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CAPÍTULO 10 - LA RELACIÓN
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CAPÍTULO 10 - LA RELACIÓN
CAPÍTULO 10 - LA RELACIÓN
Este es el capítulo 10 de un total de 200 –que se irán publicando- que forman parte del libro RELACIONES DE PAREJA: TODO LO QUE NO NOS HAN ENSEÑADO Y CONVIENE SABER.
Cada una de las personas que formalizan una relación espera una cosa distinta de ella.
Parece que hay coincidencias en lo que ambos esperan, pero en realidad sólo hay coincidencia en el nombre que se le da a lo que esperan. Quien espera encontrar en ella amor, por ejemplo, no espera la misma cantidad o el mismo tipo de amor que espera otro. Pasa igual con la felicidad, con la armonía, la entrega, la aportación, las ilusiones, etc.
Hay quien deja desbordar su fantasía con la ilusión de lo que va a ser, quizás por la influencia perjudicial de demasiadas películas románticas y muchas novelas rosas o sueños juveniles que no pueden ir más allá del sueño ni salirse de él, o por esperanzas exageradas o porque esperan recibir todo el amor que no son capaces de darse a sí mismas.
La relación hay que tomársela con calma. Con mucha calma. Esto es muy importante. Puede durar todo el resto de la vida y, sin ninguna duda, de ella va a depender –o va a verse influenciada en gran medida- la propia felicidad o infelicidad; tener hijos diferentes –según sea el padre o la madre que se escoja-, o no tenerlos; vivir en una ciudad o en otra; tener un trabajo en otro sitio, unos amigos distintos… en fin: otra vida diferente.
Por eso es tan importante llevar el proceso del noviazgo del modo adecuado, sin saltarse ni obviar los pasos, y sin engañarse. Sobre todo, sin engañar ni engañarse.
Cada uno decidirá lo que prefiere, pero conviene ser muy realista, y ver que es un proyecto no sólo a corto plazo, sino también a medio y largo plazo.
Ambos desean que les aporte desde el principio cosas buenas –por eso cada uno deja a su familia y se va con la otra persona-, pero también hay que pensar en qué van a hacer para que dentro de unos años, o dentro de muchos años, les queden cosas en común e ilusiones que compartir para entonces. Y si disponen de un amor lo suficientemente amplio y sólido que pueda mantenerse hasta entonces y, preferiblemente, incrementarse.
Para ello hay que ir con precaución, sin llevar ni una sola expectativa basada simplemente en la ilusión –las ilusiones también pueden causar desilusiones- y es necesario que las expectativas tengan casi todas las posibilidades de convertirse en realidad porque, si no es así, el futuro puede ser un cúmulo de desdichas y frustraciones.
Es mejor no idealizar excesivamente la relación. Es mejor no fantasear irresponsablemente con este asunto y ser absolutamente realista. Y tener muy claro que no va a ser todo el tiempo de convivencia como en una selección de las mejores imágenes románticas de las películas más apasionadas, ni un compendio de los mejores pasajes novelescos sentimentales que se han escrito jamás.
Habrá de todo porque en todas las relaciones hay de todo: bueno y menos bueno. Eso sí, en diferentes porcentajes según sea cada pareja.
Es más sensato, y tiene más posibilidades de convertirse en realidad, cuando lo que se espera es una convivencia agradable, mutuamente enriquecedora en lo personal, con muchos instantes y detalles de amor –mientras más, mejor- y que aporte muchos hermosos momentos.
Es mejor desmitificar la relación, des-idealizarla, ponerla en su sitio auténtico, verla con los ojos de la realidad, aceptar que puede proporcionar algunos momentos que no van a ser agradables –porque realmente va a ser así- y estar preparado por si es así ayuda mucho a que funcione y, sobre todo, evita la condena pronta al fracaso.
He tratado o conocido personalmente a cientos de personas emparejadas, de todas las edades y niveles sociales, y no he llegado a conocer ni una sola relación en la que ambos estén satisfechos totalmente y en todos los aspectos. No conozco la pareja perfecta que merezca un diez. Sí conozco las de ocho o nueve que saben que esa es la mejor nota realista en una relación. Y sí conozco parejas que conviven bien. Sin más. Y con ello se sienten más que satisfechos.
Cualquier persona puede llegar a esta misma conclusión aplicando toda la sinceridad, desmenuzando todas las parejas que conoce, hurgando en su interior (adelanto que a otros no les va tan bien como parece visto desde fuera), viendo más allá de lo que muestran al exterior, y acabarán teniendo una opinión similar a la escrita.
