es el mismo.
No pienses en lo que has leído. Sólo observa si en algún momento durante estos últimos minutos has sentido dentro de ti, de un modo que no necesita explicación, que todo esto puede ser verdad y puede ser así.
En ese caso, y si lo deseas, ponlo en práctica.
Francisco de Sales
Si le interesa ver los capítulos anteriores están publicados aquí:
http://buscandome.es/index.php/board,88.0.html
Este es el capítulo 13 de un total de 82 -que se irán publicando- en los cuales se explicarán los conocimientos necesarios acerca de TODO LO QUE HAY QUE CONOCER PARA HACER BIEN UN PROCESO DE DESARROLLO PERSONAL.
“No soy lo que me ha pasado. Soy lo que decido ser”.
(Carl Jung)
“La reconciliación es la manera más rápida de cambiar tu vida”.
(Mark Hart)
“La verdadera reconciliación no consiste solamente en olvidar el pasado, sino en construir una relación prospera”.
Todos guardamos y mantenemos representaciones vivas de nuestros yoes del pasado.
Son imágenes etéreas de diferentes épocas de nuestra vida –pero que se mantienen vivas en el inconsciente y afectándonos o influyendo- y representan diferentes estados y vivencias por los que hemos atravesado.
Algunas personas se sienten en paz consigo mismas, satisfechas, y reposan en la parte del recuerdo y del pasado donde hemos almacenado las cosas de las que nos sentimos complacidos y a gusto.
En cambio, con los yoes que representan aquellas actitudes y hechos de los que no nos sentimos orgullosos, aquellas de las que hasta negamos la autoría, hacemos dos cosas opuestas: o las dejamos a la vista, les sacamos brillo cada día para que no se nos olviden, nos las restregamos continuamente, sacamos punta a sus espinas y rellenamos su depósito del veneno, todo ello para satisfacer a nuestro masoquista interior, o bien las escondemos bien escondidas en un lugar al que no queremos regresar.
En el primer caso, si no somos capaces de sacar ningún provecho y sólo nos recreamos de un modo depravado en su repetición regodeándonos en el auto-reproche, el acto es inútil, se vuelve en nuestra contra, mina nuestra autoestima, nos enfrenta a nosotros mismos, y nos enzarza en una guerra en la que siempre somos perdedores. Por todo lo expuesto, sería conveniente tomar otra actitud y dejar de insistir en ese castigo maquiavélico y perverso.
En el segundo caso creemos, equivocadamente, que no hablando de ello, negándolo, o intentado olvidarlo, dejará de molestarnos, se diluirá en el pasado y desistirá de pedirnos cuentas.
Un error. También.
El que no nos acordemos conscientemente de ello no quiere decir que no nos esté afectando de un modo inconsciente.
Y no hay que olvidar que el 99% de nuestros actos y pensamientos, se gestan y deciden en el inconsciente o en lo inconsciente.
En realidad, esos yoes, latentes y asomándose sólo de vez en cuando, esperan una explicación que les redima del pesar que les apesadumbra al saber que vivieron actos o actitudes que negamos. Se sienten culpables.
Son cosas que hicimos hace tiempo –por tanto no las hizo el yo que somos hoy sino otro yo del pasado- y que se hicieron –posiblemente- sin mala intención y sin mejor conocimiento, pero nos exigimos responsabilidades como si fuéramos expertos.
Esos yoes que ahora rechazamos, de los que ahora se arrepiente nuestra conciencia, no entienden que se les trate como apestados de los que es mejor renegar. Se sienten traicionados y abandonados. Y mientras van minando poco a poco nuestra actual autoestima.
Ahora, cuando se pueden asomar a nuestra memoria, nosotros reaccionamos tratando de esconderlos de nuevo en lugar de acogerlos o de reconocerlos en vez de negarlos, y les condenamos al silencio sin aclaraciones en vez de hablarles para darles una explicación de lo sucedido.
Sus porqués no obtienen respuestas.
Esos yoes que alguna vez fuimos, injustamente acusados ahora, buscan reconciliarse con nosotros, quieren que los comprendamos haciéndonos ver que forman parte de las experiencias por las que hemos tenido que pasar, que son parte innegable de nuestro pasado, que necesitan ser comprendidos y acogidos, que no merecen nuestra desaprobación porque no les tocó hacer una parte que ahora resulta desagradable, y que son nuestros yoes como los otros a los que ensalzamos.
Una de las formas útiles de reconciliarnos con nuestro pasado, del que somos, no lo olvidemos, responsables únicos, es la que expongo:
Se trata de conseguir una relajación adecuada, en un sitio en el que no vayamos a ser molestados, con bastante tiempo libre disponible, y en el modo que tengamos por costumbre hacerlo.
