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HAY QUE SER FELIZ CON LO QUE SE TIENE Y NO INFELIZ POR LO QUE NO SE TIENE.
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HAY QUE SER FELIZ CON LO QUE SE TIENE Y NO INFELIZ POR LO QUE NO SE TIENE.
HAY QUE SER FELIZ CON LO QUE SE TIENE Y NO INFELIZ POR LO QUE NO SE TIENE.
En mi opinión, hay que aspirar a una felicidad que dependa de uno mismo, y que se base simplemente en ser Uno Mismo, que es como debería ser, y no que sean las decepciones o los logros externos, las posesiones, el estatus, los éxitos o fracasos sociales, o el concepto que los otros tengan de nosotros, quienes nos hagan sentirnos felices o no, porque eso nos lleva casi inevitablemente a un fracaso por todo lo alto y a no llegar siquiera a rozar la felicidad.
Desafortunadamente, hay muchísimos casos de personas que no se permiten ser felices por la carencia de ciertas cosas en su vida.
Dejan su felicidad en las manos irresponsables de los sueños que tal vez nunca se llegarán a hacer realidad o de las utopías que nunca dejarán de ser utopías.
“Si yo tuviera” se podría cambiar, y salir ganando con ello, por “Yo soy”. Lo sé, esto es muy espiritual, muy filosófico, un lenguaje esotérico que no llega de ningún modo directamente hasta la comprensión. Podría llegar a aceptarse el cambio de “soy” por el de “he logrado…”, si eso sirve como aproximación a un estado de felicidad que en algún momento dejará de alimentarse de logros porque descubrirá la enorme felicidad que aporta ser nada o no ser.
La felicidad es un asunto personal e intransferible. Ni podemos dar nuestra felicidad -como se dan las monedas- ni debemos transferir a otro la responsabilidad de alcanzarla por y para nosotros.
Es un estado al que hemos de llegar con la sana y firme intención de quedarnos definitivamente en ella y ampliándola a diario. Es algo que ya traemos desde que nacemos –por eso vemos felices a los niños y nadie se lo ha enseñado-; no es algo que haya que adquirir o que esté reservado para los más afortunados. Está. Sólo hay que quitar todos los impedimentos que le ponemos para que se manifieste. Empezando por el rostro serio como un rictus espantoso y por esas exigencias a la vida y las circunstancias de que tienen que ser siempre como nosotros deseamos. Si no salen TODAS las cosas a nuestro gusto, no somos felices. Si no conseguimos TODOS nuestros caprichos, no somos felices. Si no se cumplen TODOS nuestros sueños –por más disparatados e imposibles que sean-, no somos felices.
Le ponemos demasiadas condiciones e impedimentos a la felicidad para que se quede con nosotros. Y otras veces, en cambio- cuando somos más sabios-, nos escapamos de esas normas rigurosas y nos permitimos estar felices con un niño en brazos, simplemente estando al lado de una persona, mirando el horizonte, o siguiendo la corriente emocional por la que nos lleva nuestra música favorita. A veces bajamos la férrea guardia de la exigencia, apagamos un rato los controles rigurosos, y contactamos con la simpleza, con lo bello, con lo humano, con lo tierno, con la sensibilidad, y nos cambia el rostro, la sonrisa se despliega en nuestra boca, se relajan el cuerpo y la mente. Entonces se ha producido el contacto correcto. Así se está bien. En eso somos nosotros mismos y no el Inquisidor en que nos hemos convertido, esa vieja inconformista y gruñona que nos suplanta, ese tipo con cara de estar enojado siempre.
A la felicidad le apetece manifestarse y le encantaría quedarse a perpetuidad ocupando nuestra vida. Uno ha de preguntarse “¿por qué no soy feliz?” y seguir en la búsqueda de la respuesta verdadera cuando las que surjan las han provocado el ego inconformista, o quien no quiere aceptar lo inevitable, o el opositor abnegado que protesta por todo, o el niño rebelde y enojado que sólo quiere que se cumplan sus caprichos.
Cuando uno sea capaz de rebatir todas las respuestas que tiene programadas para justificar la infelicidad –y el apego inconsciente a ella- se dará cuenta de que llega a un vacío en el que no hay ninguna queja. Lo que hay es una comprensión generosa de que todo está bien, de que las cosas son como son y no como uno quiere que sean, de que toda la vida es vida incluidos los contratiempos y lo imposible, y que por delante de todo ello, por encima de todo ello, uno ha de poner a salvo su propia felicidad impidiendo que nada se interponga entre ella y uno mismo.
Este es un asunto que requiere mucho Amor Propio para que sea mejor comprendido. Hazte feliz y date permiso para ser feliz. No permitas que NADA te lo impida. Ámate. Eso es la felicidad.