¿Es esta una visión pesimista de las relaciones? No. Es del todo realista. Y es mejor aceptarlo y verlo de este modo.
No hay que olvidar que, aunque suene muy raro y no se quiera reconocer -porque se disfraza de amor desinteresado-, en las relaciones hay egoísmo encubierto. Quien deja su familia y su vida en solitario es porque piensa que con la otra persona va a estar mejor. Así de claro.
Nadie va voluntariamente a una relación sabiendo que va a estar mal, o que va a estar peor de lo que está en solitario, excepto que una desesperada situación personal haga que ésta sea la menos mala de las posibilidades. Cada uno tendrá sus razones, entre las que está la relación por intereses, pero en ese caso ya no es una relación sentimental sino comercial o de intereses.
De todo lo anteriormente expuesto se desprende que hay que tener claro que se van a atravesar muchas situaciones distintas, que habrá vaivenes o altibajos, que la convivencia es muy larga y complicada en algunos momentos, que algunas ilusiones no llegarán a cumplirse… y también habrá, por supuesto, cosas muy bonitas y muy positivas.
La duración y la calidad de una relación van a depender de la capacidad de ambos para salvaguardarla, evitando las cosas que pueden afectarla como, por ejemplo, las discusiones que surgen sin una razón contundente y que se gestionan mal, porque desgastan a los dos y a la propia relación. Si existe una actitud comprensiva y razonadora entre ambos, pueden evitar el conflicto y dejarlo, tal como tiene que ser, en una exposición de opiniones o puntos de vista distintos con la intención de encontrar un acuerdo.
Es de vital importancia que ambos tengan claro que el objetivo de su relación es beneficiarse ambos de cuanto les pueda aportar la convivencia y evitar todo aquello que la obstruya o la deteriore.
No hay que olvidar que el casamiento –como tal- durante siglos ha sido un fiasco en la mayoría de casos, ya que la mujer ha soportado una serie de estereotipos e imposiciones –que nadie sabe quién ha instaurado pero se han respetado al pie de la letra- porque había un papel predestinado para ella, y si no lo cumplía su vida se convertía automáticamente en un fracaso. Si la mujer no se casaba (antes no estaba bien visto eso de emparejarse sin pasar por la vicaría) o no tenía hijos, se consideraba que ella y su vida eran un fracaso.
Ahora, afortunadamente, el papel de la mujer es primordial en la vida en general y es preponderante en la relación; su aportación está, sin duda, por encima de la del hombre en este terreno. Es ella quien pone la mayor parte del esfuerzo para que las relaciones sean lo más parecido a lo que tienen que ser. (En el caso de parejas del mismo sexo, es quien ocupa el papel pasivo o femenino quien hace la misma función que la mujer).
¿Y si no va bien la relación?
Es evidente que cuando se comienza una relación es con la intención de hacerla perdurable y con una certeza cercana al cien por cien de que va a funcionar, pero… ¿y si no va bien?
Es una posibilidad, con probabilidades estadísticas, y estará bien estar mentalizado de que puede llegar a suceder aunque no se desee y no se quiera pensar en ello. Hay que preparar la mente y la comprensión para recoger, si es preciso, todos los trozos del corazón roto y ser capaz de recomponerlo después.
Si se rompe la relación cada uno se quedará consigo mismo, aunque tal vez un poco destrozado –o mucho, dependiendo de cuál haya sido el motivo y de cómo haya sucedido-, y está bien tener preparado un botiquín de curas en el que se habrá metido mucho Amor Propio, toda la Autoestima que se tenga, ánimos y optimismo, familiares y amigos que puedan apoyar –ya que se va a necesitar mucho apoyo incondicional-, razones consistentes para seguir adelante, y la misma ilusión –pero renovada- que se utilizó para poner en marcha la relación. Conviene también tener preparadas y al día la fe y la fuerza.
Después de la ruptura llegará el extrañamiento, el hueco que quede será notable, y habrá que estar preparado para poder seguir sin el otro –incluso mejor sin el otro en muchos casos- ya que es uno mismo el principal motivo de su propia vida, y no el otro.
Y ya sólo quedará ir poniendo un poco de orden en los sentimientos, asumir el nuevo estado con calma y con optimismo, y no quedarse enganchado ni al pasado ni a los remordimientos.
