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DEJARSE LLEVAR CON ALEGRÍA
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DEJARSE LLEVAR CON ALEGRÍA
DEJARSE LLEVAR CON ALEGRÍA
“En el río de la vida no se puede nadar contracorriente: él nos lleva; el éxito consiste en dejarse llevar con alegría”.
(Antonio Gala)
En mi opinión, una de las cosas más difíciles de aprender en esta vida es saber distinguir cuándo hay quedarse quieto y soportar lo que venga, con estoicismo, con fe, con una seguridad inexplicable en que eso es lo que hay que hacer, sin oposición ni frustración, sin rabia ni reclamaciones, casi en paz, y cuándo hay que coger el gobierno de la vida, tomar decisiones, fáciles o duras, romper, cortar, alejarse, olvidar, o hacer, siendo conscientes de que una nueva etapa acaba de comenzar.
Soporto como puedo, como casi todos soportamos, esa tremenda duda de difícil respuesta ante algunas cosas que suceden en la vida, en la que uno no sabe qué es lo que tiene que hacer.
En el interior, una voz dice que es una lección que está aportando la vida y que hay que esperar hasta el final para entenderla, mientras que otra voz, más trémula y asustada, propone una huída de esa misma experiencia hacia otro lugar más tranquilo, al mismo tiempo que otra voz trata de sobreponerse a las anteriores diciendo con voz de santo enfebrecido que hay que tener fe, mientras que la voz de la esperanza –tan esperanzadora ella- trata de aportar el ánimo que en ese momento se encuentra en paradero desconocido.
¿Qué es lo que tengo que hacer?, se pregunta cada uno.
Y las respuestas no se presentan. Esas respuestas que en otras circunstancias –sobre todo cuando esas mismas circunstancias son de otra persona- son tan claras, tan inmediatas, tan contundentes, ahora son un caos que sólo aporta más confusión a la confusión reinante.
Una vez escribí un artículo titulado “Colaborar con lo inevitable”, en el que proponía darse cuenta de “lo inevitable” –en realidad, de lo que es conveniente no evitar- y entonces dejar de oponerse, dejar el enfado o la incomprensión a un lado, y acompañarse como observador durante la experiencia, prestándose atención, pero no desde el enojo que impediría discernir con claridad, sino desde el papel de aprendiz.
Parece ser que algunas experiencias son inevitables, porque el destino –si es que existe- opina que son necesarias o son buenas para nosotros. Otros lo llaman karma.
Otras experiencias, en cambio -y la dificultad está en saber distinguirlas- son fruto de nuestra desatención o negligencia, de nuestros desatinos, de nuestra inconsciencia o pereza, de las decisiones que no tomamos cuando debíamos tomarlas, o de los errores. En fin, culpa nuestra.
Lo único que hay de cierto es que uno está en esa situación –independientemente de qué o quién haya propiciado eso- y que uno tiene que salir de ella cuando sea el momento oportuno.
¿Y cuándo es el momento oportuno?
Es conveniente que yo no escriba aquí una lista del estilo de “Las 10 cosas que tienes que hacer en caso de…”, ni que generalice respuestas que luego cada uno, inevitablemente, va a tratar de personalizar. Porque no todo vale para todos.
Lo que sí puedo hacer es opinar sobre actitudes posibles ante esos momentos complicados. Y lo voy a hacer.
La primera es cargarse de amor. Si es amor propio –amor a sí mismo- es mejor que si el amor es ajeno, aunque nunca es mal venido el amor ajeno y la solidaridad y la comprensión de los otros. Es delicado aceptar los consejos de los otros, que si bien pueden ser fruto de su mejor voluntad, puede que no sean del todo atinados. Cada uno tiene que decidir sobre sus experiencias personales.
La segunda actitud conveniente es tener paciencia. Pero no quiero decir paciencia del estilo de “No hagas hoy lo que puedas hacer mañana”, sino paciencia con uno mismo y con las cosas que le van sucediendo en la vida y con los resultados que se produzcan. Uno no es Dios, ni siquiera omnisapiente. Paciencia, porque una y otra vez uno se equivocará –por lo menos aparentemente-, y es el único modo de aprender del que disponemos ya que no nos ilustraron.