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales
Si le ha gustado este artículo ayúdeme a difundirlo compartiéndolo. Gracias.
En mi opinión, hay que aspirar a una felicidad que dependa de uno mismo, y que se base simplemente en ser Uno Mismo, que es como debería ser, y no que sean las decepciones o los logros externos, las posesiones, el estatus, los éxitos o fracasos sociales, o el concepto que los otros tengan de nosotros, quienes nos hagan sentirnos felices o no, porque eso nos lleva casi inevitablemente a un fracaso por todo lo alto y a no llegar siquiera a rozar la felicidad.
Desafortunadamente, hay muchísimos casos de personas que no se permiten ser felices por la carencia de ciertas cosas en su vida.
Dejan su felicidad en las manos irresponsables de los sueños que tal vez nunca se llegarán a hacer realidad o de las utopías que nunca dejarán de ser utopías.
“Si yo tuviera” se podría cambiar, y salir ganando con ello, por “Yo soy”. Lo sé, esto es muy espiritual, muy filosófico, un lenguaje esotérico que no llega de ningún modo directamente hasta la comprensión. Podría llegar a aceptarse el cambio de “soy” por el de “he logrado…”, si eso sirve como aproximación a un estado de felicidad que en algún momento dejará de alimentarse de logros porque descubrirá la enorme felicidad que aporta ser nada o no ser.
La felicidad es un asunto personal e intransferible. Ni podemos dar nuestra felicidad -como se dan las monedas- ni debemos transferir a otro la responsabilidad de alcanzarla por y para nosotros.
Es un estado al que hemos de llegar con la sana y firme intención de quedarnos definitivamente en ella y ampliándola a diario. Es algo que ya traemos desde que nacemos –por eso vemos felices a los niños y nadie se lo ha enseñado-; no es algo que haya que adquirir o que esté reservado para los más afortunados. Está. Sólo hay que quitar todos los impedimentos que le ponemos para que se manifieste. Empezando por el rostro serio como un rictus espantoso y por esas exigencias a la vida y las circunstancias de que tienen que ser siempre como nosotros deseamos. Si no salen TODAS las cosas a nuestro gusto, no somos felices. Si no conseguimos TODOS nuestros caprichos, no somos felices. Si no se cumplen TODOS nuestros sueños –por más disparatados e imposibles que sean-, no somos felices.
Le ponemos demasiadas condiciones e impedimentos a la felicidad para que se quede con nosotros. Y otras veces, en cambio- cuando somos más sabios-, nos escapamos de esas normas rigurosas y nos permitimos estar felices con un niño en brazos, simplemente estando al lado de una persona, mirando el horizonte, o siguiendo la corriente emocional por la que nos lleva nuestra música favorita. A veces bajamos la férrea guardia de la exigencia, apagamos un rato los controles rigurosos, y contactamos con la simpleza, con lo bello, con lo humano, con lo tierno, con la sensibilidad, y nos cambia el rostro, la sonrisa se despliega en nuestra boca, se relajan el cuerpo y la mente. Entonces se ha producido el contacto correcto. Así se está bien. En eso somos nosotros mismos y no el Inquisidor en que nos hemos convertido, esa vieja inconformista y gruñona que nos suplanta, ese tipo con cara de estar enojado siempre.
A la felicidad le apetece manifestarse y le encantaría quedarse a perpetuidad ocupando nuestra vida. Uno ha de preguntarse “¿por qué no soy feliz?” y seguir en la búsqueda de la respuesta verdadera cuando las que surjan las han provocado el ego inconformista, o quien no quiere aceptar lo inevitable, o el opositor abnegado que protesta por todo, o el niño rebelde y enojado que sólo quiere que se cumplan sus caprichos.
Cuando uno sea capaz de rebatir todas las respuestas que tiene programadas para justificar la infelicidad –y el apego inconsciente a ella- se dará cuenta de que llega a un vacío en el que no hay ninguna queja. Lo que hay es una comprensión generosa de que todo está bien, de que las cosas son como son y no como uno quiere que sean, de que toda la vida es vida incluidos los contratiempos y lo imposible, y que por delante de todo ello, por encima de todo ello, uno ha de poner a salvo su propia felicidad impidiendo que nada se interponga entre ella y uno mismo.
Este es un asunto que requiere mucho Amor Propio para que sea mejor comprendido. Hazte feliz y date permiso para ser feliz. No permitas que NADA te lo impida. Ámate. Eso es la felicidad.
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales
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Francisco de Sales- Cantidad de envíos : 1677
Fecha de inscripción : 15/12/2012
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