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ME ARREPIENTO DE…
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ME ARREPIENTO DE…
ME ARREPIENTO DE…
En mi opinión, cualquier persona tiene motivos suficientes para poder continuar la frase. Es una frase que no se pronuncia en voz alta, pero circula por el interior abatida porque todo lo que vaya detrás de esos puntos suspensivos acumula reproches, rabia, rencor, dolor o cualquier otra culpabilidad o negatividad.
Es la moral personal la que indica la actitud o la catalogación de cada cosa que nos ha sucedido, y fluctúa entre el optimista –y tal vez acertado- “no me arrepiento de nada si en su momento lo disfruté”, el “sólo me arrepiento de lo que no hice”, o “no me arrepiento de mi pasado, pero sí del tiempo perdido con la gente equivocada”; también está la más filosófica “nunca te arrepientas: si fue algo bueno, fue increíble y si fue algo malo, fue una experiencia”. También “No me arrepiento de nada, pero tengo claro las cosas que no volvería a hacer”.
Para esto del arrepentimiento no conozco una fórmula universal que se pueda aplicar a todas las personas y todos los casos, por eso cualquiera de las frases anteriores puede ser la Biblia para unos y una tontería para otros. Cada uno tiene que dejar que resuenen en su interior y ver si hay un asentimiento de conformidad o un rechazo rotundo.
Es cierto que somos la suma de todas y cada una de las experiencias que hemos pasado en nuestra vida, tanto de las que catalogamos como positivas como de las opuestas. Uno no sería tal y como es hoy si no hubiese pasado por todas, porque cada una de ellas ha hecho su aportación.
Hay una cosa que es muy clara en el caso de las pesadumbres por las cosas pasadas: ningún arrepentimiento podrá enmendar las oportunidades perdidas en la vida. Vivir con consciencia, darse cuenta de lo que uno REALMENTE quiere –y hacerlo-, es tal vez lo único que puede evitar que uno se vaya cargando de motivos para el arrepentimiento. Los motivos generalmente son irreversibles.
“Me arrepiento de…” ¡cuántas cosas tenemos para continuar la frase!,
¡y cuánto duele a veces!, ¡qué ganas de llorar! Uno se sorprende de algunas de las cosas que ha hecho y se sorprende de haber sido capaz de hacerlas, y se reprocha en qué estaba pensando, cómo pudo equivocarse tanto, cuánto le gustaría volver atrás y hacerlo distinto.
El arrepentimiento se convierte así en un callejón sin salida, porque parece que no se puede avanzar; los remordimientos atenazan con firmeza y no dejan al pensamiento o a los sentimientos ir más allá, a ver si encuentran el modo de reparar lo irreparable, o por lo menos consolar lo que aparenta ser inconsolable. Es la conciencia –que es una forma de llamar a la bondad innata- quien insiste en el reproche-castigo por lo que se hizo, en conseguir que el dolor duela más.
Para no tener que arrepentirse después lo mejor es no crear motivos para el arrepentimiento. ¿Te parece demasiado simple la frase?, ¡es que es así de simple! Y si ya se han creado los motivos… pues aprender lo que haya que aprender, permitirse unos instantes de auto-flagelación mental o verbal -no muy dura ni muy larga- y mentalizarse para instaurar una actitud que no vuelva a llevar a tener que arrepentirse por lo mismo.
La otra forma de no pasar por el dolor del arrepentimiento es ser consecuente con los actos, con todo lo hecho, aceptar que quien hizo entonces aquello no era quien uno es ahora y asumirlo con tranquilidad –que no quiere decir que no importe-. Entender que todos acertamos y nos equivocamos, y que ambas cosas pueden ocurrir naturalmente. La excepción es cuando uno obró mal intencionadamente. Si somos capaces de entender que los actos –incluso cuando el resultado no es de nuestro agrado- no tienen por qué llevar obligatoriamente un juicio hecho desde los condicionamientos, bien por parte del ego –que no admite ni reconoce que uno haga algo mal- o bien desde los preceptos religiosos o morales –que son unas normas que han impuesto otros-, nos será más fácil admitir con naturalidad el resultado aunque sea indeseado. En el pueblo donde yo veraneo, cuando algo no sale como uno esperaba se dice “una mata que no ha echao”… pero hay otras matas que sí “han echao” y se compensan. Se come el fruto de las que han producido y se olvidan las que no dieron.
Ante un arrepentimiento por lo hecho conviene que te plantees… ¿puedo hacer algo por solucionarlo?, ¿puedo hablar con los afectados y manifestar mi pesar?, ¿hay algo que pueda reparar?
Ante un arrepentimiento por lo no hecho… pues saca el aprendizaje de que en la próxima situación similar sí te vas a arriesgar y lo vas a hacer.
Te sugiero encarecidamente que cojas unos folios o una libreta, que escribas un encabezado que diga ME ARREPIENTO DE… y que escribas todo lo que venga a tu mente. Sólo lo vas a leer tú, así que no escondas eso que escondes a los demás. Sé sincero. Deja que las culpas salgan de su sepultura, llora un rato si te apetece, no te prives -pero no alargues artificialmente ni el llanto ni la congoja- y después date un abrazo –real o simbólico-, y dedícate unas palabras de comprensión y de amor.