La tercera actitud, afinar la capacidad de aprendizaje, para no repetir una y otra y otra y otra vez lo mismo cuando eso mismo está errado. Aprender con amor, con perseverancia, con cuidado y dulzura, con serenidad.
La cuarta actitud, que nos puede ayudar es prestar atención a la intuición, esa sabiduría arcaica de la que disponemos. Escucharnos dentro, pero escucharnos de verdad, nos puede aportar el discernimiento que nos haga distinguir cuándo es apropiado oponerse y cuándo lo adecuado es dejarse llevar con alegría.
Y por fin, la aceptación. Aceptación de todo: de uno mismo y del Uno Mismo, sin condiciones; de las circunstancias en las que nos encontremos, sean las que sean y se deban a quien se deban, con la voluntad de seguir siempre adelante, al ritmo que sea, pero incansablemente, sin rendición.
Y procurar saber cuándo hay que dejar de pelear, cuando hay que relajarse, cuándo dejarse flotar en el río de la vida, disfrutando en la medida de lo posible y con los ojos cerrados de ese dejarse llevar con alegría, y recomponiéndose y acumulando fuerzas para cuando sea el momento de volver a nadar.
Como has podido comprobar, desconozco si hay una fórmula exacta que nos permita saber lo que hay que hacer en cada momento. Tampoco sé si existe. Creo que todos llevamos esto de la mejor manera posible, procurando no desesperarnos, rezando o rogando luz, dando muchas vueltas a los asuntos y tal vez enredándonos más por ello.
Pero, siempre, sobre todo, por encima de cualquier otra cosa, que quede el respeto a uno mismo, que se proteja la dignidad personal, y que uno se preserve, se ponga a salvo de lo que pase, y no acabe siendo su propia víctima.
La vida es acertar y equivocarse, probar, dudar, sentir, enojarse, reír… así es la vida, y así hay que vivirla. Sin drama, sin rencor, sin maldad…tal vez seamos eternos aprendices y en eso estamos.
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales
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“En el río de la vida no se puede nadar contracorriente: él nos lleva; el éxito consiste en dejarse llevar con alegría”.
(Antonio Gala)
En mi opinión, una de las cosas más difíciles de aprender en esta vida es saber distinguir cuándo hay quedarse quieto y soportar lo que venga, con estoicismo, con fe, con una seguridad inexplicable en que eso es lo que hay que hacer, sin oposición ni frustración, sin rabia ni reclamaciones, casi en paz, y cuándo hay que coger el gobierno de la vida, tomar decisiones, fáciles o duras, romper, cortar, alejarse, olvidar, o hacer, siendo conscientes de que una nueva etapa acaba de comenzar.
Soporto como puedo, como casi todos soportamos, esa tremenda duda de difícil respuesta ante algunas cosas que suceden en la vida, en la que uno no sabe qué es lo que tiene que hacer.
En el interior, una voz dice que es una lección que está aportando la vida y que hay que esperar hasta el final para entenderla, mientras que otra voz, más trémula y asustada, propone una huída de esa misma experiencia hacia otro lugar más tranquilo, al mismo tiempo que otra voz trata de sobreponerse a las anteriores diciendo con voz de santo enfebrecido que hay que tener fe, mientras que la voz de la esperanza –tan esperanzadora ella- trata de aportar el ánimo que en ese momento se encuentra en paradero desconocido.
¿Qué es lo que tengo que hacer?, se pregunta cada uno.
Y las respuestas no se presentan. Esas respuestas que en otras circunstancias –sobre todo cuando esas mismas circunstancias son de otra persona- son tan claras, tan inmediatas, tan contundentes, ahora son un caos que sólo aporta más confusión a la confusión reinante.
Una vez escribí un artículo titulado “Colaborar con lo inevitable”, en el que proponía darse cuenta de “lo inevitable” –en realidad, de lo que es conveniente no evitar- y entonces dejar de oponerse, dejar el enfado o la incomprensión a un lado, y acompañarse como observador durante la experiencia, prestándose atención, pero no desde el enojo que impediría discernir con claridad, sino desde el papel de aprendiz.