Francisco de Sales
(Si le interesa ver los capítulos anteriores, están publicados aquí:
http://buscandome.es/index.php/board,89.0.html)
Este es el capítulo 10 de un total de 200 –que se irán publicando- que forman parte del libro RELACIONES DE PAREJA: TODO LO QUE NO NOS HAN ENSEÑADO Y CONVIENE SABER.
Cada una de las personas que formalizan una relación espera una cosa distinta de ella.
Parece que hay coincidencias en lo que ambos esperan, pero en realidad sólo hay coincidencia en el nombre que se le da a lo que esperan. Quien espera encontrar en ella amor, por ejemplo, no espera la misma cantidad o el mismo tipo de amor que espera otro. Pasa igual con la felicidad, con la armonía, la entrega, la aportación, las ilusiones, etc.
Hay quien deja desbordar su fantasía con la ilusión de lo que va a ser, quizás por la influencia perjudicial de demasiadas películas románticas y muchas novelas rosas o sueños juveniles que no pueden ir más allá del sueño ni salirse de él, o por esperanzas exageradas o porque esperan recibir todo el amor que no son capaces de darse a sí mismas.
La relación hay que tomársela con calma. Con mucha calma. Esto es muy importante. Puede durar todo el resto de la vida y, sin ninguna duda, de ella va a depender –o va a verse influenciada en gran medida- la propia felicidad o infelicidad; tener hijos diferentes –según sea el padre o la madre que se escoja-, o no tenerlos; vivir en una ciudad o en otra; tener un trabajo en otro sitio, unos amigos distintos… en fin: otra vida diferente.
Por eso es tan importante llevar el proceso del noviazgo del modo adecuado, sin saltarse ni obviar los pasos, y sin engañarse. Sobre todo, sin engañar ni engañarse.
Cada uno decidirá lo que prefiere, pero conviene ser muy realista, y ver que es un proyecto no sólo a corto plazo, sino también a medio y largo plazo.
Ambos desean que les aporte desde el principio cosas buenas –por eso cada uno deja a su familia y se va con la otra persona-, pero también hay que pensar en qué van a hacer para que dentro de unos años, o dentro de muchos años, les queden cosas en común e ilusiones que compartir para entonces. Y si disponen de un amor lo suficientemente amplio y sólido que pueda mantenerse hasta entonces y, preferiblemente, incrementarse.
Para ello hay que ir con precaución, sin llevar ni una sola expectativa basada simplemente en la ilusión –las ilusiones también pueden causar desilusiones- y es necesario que las expectativas tengan casi todas las posibilidades de convertirse en realidad porque, si no es así, el futuro puede ser un cúmulo de desdichas y frustraciones.
Es mejor no idealizar excesivamente la relación. Es mejor no fantasear irresponsablemente con este asunto y ser absolutamente realista. Y tener muy claro que no va a ser todo el tiempo de convivencia como en una selección de las mejores imágenes románticas de las películas más apasionadas, ni un compendio de los mejores pasajes novelescos sentimentales que se han escrito jamás.
Habrá de todo porque en todas las relaciones hay de todo: bueno y menos bueno. Eso sí, en diferentes porcentajes según sea cada pareja.
Es más sensato, y tiene más posibilidades de convertirse en realidad, cuando lo que se espera es una convivencia agradable, mutuamente enriquecedora en lo personal, con muchos instantes y detalles de amor –mientras más, mejor- y que aporte muchos hermosos momentos.
Es mejor desmitificar la relación, des-idealizarla, ponerla en su sitio auténtico, verla con los ojos de la realidad, aceptar que puede proporcionar algunos momentos que no van a ser agradables –porque realmente va a ser así- y estar preparado por si es así ayuda mucho a que funcione y, sobre todo, evita la condena pronta al fracaso.
He tratado o conocido personalmente a cientos de personas emparejadas, de todas las edades y niveles sociales, y no he llegado a conocer ni una sola relación en la que ambos estén satisfechos totalmente y en todos los aspectos. No conozco la pareja perfecta que merezca un diez. Sí conozco las de ocho o nueve que saben que esa es la mejor nota realista en una relación. Y sí conozco parejas que conviven bien. Sin más. Y con ello se sienten más que satisfechos.
Cualquier persona puede llegar a esta misma conclusión aplicando toda la sinceridad, desmenuzando todas las parejas que conoce, hurgando en su interior (adelanto que a otros no les va tan bien como parece visto desde fuera), viendo más allá de lo que muestran al exterior, y acabarán teniendo una opinión similar a la escrita.
