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QUIEN ES INFELIZ ES PORQUE QUIERE
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QUIEN ES INFELIZ ES PORQUE QUIERE
QUIEN ES INFELIZ ES PORQUE QUIERE
Reconozco que he buscado expresamente un título llamativo, paradójico, increíble, impactante, sorprendente, e impresionante.
Es un atentado en contra de lo que todos tenemos aceptado: que nadie es tan tonto como para ser infeliz por voluntad propia, y que si uno es infeliz es:
Porque la vida es muy dura.
Porque todo es muy complicado.
Porque los otros siempre tienen la culpa.
Porque no suceden las cosas como a uno le gustaría.
Porque no se cumplen los sueños.
Porque… (y los siguientes cien “porque…” los pones tú)
Empecemos por esto: IN-FELIZ, que no es feliz. La raíz “IN” indica negación o privación. Pero es que la gente, en general y de continuo, no es feliz. Se es feliz a ratos.
La felicidad no es un estado natural en el Ser Humano, sino que es un estado excepcional –aunque tratemos de que se repita lo más a menudo posible-, y por lo tanto no se puede dejar de ser lo que no se es. Y comprender esto permite ver la vida de otro modo al salirse del pesimismo de la infelicidad. (Comprender no es solamente “entender”, sino “incluir en sí algo”. Comprenderlo es hacerlo propio, hacer que forme parte de uno, no sólo como comprensión intelectual, sino como integración en Uno Mismo).
La razón principal de la infelicidad es la no aceptación de la realidad. Si uno fuera capaz de aceptar la realidad –que, cuando no es agradable tendemos a calificar inmediatamente como infeliz-, admitiéndola tal y como es, sin ponerle adjetivos ni culpabilizarla, no existiría el enfrentamiento entre lo que es y lo que uno quisiera que fuera, y no se produciría por tanto la desazón que precede al sentimiento de infelicidad.
Cuando uno se siente infeliz, la vida adquiere de golpe un signo dramático, entra en un estado en el que ánimo está ausente por hospitalización depresiva, todo se colorea de negro, el presente y el futuro se vuelven sombríos y catastróficos, uno se siente dejado de la mano de Dios, y se le presentan todos los fantasmas del pasado.
Y todo eso, que es inútil y contraproducente, es porque uno se empeña en la absurda tarea de negar la realidad y aceptar lo que es y lo que hay: lo innegable.
Sí, ya lo sé. Cuando uno está inmerso en el sentimiento de infelicidad –que no es más que un estado temporal de ánimo Y NADA MÁS-, no está para teorías y reflexiones. Prefiere estar abatido dando alimentando al masoquista. “Es de humanos”, dirá alguien. Sí, ya lo sé. Pero no es obligatorio seguir así y no es bueno convertirlo en una excusa que intente justificar lo injustificable.
Estado del ánimo en el cual se nos presenta como posible lo que deseamos.
De un modo consciente, o inconscientemente, nos vamos marcando unos propósitos para la vida, unos objetivos (que en muchas ocasiones son fantasiosos, utópicos, o directamente irrealizables); nos hacemos ilusiones (ILUSIÓN: Concepto, imagen o representación SIN VERDADERA REALIDAD, sugeridos por la IMAGINACIÓN o causado por ENGAÑO de los sentidos. ESPERANZA cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo); deseamos llegar a ser “X” o a tener “X”, ponemos demasiadas esperanzas que son solamente esperanzas y además no hacemos el esfuerzo necesario para convertirlas en realidad (ESPERANZA: Estado del ánimo en el cual se nos presenta como POSIBLE lo que deseamos –pero solamente posible, no seguro y garantizado. ESPERANZA: Esperar, CON POCO FUNDAMENTO, que se conseguirá lo deseado o pretendido)
Como se puede comprobar, lo que prevemos que nos puede y debe aportar la felicidad se basa en probabilidades, deseos, engaños, esperanzas, ilusiones… o sea, poca realidad.
Lo juicioso es hacer un plan de vida sensato, realizable, y aportar el esfuerzo y la atención necesarios para su realización, y, sobre todo, no basar la felicidad en la consecución de ello mientras que, por el contrario, sí se condena a la infelicidad en el caso de no conseguirlo.
