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CAPÍTULO 39 - CONVERTIR LOS DIÁLOGOS EN LUCHAS (o en monólogos)
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CAPÍTULO 39 - CONVERTIR LOS DIÁLOGOS EN LUCHAS (o en monólogos)
CAPÍTULO 39 - CONVERTIR LOS DIÁLOGOS EN LUCHAS
(o en monólogos)
- LO QUE NO ES APROPIADO -
Este es el capítulo 39 de un total de 200 –que se irán publicando- que forman parte del libro RELACIONES DE PAREJA: TODO LO QUE NO NOS HAN ENSEÑADO Y CONVIENE SABER.
Un diálogo en una relación no debiera ser otra cosa que un intercambio de opiniones, pensamientos, o ideas, teniendo carácter constructivo.
Pero, en muchas ocasiones no se sigue este patrón y lo que comienza como una exposición de una situación deriva hacia una disputa. Y esto hay que evitarlo. Siempre.
La culpa de esta mala costumbre se debe principalmente a resentimientos acumulados y malas experiencias anteriores; ya desde antes de comenzar se intuye que el otro no va a hacer caso, no va a colaborar, y esa frustración predispone al tono en que se desarrollará, o hay tanta rabia acumulada que se aprovecha cualquier momento para hablar también de los granitos de arena que se han convertido en montañas, o porque parece que no está predispuesto a ceder y no va a hacer otra cosa que defender su postura de modo obtuso sin colaborar en la búsqueda de un punto intermedio mediante la negociación. En los casos extremos, sólo por molestar, opinará o dirá exactamente lo contrario.
También se da el caso, en menor medida, de que acabe convirtiéndose en un monólogo, bien porque la otra parte no esté interesada y ni siquiera contesta –lo que exasperará mucho a quien sí tiene interés en el diálogo-, o bien porque ya desde que se inició –y con la excusa de hablar del asunto que sea- no estaba buscando otra cosa que una nueva disputa.
Insisto en que el fin de las conversaciones, que debieran estar presididas por la búsqueda del bien común y debieran ser del todo sinceras, es hacer lo necesario para que el beneficiado principal sea la relación –la relación que han creado entre los dos- por encima de los intereses o beneficios personales de cualquiera de ellos.
Ya desde que se comienza la relación tiene que quedar escrito con tinta imborrable que este es uno de los motivos fundamentales: construir y preservar algo que está por encima de ellos dos como personas individuales, algo que perdure y les sobreviva, que sea una razón y objetivo primordial.
La construcción de la relación trata de crear un sitio en el que uno se encuentre mejor que si estuviera solo. El sitio donde encontrar el apoyo incondicional del otro y la comprensión sin juicio. El refugio inexpugnable donde sentirse seguro y acogido en todas las circunstancias y en los momentos más bajos. El sitio donde poder expresarse en libertad y donde poder manifestar las ilusiones –con la confianza en que el otro colaborará para que se cumplan-, los miedos –con la seguridad de que el otro le acompañará durante su travesía o para expulsarlos-, y las cosas que a uno le hacen feliz –sabiendo de antemano que el otro sentirá la misma felicidad-.
Y no hablo de un sitio utópico ni de una relación utópica, sino del resultado de la suma de la sinceridad, las ganas, el amor y la ilusión de ambos, todo ello encaminado hacia el mismo fin común.
Los altercados acalorados, reiterativos, con tintes impositivos, en los que se vulnera el derecho del otro a manifestarse también, son contraproducentes.
Discutir, por definición, es “examinar atenta y particularmente una materia”, y también es “alegar razones contra el parecer de alguien”, pero discutir, habitualmente, conlleva ponerse en una actitud defensiva –pero defendiéndose con uñas y garras- o en una actitud bravucona y agresiva –en la que la sensación de violencia también está presente-, aderezado con gritos o voces altas que llevan añadidos deseos de intimidación.
Discutir debiera ser una consideración atenta y detenida, ecuánime y distendida, de los pros y los contras del asunto o la situación objeto de ese miramiento, de cara a adoptar la decisión que sea conveniente para ambos. Y no la lucha sin cuartel, el enfrentamiento directo, la irreverencia, o la defensa obstinada y obcecada de una razón que se supone correcta.
El diálogo ha de estar presidido, siempre, por el amor. Lo que sea objeto de la conversación ha de ser para bien mutuo y aceptado por ambos.
Antes de comenzar una conversación en la que se pueden prever desencuentros es mejor estar muy serenos, muy abiertos, amorosos, y proponerse seriamente ser sensatos y participativos.
Y que los diálogos puedan llegar a buen término.
SUGERENCIAS PARA ESTE CASO
- El diálogo ha de ser con ecuanimidad y sin prejuicios.
- No hay que olvidar que el objetivo del diálogo es llegar a acuerdos.
- Es conveniente que el amor esté presente en todo momento.
- Los intereses de ambos como pareja pueden estar –en algunos casos- por encima de los intereses personales.
