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La no-meditación (reflexiones sobre la meditación y el estado natural)
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La no-meditación (reflexiones sobre la meditación y el estado natural)
Voy a copiar aquí algo que he posteado hace un rato en mi blog (http://jugandoalegremente.blogspot.com/2010/06/la-no-meditacion-reflexiones-sobre-la.html). He estado largo rato tecleando, así que me parece que ya de paso aprovecho el esfuerzo para compartir la reflexión también aquí:
La no-meditación (reflexiones sobre la meditación y el estado natural)
Entre las "ofertas" o recomendaciones que se suelen hacer en el contexto de la "búsqueda espiritual" no es raro escuchar la idea de la conveniencia de ponernos a meditar. La meditación es una herramienta válida, ya que a casi todos nos viene bien disponer de algunos momentos de tranquilidad y relajación, en silencio y quietud. En silencio podemos sentir más fácilmente la paz y sencillez que es nuestro Ser. Y en esa paz puede fluir la comprensión de que esa quietud (o meditación) ha surgido por sí misma, originada por la Vida y no por un esfuerzo o voluntad individual de una entidad separada. Dicha comprensión también nos hace saber que Todo Es Uno, y en dicha comprensión recordamos la Verdad de nuestro Ser (es una comprensión digamos que "intuitiva", no del intelecto). Todo esto en el Momento.
La meditación es una herramienta con sus ventajas, pero como toda herramienta, también puede convertirse en un inconveniente. Idealmente la meditación ha de fluir de manera relajada, sin sensación de esfuerzo, o sea, sin provocarnos tensión. No debería tratarse de una obligación (aunque entrenarnos para establecer una disciplina puede tener valor durante un tiempo) sino que más bien debería ser algo que fluye de forma natural y en calma, produciéndonos sosiego, o mejor dicho, contribuyendo a que captemos el sosiego que somos en lo profundo de nuestro Ser.
¿Realmente necesitamos de forma obligada la meditación para ser lo que somos? Obviamente que no. Para captar nuestro Ser no nos hace falta estar sentados ni de ninguna manera. Podemos sentir nuestra naturaleza en medio de una multitud, en mitad de nuestras tareas (ya sean físicas o intelectuales), en cualquier situación. La idea del término no-meditación es que ya somos lo que somos y no necesitamos hacer nada especial para darnos cuenta. Simplemente podemos fluir estando atentos al Ser (que somos) en cualquier momento y situación. Así no dividimos nuestro tiempo en momentos "de meditación" y momentos "no espirituales", sino que todo nuestro día se convierte en la Comunión con nuestro Ser.
Esta idea de no-meditación puede considerarse como una especie de meditación constante, pero una meditación muy hermosa, por ser libre, sin normas, sin reglas de ningún tipo, sin partirla en tiempos, sino un fluir constante en Lo Que Es.
Estoy leyendo un inspirador libro de Adyashanti, "Meditación Auténtica", un libro muy recomendable que aporta unas explicaciones muy bellas sobre este tema. Más abajo voy a citar algunos párrafos de este libro relacionados con lo que estoy comentando en este post (que es el tema del libro en sí). Pero antes me gustaría comentar que, por buena que sea la herramienta de la "meditación formal" (por llamarla así, a la meditación sentada en cualquiera de sus formas), obsesionarnos con ella o convertirla en algo mecánico difícilmente puede decirse que sea una gran contribución en nuestra vida. Recuerdo que UG sostenía que la meditación (y en general cualquier tipo de sadhana o práctica espiritual) no tiene nada que ver con el despertar, ya que para UG el estado natural es, en sus propias palabras, "acausal". Recuerdo haber leído también que Ramana Maharshi y Annamalai Swami a veces podían sugerir a alguien que meditara, pero otras muchas veces podían disuadir a quienes les consultaban para que emplearan métodos más oportunos en lugar de la meditación. Incluso se ha mencionado (por Ramana) que en ocasiones la meditación puede inducirnos a un estado de sopor o algún estado determinado el cual no conduce a nada: cuando finaliza la meditación el ego sigue igual de vivito y coleando que al principio. Quizás por eso Ramana proponía con especial énfasis el método de la "Autoindagación", preguntarse a sí mismo algo profundo que nos lleve hacia el meollo del asunto, como la pregunta «¿quién soy yo?». Esto nos conduce a llevar nuestra atención al Ser, y es algo que puede hacerse de manera relajada durante todo el día, incluso mientras trabajamos. Sentir el Ser es de hecho lo más natural del mundo y no requiere especial esfuerzo. Es nuestra obsesión en prestar más atención a las nubes pasajeras (circunstancias aparentes, pensamientos, emociones, sensaciones) lo que nos distrae de lo evidente del Ser.
Espero que se entienda que en este post no pretendo recomendar que se medite, ni lo contrario. Más bien sugiero que podemos estar abiertos a nuestro Ser, lo cual no implica esfuerzo. Y que la Paz que somos, que nos envuelve constantemente, es una Paz (felicidad, serenidad, templanza) que podemos reconocer en cualquier Momento si prestamos atención. Cada Momento nos está ofreciendo esta Paz. Cada Momento tenemos acceso a nuestro Ser. Vale reflexionar en esto (incluso sentados en postura meditativa jejeje); vale observar cada momento, captando, estando alerta; vale comprenderlo a través del silencio, mediante la intuición.
Ya somos lo que somos. Ya tenemos acceso a lo que somos. Ya podemos sentir la Paz que somos. Simplemente al no tomar tan en serio las nubes pasajeras, es que resonamos con lo Real que hay de fondo: nuestro Ser. No hay reglas para esto. No tenemos que cumplir ninguna condición. Nuestro Ser es nuestro Ser, y nada nos lo puede arrebatar. Es un Regalo de la Vida, del Uno, que es puro Amor y es la Gloria de la que todos formamos parte.
Ahora sí, voy a copiar unos párrafos del libro "Meditación Auténtica", de Adyashanti, pues me han parecido buenísimos y sus explicaciones sobre este tema son brillantes e inspiradoras. Lo pongo en azul pero remarcaré al principio unas líneas en rojo simplemente para indicar algo que me hizo gracia cuando lo leí, ¡me gustan las afirmaciones directas e irreverentes jejeje!
Del capítulo "Postura y mirada":
(...) una de las preguntas más frecuentes al respecto tiene que ver con la importancia de la forma de sentarse. ¿Hay que sentarse con la espalda derecha, con la columna vertebral erguida, o podríamos relajarnos en una hamaca o en un sillón? Yo contesto que es preferible no tumbarse (pues la mayoría se adormece cuando se tumba), pero que, aparte de eso, el hecho de sentarse en una determinada postura no tiene gran importancia. Entiendo que muchas tradiciones hagan hincapié en la postura adecuada. La tradición zen de la que procedo pone bastante énfasis en la postura. En realidad, algunas posturas pueden abrirnos a nivel emocional y físico. Si nuestra postura está abierta, nuestra columna vertebral está erguida y no tenemos las manos cruzadas por delante de nosotros, nos sentimos más abiertos. Esta postura conlleva una sensación natural de apertura. (...) Pero aunque la postura adecuada sea útil, yo he descubierto con los años que la mente del buscador espiritual se suele concentrar tanto en perfeccionar y en mantener una determinada postura, que el resultado no le conduce a dicha apertura. (...)
(...) Lo importante es ponerse a meditar desde una actitud subyacente de apertura y relajación. Tenemos que trascender la idea de que el despertar o la iluminación sólo ocurrirán si nuestra postura es correcta, pues eso simplemente no es verdad. El despertar y la iluminación se pueden producir tanto en meditadores erguidos y derechos como en meditadores encorvados y desplomados, sentados en hamacas o como les plazca. Una vez más, lo que importa es la actitud con la que meditemos. ¿Estamos abiertos? ¿Estamos sentados sin tensión? ¿Es sencillo nuestro enfoque? (...)
Otra de las preguntas más frecuentes es si los ojos deberían estar abiertos o cerrados. Cada tradición pone énfasis en una cosa distinta. Algunas tradiciones dicen que habría que meditar con los ojos abiertos. Otras te recomiendan dejarlos cerrados. Como profesor, a mí me interesa más lo que a ti te apetezca. ¿Qué te apetece hacer cuando dejas de pensar en lo que deberías hacer o dejar de hacer, cuando te deshaces de la autoridad que has aprendido en algún otro sitio y vuelves a conectarte con lo que es íntimamente tuyo, con lo que no te ha dado nadie ni nada? Muchos de nosotros hemos aprendido tantas cosas sobre enseñanzas e instrucciones que, al cabo de un rato, nos desconectamos de lo que es íntimamente nuestro, de nuestra sabiduría espontánea y natural. Así que yo siempre intento que la gente recupere la conexión con lo que es íntimamente suyo de inmediato, desde el principio. ¿Qué es auténtico para ti? Si quieres meditar con los ojos abiertos, déjalos abiertos. Si prefieres cerrarlos, ciérralos. Experimenta, prueba de las dos formas. Si tienes sueño, abrir los ojos será una buena idea. Te ayudará a despejarte un poco. Otras veces estarás con los ojos abiertos y tendrás ganas de cerrarlos, no de sueño, simplemente porque te apetezca. Y si es así, deja que se cierren. Ve sintiendo tu modo de proceder. Intima con tu propia experiencia.
Del capítulo "Vive igual que meditas":
Que la gente se siente a meditar es hermoso. En mi experiencia, a casi todo el mundo le vendría bien sentarse un rato a meditar en silencio, todos los días, ya fueran veinticinco minutos o cuarenta y cinco. Si te apetece sentarte más tiempo, hazlo. (...)
No obstante, cuando hablo de meditación no me refiero solamente a lo que hacemos cuando nos sentamos formalmente. La meditación también tiene que ver con la vida y con la forma de vivir. Si sólo aprendemos a meditar bien cuando estamos sentados, por muy profunda que sea le meditación no llegaremos muy lejos. (...)
(...) La Meditación Auténtica es algo que vive realmente con nosotros. Podremos estar haciendo cualquier cosa, en cualquier lugar, en cualquier parte. Podrás estar conduciendo hacia tu calle permitiendo que todo sea lo que es. Podrás practicar dejando que el tráfico sea lo que es. Podrás practicar permitiéndote sentir lo que sientas. Podrás dejar que el tiempo sea como es. O podrás experimentar la próxima vez que veas a tu amigo o a tu amante. ¿Qué sucede cuando te encuentras con esa persona y permites que sea totalmente lo que es? ¿Qué sucede cuando me permito ser completamente lo que soy? ¿Qué ocurre? ¿Cómo nos implicamos? ¿Qué cambia? Así que la Meditación Auténtica puede ser una meditación muy activa, una meditación muy comprometida.
(...)
¿Qué pasaría si tu vida, y no sólo el rato que pasas meditando, se basase en permitir que todo fuese lo que es? Supondría una revolución en la vida de casi todo el mundo. (...)
Si lo hicieras, tu vida podría volverse muy interesante. (...)
He comprobado que una de las claves para ser verdaderamente libre es vivir igual que medito. Cuando permitimos que todo sea realmente lo que es, cuando nos permitimos esa atmósfera interior, esa actitud interna de no aferrarnos a nada, ese espacio resulta muy fértil: es un estado de conciencia muy potente. Esos momentos de entrega te darán la oportunidad de recibir algo creativo. Es el espacio en el que surge la visión, la revelación. Así que no se trata de dejar que todo sea lo que es a modo de simple objetivo, sino como una meta. Si lo conviertes en un objetivo te perderás la esencia, que consiste en permitir que todo sea simplemente lo que es; ésa es la base, la actitud subyacente. Desde esa actitud subyacente podrán suceder muchas cosas. En ese espacio surgirá la sabiduría, los «ajás». En ese espacio recibiremos el regalo de lo que necesitemos ver. Es el espacio donde la totalidad de la conciencia, y no sólo una pizca de nuestra conciencia mental, podrá informarnos. Y, por último, es el espacio en el que surgirá la conciencia. Es el espacio en el que nos daremos cuenta de que somos conciencia, el material no manifestado del ser.
Del capítulo "La Meditación Auténtica empieza descansando en el estado natural":
En Meditación Auténtica partimos de la base de permitir que todo sea tal y como es. En Meditación Auténtica no nos movemos hacia el estado natural ni tratamos de crearlo; en realidad empezamos en el estado natural desde el principio. Esto es lo que descubrí hace muchos años, cuando empecé a deshacerme del meditador, del controlador, cuando me senté a meditar y me limité a permitir que todo fuese lo que era. Enseguida me di cuenta de que la paz y el silencio que quería conseguir estaban ya ahí. Lo único que tenía que hacer era dejar de intentar llegar a esa paz y a ese silencio. Lo único que tenía que hacer era sentarme y permitir que mi experiencia fuese la que era.
Como casi todo el mundo, cuando me sentaba a meditar me sentía bien y en paz. Otras veces me sentía agitado, enfadado o lleno de ansiedad. A veces me ponía triste y otras veces, contento. En la postura de meditación llegué a sentir toda la diversidad de emociones humanas. Me di cuenta de que si permitía que mi experiencia fuese la que era y si no hacía ningún esfuerzo por cambiarla, en la conciencia comenzaba a surgir un subyacente estado del ser natural. De manera muy sencilla y natural, empezaba a surgir un estado de conciencia incontaminado, no fabricado. Yo diría que era un estado de conciencia muy inocente, pues no resultaba de ningún esfuerzo ni disciplina. Descubrí que el estado natural, el estado natural de nuestro ser, no es un estado alterado de conciencia. (...)
Al pensar en la meditación debemos deshacernos de la idea de que la iluminación es un estado alterado de conciencia al que podemos llegar. Los meditadores veteranos saben que si meditas con rigor durante bastante tiempo, al final entrarás en estados alterados de conciencia. Existen muchos tipos de estados alterados. La felicidad es un estado alterado de conciencia. La tristeza es un estado alterado de conciencia. La depresión es un estado alterado de conciencia. Luego están, por supuesto, todos los estados místicos de fusión: la fusión con el cosmos es un estado alterado de conciencia; la sensación de expansión de tu conciencia es otro estado alterado de conciencia. Hay muchos tipos de estados alterados. Esto es un gran malentendido. La iluminación es el estado de conciencia natural, inocente, que no está contaminado por el movimiento del pensamiento, ni por el control o la manipulación mental. En esto consiste la iluminación. Si intentamos cambiar, no podremos ir más allá de lo que denomino falsa identidad, de la identidad del ego. Lo único que podemos hacer para que la conciencia empiece a despertar de su identificación con el pensamiento, con la sensación, con el cuerpo, con la mente y con la personalidad, es permitirnos descansar en el estado natural desde el principio.
Otra reflexión interesante la cito del capítulo "Permite que se manifieste todo lo que llevas dentro":
Como la naturaleza de la totalidad de nuestro ser es despertar, cuando permitimos (profundamente) que todo sea lo que es, el material que tenemos reprimido en nuestra psique suele salir a la superficie. De hecho, muchos estudiantes espirituales utilizan inconscientemente sus técnicas de meditación para seguir reprimiendo determinado material. Aunque no se den cuenta, es lo que sucede. Cuando nos relajamos, cuando nos abrimos realmente y permitimos que las cosas sean lo que son, suele surgir determinado material reprimido, y eso nos coge por sorpresa. De repente puedes tener un acceso de ira o de tristeza durante la meditación. Tal vez te pongas a llorar. Quizá te reencuentres con diversos recuerdos que vuelven a hacerse conscientes y a manifestarse. Tal vez sientas dolores físicos; cuando permite que todo sea lo que es, la gente cuenta que suele experimentar dolor en diferentes partes del cuerpo. Cuando empezamos a relajarnos de verdad, lo que tenga que salir a la superficie saldrá; como he dicho anteriormente, muchas personas espirituales utilizan sus técnicas espirituales, sin darse cuenta, para suprimir su inconsciente. Cuando dejamos de suprimirlo, el inconsciente comienza a surgir y se manifiesta.
¿Qué debemos hacer con el material inconsciente que sale a la superficie? Nada. Simplemente dejar que se manifieste. No tenemos que analizarlo. En la mayoría de los casos, lo que surgen son conflictos que están pendientes de solucionar: emociones que nunca nos habíamos permitido sentir de lleno, experiencias que nunca nos habíamos permitido experimentar plenamente, dolores que nunca nos habíamos permitido sentir en su totalidad. Aparecen todas estas cosas. este material interno que no hemos resuelto anhela ser experimentado plenamente, no quiere quedarse relegado al inconsciente. Así que si nuestro material reprimido sale a la superficie, debemos permitirlo sin suprimir nada, sin analizarlo; debemos darnos la oportunidad de experimentar esas sensaciones en el cuerpo, en nuestro ser, y tenemos que dejar que se desplieguen naturalmente. Si lo haces así, independientemente del tipo de dolor que sea (emocional, psíquico, físico, espiritual o de otro tipo), comprobarás que este material reprimido aparecerá, se manifestará, lo experimentarás y desaparecerá. Si no desaparece, estarás conservando algo de resistencia, o de rechazo, o de indulgencia, y es bueno que lo reconozcas, pues eso te dará la oportunidad de relajarte una vez más. (...) La Meditación Auténtica es el espacio donde todo se manifiesta, donde todo se ve y donde todo se experimenta. Y como tal, todo se relaja a sí mismo. Ni siquiera lo relajamos nosotros. Se relaja solo.
En fin, como cita final, del capítulo "Renunciar a la manipulación y al control":
La iluminación, en último término, no es más que el estado natural del ser. (...) es un estado cuyo mantenimiento no requiere ningún esfuerzo o disciplina, es un estado del ser que no está fomentado por ninguna manipulación mental ni corporal; en otras palabras, es un estado completamente natural, espontáneo. Ésta es una de las razones por las que la meditación suele llevarnos a un callejón sin salida. Si la examinas de cerca, muchas técnicas de meditación son formas de control. Mientras la mente siga controlando y guiando nuestra experiencia, probablemente no podrá conducirnos a un estado natural. El estado natural es aquel en el que la mente no nos controla. Cuando la mente se involucra en la manipulación y en el control, quizá nos acerque a diversos estados de conciencia: tal vez aprendas a calmar la mente o a adquirir poderes psíquicos. Los estilos de meditación basados fundamentalmente en una técnica o manipulación pueden ofrecerte muchas cosas. Pero no lograrás el estado natural y espontáneo del ser.
(...)
La verdadera meditación no implica dominar ninguna técnica, sino dejar de controlar. Eso es la meditación. Cualquier otra cosa será algún tipo de concentración. La meditación y la concentración son dos cosas diferentes. La concentración es una disciplina; es una forma de dirigir nuestra experiencia, o de controlarla. La meditación es la liberación del control, es dejar de guiar nuestra experiencia. La base de la Meditación Auténtica es dejar de controlar.