Hay que darse cuenta de que la infelicidad no es otra cosa que un estado –desagradable- con el que nos castigamos por no haber logrado los objetivos. Y es injusto, negativo, y desproporcionado.
Hay que desdramatizar la vida. Nada que hagamos o que no logremos está por encima de Uno Mismo. Las cosas pasan y Uno permanece. Las cosas son lo externo, lo ajeno, y Uno Es y está siempre. Uno es la mejor inversión, el único que no abandona a Uno. El motivo de la vida y quien le da sentido.
Hay que aceptar y comprender que no siempre se gana, que las cosas no siempre obedecen a nuestros deseos. Hay que tener tolerancia a la frustración y entenderla como algo que en muchas ocasiones es inevitable porque no siempre los resultados dependen de uno. Hay que comprender que la vida no siempre es ganar. Y que muchas veces calificamos como infelicidad a lo que es una gran lección.
Porque, además, la infelicidad no es perpetua –salvo que uno se obstine con firmeza en hacer que así sea, en cuyo caso es mejor pedir ya cita con el psicólogo-, por tanto hay que ser capaz de verla con un cierto desapego, siendo consciente de que va a desaparecer antes o después, y que mientras dure está bien observar, observarla, y observarse, darse cuenta, ver quién es el afectado real por el estado –y si es un asunto del ego, que es casi seguro que así sea, no darle tanta importancia y no permitirle que se regodee en el estado-; cómo son de realistas los objetivos que al no cumplirse nos entregan a cambio la maldición de la infelicidad y, ya puestos, ver también con claridad que la infelicidad no existe, que lo que existe es un estado artificial que pueden diluir entre la mente y el corazón si trabajan en equipo.
Mira esto. “Me siento infeliz”. Puede que no te sientas feliz, pero el que no te sientas feliz no te obliga a sentirte infeliz. Te queda la opción neutral de no encontrarte en ninguno de los dos estados, que es como estamos la mayoría de la gente durante el noventa y cinco por ciento de nuestra vida. Porque, si no estar feliz es estar infeliz, eso quiere decir que el noventa y cinco por ciento del tiempo, todos los días, estamos infelices.
Al margen de que la utilización adecuado de los verbos SER –que se refiere a un estado intrínseco y continuo- y ESTAR –que se refiere a un estado temporal- cambiaría mucho cómo se siente la realidad. El que uno esté triste en un momento dado no quiere decir que la persona sea triste. No es, está. No lo es siempre, está así en este momento.
Conviene entender esto para no condenarse a la calificación y clasificación como persona infeliz por el hecho de sentirse así en un momento dado.
Estos son algunos casos típicos que nos proveen de infelicidad:
HACERNOS LA VIDA MÁS COMPLICADA DE LO QUE REALMENTE ES
Queremos vivir en paz y felices, pero provocamos situaciones que nos condenan a la inestabilidad y la infelicidad. Hay que desdramatizar la vida. A la vida se viene para vivirla, no para sufrirla. Es una buena decisión la de comprometerse a amarse más, y ser más tolerante con uno mismo y con el resultado de sus acciones.
TENER UNAS EXPECTATIVAS MUY ALTAS SOBRE NUESTRA VIDA
En algunos aspectos, esperamos demasiado. Y somos muy propensos a la decepción temprana. Pedimos mucho sin ofrecer lo suficiente a cambio. Soñamos con que las cosas se hagan por sí mismas sin poner el esfuerzo imprescindible que requieren. Y hay que ser muy realistas con esto. No es malo tener expectativas, que pueden convertirse en el más útil aliciente; lo malo es que éstas sean imposibles y después condenarse por no lograrlas. Hay que valorar que, posiblemente, no siempre y no todo dependa de nosotros, sino que hay circunstancias ajenas e imprevisibles que pueden dar al traste con todo. Y eso hay que asumirlo. En la parte que dependa de los otros, es mejor comunicarles exactamente nuestro objetivo, y lo que deseamos o esperamos de ellos. Y no olvidar: uno no puede controlar todo lo que le sucede y no puede alcanzar las más altas exigencia en todos los campos.