Te dejo con tus reflexiones…
En mi opinión, cualquier persona tiene motivos suficientes para poder continuar la frase. Es una frase que no se pronuncia en voz alta, pero circula por el interior abatida porque todo lo que vaya detrás de esos puntos suspensivos acumula reproches, rabia, rencor, dolor o cualquier otra culpabilidad o negatividad.
Es la moral personal la que indica la actitud o la catalogación de cada cosa que nos ha sucedido, y fluctúa entre el optimista –y tal vez acertado- “no me arrepiento de nada si en su momento lo disfruté”, el “sólo me arrepiento de lo que no hice”, o “no me arrepiento de mi pasado, pero sí del tiempo perdido con la gente equivocada”; también está la más filosófica “nunca te arrepientas: si fue algo bueno, fue increíble y si fue algo malo, fue una experiencia”. También “No me arrepiento de nada, pero tengo claro las cosas que no volvería a hacer”.
Para esto del arrepentimiento no conozco una fórmula universal que se pueda aplicar a todas las personas y todos los casos, por eso cualquiera de las frases anteriores puede ser la Biblia para unos y una tontería para otros. Cada uno tiene que dejar que resuenen en su interior y ver si hay un asentimiento de conformidad o un rechazo rotundo.
Es cierto que somos la suma de todas y cada una de las experiencias que hemos pasado en nuestra vida, tanto de las que catalogamos como positivas como de las opuestas. Uno no sería tal y como es hoy si no hubiese pasado por todas, porque cada una de ellas ha hecho su aportación.
Hay una cosa que es muy clara en el caso de las pesadumbres por las cosas pasadas: ningún arrepentimiento podrá enmendar las oportunidades perdidas en la vida. Vivir con consciencia, darse cuenta de lo que uno REALMENTE quiere –y hacerlo-, es tal vez lo único que puede evitar que uno se vaya cargando de motivos para el arrepentimiento. Los motivos generalmente son irreversibles.
“Me arrepiento de…” ¡cuántas cosas tenemos para continuar la frase!,
¡y cuánto duele a veces!, ¡qué ganas de llorar! Uno se sorprende de algunas de las cosas que ha hecho y se sorprende de haber sido capaz de hacerlas, y se reprocha en qué estaba pensando, cómo pudo equivocarse tanto, cuánto le gustaría volver atrás y hacerlo distinto.
El arrepentimiento se convierte así en un callejón sin salida, porque parece que no se puede avanzar; los remordimientos atenazan con firmeza y no dejan al pensamiento o a los sentimientos ir más allá, a ver si encuentran el modo de reparar lo irreparable, o por lo menos consolar lo que aparenta ser inconsolable. Es la conciencia –que es una forma de llamar a la bondad innata- quien insiste en el reproche-castigo por lo que se hizo, en conseguir que el dolor duela más.
Para no tener que arrepentirse después lo mejor es no crear motivos para el arrepentimiento. ¿Te parece demasiado simple la frase?, ¡es que es así de simple! Y si ya se han creado los motivos… pues aprender lo que haya que aprender, permitirse unos instantes de auto-flagelación mental o verbal -no muy dura ni muy larga- y mentalizarse para instaurar una actitud que no vuelva a llevar a tener que arrepentirse por lo mismo.
La otra forma de no pasar por el dolor del arrepentimiento es ser consecuente con los actos, con todo lo hecho, aceptar que quien hizo entonces aquello no era quien uno es ahora y asumirlo con tranquilidad –que no quiere decir que no importe-. Entender que todos acertamos y nos equivocamos, y que ambas cosas pueden ocurrir naturalmente. La excepción es cuando uno obró mal intencionadamente. Si somos capaces de entender que los actos –incluso cuando el resultado no es de nuestro agrado- no tienen por qué llevar obligatoriamente un juicio hecho desde los condicionamientos, bien por parte del ego –que no admite ni reconoce que uno haga algo mal- o bien desde los preceptos religiosos o morales –que son unas normas que han impuesto otros-, nos será más fácil admitir con naturalidad el resultado aunque sea indeseado. En el pueblo donde yo veraneo, cuando algo no sale como uno esperaba se dice “una mata que no ha echao”… pero hay otras matas que sí “han echao” y se compensan. Se come el fruto de las que han producido y se olvidan las que no dieron.
Ante un arrepentimiento por lo hecho conviene que te plantees… ¿puedo hacer algo por solucionarlo?, ¿puedo hablar con los afectados y manifestar mi pesar?, ¿hay algo que pueda reparar?
Ante un arrepentimiento por lo no hecho… pues saca el aprendizaje de que en la próxima situación similar sí te vas a arriesgar y lo vas a hacer.
Te sugiero encarecidamente que cojas unos folios o una libreta, que escribas un encabezado que diga ME ARREPIENTO DE… y que escribas todo lo que venga a tu mente. Sólo lo vas a leer tú, así que no escondas eso que escondes a los demás. Sé sincero. Deja que las culpas salgan de su sepultura, llora un rato si te apetece, no te prives -pero no alargues artificialmente ni el llanto ni la congoja- y después date un abrazo –real o simbólico-, y dedícate unas palabras de comprensión y de amor.
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales- Cantidad de envíos : 1677
Fecha de inscripción : 15/12/2012
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