¿Es esta una visión pesimista de las relaciones? No. Es del todo realista. Y es mejor aceptarlo y verlo de este modo.
No hay que olvidar que, aunque suene muy raro y no se quiera reconocer -porque se disfraza de amor desinteresado-, en las relaciones hay egoísmo encubierto. Quien deja su familia y su vida en solitario es porque piensa que con la otra persona va a estar mejor. Así de claro.
Nadie va voluntariamente a una relación sabiendo que va a estar mal, o que va a estar peor de lo que está en solitario, excepto que una desesperada situación personal haga que ésta sea la menos mala de las posibilidades. Cada uno tendrá sus razones, entre las que está la relación por intereses, pero en ese caso ya no es una relación sentimental sino comercial o de intereses.
De todo lo anteriormente expuesto se desprende que hay que tener claro que se van a atravesar muchas situaciones distintas, que habrá vaivenes o altibajos, que la convivencia es muy larga y complicada en algunos momentos, que algunas ilusiones no llegarán a cumplirse… y también habrá, por supuesto, cosas muy bonitas y muy positivas.
La duración y la calidad de una relación van a depender de la capacidad de ambos para salvaguardarla, evitando las cosas que pueden afectarla como, por ejemplo, las discusiones que surgen sin una razón contundente y que se gestionan mal, porque desgastan a los dos y a la propia relación. Si existe una actitud comprensiva y razonadora entre ambos, pueden evitar el conflicto y dejarlo, tal como tiene que ser, en una exposición de opiniones o puntos de vista distintos con la intención de encontrar un acuerdo.
Es de vital importancia que ambos tengan claro que el objetivo de su relación es beneficiarse ambos de cuanto les pueda aportar la convivencia y evitar todo aquello que la obstruya o la deteriore.
No hay que olvidar que el casamiento –como tal- durante siglos ha sido un fiasco en la mayoría de casos, ya que la mujer ha soportado una serie de estereotipos e imposiciones –que nadie sabe quién ha instaurado pero se han respetado al pie de la letra- porque había un papel predestinado para ella, y si no lo cumplía su vida se convertía automáticamente en un fracaso. Si la mujer no se casaba (antes no estaba bien visto eso de emparejarse sin pasar por la vicaría) o no tenía hijos, se consideraba que ella y su vida eran un fracaso.
Ahora, afortunadamente, el papel de la mujer es primordial en la vida en general y es preponderante en la relación; su aportación está, sin duda, por encima de la del hombre en este terreno. Es ella quien pone la mayor parte del esfuerzo para que las relaciones sean lo más parecido a lo que tienen que ser. (En el caso de parejas del mismo sexo, es quien ocupa el papel pasivo o femenino quien hace la misma función que la mujer).
¿Y si no va bien la relación?
Es evidente que cuando se comienza una relación es con la intención de hacerla perdurable y con una certeza cercana al cien por cien de que va a funcionar, pero… ¿y si no va bien?
Es una posibilidad, con probabilidades estadísticas, y estará bien estar mentalizado de que puede llegar a suceder aunque no se desee y no se quiera pensar en ello. Hay que preparar la mente y la comprensión para recoger, si es preciso, todos los trozos del corazón roto y ser capaz de recomponerlo después.
Si se rompe la relación cada uno se quedará consigo mismo, aunque tal vez un poco destrozado –o mucho, dependiendo de cuál haya sido el motivo y de cómo haya sucedido-, y está bien tener preparado un botiquín de curas en el que se habrá metido mucho Amor Propio, toda la Autoestima que se tenga, ánimos y optimismo, familiares y amigos que puedan apoyar –ya que se va a necesitar mucho apoyo incondicional-, razones consistentes para seguir adelante, y la misma ilusión –pero renovada- que se utilizó para poner en marcha la relación. Conviene también tener preparadas y al día la fe y la fuerza.
Después de la ruptura llegará el extrañamiento, el hueco que quede será notable, y habrá que estar preparado para poder seguir sin el otro –incluso mejor sin el otro en muchos casos- ya que es uno mismo el principal motivo de su propia vida, y no el otro.
Y ya sólo quedará ir poniendo un poco de orden en los sentimientos, asumir el nuevo estado con calma y con optimismo, y no quedarse enganchado ni al pasado ni a los remordimientos.
Francisco de Sales
(Si le interesa ver los capítulos anteriores, están publicados aquí:
http://buscandome.es/index.php/board,89.0.html)
Francisco de Sales- Cantidad de envíos : 1696
Fecha de inscripción : 15/12/2012
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