(...)
(...) En vez de una técnica, la Meditación Auténtica es realmente una investigación. ¿Qué pasa cuando dejamos de controlar y de manipular?
En fin, que me está pareciendo un libro muy bueno, "Meditación Auténtica", de Adyashanti. Y tengo preparado otro libro del mismo autor, titulado "La Danza del Vacío", para leerlo en algún momento este verano, cuando fluya. Por lo que llevo leído del primer libro, creo que he acertado de pleno al comprarlos. El estilo de Adyashanti me está resultando de lo más ameno.
Menciono sus libros por si a alguien le interesa, pues por lo poco que llevo leído me parece un material de lectura muy inspirador.
¡Saludos!
La no-meditación (reflexiones sobre la meditación y el estado natural)
Entre las "ofertas" o recomendaciones que se suelen hacer en el contexto de la "búsqueda espiritual" no es raro escuchar la idea de la conveniencia de ponernos a meditar. La meditación es una herramienta válida, ya que a casi todos nos viene bien disponer de algunos momentos de tranquilidad y relajación, en silencio y quietud. En silencio podemos sentir más fácilmente la paz y sencillez que es nuestro Ser. Y en esa paz puede fluir la comprensión de que esa quietud (o meditación) ha surgido por sí misma, originada por la Vida y no por un esfuerzo o voluntad individual de una entidad separada. Dicha comprensión también nos hace saber que Todo Es Uno, y en dicha comprensión recordamos la Verdad de nuestro Ser (es una comprensión digamos que "intuitiva", no del intelecto). Todo esto en el Momento.
La meditación es una herramienta con sus ventajas, pero como toda herramienta, también puede convertirse en un inconveniente. Idealmente la meditación ha de fluir de manera relajada, sin sensación de esfuerzo, o sea, sin provocarnos tensión. No debería tratarse de una obligación (aunque entrenarnos para establecer una disciplina puede tener valor durante un tiempo) sino que más bien debería ser algo que fluye de forma natural y en calma, produciéndonos sosiego, o mejor dicho, contribuyendo a que captemos el sosiego que somos en lo profundo de nuestro Ser.
¿Realmente necesitamos de forma obligada la meditación para ser lo que somos? Obviamente que no. Para captar nuestro Ser no nos hace falta estar sentados ni de ninguna manera. Podemos sentir nuestra naturaleza en medio de una multitud, en mitad de nuestras tareas (ya sean físicas o intelectuales), en cualquier situación. La idea del término no-meditación es que ya somos lo que somos y no necesitamos hacer nada especial para darnos cuenta. Simplemente podemos fluir estando atentos al Ser (que somos) en cualquier momento y situación. Así no dividimos nuestro tiempo en momentos "de meditación" y momentos "no espirituales", sino que todo nuestro día se convierte en la Comunión con nuestro Ser.
Esta idea de no-meditación puede considerarse como una especie de meditación constante, pero una meditación muy hermosa, por ser libre, sin normas, sin reglas de ningún tipo, sin partirla en tiempos, sino un fluir constante en Lo Que Es.
Estoy leyendo un inspirador libro de Adyashanti, "Meditación Auténtica", un libro muy recomendable que aporta unas explicaciones muy bellas sobre este tema. Más abajo voy a citar algunos párrafos de este libro relacionados con lo que estoy comentando en este post (que es el tema del libro en sí). Pero antes me gustaría comentar que, por buena que sea la herramienta de la "meditación formal" (por llamarla así, a la meditación sentada en cualquiera de sus formas), obsesionarnos con ella o convertirla en algo mecánico difícilmente puede decirse que sea una gran contribución en nuestra vida. Recuerdo que UG sostenía que la meditación (y en general cualquier tipo de sadhana o práctica espiritual) no tiene nada que ver con el despertar, ya que para UG el estado natural es, en sus propias palabras, "acausal". Recuerdo haber leído también que Ramana Maharshi y Annamalai Swami a veces podían sugerir a alguien que meditara, pero otras muchas veces podían disuadir a quienes les consultaban para que emplearan métodos más oportunos en lugar de la meditación. Incluso se ha mencionado (por Ramana) que en ocasiones la meditación puede inducirnos a un estado de sopor o algún estado determinado el cual no conduce a nada: cuando finaliza la meditación el ego sigue igual de vivito y coleando que al principio. Quizás por eso Ramana proponía con especial énfasis el método de la "Autoindagación", preguntarse a sí mismo algo profundo que nos lleve hacia el meollo del asunto, como la pregunta «¿quién soy yo?». Esto nos conduce a llevar nuestra atención al Ser, y es algo que puede hacerse de manera relajada durante todo el día, incluso mientras trabajamos. Sentir el Ser es de hecho lo más natural del mundo y no requiere especial esfuerzo. Es nuestra obsesión en prestar más atención a las nubes pasajeras (circunstancias aparentes, pensamientos, emociones, sensaciones) lo que nos distrae de lo evidente del Ser.
Espero que se entienda que en este post no pretendo recomendar que se medite, ni lo contrario. Más bien sugiero que podemos estar abiertos a nuestro Ser, lo cual no implica esfuerzo. Y que la Paz que somos, que nos envuelve constantemente, es una Paz (felicidad, serenidad, templanza) que podemos reconocer en cualquier Momento si prestamos atención. Cada Momento nos está ofreciendo esta Paz. Cada Momento tenemos acceso a nuestro Ser. Vale reflexionar en esto (incluso sentados en postura meditativa jejeje); vale observar cada momento, captando, estando alerta; vale comprenderlo a través del silencio, mediante la intuición.
Ya somos lo que somos. Ya tenemos acceso a lo que somos. Ya podemos sentir la Paz que somos. Simplemente al no tomar tan en serio las nubes pasajeras, es que resonamos con lo Real que hay de fondo: nuestro Ser. No hay reglas para esto. No tenemos que cumplir ninguna condición. Nuestro Ser es nuestro Ser, y nada nos lo puede arrebatar. Es un Regalo de la Vida, del Uno, que es puro Amor y es la Gloria de la que todos formamos parte.
Ahora sí, voy a copiar unos párrafos del libro "Meditación Auténtica", de Adyashanti, pues me han parecido buenísimos y sus explicaciones sobre este tema son brillantes e inspiradoras. Lo pongo en azul pero remarcaré al principio unas líneas en rojo simplemente para indicar algo que me hizo gracia cuando lo leí, ¡me gustan las afirmaciones directas e irreverentes jejeje!
Del capítulo "Postura y mirada":
(...) una de las preguntas más frecuentes al respecto tiene que ver con la importancia de la forma de sentarse. ¿Hay que sentarse con la espalda derecha, con la columna vertebral erguida, o podríamos relajarnos en una hamaca o en un sillón? Yo contesto que es preferible no tumbarse (pues la mayoría se adormece cuando se tumba), pero que, aparte de eso, el hecho de sentarse en una determinada postura no tiene gran importancia. Entiendo que muchas tradiciones hagan hincapié en la postura adecuada. La tradición zen de la que procedo pone bastante énfasis en la postura. En realidad, algunas posturas pueden abrirnos a nivel emocional y físico. Si nuestra postura está abierta, nuestra columna vertebral está erguida y no tenemos las manos cruzadas por delante de nosotros, nos sentimos más abiertos. Esta postura conlleva una sensación natural de apertura. (...) Pero aunque la postura adecuada sea útil, yo he descubierto con los años que la mente del buscador espiritual se suele concentrar tanto en perfeccionar y en mantener una determinada postura, que el resultado no le conduce a dicha apertura. (...)
(...) Lo importante es ponerse a meditar desde una actitud subyacente de apertura y relajación. Tenemos que trascender la idea de que el despertar o la iluminación sólo ocurrirán si nuestra postura es correcta, pues eso simplemente no es verdad. El despertar y la iluminación se pueden producir tanto en meditadores erguidos y derechos como en meditadores encorvados y desplomados, sentados en hamacas o como les plazca. Una vez más, lo que importa es la actitud con la que meditemos. ¿Estamos abiertos? ¿Estamos sentados sin tensión? ¿Es sencillo nuestro enfoque? (...)
Otra de las preguntas más frecuentes es si los ojos deberían estar abiertos o cerrados. Cada tradición pone énfasis en una cosa distinta. Algunas tradiciones dicen que habría que meditar con los ojos abiertos. Otras te recomiendan dejarlos cerrados. Como profesor, a mí me interesa más lo que a ti te apetezca. ¿Qué te apetece hacer cuando dejas de pensar en lo que deberías hacer o dejar de hacer, cuando te deshaces de la autoridad que has aprendido en algún otro sitio y vuelves a conectarte con lo que es íntimamente tuyo, con lo que no te ha dado nadie ni nada? Muchos de nosotros hemos aprendido tantas cosas sobre enseñanzas e instrucciones que, al cabo de un rato, nos desconectamos de lo que es íntimamente nuestro, de nuestra sabiduría espontánea y natural. Así que yo siempre intento que la gente recupere la conexión con lo que es íntimamente suyo de inmediato, desde el principio. ¿Qué es auténtico para ti? Si quieres meditar con los ojos abiertos, déjalos abiertos. Si prefieres cerrarlos, ciérralos. Experimenta, prueba de las dos formas. Si tienes sueño, abrir los ojos será una buena idea. Te ayudará a despejarte un poco. Otras veces estarás con los ojos abiertos y tendrás ganas de cerrarlos, no de sueño, simplemente porque te apetezca. Y si es así, deja que se cierren. Ve sintiendo tu modo de proceder. Intima con tu propia experiencia.
Del capítulo "Vive igual que meditas":
Que la gente se siente a meditar es hermoso. En mi experiencia, a casi todo el mundo le vendría bien sentarse un rato a meditar en silencio, todos los días, ya fueran veinticinco minutos o cuarenta y cinco. Si te apetece sentarte más tiempo, hazlo. (...)
No obstante, cuando hablo de meditación no me refiero solamente a lo que hacemos cuando nos sentamos formalmente. La meditación también tiene que ver con la vida y con la forma de vivir. Si sólo aprendemos a meditar bien cuando estamos sentados, por muy profunda que sea le meditación no llegaremos muy lejos. (...)
(...) La Meditación Auténtica es algo que vive realmente con nosotros. Podremos estar haciendo cualquier cosa, en cualquier lugar, en cualquier parte. Podrás estar conduciendo hacia tu calle permitiendo que todo sea lo que es. Podrás practicar dejando que el tráfico sea lo que es. Podrás practicar permitiéndote sentir lo que sientas. Podrás dejar que el tiempo sea como es. O podrás experimentar la próxima vez que veas a tu amigo o a tu amante. ¿Qué sucede cuando te encuentras con esa persona y permites que sea totalmente lo que es? ¿Qué sucede cuando me permito ser completamente lo que soy? ¿Qué ocurre? ¿Cómo nos implicamos? ¿Qué cambia? Así que la Meditación Auténtica puede ser una meditación muy activa, una meditación muy comprometida.
(...)
¿Qué pasaría si tu vida, y no sólo el rato que pasas meditando, se basase en permitir que todo fuese lo que es? Supondría una revolución en la vida de casi todo el mundo. (...)
Si lo hicieras, tu vida podría volverse muy interesante. (...)
He comprobado que una de las claves para ser verdaderamente libre es vivir igual que medito. Cuando permitimos que todo sea realmente lo que es, cuando nos permitimos esa atmósfera interior, esa actitud interna de no aferrarnos a nada, ese espacio resulta muy fértil: es un estado de conciencia muy potente. Esos momentos de entrega te darán la oportunidad de recibir algo creativo. Es el espacio en el que surge la visión, la revelación. Así que no se trata de dejar que todo sea lo que es a modo de simple objetivo, sino como una meta. Si lo conviertes en un objetivo te perderás la esencia, que consiste en permitir que todo sea simplemente lo que es; ésa es la base, la actitud subyacente. Desde esa actitud subyacente podrán suceder muchas cosas. En ese espacio surgirá la sabiduría, los «ajás». En ese espacio recibiremos el regalo de lo que necesitemos ver. Es el espacio donde la totalidad de la conciencia, y no sólo una pizca de nuestra conciencia mental, podrá informarnos. Y, por último, es el espacio en el que surgirá la conciencia. Es el espacio en el que nos daremos cuenta de que somos conciencia, el material no manifestado del ser.
Del capítulo "La Meditación Auténtica empieza descansando en el estado natural":
En Meditación Auténtica partimos de la base de permitir que todo sea tal y como es. En Meditación Auténtica no nos movemos hacia el estado natural ni tratamos de crearlo; en realidad empezamos en el estado natural desde el principio. Esto es lo que descubrí hace muchos años, cuando empecé a deshacerme del meditador, del controlador, cuando me senté a meditar y me limité a permitir que todo fuese lo que era. Enseguida me di cuenta de que la paz y el silencio que quería conseguir estaban ya ahí. Lo único que tenía que hacer era dejar de intentar llegar a esa paz y a ese silencio. Lo único que tenía que hacer era sentarme y permitir que mi experiencia fuese la que era.
Como casi todo el mundo, cuando me sentaba a meditar me sentía bien y en paz. Otras veces me sentía agitado, enfadado o lleno de ansiedad. A veces me ponía triste y otras veces, contento. En la postura de meditación llegué a sentir toda la diversidad de emociones humanas. Me di cuenta de que si permitía que mi experiencia fuese la que era y si no hacía ningún esfuerzo por cambiarla, en la conciencia comenzaba a surgir un subyacente estado del ser natural. De manera muy sencilla y natural, empezaba a surgir un estado de conciencia incontaminado, no fabricado. Yo diría que era un estado de conciencia muy inocente, pues no resultaba de ningún esfuerzo ni disciplina. Descubrí que el estado natural, el estado natural de nuestro ser, no es un estado alterado de conciencia. (...)
Al pensar en la meditación debemos deshacernos de la idea de que la iluminación es un estado alterado de conciencia al que podemos llegar. Los meditadores veteranos saben que si meditas con rigor durante bastante tiempo, al final entrarás en estados alterados de conciencia. Existen muchos tipos de estados alterados. La felicidad es un estado alterado de conciencia. La tristeza es un estado alterado de conciencia. La depresión es un estado alterado de conciencia. Luego están, por supuesto, todos los estados místicos de fusión: la fusión con el cosmos es un estado alterado de conciencia; la sensación de expansión de tu conciencia es otro estado alterado de conciencia. Hay muchos tipos de estados alterados. Esto es un gran malentendido. La iluminación es el estado de conciencia natural, inocente, que no está contaminado por el movimiento del pensamiento, ni por el control o la manipulación mental. En esto consiste la iluminación. Si intentamos cambiar, no podremos ir más allá de lo que denomino falsa identidad, de la identidad del ego. Lo único que podemos hacer para que la conciencia empiece a despertar de su identificación con el pensamiento, con la sensación, con el cuerpo, con la mente y con la personalidad, es permitirnos descansar en el estado natural desde el principio.
Otra reflexión interesante la cito del capítulo "Permite que se manifieste todo lo que llevas dentro":
Como la naturaleza de la totalidad de nuestro ser es despertar, cuando permitimos (profundamente) que todo sea lo que es, el material que tenemos reprimido en nuestra psique suele salir a la superficie. De hecho, muchos estudiantes espirituales utilizan inconscientemente sus técnicas de meditación para seguir reprimiendo determinado material. Aunque no se den cuenta, es lo que sucede. Cuando nos relajamos, cuando nos abrimos realmente y permitimos que las cosas sean lo que son, suele surgir determinado material reprimido, y eso nos coge por sorpresa. De repente puedes tener un acceso de ira o de tristeza durante la meditación. Tal vez te pongas a llorar. Quizá te reencuentres con diversos recuerdos que vuelven a hacerse conscientes y a manifestarse. Tal vez sientas dolores físicos; cuando permite que todo sea lo que es, la gente cuenta que suele experimentar dolor en diferentes partes del cuerpo. Cuando empezamos a relajarnos de verdad, lo que tenga que salir a la superficie saldrá; como he dicho anteriormente, muchas personas espirituales utilizan sus técnicas espirituales, sin darse cuenta, para suprimir su inconsciente. Cuando dejamos de suprimirlo, el inconsciente comienza a surgir y se manifiesta.
¿Qué debemos hacer con el material inconsciente que sale a la superficie? Nada. Simplemente dejar que se manifieste. No tenemos que analizarlo. En la mayoría de los casos, lo que surgen son conflictos que están pendientes de solucionar: emociones que nunca nos habíamos permitido sentir de lleno, experiencias que nunca nos habíamos permitido experimentar plenamente, dolores que nunca nos habíamos permitido sentir en su totalidad. Aparecen todas estas cosas. este material interno que no hemos resuelto anhela ser experimentado plenamente, no quiere quedarse relegado al inconsciente. Así que si nuestro material reprimido sale a la superficie, debemos permitirlo sin suprimir nada, sin analizarlo; debemos darnos la oportunidad de experimentar esas sensaciones en el cuerpo, en nuestro ser, y tenemos que dejar que se desplieguen naturalmente. Si lo haces así, independientemente del tipo de dolor que sea (emocional, psíquico, físico, espiritual o de otro tipo), comprobarás que este material reprimido aparecerá, se manifestará, lo experimentarás y desaparecerá. Si no desaparece, estarás conservando algo de resistencia, o de rechazo, o de indulgencia, y es bueno que lo reconozcas, pues eso te dará la oportunidad de relajarte una vez más. (...) La Meditación Auténtica es el espacio donde todo se manifiesta, donde todo se ve y donde todo se experimenta. Y como tal, todo se relaja a sí mismo. Ni siquiera lo relajamos nosotros. Se relaja solo.
En fin, como cita final, del capítulo "Renunciar a la manipulación y al control":
La iluminación, en último término, no es más que el estado natural del ser. (...) es un estado cuyo mantenimiento no requiere ningún esfuerzo o disciplina, es un estado del ser que no está fomentado por ninguna manipulación mental ni corporal; en otras palabras, es un estado completamente natural, espontáneo. Ésta es una de las razones por las que la meditación suele llevarnos a un callejón sin salida. Si la examinas de cerca, muchas técnicas de meditación son formas de control. Mientras la mente siga controlando y guiando nuestra experiencia, probablemente no podrá conducirnos a un estado natural. El estado natural es aquel en el que la mente no nos controla. Cuando la mente se involucra en la manipulación y en el control, quizá nos acerque a diversos estados de conciencia: tal vez aprendas a calmar la mente o a adquirir poderes psíquicos. Los estilos de meditación basados fundamentalmente en una técnica o manipulación pueden ofrecerte muchas cosas. Pero no lograrás el estado natural y espontáneo del ser.