Parece ser que algunas experiencias son inevitables, porque el destino –si es que existe- opina que son necesarias o son buenas para nosotros. Otros lo llaman karma.
Otras experiencias, en cambio -y la dificultad está en saber distinguirlas- son fruto de nuestra desatención o negligencia, de nuestros desatinos, de nuestra inconsciencia o pereza, de las decisiones que no tomamos cuando debíamos tomarlas, o de los errores. En fin, culpa nuestra.
Lo único que hay de cierto es que uno está en esa situación –independientemente de qué o quién haya propiciado eso- y que uno tiene que salir de ella cuando sea el momento oportuno.
¿Y cuándo es el momento oportuno?
Es conveniente que yo no escriba aquí una lista del estilo de “Las 10 cosas que tienes que hacer en caso de…”, ni que generalice respuestas que luego cada uno, inevitablemente, va a tratar de personalizar. Porque no todo vale para todos.
Lo que sí puedo hacer es opinar sobre actitudes posibles ante esos momentos complicados. Y lo voy a hacer.
La primera es cargarse de amor. Si es amor propio –amor a sí mismo- es mejor que si el amor es ajeno, aunque nunca es mal venido el amor ajeno y la solidaridad y la comprensión de los otros. Es delicado aceptar los consejos de los otros, que si bien pueden ser fruto de su mejor voluntad, puede que no sean del todo atinados. Cada uno tiene que decidir sobre sus experiencias personales.
La segunda actitud conveniente es tener paciencia. Pero no quiero decir paciencia del estilo de “No hagas hoy lo que puedas hacer mañana”, sino paciencia con uno mismo y con las cosas que le van sucediendo en la vida y con los resultados que se produzcan. Uno no es Dios, ni siquiera omnisapiente. Paciencia, porque una y otra vez uno se equivocará –por lo menos aparentemente-, y es el único modo de aprender del que disponemos ya que no nos ilustraron.
La tercera actitud, afinar la capacidad de aprendizaje, para no repetir una y otra y otra y otra vez lo mismo cuando eso mismo está errado. Aprender con amor, con perseverancia, con cuidado y dulzura, con serenidad.
La cuarta actitud, que nos puede ayudar es prestar atención a la intuición, esa sabiduría arcaica de la que disponemos. Escucharnos dentro, pero escucharnos de verdad, nos puede aportar el discernimiento que nos haga distinguir cuándo es apropiado oponerse y cuándo lo adecuado es dejarse llevar con alegría.
Y por fin, la aceptación. Aceptación de todo: de uno mismo y del Uno Mismo, sin condiciones; de las circunstancias en las que nos encontremos, sean las que sean y se deban a quien se deban, con la voluntad de seguir siempre adelante, al ritmo que sea, pero incansablemente, sin rendición.
Y procurar saber cuándo hay que dejar de pelear, cuando hay que relajarse, cuándo dejarse flotar en el río de la vida, disfrutando en la medida de lo posible y con los ojos cerrados de ese dejarse llevar con alegría, y recomponiéndose y acumulando fuerzas para cuando sea el momento de volver a nadar.
Como has podido comprobar, desconozco si hay una fórmula exacta que nos permita saber lo que hay que hacer en cada momento. Tampoco sé si existe. Creo que todos llevamos esto de la mejor manera posible, procurando no desesperarnos, rezando o rogando luz, dando muchas vueltas a los asuntos y tal vez enredándonos más por ello.
Pero, siempre, sobre todo, por encima de cualquier otra cosa, que quede el respeto a uno mismo, que se proteja la dignidad personal, y que uno se preserve, se ponga a salvo de lo que pase, y no acabe siendo su propia víctima.
La vida es acertar y equivocarse, probar, dudar, sentir, enojarse, reír… así es la vida, y así hay que vivirla. Sin drama, sin rencor, sin maldad…tal vez seamos eternos aprendices y en eso estamos.
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales
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Francisco de Sales- Cantidad de envíos : 1696
Fecha de inscripción : 15/12/2012
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