Francisco de Sales
(Si le interesa ver los capítulos anteriores, están publicados aquí:
http://buscandome.es/index.php/board,89.0.html)
(o en monólogos)
- LO QUE NO ES APROPIADO -
Este es el capítulo 39 de un total de 200 –que se irán publicando- que forman parte del libro RELACIONES DE PAREJA: TODO LO QUE NO NOS HAN ENSEÑADO Y CONVIENE SABER.
Un diálogo en una relación no debiera ser otra cosa que un intercambio de opiniones, pensamientos, o ideas, teniendo carácter constructivo.
Pero, en muchas ocasiones no se sigue este patrón y lo que comienza como una exposición de una situación deriva hacia una disputa. Y esto hay que evitarlo. Siempre.
La culpa de esta mala costumbre se debe principalmente a resentimientos acumulados y malas experiencias anteriores; ya desde antes de comenzar se intuye que el otro no va a hacer caso, no va a colaborar, y esa frustración predispone al tono en que se desarrollará, o hay tanta rabia acumulada que se aprovecha cualquier momento para hablar también de los granitos de arena que se han convertido en montañas, o porque parece que no está predispuesto a ceder y no va a hacer otra cosa que defender su postura de modo obtuso sin colaborar en la búsqueda de un punto intermedio mediante la negociación. En los casos extremos, sólo por molestar, opinará o dirá exactamente lo contrario.
También se da el caso, en menor medida, de que acabe convirtiéndose en un monólogo, bien porque la otra parte no esté interesada y ni siquiera contesta –lo que exasperará mucho a quien sí tiene interés en el diálogo-, o bien porque ya desde que se inició –y con la excusa de hablar del asunto que sea- no estaba buscando otra cosa que una nueva disputa.
Insisto en que el fin de las conversaciones, que debieran estar presididas por la búsqueda del bien común y debieran ser del todo sinceras, es hacer lo necesario para que el beneficiado principal sea la relación –la relación que han creado entre los dos- por encima de los intereses o beneficios personales de cualquiera de ellos.
Ya desde que se comienza la relación tiene que quedar escrito con tinta imborrable que este es uno de los motivos fundamentales: construir y preservar algo que está por encima de ellos dos como personas individuales, algo que perdure y les sobreviva, que sea una razón y objetivo primordial.
La construcción de la relación trata de crear un sitio en el que uno se encuentre mejor que si estuviera solo. El sitio donde encontrar el apoyo incondicional del otro y la comprensión sin juicio. El refugio inexpugnable donde sentirse seguro y acogido en todas las circunstancias y en los momentos más bajos. El sitio donde poder expresarse en libertad y donde poder manifestar las ilusiones –con la confianza en que el otro colaborará para que se cumplan-, los miedos –con la seguridad de que el otro le acompañará durante su travesía o para expulsarlos-, y las cosas que a uno le hacen feliz –sabiendo de antemano que el otro sentirá la misma felicidad-.
Y no hablo de un sitio utópico ni de una relación utópica, sino del resultado de la suma de la sinceridad, las ganas, el amor y la ilusión de ambos, todo ello encaminado hacia el mismo fin común.
Los altercados acalorados, reiterativos, con tintes impositivos, en los que se vulnera el derecho del otro a manifestarse también, son contraproducentes.
Discutir, por definición, es “examinar atenta y particularmente una materia”, y también es “alegar razones contra el parecer de alguien”, pero discutir, habitualmente, conlleva ponerse en una actitud defensiva –pero defendiéndose con uñas y garras- o en una actitud bravucona y agresiva –en la que la sensación de violencia también está presente-, aderezado con gritos o voces altas que llevan añadidos deseos de intimidación.
Discutir debiera ser una consideración atenta y detenida, ecuánime y distendida, de los pros y los contras del asunto o la situación objeto de ese miramiento, de cara a adoptar la decisión que sea conveniente para ambos. Y no la lucha sin cuartel, el enfrentamiento directo, la irreverencia, o la defensa obstinada y obcecada de una razón que se supone correcta.
El diálogo ha de estar presidido, siempre, por el amor. Lo que sea objeto de la conversación ha de ser para bien mutuo y aceptado por ambos.
Antes de comenzar una conversación en la que se pueden prever desencuentros es mejor estar muy serenos, muy abiertos, amorosos, y proponerse seriamente ser sensatos y participativos.
Y que los diálogos puedan llegar a buen término.
SUGERENCIAS PARA ESTE CASO
- El diálogo ha de ser con ecuanimidad y sin prejuicios.
- No hay que olvidar que el objetivo del diálogo es llegar a acuerdos.
- Es conveniente que el amor esté presente en todo momento.
- Los intereses de ambos como pareja pueden estar –en algunos casos- por encima de los intereses personales.
Francisco de Sales
(Si le interesa ver los capítulos anteriores, están publicados aquí:
http://buscandome.es/index.php/board,89.0.html)
Francisco de Sales- Cantidad de envíos : 1674
Fecha de inscripción : 15/12/2012
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