(...)
La verdadera meditación no implica dominar ninguna técnica, sino dejar de controlar. Eso es la meditación. Cualquier otra cosa será algún tipo de concentración. La meditación y la concentración son dos cosas diferentes. La concentración es una disciplina; es una forma de dirigir nuestra experiencia, o de controlarla. La meditación es la liberación del control, es dejar de guiar nuestra experiencia. La base de la Meditación Auténtica es dejar de controlar.
(...)
(...) En vez de una técnica, la Meditación Auténtica es realmente una investigación. ¿Qué pasa cuando dejamos de controlar y de manipular?
En fin, que me está pareciendo un libro muy bueno, "Meditación Auténtica", de Adyashanti. Y tengo preparado otro libro del mismo autor, titulado "La Danza del Vacío", para leerlo en algún momento este verano, cuando fluya. Por lo que llevo leído del primer libro, creo que he acertado de pleno al comprarlos. El estilo de Adyashanti me está resultando de lo más ameno.
Menciono sus libros por si a alguien le interesa, pues por lo poco que llevo leído me parece un material de lectura muy inspirador.
¡Saludos!
Re: La no-meditación (reflexiones sobre la meditación y el estado natural)
Gracais Toni, coincido totalmente, sobre todo en soltar el control y permitir una meditacion continua, estar en el ser, estar presentes,en todos los actos de la vida.
Abrazos
Abrazos
muchísimas gracias por hacer tan grato resumen
Si todos dejaríamos ya ser las cosas lo que son, silencio, quietud, calma del ser, sin ningún control metal propio o de otros, hace ya mucho que viviríamos en otra clase de consciencia planetaria.
A mí me gustaría hasta proponerme no tener que hacer absolutamente nada más que sentir y disfrutar lo innato que suceda a cada momento. Luego uno se lía o le lían porque el ego o el ego de los demás controladores tiene que salirse con la suya, y ya tenemos el caos.
Supongo que la luz solar y las nuevas frecuencias nos ayudarán a dejar al ser, ser lo que es, y los que no lo hagan, pues sufrirán las consecuencias de los deseos insaciables del ego.
O dominamos a la bestia interior egocéntrica mental o ella nos dominará a todos escondida tras sus ciento mil caras y engaños y manipulaciones inculcada a través de todas las creencias de los demás.
He encontrado estos videos de otro que parece "despierto", intentando localizar algo de Adyashanti, "Meditación Auténtica", en castellano y sin éxito por ahora.
Descubriendo el ego
https://www.youtube.com/watch?v=hdAb4Fpc_4Q&feature=related
Bloqueos para el despertar
https://www.youtube.com/watch?v=x_RyLybKp9M
Meditación en la vida cotidiana
https://www.youtube.com/watch?v=wNC0kQtGFeo&feature=related
Del sueño del yo a la realidad del ya. ¿Has probado a dejar ser las cosas como son a ver si está ahí la liberación?
https://www.youtube.com/watch?v=U-BCAerBJfo&feature=related
Del sueño, las interpretaciónes, y lo que Es Atención abierta a este momento tal y como es sin interpretaciones metales.
https://www.youtube.com/watch?v=xGKTvtDYoTg&feature=related
¿No te valdria la pena parar?
https://www.youtube.com/watch?v=OIx7giBXFig&feature=related
¿Quién crees que eres?
https://www.youtube.com/watch?v=IYbhfWpzQgM&feature=related
Reconocimiento de la conciencia
https://www.youtube.com/watch?v=ZHdjhhBa5hE&feature=related
Mirando el yo
https://www.youtube.com/watch?v=6DthIkJDJv0&feature=related
Mirarse a si mismo
https://www.youtube.com/watch?v=IYbhfWpzQgM&feature=related
A mí me gustaría hasta proponerme no tener que hacer absolutamente nada más que sentir y disfrutar lo innato que suceda a cada momento. Luego uno se lía o le lían porque el ego o el ego de los demás controladores tiene que salirse con la suya, y ya tenemos el caos.
Supongo que la luz solar y las nuevas frecuencias nos ayudarán a dejar al ser, ser lo que es, y los que no lo hagan, pues sufrirán las consecuencias de los deseos insaciables del ego.
O dominamos a la bestia interior egocéntrica mental o ella nos dominará a todos escondida tras sus ciento mil caras y engaños y manipulaciones inculcada a través de todas las creencias de los demás.
He encontrado estos videos de otro que parece "despierto", intentando localizar algo de Adyashanti, "Meditación Auténtica", en castellano y sin éxito por ahora.
Descubriendo el ego
https://www.youtube.com/watch?v=hdAb4Fpc_4Q&feature=related
Bloqueos para el despertar
https://www.youtube.com/watch?v=x_RyLybKp9M
Meditación en la vida cotidiana
https://www.youtube.com/watch?v=wNC0kQtGFeo&feature=related
Del sueño del yo a la realidad del ya. ¿Has probado a dejar ser las cosas como son a ver si está ahí la liberación?
https://www.youtube.com/watch?v=U-BCAerBJfo&feature=related
Del sueño, las interpretaciónes, y lo que Es Atención abierta a este momento tal y como es sin interpretaciones metales.
https://www.youtube.com/watch?v=xGKTvtDYoTg&feature=related
¿No te valdria la pena parar?
https://www.youtube.com/watch?v=OIx7giBXFig&feature=related
¿Quién crees que eres?
https://www.youtube.com/watch?v=IYbhfWpzQgM&feature=related
Reconocimiento de la conciencia
https://www.youtube.com/watch?v=ZHdjhhBa5hE&feature=related
Mirando el yo
https://www.youtube.com/watch?v=6DthIkJDJv0&feature=related
Mirarse a si mismo
https://www.youtube.com/watch?v=IYbhfWpzQgM&feature=related
malcon- Cantidad de envíos : 122
Fecha de inscripción : 10/08/2009
Re: La no-meditación (reflexiones sobre la meditación y el estado natural)
Estan muy bien los videos, cortos y claros.
"El sueño que esta teniendo usted ahora mismo... un sueño que parece tanto realidad que no podemos reconocer la obviedad que no es asi"
Gracias Malcon
"El sueño que esta teniendo usted ahora mismo... un sueño que parece tanto realidad que no podemos reconocer la obviedad que no es asi"
Gracias Malcon
Re: La no-meditación (reflexiones sobre la meditación y el estado natural)
Gracias por los vídeos, Malcon. Como dice Mariela son cortos y claros (no los he visto todos, sí alguno). Destaco el primero que he visto:
Es un vídeo jovial, informal, expresado con humor... pero atentos a lo que dice... incluso el cómo lo dice está expresando muy bien la actitud... a veces, como en este caso, el ropaje del humor sirve para vestir a la pura verdad...
Tal como ese vídeo da a entender, no existen los problemas. Son nuestras creencias las que hacen que nos parezca que hay problemas jejeje
Este vídeo tiene algo especial, mezcla sabiduría con muchísimo sentido del humor. Incluso le acabo de dedicar un post a este vídeo en mi blog, donde lo describo así (la parte de color rojo y cursiva):malcon escribió:¿Quién crees que eres?
https://www.youtube.com/watch?v=IYbhfWpzQgM&feature=related
Es un vídeo jovial, informal, expresado con humor... pero atentos a lo que dice... incluso el cómo lo dice está expresando muy bien la actitud... a veces, como en este caso, el ropaje del humor sirve para vestir a la pura verdad...
Tal como ese vídeo da a entender, no existen los problemas. Son nuestras creencias las que hacen que nos parezca que hay problemas jejeje
Re: La no-meditación (reflexiones sobre la meditación y el estado natural)
malcon escribió:
He encontrado estos videos de otro que parece "despierto", intentando localizar algo de Adyashanti, "Meditación Auténtica", en castellano y sin éxito por ahora.
Genial aporte, Malcon: muchas gracias! Yo no sé si es o no un "despierto" pero sí está claro que se trata de un "despertador" nato. Me está ayudando mucho en ese sentido. Recomiendo ver todos sus vídeos en orden cronológico, a ser posible.
https://www.youtube.com/user/libreamor
http://meditacionvalencia.yinyangandtaichichuan.org/bruno.html
http://meditacionvalencia.yinyangandtaichichuan.org/extractosdeunretirodesilencio.pdf
Malcon, si te interesa el tema del ego puedes echarle un vistazo a "Una Nueva Tierra" (o "Un Nuevo Mundo") de Eckhart Tolle, que ahí profundiza muchísimo sin dejar de ser clarito. Bruno va también en la misma onda.
Invitado- Invitado
Re: La no-meditación (reflexiones sobre la meditación y el estado natural)
Hola:
Es genial entrar por aquí y aprender tanto. Todas vuestras aportaciones me están siendo de tanta ayuda...de verdad me siento muy afortunada y agradecida.
También es interesante leer a Krishnamurti, su visión sobre la meditación es similar. Él invitaba a la gente a investigar y a observar. Creo que los libros de Tolle tienen que ver mucho con esto. La meditación es una herramienta maravillosa para muchas cosas, sin embargo la observación, el estar presente en cada momento, es el trabajo que más nos acerca al conocimiento, a la conciencia, al despertar.
Muchas gracias por compartir.
Un abrazo,
Lucía
Es genial entrar por aquí y aprender tanto. Todas vuestras aportaciones me están siendo de tanta ayuda...de verdad me siento muy afortunada y agradecida.
También es interesante leer a Krishnamurti, su visión sobre la meditación es similar. Él invitaba a la gente a investigar y a observar. Creo que los libros de Tolle tienen que ver mucho con esto. La meditación es una herramienta maravillosa para muchas cosas, sin embargo la observación, el estar presente en cada momento, es el trabajo que más nos acerca al conocimiento, a la conciencia, al despertar.
Muchas gracias por compartir.
Un abrazo,
Lucía
tronka- Cantidad de envíos : 17
Fecha de inscripción : 20/03/2010
Edad : 56
Localización : Toledo
Re: La no-meditación (reflexiones sobre la meditación y el estado natural)
tronka escribió:Hola:
También es interesante leer a Krishnamurti, su visión sobre la meditación es similar. Él invitaba a la gente a investigar y a observar. Creo que los libros de Tolle tienen que ver mucho con esto. La meditación es una herramienta maravillosa para muchas cosas, sin embargo la observación, el estar presente en cada momento, es el trabajo que más nos acerca al conocimiento, a la conciencia, al despertar.
Hola: Tolle se basa mucho en Krishnamurti pero éste último propone una meditación diferente a la que normalmente conocemos. Voy a copiar un pequeño fragmento.
Krishnamurti
Sobre la meditación
INDIA, 1970
La propia sustancia, la naturaleza del cerebro, es, obviamente, sobrevivir. El cerebro persiste en la supervivencia, de lo contrario no podría existir; y ha desarrollado ciertas respuestas a causa de siglos y siglos de condicionamiento. Lo que tratamos de investigar es si la propia estructura y naturaleza del cerebro pueden generar un cambio en sí mismas. Y vamos a mostrarles -no a mostrarles-, vamos a aprender juntos si eso es posible. Esto no es un absurdo o una fantasía de la imaginación, porque la imaginación no tiene cabida alguna cuando estamos investigando a una enorme profundidad; no hay teorías ni conclusiones, sino sólo un movernos de hecho en hecho.
La mente ha de tener una calidad extraordinariamente sensible, y no puede ser sensible si hay temor, si hay cualquier clase de conclusión, dogma o creencia; de ese modo, el cerebro mismo, que está tan densamente condicionado, puede aquietarse completamente y no responder conforme a su propio modo tradicional. El problema es cómo generar esa condición de sensibilidad en la mente y, por lo tanto, en todo el sistema nervioso y en el cuerpo, y también cómo producir un estado de no-movimiento de las células cerebrales, una completa quietud, para que la mente esté despierta y sea sumamente inteligente y sensible. Despierta, inteligente y sensible son sinónimos, no son tres cosas separadas. Y el cerebro tiene que hallarse absolutamente quieto a fin de que pueda percibir sin el observador. Esto es meditación, ver que el cerebro esté quieto, completamente quieto, y que la mente sea sumamente sensible y, por lo tanto, inteligente. Dar con este movimiento es meditación.
¿Puede, acaso, haber un sistema para meditar, siendo el sistema un método, una práctica, la repetición de algo una y otra y otra vez? ¿Hace eso que la mente sea sensible, vital, activa, inteligente? Por el contrario, hace que la mente sea mecánica.
Por lo tanto, todos los sistemas (el sistema zen, el sistema hindú o el sistema cristiano) carecen por completo de sentido. Una mente que practica un sistema, un método, un mantra, es incapaz de percibir lo verdadero. Ustedes saben que están escuchando esa música [se oía el sonido de la música que llegaba desde la residencia vecina]. Hay una melodía, y si la escuchan cuidadosamente, si le prestan atención -no a las palabras, sino a la totalidad, al sonido-, es como si ese sonido se produjera dentro de ustedes. Y la mente puede cabalgar sobre esa melodía, sobre ese sonido, y ello le da a uno una extraordinaria sensación de movimiento. Y a eso pueden llamarlo meditación, la repetición de un conjunto de palabras que producen el sonido, un sonido interno, y ustedes pueden moverse con el sonido o dejarse llevar por él o acompañarlo.
Pero, ¿es meditación eso? ¿Jugar un truco así, hipnotizarse uno a sí mismo por medio de un sonido o de unas palabras? Semejantes formas de meditación son formas de autohipnosis, no conducen a ninguna parte. Por el contrario, tornan a la mente extraordinariamente torpe, la vuelven una mente que no es moral en el más profundo sentido de esa palabra (no en el sentido de la moralidad social, que no es moralidad en absoluto).
Del Boletín 7 (KF), 1970
Más vídeos de Bruno y Unmani (recomiendo verlos todos):
https://www.youtube.com/user/Despertaralser#g/u
Son de agradecer profundamente.
Invitado- Invitado
Re: La no-meditación (reflexiones sobre la meditación y el estado natural)
Muy interesante todo... tanto Krishnamurti como los vídeos esos. En verdad que todo lo que está apareciendo en este foro está resultando ser interesante. Mi "tarea" ante tantas ideas inspiradoras es simplemente resonar, tomar lo que me resulte más inspirador de cada propuesta (si surge tomar algo), y adaptarlas a mi propia manera, lo cual de todos modos hacemos lo queramos o no jejeje... Y luego, con la práctica, surgirá mi propia síntesis, más y más clara a medida que vaya aplicando las ideas en mi día a día.
¡Saludos!
¡Saludos!
Re: La no-meditación (reflexiones sobre la meditación y el estado natural)
Esto es fácil.
Se cogen dos folios y en uno se anotan todas las razones por las cuales no debemos meditar y los posibles perjuicios de dicha práctica. En la otra hoja se apuntan los motivos por los que meditar y supuestos beneficios. Luego se sostienen una hoja en cada mano, con las palmas hacia arriba.
¿Cuál os pesa más?
También podéis probar a estar unos días-semanas-meses-años sin y con meditación (de cualquier tipo). Y veis si hay alguna diferencia o si podéis sacar conclusiones.
Se cogen dos folios y en uno se anotan todas las razones por las cuales no debemos meditar y los posibles perjuicios de dicha práctica. En la otra hoja se apuntan los motivos por los que meditar y supuestos beneficios. Luego se sostienen una hoja en cada mano, con las palmas hacia arriba.
¿Cuál os pesa más?
También podéis probar a estar unos días-semanas-meses-años sin y con meditación (de cualquier tipo). Y veis si hay alguna diferencia o si podéis sacar conclusiones.
Invitado- Invitado
Entrevista a Adyashanti (1)
Copio íntegramente la entrevista, tal cual aparece en la edición que tengo del libro "Meditación Auténtica" (de Adyashanti), como complemento al final.
La he posteado originalmente en mi blog: http://jugandoalegremente.blogspot.com/2010/07/entrevista-adyashanti-1.html (es lo mismo, con la única diferencia de las negritas resaltadas y quizás alguna cursiva, aparte del link final). Para tener una panorámica total de lo que dice Adyashanti, puede resultar muy interesante leer también las citas de su libro "Meditación auténtica", que copié en el primer post de este mismo hilo del foro.
La entrevista que sigue fue realizada después de mi primer retiro de cinco días con Adyashanti, durante el cual descubrí este radical método de meditar.
Tami Simon: Adya, tú practicaste zen durante quince años y equiparas las prácticas meditativas que hacías, meditando en zazen durante largas horas, a haberte dado cabezazos contra la pared. ¿Pero qué pasaría si la meditación zen que hiciste te hubiese preparado energéticamente para el despertar y te hubiese proporcionado las visiones que ahora enseñas? ¿No lo crees posible?
Adya: Es posible. Todo es posible. En mi experiencia, sin embargo, la práctica zen realmente me acercó a la avenida por la que, al cabo del tiempo, terminé fracasando. El cojín era el sitio en el que entraba en guerra espiritual conmigo mismo. Yo intentaba iluminarme y el cojín era el lugar en el que demostraba mi voluntad personal. En ese sentido, cuando miro atrás puedo decir que yo necesité involucrarme en esa batalla con tanta intensidad para poder fracasar. Descubrí, de una vez y para siempre, que no iba a ganar la batalla espiritual y finalmente me relajé. Así que, en ese sentido, todos esos años de práctica zen fueron años realmente útiles. Pero creo que eso no significa que todo el mundo deba seguir ese camino; eso sería un gran error. Pienso que todos llegaremos por la ruta que elijamos.
TS: Tu maestra zen fue Arvis Justi. No sé nada de ella.
Adya: La verdad es que casi nadie ha oído hablar de ella. Se formó con un buen puñado de los maestros japoneses que vinieron por primera vez a Estados Unidos el siglo pasado, principalmente Yasutani Roshi y Maezumi Roshi. Y muchos de los componentes de esta primera oleada eran excelentes maestros que vinieron a América porque el zen de Japón se había vuelto muy tradicional, muy institucionalizado. La gente acudía al templo zen (no todo el mundo) como algunas personas van a la iglesia. Ya sabes: «Es domingo, vamos a meditar al templo zen». Así que estos primeros maestros que llegaron a América buscaban sangre fresca; buscaban gente muy sincera. Y, evidentemente, si nos despertamos realmente y somos llamados a enseñar, eso es lo que queremos: enseñar a personas realmente sinceras.