LA TENDENCIA AL PESIMISMO
Siempre creemos que algo va a salir mal. La desconfianza está bien arraigada. Y cuando no salen las cosas como quisiéramos, nos dejamos caer en el victimismo en vez de enfrentarnos a la situación para resolverla inmediatamente. Una sospecha de que tenemos mala suerte y que demasiadas cosas nos salen mal planea sobre nosotros. El no cumplimiento de una vida satisfactoria se convierte en un drama.
EXCESIVA AUTO-EXIGENCIA
A veces, planteamos las cosas como: “Tengo que…”, “Debo…”, y eso nos obliga a hacer. Simplemente con cambiar el enunciado cambia todo: “Deseo…”, “Quiero…” Desde este planteamiento, la actitud es distinta porque no se siente como una obligación, sino como una elección y el cumplimiento de algo que uno de verdad desea. También se adelanta mucho eliminando los juicios acusatorios y descalificadores emitidos cuando no se logra lo previsto: “No puedo…”, “No tengo fuerza de voluntad”, “No soy capaz…” Es preferible cambiarlo por reflexiones positivas: “Ya he aprendido lo que no tengo que hacer, la próxima vez me esforzaré más y lo haré mejor”.
NO NOS ACEPTAMOS PLENAMENTE
Y eso nos lleva a uno de los capítulos anteriores. Como no nos aceptamos como somos, por el pobre concepto que tenemos de nosotros, nos exigimos por encima de nuestras posibilidades, y como esta exigencia nos sentencia directamente al fracaso en el noventa y nueve por ciento de los casos, nos lleva en un círculo muy vicioso, a minusvalorar el concepto que tenemos de nosotros mismos, y la Autoestima –sin comerlo ni beberlo- se siente resentida y con la cotización a la baja. La aceptación plena de la realidad de cómo está siendo uno es el paso primero; el segundo, hacer lo necesario para dejar de ser como se está siendo y comenzar a ser como realmente se desea ser.
EXGERAR LO NEGATIVO
Ya empezamos mal al calificar como negativo lo que simplemente “es”. Las cosas “son”, no tienen adjetivos hasta que alguien se los coloca. Y no son imprescindibles. Pero si uno lo hace por tradición -y no está dispuesto a dejar de hacerlo desde este mismo instante- ha de ser justo a la hora de adjudicarlos. Ha de ser sensato y ecuánime. No perder la perspectiva realista. Evitar la costumbre de exagerar el dramatismo en los menos buenos e infravalorar los buenos. Los granos de arena son granos de arena, no montañas infranqueables.
La felicidad es un objetivo que se puede alcanzar o no. La infelicidad es un estado que sí se puede evitar. Y esto solamente depende de ti mismo. Tú decides.
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales es el fundador de la web www.buscandome.es para personas interesadas en la Psicología, la Espiritualidad, la Vida Mejorable, el Autoconocimiento, y el Desarrollo Personal.
Reconozco que he buscado expresamente un título llamativo, paradójico, increíble, impactante, sorprendente, e impresionante.
Es un atentado en contra de lo que todos tenemos aceptado: que nadie es tan tonto como para ser infeliz por voluntad propia, y que si uno es infeliz es:
Porque la vida es muy dura.
Porque todo es muy complicado.
Porque los otros siempre tienen la culpa.
Porque no suceden las cosas como a uno le gustaría.
Porque no se cumplen los sueños.
Porque… (y los siguientes cien “porque…” los pones tú)
Empecemos por esto: IN-FELIZ, que no es feliz. La raíz “IN” indica negación o privación. Pero es que la gente, en general y de continuo, no es feliz. Se es feliz a ratos.
La felicidad no es un estado natural en el Ser Humano, sino que es un estado excepcional –aunque tratemos de que se repita lo más a menudo posible-, y por lo tanto no se puede dejar de ser lo que no se es. Y comprender esto permite ver la vida de otro modo al salirse del pesimismo de la infelicidad. (Comprender no es solamente “entender”, sino “incluir en sí algo”. Comprenderlo es hacerlo propio, hacer que forme parte de uno, no sólo como comprensión intelectual, sino como integración en Uno Mismo).