Una vez relajados, sin ninguna expectativa de lo que “tiene” que suceder –porque si nuestra mente está pendiente de que suceda algo concreto no será una relajación auténtica, y puede que nos estemos “inventando” lo que suceda a continuación-, y sin ninguna prisa –porque lleva tiempo conectar y porque quizás no suceda algo la primera vez, o tarde en aparecer, y, además, es conveniente repetir el ejercicio en varias ocasiones porque en cada ocasión nos puede mostrar algo más-, y sin permitir que la mente consciente intervenga tratando de analizar lo que está sucediendo –porque si dejamos que una parte del consciente intervenga, entonces no estaremos en el lugar del inconsciente al que queremos llegar-, entonces es el momento de observar qué yoes van apareciendo, y qué nos cuentan.
Para que sea eficaz hay que entender que en este trabajo lo que se produce es el encuentro con los yoes y en ese nivel, que es donde está el conflicto, y no se resuelve desde el pensamiento o la razón. No hay que estar pendiente de que no se olvide nada de lo que vaya a suceder. De lo que haya que acordarse, nos acordaremos.
La primera regla es que en esa “meditación/relajación” hay que ponerse a la altura física de quien aparezca. Si es un niño, hay que agacharse hasta que nuestros ojos estén frente a los suyos-. La segunda regla es que hay que escuchar lo que nos quiera decir, con palabras o sin ellas, con gestos o con sentimientos, y no hay intervenir hasta que termine. No hay que estar a la defensiva, ni culpabilizar a algo o alguien ajeno –las circunstancias, el destino, los otros, etc.-, sino explicar, en un tono sosegado y de modo que esté a su nivel intelectual, el porqué de aquello que le tocó hacer, o sea, de lo que se hizo en aquel momento.
Las explicaciones, básicamente, son las mismas para todos. “Hiciste lo que creíste que tenía que hacer, o lo que suponías que eras lo mejor, o lo que permitieron hacer las circunstancias, con el conocimiento y la experiencia que tenías entonces. Te lo agradezco igualmente, aunque el resultado no fue el que deseara. Te acojo con amor en mi vida porque formas parte de mí”. El texto se debe modificar al gusto de cada uno, porque si uno se habla con palabras que no son suyas, o de un modo que no es habitual, el yo puede creer que no hay sinceridad.
También es interesante tener unas preguntas preparadas, para ver si se puede conseguir respuestas que nos clarifiquen alguna duda.
Cuando se termine “la conversación”, cuyo final no hay que precipitar para que quede perfectamente resuelto, hay que ofrecer un abrazo al yo, y si lo acepta, podemos dar el asunto por resuelto.
Si acepta el abrazo, que sería lo lógico, conviene que sea muy real, que lleve todo el amor que seamos capaces de transmitir, que sea lo más sincero que hayamos hecho en nuestra vida, y si notamos que nos abraza con la misma pasión que nosotros ponemos, o captamos una sonrisa, un asentimiento, una relajación en su gesto, una palabra que nos lo confirme, entonces es momento de disfrutar el abrazo, de saborear la reconciliación, y entonces es cuando hay que apretar más el abrazo, hasta que el yo se integre en nosotros y pase a formar parte indisoluble de nosotros –y nosotros en él-, dejando de ser un ser etéreo que vaga perdido.
Si no lo acepta, tal vez sea porque no se crea lo que le estamos diciendo, así que puede ser que falte sinceridad por nuestra parte, o que esté demasiado resentido. Lo que hay que hacer es volver otro día, para ver si se ha ablandado y ha comprendido nuestra intención y voluntad.
En cualquier caso, cuando tengamos la sensación de que ya está resuelto conviene comprobarlo, haciendo preguntas directas como, por ejemplo: ¿Qué necesitas?, ¿qué puedo hacer por ti?, ¿te queda alguna duda?
Hay otra versión de este ejercicio, que es buscar intencionadamente uno de esos yoes con los que queremos relacionarnos especialmente porque queremos arreglarlo. En ese caso podemos llamarle, o “forzar” un poco, sólo muy poco, la imaginación para que se presente. Y si no llegamos a verle con forma, pero le intuimos, es suficiente. El proceso posterior es el mismo.
No pienses en lo que has leído. Sólo observa si en algún momento durante estos últimos minutos has sentido dentro de ti, de un modo que no necesita explicación, que todo esto puede ser verdad y puede ser así.
En ese caso, y si lo deseas, ponlo en práctica.
Francisco de Sales
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Francisco de Sales- Cantidad de envíos : 1696
Fecha de inscripción : 15/12/2012
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