En esa época en Estados Unidos no había templos zen. Así que la casa de mi maestra, en el norte de California, se llenaba con unas cuarenta personas que acudían a practicar. La gente dormía en el césped, o por cualquier parte. Al cabo del tiempo, el maestro de mi maestra le dijo: «Ya no me necesitas aquí; ha llegado tu hora de enseñar». Y así fue. No hubo ninguna ceremonia tradicional del dharma. Y mi maestra fue muy clara. Ella no se sentía preparada para la vida religiosa. En esa época ella era una mujer mayor, había educado a cinco hijos y se había dado cuenta de que, aunque el zen pudiese seguir una vía tradicional, para ella no era necesario seguir esa vía y no se sentía atraída hacia ella.
Mi maestra enseñaba en su casa y nunca se anunciaba. Al principio, ponía cojines en su cuarto de estar todos los domingos por la mañana y se sentaba a esperar, pero durante el primer año y medio no apareció nadie. Ella tenía una charla preparada y seguía poniendo cojines todas las semanas. Se sentaba a esperar, sin más, y no aparecía nadie. Evidentemente, ¿quién va a aparecer si no te anuncias? Pero ella se mantuvo firme con total dedicación. Y al cabo de un año y medio apareció una persona, así que se sentó con esa persona todos los fines de semana durante un año. Y después apareció otra persona, y así fue creciendo la cosa. Ella nunca intentó hacerse conocida y ni siquiera se consideró jamás una maestra. No tenía grandes pretensiones.
En esa época se empezaba a conocer el zen en Estados Unidos y la gente como yo se sentía atraída por los trajes, los templos, las ceremonias y todas esas cosas. Y de repente te encontrabas con esta mujercita que vestía ropa normal, te recibía en su casa por la puerta de atrás y después te hacía entrar en su cuarto de estar para que te sentaras. Desde fuera no resultaba nada impresionante. De hecho, creo que yo no comprendí lo que ella realmente ofrecía hasta que me propuso hacer un retiro largo en un templo, mi primer retiro. Cuando volví de ese retiro, que fue bastante exigente, estaba literalmente asombrado. Pensé: «Dios mío, aquí hay lo mismo que allí, incluso en mayor medida. La cocina y el cuarto de estar de esta mujercita tenían el mismo dharma, y tal vez más, que en el retiro». No puedo explicarlo bien, pero me llevé una gran sorpresa. Creo que como ella tenía tan pocas pretensiones, la mayoría de la gente no se daba cuenta. Se la perdían, se perdían lo que era y lo que podía ofrecer.
TS: Aunque tú enseñes según tu propio método, basado en tus descubrimientos sobre la Meditación Auténtica y en tus experimentos de escritura, ¿te sientes parte de algún linaje? ¿Tienes la sensación de haber heredado su linaje?
Adya: En realidad, sí, mucho. Ella ocupa un lugar muy profundo en mi corazón y, en gran medida, me siento parte de su linaje.
Mi maestra solía contar una historia sobre la primera vez que se había sentado a enseñar. No había aparecido nadie, por supuesto, pero ella se sentó en su cuarto de estar y siguió sentándose ahí todos los domingos por la mañana. Y alguien llegó a decirle en una ocasión: «Vaya, debe de haber resultado muy solitario, habrá sido duro». A lo que ella contestó: «No lo fue. Cada vez que me sentaba ahí podía sentir y, prácticamente, ver a todos los miembros que habían formado parte del linaje. Podía sentirlo». Y recuerdo haber experimentado lo mismo cuando me senté a dar mi primer retiro. Me sentía como si fuese la punta del iceberg de este linaje tan larguísimo de seres que, respondiendo a su compasión, hacen lo posible por seguir transmitiendo esto. Yo siento muy de cerca la transmisión que obtuve de ella, no sólo la transmisión del despertar, sino la transmisión de su increíble integridad como ser humano. Es casi como si se me hubiese metido dentro de una forma energética. Ella poseía una gran integridad y tenía, también, una enorme gracia. No fingía nunca; no había nada falso en ella, de ninguna forma. Tardé muchos años en ver que, lentamente, había ido heredando la comprensión de esa integridad. Yo no tengo tanta gracia como ella, pero una parte de mi cuerpo se siente prácticamente igual que su integridad, se siente energéticamente como ella. Eso fue, probablemente, su transmisión más importante.
TS: ¿Te preocupa que el camino que te condujo donde te encuentras no sea el camino que enseñas?
Adya: No, no me preocupa en absoluto. El camino que estoy enseñando es en gran medida el camino que me trajo donde me encuentro. Cuando dirijo un retiro, siempre pasamos cinco o seis días en meditación silenciosa. Pero yo descubrí que mi espiritualidad realmente empezaba a despegar cuando no confiaba exclusivamente en la práctica meditativa. Aunque seguí meditando, en un determinado momento di un giro fundamental y dejé de confiar unilateralmente en la práctica. Veía que, en mi caso, la meditación en sí y por sí misma no funcionaba. No la rechacé totalmente, pero empecé a percibir otro elemento: la indagación. Empecé a cuestionarme fundamentalmente casi todo. Empecé a observar las cosas con mucha profundidad, con mucha intensidad.
Después, por supuesto, la parte del despertar es siempre espontánea. No existe ningún abecé sobre cómo despertar. Pero al mirar atrás vi estas dos cosas: quietud y silencio, y la habilidad de ser implacablemente honesto conmigo mismo, la habilidad de no engañarme, de no decirme que sabía algo que no sabía, de seguir con mi línea de indagación. Al cabo del tiempo estos dos enfoques juntos conformaron mi camino espiritual. Y lo que yo enseño es la combinación de estas dos cosas.
TS: En ese sentido, ¿estás enseñando un camino?
Adya: Por supuesto. Un camino sin camino [risas]. Pero sí, podría decirse que es un camino. No es un camino del tipo de «uno más dos son tres», ni «limítate a seguir andando y llegarás a la cima de la montaña». No es un camino en ese sentido. No es un camino que te dé la sensación de estar progresando. Es una forma de estar con la experiencia. Es una forma de estar con uno mismo que, en realidad, deconstruye al yo personal. Aunque no lo sepas, aunque no seas consciente, el camino te va deconstruyendo. El silencio te deconstruye, pero esto no es suficiente para casi nadie. Meditar no es suficiente. Contamos con esta otra parte activa de deconstrucción, que es la pregunta y la indagación directa.
TS: En tus retiros a menudo propones a la gente la indagación a partir de la pregunta «¿qué soy yo?». Nunca había oído esa sugerencia antes. La mayoría de la gente que enseña indagación propone a los estudiantes la pregunta «¿quién soy yo?».
Adya: «¿Quién soy yo?» nunca me funcionó a mí. Aunque funcione para algunas personas, «¿quién soy yo?» implicaba, para mí, una entidad. «¿Qué soy yo?» me parece una pregunta más abierta.
TS: ¿Y no te preocupa que la gente vaya a tus retiros y no se siente derecha durante los períodos de meditación silenciosa? Tengo una curiosidad al respecto, pues va en contra de casi toda la formación que he recibido.
Adya: También va en contra de casi toda la formación que yo he recibido.
TS: ¿Entonces por qué no te preocupa? ¿No conviene sentarse para estar abierto y alerta y para que las vías energéticas del cuerpo puedan fluir libremente?
Adya: En realidad no [risas]. Lo digo porque he visto que mucha gente se ha despertado sin tener una postura erguida [risas]. Y yo siempre utilizo lo que veo, mi experiencia directa. ¿Hay que sentarse en la posición de loto para poder despertar, hay que mantener la columna vertebral erguida? No. La simple observación, el mero hecho de ver lo que realmente ocurre, en lugar de escuchar lo que diga cualquier tradición, me ha dejado claro que para despertar no se necesita nada de eso. ¿Sirve de algo sentarse con la columna derecha? Evidentemente, sirve para algunas cosas. Puede abrir determinadas vías, como has mencionado, y hay posturas que, en sí mismas, son más abiertas. Eso es cierto, por supuesto. Pero mi pasado zen me dio la oportunidad de descubrir que muchas personas se concentraban tan intensamente en la postura correcta que aunque se sentaran en una postura muy abierta (postura de loto con las manos en el mudra correcto), aunque todo estuviera bien externamente, su actitud interna era muy tensa y estaba muy cerrada. Como hemos visto, lo que importa es la actitud. Si la actitud y la postura son uno, entonces funciona. Pero cuando ponemos demasiado énfasis en la postura, aunque ésta sea la correcta, en muchas ocasiones la actitud no estará abierta. Y la actitud interna es la que contiene todo el poder. Hay una enseñanza que dice que la postura correcta dará paso a la actitud correcta, pero no es así. Al menos para mucha gente.
TS: Muchos maestros de meditación enseñan a los principiantes alguna práctica de concentración. Luego, cuando ya están acostumbrados a las prácticas básicas de concentración, les dejan relajarse un poco y explorar. Creo que muchos maestros de meditación enseñan la concentración al principio para evitar que los estudiantes se pasen el tiempo divagando en vez de meditando.
Adya: Es muy probable.
TS: ¿Pero no te asusta que la gente que asiste a tus retiros y que no ha recibido esa formación se pierda divagando en sus pensamientos?
Adya: He comprobado que la gente que acude a los retiros generalmente no ha meditado nunca o ha seguido alguna tradición de meditación. En cualquiera de los dos casos tal vez necesiten algo de tiempo para captar lo que yo enseño. Y, por supuesto, cuando dejamos de manipular la mente, muchas veces se vuelve un poco loca durante un tiempo. Pero, según mis descubrimientos, cuanto más tiempo pueda pasar la gente sin manipular (normalmente no estamos hablando de años ni de meses), más naturalmente se irán calmando las cosas. La gente me pregunta: «¿Puedo repetir mi mantra?, ¿puedo observar mi respiración?». Y les digo que por supuesto, que lo hagan si eso les funciona. Si eso te sirve, sigue adelante y hazlo. Limítate a hacer cada vez menos y menos y menos y menos.
Aunque en teoría casi siempre se aprende una práctica de concentración para poder pasar después a relajarte y a deshacerte de ella, la mayoría de la gente en realidad no se relaja. Si te pasas diez años entrenando para poder manipular tu experiencia, esa experiencia te habrá creado un surco profundamente arraigado. Deshacerse de él puede resultar muy difícil. Aparentemente funciona así, en teoría, pero muchas veces las cosas son diferentes.
Creo que la gente, y quizá ciertos maestros (aunque no lo sé a ciencia cierta), a veces temen que la mente no sepa detenerse si dejamos que se vuelva loca durante un tiempo, si dejamos de manipular la experiencia. O temen que la gente se quede perdida, de algún modo. Pero yo he podido comprobar, una y otra vez, que el estado natural realmente comienza a surgir. El maestro zen Suzuki Roshi decía que la mejor forma de controlar una vaca era dándole un campo enorme. Colocando las vallas no muy juntas. Y, en cierto modo, creo que eso es lo que estoy haciendo. Se trata de crear un campo realmente grande y, con el tiempo, la mente dejará de intentar salirse de él. La gente está acostumbrada a seguir otro proceso, pero yo veo constantemente que los que llegan a los retiros tardan un día, dos, tres, o a veces cuatro, en empezar a experimentar un proceso natural de relajación y de silencio.
TS: ¿No te preocupa que, en vez de meditar, la gente se ponga a divagar mentalmente o a alucinar?
Adya: No. Imagino que en este sentido difiero de muchos maestros. No me veo, en absoluto, en el papel de profesor o de progenitor de nadie. Yo estoy aquí para hablar del despertar a las personas que sean verdaderamente sinceras. Si todavía no tienen esa sinceridad, entonces están con la persona equivocada. Porque no van a obtener esa sinceridad de mí, y yo no voy a invertir mucha energía en su falsa sinceridad. Sé que hay muchas tradiciones en las que los maestros intentan que sus estudiantes sean sinceros. Y yo no digo que eso esté mal, de ninguna forma, sino que eso no es lo que ocurre conmigo. Mi actitud es: si eres sincero, tu sinceridad se convertirá en una fuerza realmente poderosa en tu vida. Y si no lo eres, la postura y todo lo demás realmente no tendrán mucho efecto. Así que si quieres sentarte en una hamaca y pasarte el día mirando las nubes, es asunto tuyo. ¿Entiendes lo que quiero decir? Si eso es lo que quieres hacer, eso es lo que harás. Si me preguntas, yo no voy a hacer como si eso fuera sincero y, por tanto, no haré nada que pueda llevarte al despertar. Pero yo no estoy aquí para intentar cambiar lo que la gente quiere. Yo estoy aquí, y si tú realmente quieres la verdad, entonces tenemos algo de que hablar. La sinceridad depende totalmente de ti. No es de mi incumbencia. El material de tu sinceridad dejará que te hundas o te permitirá nadar. Si lo tienes, bien. Y si no lo tienes, yo no te voy a rescatar. En ese sentido, los canguros infantiles y yo no tenemos nada en común.
TS: ¿Qué le dirías a alguien que se siente parcialmente sincero en su búsqueda de la verdad, pero que a la vez se siente parcialmente insincero?
Adya: Creo que la mayoría se siente así cuando se mete a fondo en la cuestión. Tienen esa sensación de división. Normalmente les propongo que miren en su interior y que lleven a cabo una indagación profunda, una indagación abierta en lo que quieren de verdad. Les pido que no supongan nada de lo que quieren. Y suelo decirles que no construyan lo que creen que deberían querer ni lo que les haya dicho ningún maestro sobre lo que deberían querer. Observa realmente lo que tú quieres de verdad, realmente.
Esta indagación sólo la podrás llevar a cabo si no tienes ningún «debería», si no tienes ideas preconcebidas sobre lo que deberías querer. Cuando hablo de integridad me refiero a esto: a la voluntad de averiguarlo realmente por ti mismo. Y lo que he descubierto es que si alguien observa de verdad y se involucra en esta investigación, en observar lo que realmente quiere, esta indagación podrá llevarle a un lugar mucho más unificado. Le llevará allí de un modo natural. Y para mí esto es mucho mejor que intentar llegar a un lugar mediante la disciplina, pues la gente ha oído esa clase de enseñanzas (debes desear el despertar más que ninguna otra cosa), y es cierto, pero hasta que llegues ahí no puedes fingir tu camino, no puedes hacerlo como si hubieras llegado. Y, en realidad, creo que muchas personas lo están haciendo: escuchan las enseñanzas y después fingen estar en el lugar en el que no están.
Mi forma de enseñar es totalmente diferente. Porque sé que si las personas observan su interior profundamente, encontrarán que realmente desean la verdad auténtica. Sé que si observan su interior durante suficiente tiempo, eso es lo que descubrirán. Porque es la base de su ser. también es el núcleo de su ego. Incluso el ego, en lo más profundo, desea la verdad.
TS: ¿Qué quieres decir con eso de que el núcleo del ego desea la verdad? Yo creía que mi ego deseaba cosas como la fama, el poder, el dinero, la dominación.
Adya: Y las desea. También desea todo eso, aunque en realidad sea bastante superficial. Se trata de deseos superficiales, de voluntades superficiales. Evidentemente, los egos desean todas esas cosas, pero si penetras con suficiente profundidad en el yo del ego, en lo profundo de su núcleo, te encontrarás con la verdad, te encontrarás con el divino. Su chispa se encuentra precisamente en el núcleo del ego.
Por eso le dedico tanto tiempo a darle espacio al ego. La gente me dirá: «Creo que no deseo la verdad, quiero hacer esto o quiero tener eso». Y yo digo: «Ve a por ello, hazlo». Y no deja de sorprenderme lo que ocurre cada vez que le dices a alguien lo siguiente: «Puedes hacer lo que quieras, puedes querer lo que quieras, sigue así, a mí no me importa, a Dios no le importa, no existe nada que piense que estás equivocado; dejando aparte el pensamiento, no hay nada en el universo que crea que estás equivocado por querer lo que quieres, así que sigue así». A veces resulta increíble ver que, cuando le das permiso total a ciertas personas, se hace visible algo más profundo. De repente ven esto: «Ahora que siento que realmente puedo desear cualquier cosa, creo que en realidad no quiero lo que creía. Ahora que tengo permiso, ahora que todo está bien con el universo y con Dios y con el gurú y con el divino y con todo, ni siquiera estoy seguro de que eso sea lo que realmente quiero». Porque muchos de estos deseos superficiales del ego siguen ahí principalmente porque creemos que no está bien. Es algo muy de adolescente. Los adolescentes desean teñirse el pelo de naranja siempre y cuando eso espante a sus padres. Pero si sus padres no se oponen en absoluto al pelo naranja, no se lo teñirán más de ese color, ¿no es así? Porque no les aporta ningún misticismo, ningún encanto especial. Sin embargo, cuando no sabían que no había problema alguno en el hecho de teñirse el pelo de naranja, eso era casi lo más importante del mundo.
Sé que mi enfoque se aleja por completo del camino típico que sigue quien quiere aprender a ser espiritual. Mi enfoque consiste en ayudar a la gente a conectar con su propia integridad, porque los descubrimientos espirituales sólo pueden llevarse a cabo cuando la gente está en contacto con su propia integridad. La gente no podrá llegar ahí si está atascada en lo que debería hacer o dejar de hacer.
TS: Cuando la gente dice que su verdadera naturaleza es su conciencia, a veces me suena un poco a retórica vacía, a rodeo espiritual. Aunque sepan dónde deberían llegar mediante la indagación y pronuncien ciertas palabras, en realidad yo estoy viendo a alguien lleno de rabia o a una persona que tiene los nervios destrozados.
Adya: Ésa es una de las razones por las que pongo a la gente a meditar. Considero que es un tiempo de verdad. Si te sientas en silencio durante un rato, antes o después tu negación empezará a desmoronarse, pues el hecho de quedarte ahí sentado mintiéndote sobre lo que ocurre se vuelve muy doloroso. En nuestros retiros la gente se levanta, antes o después, y se pone a hablar sobre un miedo de siempre, o sobre un asunto pendiente de resolver que nunca tuvo en cuenta, o sobre la rabia que siguen sintiendo por algo que sucedió veinte años atrás. Basta con sentarse en silencio. Al cabo de un rato la gente empieza a derrumbarse. Y ésa es una de las razones por las que enseño indagación y meditación. Si la gente cree que se ha despertado a su naturaleza verdadera y, sin embargo, no es capaz de quedarse sentada en silencio sin volverse loca, entonces no está ni la mitad de despierto de lo que creía. La meditación es como un horno que saca la verdad al exterior.