La razón principal de la infelicidad es la no aceptación de la realidad. Si uno fuera capaz de aceptar la realidad –que, cuando no es agradable tendemos a calificar inmediatamente como infeliz-, admitiéndola tal y como es, sin ponerle adjetivos ni culpabilizarla, no existiría el enfrentamiento entre lo que es y lo que uno quisiera que fuera, y no se produciría por tanto la desazón que precede al sentimiento de infelicidad.
Cuando uno se siente infeliz, la vida adquiere de golpe un signo dramático, entra en un estado en el que ánimo está ausente por hospitalización depresiva, todo se colorea de negro, el presente y el futuro se vuelven sombríos y catastróficos, uno se siente dejado de la mano de Dios, y se le presentan todos los fantasmas del pasado.
Y todo eso, que es inútil y contraproducente, es porque uno se empeña en la absurda tarea de negar la realidad y aceptar lo que es y lo que hay: lo innegable.
Sí, ya lo sé. Cuando uno está inmerso en el sentimiento de infelicidad –que no es más que un estado temporal de ánimo Y NADA MÁS-, no está para teorías y reflexiones. Prefiere estar abatido dando alimentando al masoquista. “Es de humanos”, dirá alguien. Sí, ya lo sé. Pero no es obligatorio seguir así y no es bueno convertirlo en una excusa que intente justificar lo injustificable.
Estado del ánimo en el cual se nos presenta como posible lo que deseamos.
De un modo consciente, o inconscientemente, nos vamos marcando unos propósitos para la vida, unos objetivos (que en muchas ocasiones son fantasiosos, utópicos, o directamente irrealizables); nos hacemos ilusiones (ILUSIÓN: Concepto, imagen o representación SIN VERDADERA REALIDAD, sugeridos por la IMAGINACIÓN o causado por ENGAÑO de los sentidos. ESPERANZA cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo); deseamos llegar a ser “X” o a tener “X”, ponemos demasiadas esperanzas que son solamente esperanzas y además no hacemos el esfuerzo necesario para convertirlas en realidad (ESPERANZA: Estado del ánimo en el cual se nos presenta como POSIBLE lo que deseamos –pero solamente posible, no seguro y garantizado. ESPERANZA: Esperar, CON POCO FUNDAMENTO, que se conseguirá lo deseado o pretendido)
Como se puede comprobar, lo que prevemos que nos puede y debe aportar la felicidad se basa en probabilidades, deseos, engaños, esperanzas, ilusiones… o sea, poca realidad.
Lo juicioso es hacer un plan de vida sensato, realizable, y aportar el esfuerzo y la atención necesarios para su realización, y, sobre todo, no basar la felicidad en la consecución de ello mientras que, por el contrario, sí se condena a la infelicidad en el caso de no conseguirlo.
Hay que darse cuenta de que la infelicidad no es otra cosa que un estado –desagradable- con el que nos castigamos por no haber logrado los objetivos. Y es injusto, negativo, y desproporcionado.
Hay que desdramatizar la vida. Nada que hagamos o que no logremos está por encima de Uno Mismo. Las cosas pasan y Uno permanece. Las cosas son lo externo, lo ajeno, y Uno Es y está siempre. Uno es la mejor inversión, el único que no abandona a Uno. El motivo de la vida y quien le da sentido.
Hay que aceptar y comprender que no siempre se gana, que las cosas no siempre obedecen a nuestros deseos. Hay que tener tolerancia a la frustración y entenderla como algo que en muchas ocasiones es inevitable porque no siempre los resultados dependen de uno. Hay que comprender que la vida no siempre es ganar. Y que muchas veces calificamos como infelicidad a lo que es una gran lección.
Porque, además, la infelicidad no es perpetua –salvo que uno se obstine con firmeza en hacer que así sea, en cuyo caso es mejor pedir ya cita con el psicólogo-, por tanto hay que ser capaz de verla con un cierto desapego, siendo consciente de que va a desaparecer antes o después, y que mientras dure está bien observar, observarla, y observarse, darse cuenta, ver quién es el afectado real por el estado –y si es un asunto del ego, que es casi seguro que así sea, no darle tanta importancia y no permitirle que se regodee en el estado-; cómo son de realistas los objetivos que al no cumplirse nos entregan a cambio la maldición de la infelicidad y, ya puestos, ver también con claridad que la infelicidad no existe, que lo que existe es un estado artificial que pueden diluir entre la mente y el corazón si trabajan en equipo.