Yo suelo explicar que mi objetivo, al poner a la gente a meditar, no es conseguir que se conviertan en buenos meditadores. Cuando meditas sin manipulación (algo que, por supuesto, es nuevo para muchos meditadores), esta especie de descarga termina por producirse de forma bastante natural y la verdad puede surgir de un modo espontáneo. Normalmente descargamos un montón de material que hemos estado reprimiendo a través de la espiritualidad. Cuando te sientas sin manipular, empiezas a ver lo que necesitas y experimentas lo que tienes que experimentar. Tal vez surjan antiguas experiencias que llevan esperando treinta años, no a que las adivines o a que las analices, sino simplemente a que las experimentes con conciencia. Y con el tiempo he llegado a descubrir que cuando se produce esta descarga natural, la gente obtiene la energía necesaria para seguir profundizando.
TS: Te he oído decir que no crees que el despertar (definido como un cambio fundamental de identidad, que se aparta de la personalidad y se sumerge en la propia conciencia) sea realmente tan raro. Y que, de hecho, creer que el despertar es raro implica en sí mismo un obstáculo frente al despertar. ¿No crees que el despertar es poco frecuente?
Adya: No.
TS: ¿Por qué crees que esta idea supone un obstáculo?
Adya: Porque casi todos tenemos la sensación de que no somos los elegidos. En el fondo, la mayoría nos sentimos bastante ordinarios. Si, de forma consciente o inconsciente, crees que el despertar es sólo para personas muy extraordinarias, eso contradice por completo nuestra sensación interna. Esta idea es, posiblemente, el impedimento más poderoso para poder despertar. Nuestros ejemplos de despertares así lo ilustran. En las imágenes que tenemos de los seres despiertos éstos aparecen escondidos detrás de halos, con el pelo largo y batas flotantes, y si se dedican a algo en la vida, siempre es a enseñar, siempre tienen discípulos, siempre cuentan con gente a sus pies. Éstas son las imágenes que tenemos ahí fuera y, sin embargo, no es así. A nuestra mente le cuesta mucho creer que la iluminación pueda surgir bajo el aspecto de tu abuela o de tu tendera. El ser iluminado no tiene que parecer nada extraordinario. Algunos seres iluminados son muy carismáticos. Pero ¿sabes qué? Algunos seres no iluminados también son muy carismáticos. Pero estas imágenes realmente se ponen en medio. El despertar no lleva implícito el hecho de volverse extraordinario. En todo caso, lleva implícito el hecho de volverse ordinario. Tiene que ver con lo que somos realmente.
TS: Entre otras cosas, creo que la gente piensa que el despertar es poco frecuente porque lleva veinte o treinta años practicando y no ha llegado a los grandes descubrimientos que tú describes, así que tienen cierto malhumor o cinismo al respecto, y eso se une a la idea de que la iluminación debe de ser sólo para unos pocos. Si no, la gente creería que tienen algo que no les funciona bien, o que se han equivocado, de un modo o de otro.
Adya: Sí, su mente podría ir hacia ahí.
TS: O tal vez crean que el camino que están siguiendo no funciona.
Adya: ¡Vaya!, ésa es una idea mucho más peligrosa. Evidentemente, creo que eso es lo que contribuyó a mi propio despertar. Yo no le eché la culpa al camino, sino a mi relación con el camino. Por eso pretendo que la gente se libere de su camino, que se relaje, que lo cuestione, que se abra un poco. No tengas miedo a preguntar. Obsérvate y mira lo que no haya funcionado. Y ten el coraje de cambiar, de seguir adelante cuando algo no funcione. Observa con ojos inocentes, con ojos muy abiertos. Esa inocencia siempre está ahí. Es una especie de milagro.
La he posteado originalmente en mi blog: http://jugandoalegremente.blogspot.com/2010/07/entrevista-adyashanti-1.html (es lo mismo, con la única diferencia de las negritas resaltadas y quizás alguna cursiva, aparte del link final). Para tener una panorámica total de lo que dice Adyashanti, puede resultar muy interesante leer también las citas de su libro "Meditación auténtica", que copié en el primer post de este mismo hilo del foro.
Entrevista a Adyashanti
La entrevista que sigue fue realizada después de mi primer retiro de cinco días con Adyashanti, durante el cual descubrí este radical método de meditar.
Tami Simon: Adya, tú practicaste zen durante quince años y equiparas las prácticas meditativas que hacías, meditando en zazen durante largas horas, a haberte dado cabezazos contra la pared. ¿Pero qué pasaría si la meditación zen que hiciste te hubiese preparado energéticamente para el despertar y te hubiese proporcionado las visiones que ahora enseñas? ¿No lo crees posible?
Adya: Es posible. Todo es posible. En mi experiencia, sin embargo, la práctica zen realmente me acercó a la avenida por la que, al cabo del tiempo, terminé fracasando. El cojín era el sitio en el que entraba en guerra espiritual conmigo mismo. Yo intentaba iluminarme y el cojín era el lugar en el que demostraba mi voluntad personal. En ese sentido, cuando miro atrás puedo decir que yo necesité involucrarme en esa batalla con tanta intensidad para poder fracasar. Descubrí, de una vez y para siempre, que no iba a ganar la batalla espiritual y finalmente me relajé. Así que, en ese sentido, todos esos años de práctica zen fueron años realmente útiles. Pero creo que eso no significa que todo el mundo deba seguir ese camino; eso sería un gran error. Pienso que todos llegaremos por la ruta que elijamos.
TS: Tu maestra zen fue Arvis Justi. No sé nada de ella.
Adya: La verdad es que casi nadie ha oído hablar de ella. Se formó con un buen puñado de los maestros japoneses que vinieron por primera vez a Estados Unidos el siglo pasado, principalmente Yasutani Roshi y Maezumi Roshi. Y muchos de los componentes de esta primera oleada eran excelentes maestros que vinieron a América porque el zen de Japón se había vuelto muy tradicional, muy institucionalizado. La gente acudía al templo zen (no todo el mundo) como algunas personas van a la iglesia. Ya sabes: «Es domingo, vamos a meditar al templo zen». Así que estos primeros maestros que llegaron a América buscaban sangre fresca; buscaban gente muy sincera. Y, evidentemente, si nos despertamos realmente y somos llamados a enseñar, eso es lo que queremos: enseñar a personas realmente sinceras.
En esa época en Estados Unidos no había templos zen. Así que la casa de mi maestra, en el norte de California, se llenaba con unas cuarenta personas que acudían a practicar. La gente dormía en el césped, o por cualquier parte. Al cabo del tiempo, el maestro de mi maestra le dijo: «Ya no me necesitas aquí; ha llegado tu hora de enseñar». Y así fue. No hubo ninguna ceremonia tradicional del dharma. Y mi maestra fue muy clara. Ella no se sentía preparada para la vida religiosa. En esa época ella era una mujer mayor, había educado a cinco hijos y se había dado cuenta de que, aunque el zen pudiese seguir una vía tradicional, para ella no era necesario seguir esa vía y no se sentía atraída hacia ella.
Mi maestra enseñaba en su casa y nunca se anunciaba. Al principio, ponía cojines en su cuarto de estar todos los domingos por la mañana y se sentaba a esperar, pero durante el primer año y medio no apareció nadie. Ella tenía una charla preparada y seguía poniendo cojines todas las semanas. Se sentaba a esperar, sin más, y no aparecía nadie. Evidentemente, ¿quién va a aparecer si no te anuncias? Pero ella se mantuvo firme con total dedicación. Y al cabo de un año y medio apareció una persona, así que se sentó con esa persona todos los fines de semana durante un año. Y después apareció otra persona, y así fue creciendo la cosa. Ella nunca intentó hacerse conocida y ni siquiera se consideró jamás una maestra. No tenía grandes pretensiones.
En esa época se empezaba a conocer el zen en Estados Unidos y la gente como yo se sentía atraída por los trajes, los templos, las ceremonias y todas esas cosas. Y de repente te encontrabas con esta mujercita que vestía ropa normal, te recibía en su casa por la puerta de atrás y después te hacía entrar en su cuarto de estar para que te sentaras. Desde fuera no resultaba nada impresionante. De hecho, creo que yo no comprendí lo que ella realmente ofrecía hasta que me propuso hacer un retiro largo en un templo, mi primer retiro. Cuando volví de ese retiro, que fue bastante exigente, estaba literalmente asombrado. Pensé: «Dios mío, aquí hay lo mismo que allí, incluso en mayor medida. La cocina y el cuarto de estar de esta mujercita tenían el mismo dharma, y tal vez más, que en el retiro». No puedo explicarlo bien, pero me llevé una gran sorpresa. Creo que como ella tenía tan pocas pretensiones, la mayoría de la gente no se daba cuenta. Se la perdían, se perdían lo que era y lo que podía ofrecer.
TS: Aunque tú enseñes según tu propio método, basado en tus descubrimientos sobre la Meditación Auténtica y en tus experimentos de escritura, ¿te sientes parte de algún linaje? ¿Tienes la sensación de haber heredado su linaje?
Adya: En realidad, sí, mucho. Ella ocupa un lugar muy profundo en mi corazón y, en gran medida, me siento parte de su linaje.
Mi maestra solía contar una historia sobre la primera vez que se había sentado a enseñar. No había aparecido nadie, por supuesto, pero ella se sentó en su cuarto de estar y siguió sentándose ahí todos los domingos por la mañana. Y alguien llegó a decirle en una ocasión: «Vaya, debe de haber resultado muy solitario, habrá sido duro». A lo que ella contestó: «No lo fue. Cada vez que me sentaba ahí podía sentir y, prácticamente, ver a todos los miembros que habían formado parte del linaje. Podía sentirlo». Y recuerdo haber experimentado lo mismo cuando me senté a dar mi primer retiro. Me sentía como si fuese la punta del iceberg de este linaje tan larguísimo de seres que, respondiendo a su compasión, hacen lo posible por seguir transmitiendo esto. Yo siento muy de cerca la transmisión que obtuve de ella, no sólo la transmisión del despertar, sino la transmisión de su increíble integridad como ser humano. Es casi como si se me hubiese metido dentro de una forma energética. Ella poseía una gran integridad y tenía, también, una enorme gracia. No fingía nunca; no había nada falso en ella, de ninguna forma. Tardé muchos años en ver que, lentamente, había ido heredando la comprensión de esa integridad. Yo no tengo tanta gracia como ella, pero una parte de mi cuerpo se siente prácticamente igual que su integridad, se siente energéticamente como ella. Eso fue, probablemente, su transmisión más importante.
TS: ¿Te preocupa que el camino que te condujo donde te encuentras no sea el camino que enseñas?
Adya: No, no me preocupa en absoluto. El camino que estoy enseñando es en gran medida el camino que me trajo donde me encuentro. Cuando dirijo un retiro, siempre pasamos cinco o seis días en meditación silenciosa. Pero yo descubrí que mi espiritualidad realmente empezaba a despegar cuando no confiaba exclusivamente en la práctica meditativa. Aunque seguí meditando, en un determinado momento di un giro fundamental y dejé de confiar unilateralmente en la práctica. Veía que, en mi caso, la meditación en sí y por sí misma no funcionaba. No la rechacé totalmente, pero empecé a percibir otro elemento: la indagación. Empecé a cuestionarme fundamentalmente casi todo. Empecé a observar las cosas con mucha profundidad, con mucha intensidad.
Después, por supuesto, la parte del despertar es siempre espontánea. No existe ningún abecé sobre cómo despertar. Pero al mirar atrás vi estas dos cosas: quietud y silencio, y la habilidad de ser implacablemente honesto conmigo mismo, la habilidad de no engañarme, de no decirme que sabía algo que no sabía, de seguir con mi línea de indagación. Al cabo del tiempo estos dos enfoques juntos conformaron mi camino espiritual. Y lo que yo enseño es la combinación de estas dos cosas.
TS: En ese sentido, ¿estás enseñando un camino?
Adya: Por supuesto. Un camino sin camino [risas]. Pero sí, podría decirse que es un camino. No es un camino del tipo de «uno más dos son tres», ni «limítate a seguir andando y llegarás a la cima de la montaña». No es un camino en ese sentido. No es un camino que te dé la sensación de estar progresando. Es una forma de estar con la experiencia. Es una forma de estar con uno mismo que, en realidad, deconstruye al yo personal. Aunque no lo sepas, aunque no seas consciente, el camino te va deconstruyendo. El silencio te deconstruye, pero esto no es suficiente para casi nadie. Meditar no es suficiente. Contamos con esta otra parte activa de deconstrucción, que es la pregunta y la indagación directa.
TS: En tus retiros a menudo propones a la gente la indagación a partir de la pregunta «¿qué soy yo?». Nunca había oído esa sugerencia antes. La mayoría de la gente que enseña indagación propone a los estudiantes la pregunta «¿quién soy yo?».
Adya: «¿Quién soy yo?» nunca me funcionó a mí. Aunque funcione para algunas personas, «¿quién soy yo?» implicaba, para mí, una entidad. «¿Qué soy yo?» me parece una pregunta más abierta.
TS: ¿Y no te preocupa que la gente vaya a tus retiros y no se siente derecha durante los períodos de meditación silenciosa? Tengo una curiosidad al respecto, pues va en contra de casi toda la formación que he recibido.
Adya: También va en contra de casi toda la formación que yo he recibido.
TS: ¿Entonces por qué no te preocupa? ¿No conviene sentarse para estar abierto y alerta y para que las vías energéticas del cuerpo puedan fluir libremente?
Adya: En realidad no [risas]. Lo digo porque he visto que mucha gente se ha despertado sin tener una postura erguida [risas]. Y yo siempre utilizo lo que veo, mi experiencia directa. ¿Hay que sentarse en la posición de loto para poder despertar, hay que mantener la columna vertebral erguida? No. La simple observación, el mero hecho de ver lo que realmente ocurre, en lugar de escuchar lo que diga cualquier tradición, me ha dejado claro que para despertar no se necesita nada de eso. ¿Sirve de algo sentarse con la columna derecha? Evidentemente, sirve para algunas cosas. Puede abrir determinadas vías, como has mencionado, y hay posturas que, en sí mismas, son más abiertas. Eso es cierto, por supuesto. Pero mi pasado zen me dio la oportunidad de descubrir que muchas personas se concentraban tan intensamente en la postura correcta que aunque se sentaran en una postura muy abierta (postura de loto con las manos en el mudra correcto), aunque todo estuviera bien externamente, su actitud interna era muy tensa y estaba muy cerrada. Como hemos visto, lo que importa es la actitud. Si la actitud y la postura son uno, entonces funciona. Pero cuando ponemos demasiado énfasis en la postura, aunque ésta sea la correcta, en muchas ocasiones la actitud no estará abierta. Y la actitud interna es la que contiene todo el poder. Hay una enseñanza que dice que la postura correcta dará paso a la actitud correcta, pero no es así. Al menos para mucha gente.
TS: Muchos maestros de meditación enseñan a los principiantes alguna práctica de concentración. Luego, cuando ya están acostumbrados a las prácticas básicas de concentración, les dejan relajarse un poco y explorar. Creo que muchos maestros de meditación enseñan la concentración al principio para evitar que los estudiantes se pasen el tiempo divagando en vez de meditando.
Adya: Es muy probable.
TS: ¿Pero no te asusta que la gente que asiste a tus retiros y que no ha recibido esa formación se pierda divagando en sus pensamientos?
Adya: He comprobado que la gente que acude a los retiros generalmente no ha meditado nunca o ha seguido alguna tradición de meditación. En cualquiera de los dos casos tal vez necesiten algo de tiempo para captar lo que yo enseño. Y, por supuesto, cuando dejamos de manipular la mente, muchas veces se vuelve un poco loca durante un tiempo. Pero, según mis descubrimientos, cuanto más tiempo pueda pasar la gente sin manipular (normalmente no estamos hablando de años ni de meses), más naturalmente se irán calmando las cosas. La gente me pregunta: «¿Puedo repetir mi mantra?, ¿puedo observar mi respiración?». Y les digo que por supuesto, que lo hagan si eso les funciona. Si eso te sirve, sigue adelante y hazlo. Limítate a hacer cada vez menos y menos y menos y menos.
Aunque en teoría casi siempre se aprende una práctica de concentración para poder pasar después a relajarte y a deshacerte de ella, la mayoría de la gente en realidad no se relaja. Si te pasas diez años entrenando para poder manipular tu experiencia, esa experiencia te habrá creado un surco profundamente arraigado. Deshacerse de él puede resultar muy difícil. Aparentemente funciona así, en teoría, pero muchas veces las cosas son diferentes.
Creo que la gente, y quizá ciertos maestros (aunque no lo sé a ciencia cierta), a veces temen que la mente no sepa detenerse si dejamos que se vuelva loca durante un tiempo, si dejamos de manipular la experiencia. O temen que la gente se quede perdida, de algún modo. Pero yo he podido comprobar, una y otra vez, que el estado natural realmente comienza a surgir. El maestro zen Suzuki Roshi decía que la mejor forma de controlar una vaca era dándole un campo enorme. Colocando las vallas no muy juntas. Y, en cierto modo, creo que eso es lo que estoy haciendo. Se trata de crear un campo realmente grande y, con el tiempo, la mente dejará de intentar salirse de él. La gente está acostumbrada a seguir otro proceso, pero yo veo constantemente que los que llegan a los retiros tardan un día, dos, tres, o a veces cuatro, en empezar a experimentar un proceso natural de relajación y de silencio.
TS: ¿No te preocupa que, en vez de meditar, la gente se ponga a divagar mentalmente o a alucinar?
Adya: No. Imagino que en este sentido difiero de muchos maestros. No me veo, en absoluto, en el papel de profesor o de progenitor de nadie. Yo estoy aquí para hablar del despertar a las personas que sean verdaderamente sinceras. Si todavía no tienen esa sinceridad, entonces están con la persona equivocada. Porque no van a obtener esa sinceridad de mí, y yo no voy a invertir mucha energía en su falsa sinceridad. Sé que hay muchas tradiciones en las que los maestros intentan que sus estudiantes sean sinceros. Y yo no digo que eso esté mal, de ninguna forma, sino que eso no es lo que ocurre conmigo. Mi actitud es: si eres sincero, tu sinceridad se convertirá en una fuerza realmente poderosa en tu vida. Y si no lo eres, la postura y todo lo demás realmente no tendrán mucho efecto. Así que si quieres sentarte en una hamaca y pasarte el día mirando las nubes, es asunto tuyo. ¿Entiendes lo que quiero decir? Si eso es lo que quieres hacer, eso es lo que harás. Si me preguntas, yo no voy a hacer como si eso fuera sincero y, por tanto, no haré nada que pueda llevarte al despertar. Pero yo no estoy aquí para intentar cambiar lo que la gente quiere. Yo estoy aquí, y si tú realmente quieres la verdad, entonces tenemos algo de que hablar. La sinceridad depende totalmente de ti. No es de mi incumbencia. El material de tu sinceridad dejará que te hundas o te permitirá nadar. Si lo tienes, bien. Y si no lo tienes, yo no te voy a rescatar. En ese sentido, los canguros infantiles y yo no tenemos nada en común.
TS: ¿Qué le dirías a alguien que se siente parcialmente sincero en su búsqueda de la verdad, pero que a la vez se siente parcialmente insincero?
Adya: Creo que la mayoría se siente así cuando se mete a fondo en la cuestión. Tienen esa sensación de división. Normalmente les propongo que miren en su interior y que lleven a cabo una indagación profunda, una indagación abierta en lo que quieren de verdad. Les pido que no supongan nada de lo que quieren. Y suelo decirles que no construyan lo que creen que deberían querer ni lo que les haya dicho ningún maestro sobre lo que deberían querer. Observa realmente lo que tú quieres de verdad, realmente.
Esta indagación sólo la podrás llevar a cabo si no tienes ningún «debería», si no tienes ideas preconcebidas sobre lo que deberías querer. Cuando hablo de integridad me refiero a esto: a la voluntad de averiguarlo realmente por ti mismo. Y lo que he descubierto es que si alguien observa de verdad y se involucra en esta investigación, en observar lo que realmente quiere, esta indagación podrá llevarle a un lugar mucho más unificado. Le llevará allí de un modo natural. Y para mí esto es mucho mejor que intentar llegar a un lugar mediante la disciplina, pues la gente ha oído esa clase de enseñanzas (debes desear el despertar más que ninguna otra cosa), y es cierto, pero hasta que llegues ahí no puedes fingir tu camino, no puedes hacerlo como si hubieras llegado. Y, en realidad, creo que muchas personas lo están haciendo: escuchan las enseñanzas y después fingen estar en el lugar en el que no están.
Mi forma de enseñar es totalmente diferente. Porque sé que si las personas observan su interior profundamente, encontrarán que realmente desean la verdad auténtica. Sé que si observan su interior durante suficiente tiempo, eso es lo que descubrirán. Porque es la base de su ser. también es el núcleo de su ego. Incluso el ego, en lo más profundo, desea la verdad.
TS: ¿Qué quieres decir con eso de que el núcleo del ego desea la verdad? Yo creía que mi ego deseaba cosas como la fama, el poder, el dinero, la dominación.
Adya: Y las desea. También desea todo eso, aunque en realidad sea bastante superficial. Se trata de deseos superficiales, de voluntades superficiales. Evidentemente, los egos desean todas esas cosas, pero si penetras con suficiente profundidad en el yo del ego, en lo profundo de su núcleo, te encontrarás con la verdad, te encontrarás con el divino. Su chispa se encuentra precisamente en el núcleo del ego.
Por eso le dedico tanto tiempo a darle espacio al ego. La gente me dirá: «Creo que no deseo la verdad, quiero hacer esto o quiero tener eso». Y yo digo: «Ve a por ello, hazlo». Y no deja de sorprenderme lo que ocurre cada vez que le dices a alguien lo siguiente: «Puedes hacer lo que quieras, puedes querer lo que quieras, sigue así, a mí no me importa, a Dios no le importa, no existe nada que piense que estás equivocado; dejando aparte el pensamiento, no hay nada en el universo que crea que estás equivocado por querer lo que quieres, así que sigue así». A veces resulta increíble ver que, cuando le das permiso total a ciertas personas, se hace visible algo más profundo. De repente ven esto: «Ahora que siento que realmente puedo desear cualquier cosa, creo que en realidad no quiero lo que creía. Ahora que tengo permiso, ahora que todo está bien con el universo y con Dios y con el gurú y con el divino y con todo, ni siquiera estoy seguro de que eso sea lo que realmente quiero». Porque muchos de estos deseos superficiales del ego siguen ahí principalmente porque creemos que no está bien. Es algo muy de adolescente. Los adolescentes desean teñirse el pelo de naranja siempre y cuando eso espante a sus padres. Pero si sus padres no se oponen en absoluto al pelo naranja, no se lo teñirán más de ese color, ¿no es así? Porque no les aporta ningún misticismo, ningún encanto especial. Sin embargo, cuando no sabían que no había problema alguno en el hecho de teñirse el pelo de naranja, eso era casi lo más importante del mundo.
Sé que mi enfoque se aleja por completo del camino típico que sigue quien quiere aprender a ser espiritual. Mi enfoque consiste en ayudar a la gente a conectar con su propia integridad, porque los descubrimientos espirituales sólo pueden llevarse a cabo cuando la gente está en contacto con su propia integridad. La gente no podrá llegar ahí si está atascada en lo que debería hacer o dejar de hacer.
TS: Cuando la gente dice que su verdadera naturaleza es su conciencia, a veces me suena un poco a retórica vacía, a rodeo espiritual. Aunque sepan dónde deberían llegar mediante la indagación y pronuncien ciertas palabras, en realidad yo estoy viendo a alguien lleno de rabia o a una persona que tiene los nervios destrozados.
Adya: Ésa es una de las razones por las que pongo a la gente a meditar. Considero que es un tiempo de verdad. Si te sientas en silencio durante un rato, antes o después tu negación empezará a desmoronarse, pues el hecho de quedarte ahí sentado mintiéndote sobre lo que ocurre se vuelve muy doloroso. En nuestros retiros la gente se levanta, antes o después, y se pone a hablar sobre un miedo de siempre, o sobre un asunto pendiente de resolver que nunca tuvo en cuenta, o sobre la rabia que siguen sintiendo por algo que sucedió veinte años atrás. Basta con sentarse en silencio. Al cabo de un rato la gente empieza a derrumbarse. Y ésa es una de las razones por las que enseño indagación y meditación. Si la gente cree que se ha despertado a su naturaleza verdadera y, sin embargo, no es capaz de quedarse sentada en silencio sin volverse loca, entonces no está ni la mitad de despierto de lo que creía. La meditación es como un horno que saca la verdad al exterior.
Yo suelo explicar que mi objetivo, al poner a la gente a meditar, no es conseguir que se conviertan en buenos meditadores. Cuando meditas sin manipulación (algo que, por supuesto, es nuevo para muchos meditadores), esta especie de descarga termina por producirse de forma bastante natural y la verdad puede surgir de un modo espontáneo. Normalmente descargamos un montón de material que hemos estado reprimiendo a través de la espiritualidad. Cuando te sientas sin manipular, empiezas a ver lo que necesitas y experimentas lo que tienes que experimentar. Tal vez surjan antiguas experiencias que llevan esperando treinta años, no a que las adivines o a que las analices, sino simplemente a que las experimentes con conciencia. Y con el tiempo he llegado a descubrir que cuando se produce esta descarga natural, la gente obtiene la energía necesaria para seguir profundizando.
TS: Te he oído decir que no crees que el despertar (definido como un cambio fundamental de identidad, que se aparta de la personalidad y se sumerge en la propia conciencia) sea realmente tan raro. Y que, de hecho, creer que el despertar es raro implica en sí mismo un obstáculo frente al despertar. ¿No crees que el despertar es poco frecuente?
Adya: No.
TS: ¿Por qué crees que esta idea supone un obstáculo?
Adya: Porque casi todos tenemos la sensación de que no somos los elegidos. En el fondo, la mayoría nos sentimos bastante ordinarios. Si, de forma consciente o inconsciente, crees que el despertar es sólo para personas muy extraordinarias, eso contradice por completo nuestra sensación interna. Esta idea es, posiblemente, el impedimento más poderoso para poder despertar. Nuestros ejemplos de despertares así lo ilustran. En las imágenes que tenemos de los seres despiertos éstos aparecen escondidos detrás de halos, con el pelo largo y batas flotantes, y si se dedican a algo en la vida, siempre es a enseñar, siempre tienen discípulos, siempre cuentan con gente a sus pies. Éstas son las imágenes que tenemos ahí fuera y, sin embargo, no es así. A nuestra mente le cuesta mucho creer que la iluminación pueda surgir bajo el aspecto de tu abuela o de tu tendera. El ser iluminado no tiene que parecer nada extraordinario. Algunos seres iluminados son muy carismáticos. Pero ¿sabes qué? Algunos seres no iluminados también son muy carismáticos. Pero estas imágenes realmente se ponen en medio. El despertar no lleva implícito el hecho de volverse extraordinario. En todo caso, lleva implícito el hecho de volverse ordinario. Tiene que ver con lo que somos realmente.
TS: Entre otras cosas, creo que la gente piensa que el despertar es poco frecuente porque lleva veinte o treinta años practicando y no ha llegado a los grandes descubrimientos que tú describes, así que tienen cierto malhumor o cinismo al respecto, y eso se une a la idea de que la iluminación debe de ser sólo para unos pocos. Si no, la gente creería que tienen algo que no les funciona bien, o que se han equivocado, de un modo o de otro.
Adya: Sí, su mente podría ir hacia ahí.
TS: O tal vez crean que el camino que están siguiendo no funciona.
Adya: ¡Vaya!, ésa es una idea mucho más peligrosa. Evidentemente, creo que eso es lo que contribuyó a mi propio despertar. Yo no le eché la culpa al camino, sino a mi relación con el camino. Por eso pretendo que la gente se libere de su camino, que se relaje, que lo cuestione, que se abra un poco. No tengas miedo a preguntar. Obsérvate y mira lo que no haya funcionado. Y ten el coraje de cambiar, de seguir adelante cuando algo no funcione. Observa con ojos inocentes, con ojos muy abiertos. Esa inocencia siempre está ahí. Es una especie de milagro.
Control (por Adyashanti)
Acabo de postear el siguiente post en mi blog. Quizás quede más claro y cómodo de leer en el blog: http://jugandoalegremente.blogspot.com/2010/07/control-por-adyashanti.html (con los colores, cursivas o negritas, etc). Por si a alguien le sirven las reflexiones de Adyashanti. En los próximos días seguiré posteando algunos fragmentos de sus charlas, así como una segunda entrevista que considero buenísima. Saludos.
Copio del capítulo 15 ("Control") del libro La Danza del Vacío, de Adyashanti:
¿Qué pasaría si dejases de controlar y te librases de cualquier urgencia, hasta de la más mínima urgencia de controlar algo, en cualquier parte, incluyendo todo lo que estuviese sucediendo en este preciso instante? Imagina que pudieses deshacerte del control en todos los niveles, por completo. Si fueses capaz de abandonar cualquier control, absolutamente, totalmente, serías un ser libre a nivel espiritual.
Según muchas personas, al hurgar hasta lo más profundo del maquillaje emocional del ser humano descubres que el miedo es la principal emoción que mantiene a la gente separada. En mi experiencia esto no es así. Yo creo que la razón principal de que las personas se experimenten como seres separados es el deseo y la voluntad de controlar. El miedo surge cuando tenemos la sensación de perder el control. O nos asustamos al darnos cuenta de que no tenemos ningún control, y sin embargo seguimos deseándolo.
Cuando hablo de control me refiero a todo. El control más obvio tiene lugar cuando la gente trata de controlarse entre sí. Si te acuerdas de cualquier conversación que hayas mantenido hoy mismo, probablemente encuentres algún elemento de control en ella. Seguramente estabas intentando controlar la mente de alguien para que te entendiera, para que estuviese de acuerdo contigo, para que te escuchase o para que le gustaras. Tal vez no sea así en todas las conversaciones ni con todo el mundo, pero probablemente sí lo sea en unas cuantas.
Me estoy refiriendo a todas las cosas, desde las formas de control y poder más obvias hasta las más sutiles. En estas últimas intentamos modificar la experiencia de este momento concreto. Una de las preguntas más frecuentes que recibo dice algo así: «Adya, he tenido un cierto despertar espiritual, al menos eso creo, y aunque ha sucedido, tengo la sensación de que no es completo. En realidad no me siento totalmente libre. Tal vez me haya despertado a lo que soy y a quién soy, y eso es muy hermoso y profundo, Adya, pero hay algo que no ha terminado de completarse». A esto le sigue: «¿Qué puedo hacer?». Todavía no me he encontrado con ningún caso de este estilo en el que el individuo no esté enfrentándose, principalmente, al problema del control. Ninguno, porque a no ser que nos hayamos liberado del deseo de controlar, todo el mundo gestiona el control de un modo u otro.
Para resumirlo de forma muy sencilla, la diferencia entre las personas que han tenido iluminaciones espirituales profundas en relación a su verdadera naturaleza y las que están verdaderamente liberadas y se sienten completamente libres es ésta, únicamente: aquellos que están libres y liberados se han deshecho por completo del control. Esto ocurre porque, cuando te deshaces del control, no puedes evitar sentirte liberado y libre. Es como si saltaras de un edificio. No podrías evitar caer hacia abajo; la gravedad te empujaría en esa dirección. Si te liberases por completo del control, terminarías realizándote plenamente.
(...)
Por eso te sugiero que te imagines lo que sucedería si no tuvieses absolutamente ningún movimiento de control en tu interior, ningún deseo de control, ninguna idea que controlar (al nivel más obvio o más profundo de tu experiencia). Imagina qué implicaciones tendría una total ausencia de control en tu sistema.
En último término, el deseo de control es nuestra falta de predisposición a despertarnos del todo. (...)
Es un movimiento muy profundo. Una auténtica mutación del núcleo de tu ser. No tiene que ser una revelación, ni un logro espiritual o una realización. Es una mutación fundamental respecto a nuestra forma de existir: vivir sin el deseo de controlar. Cuando llegues al centro del control, lo más probable es que te sientas morir. Casi todo el mundo se siente así porque, en cierto sentido, te vas a morir. Cuando la vida deja de tener control, ni siquiera en el nivel más fundamental, es una muerte. En la mayoría de los casos nuestra vida comenzó a girar en torno al control a la edad de un año, más o menos. Verás que hay niños de tan sólo dos años que intentan controlar a su madre, y ordenan y manipulan a mamá y a papá. Esta urgencia de control, esta especie de sensación biológica de que la supervivencia depende del control aparece a una edad muy temprana.
Es una transformación fundamental. Por eso mismo, aunque tengamos una realización muy profunda de la verdad, en último término la auténtica libertad no llega necesariamente a través de una realización. Evidentemente, casi todo el mundo necesita pasar por una realización profunda de su verdadera naturaleza para poder entregarse de una forma natural y espontánea. Pero ésta sólo se completará a sí misma cuando esa persona deje de controlar ciega e impredeciblemente. En relación a este tema, la gente suele preguntarme: «Pero ¿cómo lo hago?». Y lo único que puedo decir es que el control está en la propia pregunta. El control intenta hacer de las suyas. La pregunta de «cómo» siempre se refiere al control. Tener un cómo tal vez nos resulte útil, pero al fin y al cabo no es más que control. No existe ningún cómo. Limítate a relajarte por completo.
Adyashanti
Del mismo capítulo, extraigo algún párrafo más, esta vez de la sección en la que le hacen preguntas:
Adyashanti: Es el miedo a la muerte, sí. Para dejar de controlar debemos experimentar la muerte de nuestro yo separado y se trata de una muerte muy profunda. Muy profunda. Evidentemente, esta muerte no es más que una ilusión.
Estudiante: ¿Dejamos de controlar cuando nos morimos?
Adyashanti: No, no del todo. Puedes morir físicamente y seguir conservando el deseo de control en otras dos mil vidas.
(...)
Adyashanti: Ocurre cuando el tiempo se acaba. Puede suceder con el paso del tiempo. Puede ser muy gradual o muy repentino. Sólo hay una regla: no existe ninguna regla sobre el modo de evolucionar.
Estudiante: ¿Deberíamos dejar de hacer preguntas?
Adyashanti: No, eso tampoco funcionaría. Implicaría demasiado control.
Estudiante: Pero cuando empiezas a hacer preguntas, estás intentando controlar algo.
Adyashanti: Sí. Pero si dejas de hacer preguntas también estás intentando controlar. Lo mejor que pueden hacer por sí mismos los seres humanos es ser siempre absoluta y totalmente honestos con ellos mismos, manteniendo una total integridad interna. Si tienes una pregunta profunda y real, que es muy importante para ti, hazla. (...)
(...)
Estudiante: Si dices que se trata de quién soy, ¿qué sucede cuando el «yo» deja de existir, cuándo te das cuenta de que todo lo que conocías como «yo» no es permanente?
Adyashanti: Lo averiguarás. Lo que quiero decir es que te enfrentas a esta paradoja, sorprendentemente hermosa, de que no existe ningún «yo» y de que el «yo» está en todas partes, y las dos cosas son verdad al mismo tiempo. No te podría ocurrir nada más divertido. No existe ningún «yo» y lo único que existe es un gran «yo» que brilla desde todas las cosas. Pero eso no es más que cháchara. Nuestra integridad no nos permite sentirnos satisfechos con la verdad de ninguna otra persona. Desearás saberlo por ti mismo, pues ésa es la única manera posible. Averigua lo que eres por ti mismo.
En este preciso momento se produce un misterio, incluso a nivel de la experiencia. Desde el mismísimo principio, en el centro de ese misterio puedes saborear que no existe ningún yo separado. No puedes descubrir lo que eres y, sin embargo, obviamente estás aquí porque esta nada está percibiendo algo. Tal vez obtengas, desde el principio, una prueba que no haya obtenido la gente que lleva meditando veinte años. Quizás se hayan perdido algo tan sencillo. Este sabor está ya en todo el mundo, y eso mismo es lo más sorprendente. No hay que irse lejos para conseguirlo.
Copio del capítulo 15 ("Control") del libro La Danza del Vacío, de Adyashanti:
¿Qué pasaría si dejases de controlar y te librases de cualquier urgencia, hasta de la más mínima urgencia de controlar algo, en cualquier parte, incluyendo todo lo que estuviese sucediendo en este preciso instante? Imagina que pudieses deshacerte del control en todos los niveles, por completo. Si fueses capaz de abandonar cualquier control, absolutamente, totalmente, serías un ser libre a nivel espiritual.
Según muchas personas, al hurgar hasta lo más profundo del maquillaje emocional del ser humano descubres que el miedo es la principal emoción que mantiene a la gente separada. En mi experiencia esto no es así. Yo creo que la razón principal de que las personas se experimenten como seres separados es el deseo y la voluntad de controlar. El miedo surge cuando tenemos la sensación de perder el control. O nos asustamos al darnos cuenta de que no tenemos ningún control, y sin embargo seguimos deseándolo.
Cuando hablo de control me refiero a todo. El control más obvio tiene lugar cuando la gente trata de controlarse entre sí. Si te acuerdas de cualquier conversación que hayas mantenido hoy mismo, probablemente encuentres algún elemento de control en ella. Seguramente estabas intentando controlar la mente de alguien para que te entendiera, para que estuviese de acuerdo contigo, para que te escuchase o para que le gustaras. Tal vez no sea así en todas las conversaciones ni con todo el mundo, pero probablemente sí lo sea en unas cuantas.