Mira esto. “Me siento infeliz”. Puede que no te sientas feliz, pero el que no te sientas feliz no te obliga a sentirte infeliz. Te queda la opción neutral de no encontrarte en ninguno de los dos estados, que es como estamos la mayoría de la gente durante el noventa y cinco por ciento de nuestra vida. Porque, si no estar feliz es estar infeliz, eso quiere decir que el noventa y cinco por ciento del tiempo, todos los días, estamos infelices.
Al margen de que la utilización adecuado de los verbos SER –que se refiere a un estado intrínseco y continuo- y ESTAR –que se refiere a un estado temporal- cambiaría mucho cómo se siente la realidad. El que uno esté triste en un momento dado no quiere decir que la persona sea triste. No es, está. No lo es siempre, está así en este momento.
Conviene entender esto para no condenarse a la calificación y clasificación como persona infeliz por el hecho de sentirse así en un momento dado.
Estos son algunos casos típicos que nos proveen de infelicidad:
HACERNOS LA VIDA MÁS COMPLICADA DE LO QUE REALMENTE ES
Queremos vivir en paz y felices, pero provocamos situaciones que nos condenan a la inestabilidad y la infelicidad. Hay que desdramatizar la vida. A la vida se viene para vivirla, no para sufrirla. Es una buena decisión la de comprometerse a amarse más, y ser más tolerante con uno mismo y con el resultado de sus acciones.
TENER UNAS EXPECTATIVAS MUY ALTAS SOBRE NUESTRA VIDA
En algunos aspectos, esperamos demasiado. Y somos muy propensos a la decepción temprana. Pedimos mucho sin ofrecer lo suficiente a cambio. Soñamos con que las cosas se hagan por sí mismas sin poner el esfuerzo imprescindible que requieren. Y hay que ser muy realistas con esto. No es malo tener expectativas, que pueden convertirse en el más útil aliciente; lo malo es que éstas sean imposibles y después condenarse por no lograrlas. Hay que valorar que, posiblemente, no siempre y no todo dependa de nosotros, sino que hay circunstancias ajenas e imprevisibles que pueden dar al traste con todo. Y eso hay que asumirlo. En la parte que dependa de los otros, es mejor comunicarles exactamente nuestro objetivo, y lo que deseamos o esperamos de ellos. Y no olvidar: uno no puede controlar todo lo que le sucede y no puede alcanzar las más altas exigencia en todos los campos.
LA TENDENCIA AL PESIMISMO
Siempre creemos que algo va a salir mal. La desconfianza está bien arraigada. Y cuando no salen las cosas como quisiéramos, nos dejamos caer en el victimismo en vez de enfrentarnos a la situación para resolverla inmediatamente. Una sospecha de que tenemos mala suerte y que demasiadas cosas nos salen mal planea sobre nosotros. El no cumplimiento de una vida satisfactoria se convierte en un drama.
EXCESIVA AUTO-EXIGENCIA
A veces, planteamos las cosas como: “Tengo que…”, “Debo…”, y eso nos obliga a hacer. Simplemente con cambiar el enunciado cambia todo: “Deseo…”, “Quiero…” Desde este planteamiento, la actitud es distinta porque no se siente como una obligación, sino como una elección y el cumplimiento de algo que uno de verdad desea. También se adelanta mucho eliminando los juicios acusatorios y descalificadores emitidos cuando no se logra lo previsto: “No puedo…”, “No tengo fuerza de voluntad”, “No soy capaz…” Es preferible cambiarlo por reflexiones positivas: “Ya he aprendido lo que no tengo que hacer, la próxima vez me esforzaré más y lo haré mejor”.