Me estoy refiriendo a todas las cosas, desde las formas de control y poder más obvias hasta las más sutiles. En estas últimas intentamos modificar la experiencia de este momento concreto. Una de las preguntas más frecuentes que recibo dice algo así: «Adya, he tenido un cierto despertar espiritual, al menos eso creo, y aunque ha sucedido, tengo la sensación de que no es completo. En realidad no me siento totalmente libre. Tal vez me haya despertado a lo que soy y a quién soy, y eso es muy hermoso y profundo, Adya, pero hay algo que no ha terminado de completarse». A esto le sigue: «¿Qué puedo hacer?». Todavía no me he encontrado con ningún caso de este estilo en el que el individuo no esté enfrentándose, principalmente, al problema del control. Ninguno, porque a no ser que nos hayamos liberado del deseo de controlar, todo el mundo gestiona el control de un modo u otro.
Para resumirlo de forma muy sencilla, la diferencia entre las personas que han tenido iluminaciones espirituales profundas en relación a su verdadera naturaleza y las que están verdaderamente liberadas y se sienten completamente libres es ésta, únicamente: aquellos que están libres y liberados se han deshecho por completo del control. Esto ocurre porque, cuando te deshaces del control, no puedes evitar sentirte liberado y libre. Es como si saltaras de un edificio. No podrías evitar caer hacia abajo; la gravedad te empujaría en esa dirección. Si te liberases por completo del control, terminarías realizándote plenamente.
(...)
Por eso te sugiero que te imagines lo que sucedería si no tuvieses absolutamente ningún movimiento de control en tu interior, ningún deseo de control, ninguna idea que controlar (al nivel más obvio o más profundo de tu experiencia). Imagina qué implicaciones tendría una total ausencia de control en tu sistema.
En último término, el deseo de control es nuestra falta de predisposición a despertarnos del todo. (...)
Es un movimiento muy profundo. Una auténtica mutación del núcleo de tu ser. No tiene que ser una revelación, ni un logro espiritual o una realización. Es una mutación fundamental respecto a nuestra forma de existir: vivir sin el deseo de controlar. Cuando llegues al centro del control, lo más probable es que te sientas morir. Casi todo el mundo se siente así porque, en cierto sentido, te vas a morir. Cuando la vida deja de tener control, ni siquiera en el nivel más fundamental, es una muerte. En la mayoría de los casos nuestra vida comenzó a girar en torno al control a la edad de un año, más o menos. Verás que hay niños de tan sólo dos años que intentan controlar a su madre, y ordenan y manipulan a mamá y a papá. Esta urgencia de control, esta especie de sensación biológica de que la supervivencia depende del control aparece a una edad muy temprana.
Es una transformación fundamental. Por eso mismo, aunque tengamos una realización muy profunda de la verdad, en último término la auténtica libertad no llega necesariamente a través de una realización. Evidentemente, casi todo el mundo necesita pasar por una realización profunda de su verdadera naturaleza para poder entregarse de una forma natural y espontánea. Pero ésta sólo se completará a sí misma cuando esa persona deje de controlar ciega e impredeciblemente. En relación a este tema, la gente suele preguntarme: «Pero ¿cómo lo hago?». Y lo único que puedo decir es que el control está en la propia pregunta. El control intenta hacer de las suyas. La pregunta de «cómo» siempre se refiere al control. Tener un cómo tal vez nos resulte útil, pero al fin y al cabo no es más que control. No existe ningún cómo. Limítate a relajarte por completo.
Adyashanti
Del mismo capítulo, extraigo algún párrafo más, esta vez de la sección en la que le hacen preguntas:
Adyashanti: Es el miedo a la muerte, sí. Para dejar de controlar debemos experimentar la muerte de nuestro yo separado y se trata de una muerte muy profunda. Muy profunda. Evidentemente, esta muerte no es más que una ilusión.
Estudiante: ¿Dejamos de controlar cuando nos morimos?
Adyashanti: No, no del todo. Puedes morir físicamente y seguir conservando el deseo de control en otras dos mil vidas.
(...)
Adyashanti: Ocurre cuando el tiempo se acaba. Puede suceder con el paso del tiempo. Puede ser muy gradual o muy repentino. Sólo hay una regla: no existe ninguna regla sobre el modo de evolucionar.
Estudiante: ¿Deberíamos dejar de hacer preguntas?
Adyashanti: No, eso tampoco funcionaría. Implicaría demasiado control.
Estudiante: Pero cuando empiezas a hacer preguntas, estás intentando controlar algo.
Adyashanti: Sí. Pero si dejas de hacer preguntas también estás intentando controlar. Lo mejor que pueden hacer por sí mismos los seres humanos es ser siempre absoluta y totalmente honestos con ellos mismos, manteniendo una total integridad interna. Si tienes una pregunta profunda y real, que es muy importante para ti, hazla. (...)
(...)
Estudiante: Si dices que se trata de quién soy, ¿qué sucede cuando el «yo» deja de existir, cuándo te das cuenta de que todo lo que conocías como «yo» no es permanente?
Adyashanti: Lo averiguarás. Lo que quiero decir es que te enfrentas a esta paradoja, sorprendentemente hermosa, de que no existe ningún «yo» y de que el «yo» está en todas partes, y las dos cosas son verdad al mismo tiempo. No te podría ocurrir nada más divertido. No existe ningún «yo» y lo único que existe es un gran «yo» que brilla desde todas las cosas. Pero eso no es más que cháchara. Nuestra integridad no nos permite sentirnos satisfechos con la verdad de ninguna otra persona. Desearás saberlo por ti mismo, pues ésa es la única manera posible. Averigua lo que eres por ti mismo.
En este preciso momento se produce un misterio, incluso a nivel de la experiencia. Desde el mismísimo principio, en el centro de ese misterio puedes saborear que no existe ningún yo separado. No puedes descubrir lo que eres y, sin embargo, obviamente estás aquí porque esta nada está percibiendo algo. Tal vez obtengas, desde el principio, una prueba que no haya obtenido la gente que lleva meditando veinte años. Quizás se hayan perdido algo tan sencillo. Este sabor está ya en todo el mundo, y eso mismo es lo más sorprendente. No hay que irse lejos para conseguirlo.
Re: La no-meditación (reflexiones sobre la meditación y el estado natural)
Estudiante: ¿Deberíamos dejar de hacer preguntas?
Adyashanti: No, eso tampoco funcionaría. Implicaría demasiado control.
Estudiante: Pero cuando empiezas a hacer preguntas, estás intentando controlar algo.
Adyashanti: Sí. Pero si dejas de hacer preguntas también estás intentando controlar. Lo mejor que pueden hacer por sí mismos los seres humanos es ser siempre absoluta y totalmente honestos con ellos mismos, manteniendo una total integridad interna. Si tienes una pregunta profunda y real, que es muy importante para ti, hazla. (...)
La verdad es que muchas veces la propia pregunta implica en sí misma una reflexión y fuerza a otra disposición u otra observación en la que no habíamos reparado.
Yo como no tengo textos que compartir, casi prefiero preguntar, jajajajaja
Invitado- Invitado
Relajación (por Adyashanti)
Copio, de nuevo de mi blog (http://jugandoalegremente.blogspot.com/2010/07/relajacion-por-adyashanti.html):
Copio íntegramente el breve capítulo 16 del libro La Danza del Vacío, de Adyashanti:
16
Relajación
El secreto de la felicidad es muy sencillo. Deja de pedirle cosas a este momento. Cada vez que le pides algo, o que te libre de algo, sufres. Tus peticiones te mantienen encadenado al estado de ensoñación de la mente condicionada. El problema estriba en que, cuando pides algo, pierdes por completo lo que es en este preciso momento.
Debemos deshacernos de cualquier solicitud, incluso de la más sagrada, incluyendo nuestra demanda de amor. Si estás exigiendo amor sutilmente, aunque lo obtengas nunca será suficiente. En cuanto pase ese momento, la exigencia se reafirmará y necesitarás amor otra vez. Pero cuando te relajas, en ese instante sabes que el amor ya está ahí. La mente tiene miedo de dejar de pedir porque piensa que no hacerlo implicaría no conseguir lo que desea, como si el hecho de pedirlo sirviese de algo. Las cosas no funcionan así. Deja de perseguir la paz y el amor, y tu corazón se llenará. Deja de intentar ser mejor persona y serás mejor persona. Deja de intentar perdonar, y el perdón surgirá. Detente y quédate quieto.
La realización súbita consiste en abandonar cualquier tipo de exigencia, tanto hacia ti como hacia los demás, en este preciso instante. Lo único que hay que hacer es dejar de pedir durante una décima de segundo. Si lo haces indefinidamente será muy sencillo. Pero si experimentas un momento trascendente y después empiezas a pedirte cosas, y a pedirle cosas al mundo, la verdadera naturaleza del ser se oscurecerá y regresarás a la confusión. Es como si estuvieras buscando la joya de tu bolsillo y siguieras insistiendo en ser un mendigo. Cuando dejas de insistir y te vuelves a meter la mano en el bolsillo, te das cuenta de que el ahora te proporciona una plenitud tremenda, y que esta plenitud no es el resultado de nada.
La belleza del Ser reside en que no depende de ninguna adquisición, ni de tenerlo en alta estima, ni de verlo o percibirlo. Se trata de la belleza intrínseca de lo que eres, de esa dicha interior. Si quieres experimentar esto profundamente, deja que cale en ti, no como respuesta sino como pregunta.
«¿Es posible que yo sea ya esta dicha? ¿Es posible que lleve tanto tiempo confundido, definiendo mi valía en función del papel social que interpreto en la vida? ¿Me he equivocado y he pasado por alto la dicha oculta que está presente en la naturaleza de todos los seres?»
Como no la podemos tocar, creemos que está oculta, pero en realidad esta dicha no está escondida. Sólo vemos la estructura de la mente, así que la pasamos por alto y no vemos qué es lo que posibilita esta estructura. Nuestras estructuras de creencias, de incredulidades, de emociones... todas nuestras estructuras internas y externas surgen y desaparecen. Lo único que permanece es el espacio que está despierto. Y tú tienes mucho más espacio que estructura.
Lo único que no se puede adquirir es lo que tú eres. En eso reside su belleza. Puedes conseguirlo todo, excepto a Dios. No puedes adquirir a Dios. Lo único que puedes hacer es dejar de mentir y darte cuenta de que tú eres Dios. A esto lo hemos llamado la muerte del ego, pero esta dramatización sólo le confiere cierta ridiculez al asunto. El ego no es más que el movimiento de la mente, que está intentando adquirir algo continuamente: amor o Dios, dinero o un juguete nuevo. La mente siempre piensa que existe algo que puede hacerla más feliz.
Lo único inalcanzable para el ego es tu verdadera naturaleza. Aunque obtenga un centenar de experiencias espirituales, no podrá adquirir lo que en verdad eres. No podrá adquirir la esencia de este momento, pues es lo único que permanece. La realización consiste en darse cuenta de esto. Nos hacemos conscientes de lo que es, lo que fue y lo que siempre será. Cualquiera que haya tenido un vislumbre de iluminación se sorprende con esto, pues se da cuenta de que siempre ha tenido lo que llevaba buscando toda la vida.
Es como si un mendigo se encontrase una joya en el bolsillo. Tal vez no se había tomado la molestia de meterse la mano en él porque se pasaba el tiempo metiéndola en el bolsillo de otro. Esto es lo que sucede a nivel espiritual cuando ponemos la mente o la mano en el bolsillo del gurú. Descubrimos el diamante que tiene en su bolsillo y nos encanta estar con él. Pero esto no sirve de nada si después no eres capaz de escuchar cuando te diga: «Mira también en tu bolsillo. Busca en su interior y descubrirás la misma gema».
Debes estar preparado. Tienes que estar dispuesto a dejar de meter la mano en el bolsillo de los demás. Si no, aunque estés mirando directamente esa parte de tu ser en este instante y digas «vaya, qué agradable», seguirás buscando el diamante de alguna otra persona. He conocido muchos casos de personas que son incapaces de detenerse a pesar de haber comprendido, hasta cierto punto, quiénes son. Tienes que estar dispuesto a dejar de interpretar tu papel consabido. Independientemente de lo que persigas (amor, dinero o la iluminación), tu identidad se transforma en eso y conoces el mundo así. Aunque encuentres la joya más preciada del ser, si no estás dispuesto a liberarte de tu identidad seguirás sacrificando esta joya preciosa a cambio de tus sensaciones.
¿Cuántas personas han permanecido demasiado tiempo en una mala relación, a pesar de que no funcionara, debido a que no sabían qué sería de ellos si la abandonaban? Esta tendencia funciona por todas partes con pensamientos del tipo «voy a quedarme en este trabajo: lo odio, pero me voy a quedar»; o «yo soy el que está persiguiendo algo, ¿qué sería si dejase de hacerlo?». Este juego está muy extendido, y los seres humanos lo utilizan para evitar entrar en contacto con su ser verdadero. Tú eres un misterio increíble, y nunca podrás entenderlo. La alegría más grande reside en ser este misterio de un modo consciente.
Estar dispuesto a salir de la rueda de convertirse en algo es tan importante como darse cuenta de quién y qué eres. Serás feliz y libre, pero tu partida habrá terminado. Durante algún tiempo tal vez no sepas hablar con la gente ni qué hacer, y tu vida probablemente deje de parecerte familiar. Es una forma de ser muy misteriosa. Mi maestro decía que cuando te das cuenta de lo que eres, te conviertes en una especie de Buda bebé. Cuando has estado tan ocupado siendo otra persona, no sales del útero sabiendo quién eres. Es como si hubieras dado unos primeros pasos tambaleantes, pero tienes que estar dispuesto a tambalearte y a sentir alguna inseguridad, pues si no estás dispuesto a sentirte inseguro volverás a los viejos patrones de autoprotección y de búsqueda.
Amar lo que es resulta raro. Lo habitual es amar unas cosas y no otras. Pero cuando experimentas el amor hacia lo que es, sin más, la experiencia es también extrañamente familiar. Es como si supieras que había sido así siempre. Parece una sensación muy antigua y, sin embargo, acaba de nacer.
Antes había monasterios, instituciones socialmente reconocidas donde los bebés Buda podían descubrir sus piernas. Eran lugares protegidos donde había personas que sabían lo que sucedía. Hoy en día muchos seres están despertando, más de los que pueden albergar los monasterios. Se nos está yendo de las manos. En parte porque no tenemos una comunidad bien tejida, protegida y sagrada, que sostenga esa novedad y te diga que no te preocupes porque todo se aclarará al cabo del tiempo. En nuestras sociedades, poco tiempo después de que el recién nacido ser sagrado despierte, suena el despertador a las siete de la mañana y llega la hora de irse a trabajar. Es un poco desorientador. Y, sin embargo, es lo que hay. Es lo que tenemos. Por consiguiente, debemos estar dispuestos a dejar que sea como sea. El intento de comprender la realización es lo que más la oculta.
Experimentar la realización de nuestro ser y seguir experimentándola después, cada vez más profundamente, es algo poderoso. Esta realización sigue una maduración natural en relación a su funcionamiento en el mundo del tiempo y el espacio, pero no se hace presente de golpe. Debemos confiar en su maduración, de la misma forma en que confiamos en la transformación de los bebés en niños, de los niños en adolescentes y de los adolescentes en adultos.
Adyashanti
Como guinda final, copio un párrafo del capítulo 21 del mismo libro:
Cuando nos sentamos sin pedirle nada al momento presente, sin esperar el siguiente, sin esperar obtener algo (sea lo que sea), cuando dejamos de esperar la iluminación, el amor, la paz o una mente tranquila y dejamos de pedirnos nada, lo sagrado surge sin más, pues no tiene que responder a ninguna exigencia. La verdadera relación sagrada con este momento florece cuando no esperamos que sea ninguna otra cosa. Es entonces cuando la belleza hace explosión. Pero si esperamos lo más mínimo del momento, empezamos a perdernos la belleza. Nuestra petición distorsiona lo que podemos ver y experimentar en nosotros mismos.
Adyashanti
Copio íntegramente el breve capítulo 16 del libro La Danza del Vacío, de Adyashanti:
16
Relajación
El secreto de la felicidad es muy sencillo. Deja de pedirle cosas a este momento. Cada vez que le pides algo, o que te libre de algo, sufres. Tus peticiones te mantienen encadenado al estado de ensoñación de la mente condicionada. El problema estriba en que, cuando pides algo, pierdes por completo lo que es en este preciso momento.
Debemos deshacernos de cualquier solicitud, incluso de la más sagrada, incluyendo nuestra demanda de amor. Si estás exigiendo amor sutilmente, aunque lo obtengas nunca será suficiente. En cuanto pase ese momento, la exigencia se reafirmará y necesitarás amor otra vez. Pero cuando te relajas, en ese instante sabes que el amor ya está ahí. La mente tiene miedo de dejar de pedir porque piensa que no hacerlo implicaría no conseguir lo que desea, como si el hecho de pedirlo sirviese de algo. Las cosas no funcionan así. Deja de perseguir la paz y el amor, y tu corazón se llenará. Deja de intentar ser mejor persona y serás mejor persona. Deja de intentar perdonar, y el perdón surgirá. Detente y quédate quieto.
La realización súbita consiste en abandonar cualquier tipo de exigencia, tanto hacia ti como hacia los demás, en este preciso instante. Lo único que hay que hacer es dejar de pedir durante una décima de segundo. Si lo haces indefinidamente será muy sencillo. Pero si experimentas un momento trascendente y después empiezas a pedirte cosas, y a pedirle cosas al mundo, la verdadera naturaleza del ser se oscurecerá y regresarás a la confusión. Es como si estuvieras buscando la joya de tu bolsillo y siguieras insistiendo en ser un mendigo. Cuando dejas de insistir y te vuelves a meter la mano en el bolsillo, te das cuenta de que el ahora te proporciona una plenitud tremenda, y que esta plenitud no es el resultado de nada.
La belleza del Ser reside en que no depende de ninguna adquisición, ni de tenerlo en alta estima, ni de verlo o percibirlo. Se trata de la belleza intrínseca de lo que eres, de esa dicha interior. Si quieres experimentar esto profundamente, deja que cale en ti, no como respuesta sino como pregunta.
«¿Es posible que yo sea ya esta dicha? ¿Es posible que lleve tanto tiempo confundido, definiendo mi valía en función del papel social que interpreto en la vida? ¿Me he equivocado y he pasado por alto la dicha oculta que está presente en la naturaleza de todos los seres?»