NO NOS ACEPTAMOS PLENAMENTE
Y eso nos lleva a uno de los capítulos anteriores. Como no nos aceptamos como somos, por el pobre concepto que tenemos de nosotros, nos exigimos por encima de nuestras posibilidades, y como esta exigencia nos sentencia directamente al fracaso en el noventa y nueve por ciento de los casos, nos lleva en un círculo muy vicioso, a minusvalorar el concepto que tenemos de nosotros mismos, y la Autoestima –sin comerlo ni beberlo- se siente resentida y con la cotización a la baja. La aceptación plena de la realidad de cómo está siendo uno es el paso primero; el segundo, hacer lo necesario para dejar de ser como se está siendo y comenzar a ser como realmente se desea ser.
EXGERAR LO NEGATIVO
Ya empezamos mal al calificar como negativo lo que simplemente “es”. Las cosas “son”, no tienen adjetivos hasta que alguien se los coloca. Y no son imprescindibles. Pero si uno lo hace por tradición -y no está dispuesto a dejar de hacerlo desde este mismo instante- ha de ser justo a la hora de adjudicarlos. Ha de ser sensato y ecuánime. No perder la perspectiva realista. Evitar la costumbre de exagerar el dramatismo en los menos buenos e infravalorar los buenos. Los granos de arena son granos de arena, no montañas infranqueables.
La felicidad es un objetivo que se puede alcanzar o no. La infelicidad es un estado que sí se puede evitar. Y esto solamente depende de ti mismo. Tú decides.
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales es el fundador de la web www.buscandome.es para personas interesadas en la Psicología, la Espiritualidad, la Vida Mejorable, el Autoconocimiento, y el Desarrollo Personal.
Francisco de Sales- Cantidad de envíos : 1696
Fecha de inscripción : 15/12/2012
Re: QUIEN ES INFELIZ ES PORQUE QUIERE
Gracias por el comentario,
Yo soy de la opinión de que uno es dueño de su vida,de su estado mental y también de su salud.
Simplemente dejando canalizar nuestra luz tenemos acceso a la felicidad,
por el contrario a lo que comentas yo si creo que el estado natural del ser humano es la felicidad,pero lo
obstruimos con nuestra conducta.
Uno es dueño de su destino,lamentablementa muchas personas regalan su poder a cosas exteriores,buscan la felicidad
fuera,pero la felicidad es interior y hay que encontrarla en uno mísmo.
Voy a hechar una mirada a tu página que tiene pinta de ser interesante,Saludos.
Yo soy de la opinión de que uno es dueño de su vida,de su estado mental y también de su salud.
Simplemente dejando canalizar nuestra luz tenemos acceso a la felicidad,
por el contrario a lo que comentas yo si creo que el estado natural del ser humano es la felicidad,pero lo
obstruimos con nuestra conducta.
Uno es dueño de su destino,lamentablementa muchas personas regalan su poder a cosas exteriores,buscan la felicidad
fuera,pero la felicidad es interior y hay que encontrarla en uno mísmo.
Voy a hechar una mirada a tu página que tiene pinta de ser interesante,Saludos.
ruwild- Cantidad de envíos : 1286
Fecha de inscripción : 04/08/2009
Hola
Estoy de acuerdo contigo en que uno es dueño, aunque no se ejerza como tal.
Con respecto a la felicidad como estado natural... no lo sé... opino más bien lo que he escrito.
Sé que tenemos los elementos para ser felices, pero creo que es una opción que debe tomar cada uno.
Saludos,
Con respecto a la felicidad como estado natural... no lo sé... opino más bien lo que he escrito.
Sé que tenemos los elementos para ser felices, pero creo que es una opción que debe tomar cada uno.
Saludos,
ruwild escribió:Gracias por el comentario,
Yo soy de la opinión de que uno es dueño de su vida,de su estado mental y también de su salud.
Simplemente dejando canalizar nuestra luz tenemos acceso a la felicidad,
por el contrario a lo que comentas yo si creo que el estado natural del ser humano es la felicidad,pero lo
obstruimos con nuestra conducta.
Uno es dueño de su destino,lamentablementa muchas personas regalan su poder a cosas exteriores,buscan la felicidad
fuera,pero la felicidad es interior y hay que encontrarla en uno mísmo.
Voy a hechar una mirada a tu página que tiene pinta de ser interesante,Saludos.
Francisco de Sales- Cantidad de envíos : 1696
Fecha de inscripción : 15/12/2012
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