Como no la podemos tocar, creemos que está oculta, pero en realidad esta dicha no está escondida. Sólo vemos la estructura de la mente, así que la pasamos por alto y no vemos qué es lo que posibilita esta estructura. Nuestras estructuras de creencias, de incredulidades, de emociones... todas nuestras estructuras internas y externas surgen y desaparecen. Lo único que permanece es el espacio que está despierto. Y tú tienes mucho más espacio que estructura.
Lo único que no se puede adquirir es lo que tú eres. En eso reside su belleza. Puedes conseguirlo todo, excepto a Dios. No puedes adquirir a Dios. Lo único que puedes hacer es dejar de mentir y darte cuenta de que tú eres Dios. A esto lo hemos llamado la muerte del ego, pero esta dramatización sólo le confiere cierta ridiculez al asunto. El ego no es más que el movimiento de la mente, que está intentando adquirir algo continuamente: amor o Dios, dinero o un juguete nuevo. La mente siempre piensa que existe algo que puede hacerla más feliz.
Lo único inalcanzable para el ego es tu verdadera naturaleza. Aunque obtenga un centenar de experiencias espirituales, no podrá adquirir lo que en verdad eres. No podrá adquirir la esencia de este momento, pues es lo único que permanece. La realización consiste en darse cuenta de esto. Nos hacemos conscientes de lo que es, lo que fue y lo que siempre será. Cualquiera que haya tenido un vislumbre de iluminación se sorprende con esto, pues se da cuenta de que siempre ha tenido lo que llevaba buscando toda la vida.
Es como si un mendigo se encontrase una joya en el bolsillo. Tal vez no se había tomado la molestia de meterse la mano en él porque se pasaba el tiempo metiéndola en el bolsillo de otro. Esto es lo que sucede a nivel espiritual cuando ponemos la mente o la mano en el bolsillo del gurú. Descubrimos el diamante que tiene en su bolsillo y nos encanta estar con él. Pero esto no sirve de nada si después no eres capaz de escuchar cuando te diga: «Mira también en tu bolsillo. Busca en su interior y descubrirás la misma gema».
Debes estar preparado. Tienes que estar dispuesto a dejar de meter la mano en el bolsillo de los demás. Si no, aunque estés mirando directamente esa parte de tu ser en este instante y digas «vaya, qué agradable», seguirás buscando el diamante de alguna otra persona. He conocido muchos casos de personas que son incapaces de detenerse a pesar de haber comprendido, hasta cierto punto, quiénes son. Tienes que estar dispuesto a dejar de interpretar tu papel consabido. Independientemente de lo que persigas (amor, dinero o la iluminación), tu identidad se transforma en eso y conoces el mundo así. Aunque encuentres la joya más preciada del ser, si no estás dispuesto a liberarte de tu identidad seguirás sacrificando esta joya preciosa a cambio de tus sensaciones.
¿Cuántas personas han permanecido demasiado tiempo en una mala relación, a pesar de que no funcionara, debido a que no sabían qué sería de ellos si la abandonaban? Esta tendencia funciona por todas partes con pensamientos del tipo «voy a quedarme en este trabajo: lo odio, pero me voy a quedar»; o «yo soy el que está persiguiendo algo, ¿qué sería si dejase de hacerlo?». Este juego está muy extendido, y los seres humanos lo utilizan para evitar entrar en contacto con su ser verdadero. Tú eres un misterio increíble, y nunca podrás entenderlo. La alegría más grande reside en ser este misterio de un modo consciente.
Estar dispuesto a salir de la rueda de convertirse en algo es tan importante como darse cuenta de quién y qué eres. Serás feliz y libre, pero tu partida habrá terminado. Durante algún tiempo tal vez no sepas hablar con la gente ni qué hacer, y tu vida probablemente deje de parecerte familiar. Es una forma de ser muy misteriosa. Mi maestro decía que cuando te das cuenta de lo que eres, te conviertes en una especie de Buda bebé. Cuando has estado tan ocupado siendo otra persona, no sales del útero sabiendo quién eres. Es como si hubieras dado unos primeros pasos tambaleantes, pero tienes que estar dispuesto a tambalearte y a sentir alguna inseguridad, pues si no estás dispuesto a sentirte inseguro volverás a los viejos patrones de autoprotección y de búsqueda.
Amar lo que es resulta raro. Lo habitual es amar unas cosas y no otras. Pero cuando experimentas el amor hacia lo que es, sin más, la experiencia es también extrañamente familiar. Es como si supieras que había sido así siempre. Parece una sensación muy antigua y, sin embargo, acaba de nacer.
Antes había monasterios, instituciones socialmente reconocidas donde los bebés Buda podían descubrir sus piernas. Eran lugares protegidos donde había personas que sabían lo que sucedía. Hoy en día muchos seres están despertando, más de los que pueden albergar los monasterios. Se nos está yendo de las manos. En parte porque no tenemos una comunidad bien tejida, protegida y sagrada, que sostenga esa novedad y te diga que no te preocupes porque todo se aclarará al cabo del tiempo. En nuestras sociedades, poco tiempo después de que el recién nacido ser sagrado despierte, suena el despertador a las siete de la mañana y llega la hora de irse a trabajar. Es un poco desorientador. Y, sin embargo, es lo que hay. Es lo que tenemos. Por consiguiente, debemos estar dispuestos a dejar que sea como sea. El intento de comprender la realización es lo que más la oculta.
Experimentar la realización de nuestro ser y seguir experimentándola después, cada vez más profundamente, es algo poderoso. Esta realización sigue una maduración natural en relación a su funcionamiento en el mundo del tiempo y el espacio, pero no se hace presente de golpe. Debemos confiar en su maduración, de la misma forma en que confiamos en la transformación de los bebés en niños, de los niños en adolescentes y de los adolescentes en adultos.
Adyashanti
Como guinda final, copio un párrafo del capítulo 21 del mismo libro:
Cuando nos sentamos sin pedirle nada al momento presente, sin esperar el siguiente, sin esperar obtener algo (sea lo que sea), cuando dejamos de esperar la iluminación, el amor, la paz o una mente tranquila y dejamos de pedirnos nada, lo sagrado surge sin más, pues no tiene que responder a ninguna exigencia. La verdadera relación sagrada con este momento florece cuando no esperamos que sea ninguna otra cosa. Es entonces cuando la belleza hace explosión. Pero si esperamos lo más mínimo del momento, empezamos a perdernos la belleza. Nuestra petición distorsiona lo que podemos ver y experimentar en nosotros mismos.
Adyashanti
Iluminación (por Adyashanti)
Lo copio tal cual, pero al copiar se pierden los colores, negritas,cursivas, etc. Quien quiera leerlo más cómodo en el blog es aquí: http://jugandoalegremente.blogspot.com/2010/07/iluminacion-por-adyashanti.html
Copio un fragmento del capítulo 19 ("iluminación") del libro La Danza del Vacío, de Adyashanti:
19
Iluminación
(...)
En zen decimos que «si te sientas y te quedas en silencio mirando una pared el tiempo suficiente, sucederá algo». Muchas personas lo han hecho y han tenido experiencias agradables: un estado de placer muy intenso durante unos minutos, quizá, o tal vez, con suerte, durante unas horas del retiro. Esta sensación puede durar sólo unos segundos, en una determinada meditación, justo antes de que la mente diga que «la libertad debe ser algo parecido a extender esta experiencia en el tiempo infinitamente».
Sin embargo, la experiencia de mi iluminación no fue lo que esperaba. Y jamás he conocido a nadie que dijera otra cosa después de despertar realmente a la Verdad. No he conocido nunca a alguien que me dijera: «Adya, la iluminación se parece mucho a lo que esperaba de ella». Lo que suelen decir es: «Es totalmente distinto de lo que esperaba. Y no se parece a ninguna de las experiencias espirituales que había tenido antes, ya fuesen experiencias de dicha, de amor, de unión con lo divino o de consciencia cósmica».
Como decimos en zen, una vez más, «si te sientas, te callas y te quedas mirando una pared el tiempo suficiente, experimentarás todas esas cosas». ¿Y sabes qué ocurre con esas experiencias? Pasan. Pero la mayoría de la gente que lo sabe finge no saberlo. Casi todo el mundo que ha atravesado una lista de experiencias espirituales sabe que ninguna ha durado porque, si lo hubiera hecho, no seguirían buscando otra experiencia más. Así que casi todos los que participan en el juego de la espiritualidad desde hace bastante tiempo saben que ninguna experiencia ha perdurado.
Nadie se quiere enfrentar a esto. Los estudiantes oirán cientos y cientos de veces que la iluminación no es una experiencia y seguirán diciendo al venir al satsang: «Adya, cuando me voy del satsang pierdo lo que consigo aquí». Y yo siempre respondo: «Por supuesto. Independientemente de la experiencia que obtengas, la perderás. Ésa es la naturaleza de la experiencia».
Si digo que la libertad es lo que viene para no marcharse suena bien, pero la mente sólo puede imaginar una experiencia inagotable que no venga para marcharse. Y entonces piensa: «Todavía no he encontrado la experiencia inagotable adecuada, la que no llega para desaparecer después. No he obtenido la experiencia correcta».
Por alguna razón, y no me doy ningún crédito por esto, cuando me senté a mirar la pared durante quince años, como estudiante zen, tuve varias experiencias. Algunas fueron experiencias kundalini explosivas para la mente, experiencias de unión mística, de dicha, de avalanchas de luz divina y de amor. Como la mayoría de las personas que se sientan frente a una pared, descubrí que estas experiencias no sucedían tan frecuentemente como me hubiese gustado, y tampoco duraban tanto tiempo. En determinados momentos del viaje solía pensar: «¡Es esto! ¡Esta experiencia es tan abrumadoramente agradable que tiene que ser esto!». Mi conciencia se expandía infinitamente y recibía más visiones de las que podía asimilar. Si deseas estas experiencias, existe una receta para conseguirlas: siéntate delante de una pared durante horas infinitas día tras día.
Pero yo recibí algo que, como entendí más tarde, resultó ser una increíble bendición: precisamente cuando tenía las experiencias más bellas e increíbles, cosa que no sucedía muy a menudo, aparecía siempre una molesta vocecilla que me decía: «Sigue adelante, ¡no es esto!». El resto de mi yo seguía pensando: «Por supuesto que es esto, pues todo el cuerpo y la mente me lo están diciendo. Todas las señales me dicen que es eso. El placer se ha hecho tan intenso que tiene que ser esto». Entonces aparecía la vocecilla y decía: «No te detengas aquí, no es esto».
Si hubiese podido, probablemente habría agarrado a esa vocecilla y la habría tirado por la ventana, pues me daba cuenta de que otras personas también tenían estas grandes realizaciones y al menos las disfrutaban por unos días, unas semanas, en algunos casos unos meses, y estaban convencidas de haberlo conseguido. Yo apenas conseguía disfrutar de una de estas realizaciones durante más de diez minutos. Eso no significa que se detuviese inmediatamente, pero mientras ocurría yo sabía, sin lugar a dudas, que no era eso, independientemente de cuál fuese la experiencia. Más tarde comprendí que esto había sido una enorme bendición, pues me sacó una y otra vez del lugar en el que probablemente hubiese querido quedarme.
Si te aferras a cualquier experiencia, en cuanto ésta pase experimentarás el sufrimiento. Lo sorprendente es que este sufrimiento no suele hacernos avanzar, sino que nos hace dar un giro de 180 grados para ver de nuevo la experiencia perdida. En muchos casos este sufrimiento es una completa pérdida de tiempo, pues no conseguimos aprender que la iluminación no es ninguna experiencia que aparece y desaparece, así que seguimos intentando repetirla o retenerla una y otra vez.
Si somos muy afortunados, sabremos de inmediato que si la experiencia desaparece eso no es la iluminación, o no haremos el giro de 180 grados cuando la experiencia se disuelva. Nos daremos cuenta de que, fuese la experiencia que fuese, no se trataba de la iluminación, pues todas esas experiencias me estaban sucediendo a mí, y todas las experiencias que me acontecen están ligadas al tiempo, lo que implica que aparecen y desaparecen. En mi caso, esto resultó ser una bendición, pues vi que cualquier experiencia que perdiera su momento cumbre no era la iluminación que yo estaba buscando. Acortó mucho mi viaje.
Cuando hablamos de la búsqueda de la iluminación, que es prácticamente la palabra más gastada del diccionario espiritual, en realidad estamos buscando la respuesta a la pregunta «¿cuál es la Verdad?». Esta pregunta es completamente distinta de esa otra que dice «¿cómo puedo obtener esta experiencia?» o «¿cómo puedo mantenerla?». Preguntar «¿cuál es la Verdad?» es un proyecto demoledor. La espiritualidad, en gran medida, es un proyecto constructor. Ascendemos y ascendemos: las ideas ascienden, la energía kundalini asciende, la conciencia asciende. Crece y crece y nosotros sentimos que cada vez somos mejores personas.
Pero la iluminación es un proyecto demoledor. Te enseña, simplemente, que nada de lo que creías es verdad. Todo lo que crees ser, con independencia de la imagen que tengas de ti (buena, mala o indiferente), es mentira. Independientemente de lo que pienses sobre Dios, nada es verdad. No puedes tener ningún pensamiento verdadero sobre Dios, así que todos tus pensamientos al respecto te muestran, precisamente, lo que el divino no es. Tus ideas sobre el mundo te muestran, precisamente, lo que el mundo no es. Lo que piensas de la iluminación te muestra, precisa y exactamente, lo que no es.
¿Lo ves? Se trata de eliminar. ¿Qué es lo que se elimina? Todo. Si no lo eliminas todo, no será realmente liberador. Si queda una sola cosa o un solo punto de vista sin eliminar, aún no estarás liberado.
Casi todos los seres humanos basan su vida en evitar la verdad. La verdad que evitamos es la Verdad del vacío. No queremos ver que no somos nada. No queremos ver que todo lo que creemos está equivocado. No queremos ver que todo lo que el mundo piensa es erróneo. No queremos ver que nuestro punto de vista es incorrecto y que no existe ningún punto de vista correcto. No queremos ver que todo lo que creemos de Dios es lo que Dios no es. No queremos ver lo que quiso decir el Buda con aquello de que no existía ningún yo.
Preferiríamos añadir una afirmación positiva. Así que en vez de ver que no existe ningún yo y que todo lo que la mente considera verdad, en último término, no es más que vacío, nuestra mente enseguida añade algo positivo, como «yo soy consciente» o «todo es dicha» o «Dios es amor». No queremos ver que el núcleo de nuestra existencia contiene un espacio vacío.
Adyashanti
De capítulos posteriores del mismo libro, extraigo tres fragmentos muy oportunos (los coloreo en color diferente):
La Tierra prometida está aquí. La eternidad está aquí. ¿Te has dado cuenta de que nunca has dejado de estar aquí, excepto en tu mente? Cuando te acuerdas del pasado, en realidad no estás en el pasado. Tu recuerdo está aconteciendo aquí. Cuando piensas en el futuro, la proyección del futuro está aquí. Y cuando llegas al futuro, el futuro está aquí; deja de estar en el futuro.
Para estar aquí, lo único que tienes que hacer es desprenderte de la idea que tienes de ti mismo. ¡Eso es todo! Y entonces te darás cuenta de que «aquí estoy». En el aquí no crees en los pensamientos. Cada vez que vienes aquí no eres nada. Una nada radiante. Un cero absoluto y eterno. El vacío que está despierto. El vacío que está lleno. El vacío que lo es todo.
Quieres varias cosas sólo porque no sabes quién eres. En cuanto regresas a ti mismo, a esa conciencia vacía, te das cuenta de que ya no quieres nada más porque eres lo que quieres.
No descubres una libertad que te haga decir: «He alcanzado la iluminación». La libertad te hace pensar: «Dios mío, aquí nadie necesita alcanzar la iluminación. Por tanto, nadie tiene que iluminarse». Ésa es la luz. El único que necesita iluminación, libertad, liberación y emancipación es el concepto del «yo». Cree que necesita encontrar a Dios, o conseguir un Ferrary; cuando lo entiendas te darás cuenta de que todo es igual. Pero en cuanto puedas ver más allá del concepto del yo y comprendas que no es más que actividad mental y nada más, comprenderás que nadie necesita alcanzar la iluminación.
Yo, yo, yo. Yo creo esto. Yo creo eso. Valgo la pena. Lo conseguí. No lo conseguí. Estoy iluminado. Lo perdí. Todo es materia mental. Nadie necesita alcanzar la iluminación, y nadie la pierde. Todo ha sido una ficción. ¿Has comparado alguna vez tu vida con una novela barata? Es como una serie de Nancy Drew: cuando contaba una historia y creías que el final estaba cerca, descubrías que la autora acababa de sacar otra historia, y en cuanto la terminabas salía otra nueva. Pero el autor nunca está dentro del libro. El autor no se hace visible nunca y siempre se queda fuera del libro.
La mente funciona igual. Después de muchas historias, el personaje de la mente dice: «Necesito iluminarme. Tengo que encontrar la fuente. Necesito encontrar a Dios. Tengo que liberarme. Necesito ir más allá de la vida y de la muerte». Y más tarde llega a comprender: «¡Vaya, ésa es la historia!», y se pregunta: «¿Y qué soy yo sin la historia?». Dejas a un lado el libro llamado «mi vida». Ves que no hay ninguna historia ni ningún yo. El yo es una historia. La totalidad de la historia surge espontáneamente de la nada, del espíritu, para que puedas disfrutarla. Existe para que tú la leas: para que te rías un poco, para que llores un poco, para que tengas altibajos, mentiras, muertes, amigos, enemigos, sin tomarla nunca en serio.
Si tienes experiencias espirituales, el argumento es estupendo. Aparecen en la mayoría de las novelas espirituales tituladas «mi vida». El personaje obtiene experiencias, se acerca a la iluminación, se aleja, encuentra la dicha y la vuelve a perder. Capítulo 22: «¡Una visión increíble!». Capítulo 23: «La pérdida total de la visión». Y sigue así. Si avanzas tres cuartas partes de la serie (como el alma avanzada, ¿verdad?), habrás asumido ya un papel espiritual. En los dos primeros libros eras simplemente una persona mundana. Como en la última serie te transformaste en un alma avanzada, ahora has pasado a ser un buscador espiritual. Debes de estar llegando a alguna parte. Eso es lo que hace el yo, ¿verdad? Busca la libertad dentro de la historia, hasta que se da cuenta de que el que está buscando la libertad no es más que otro personaje de la historia.
Y de repente: «¿Qué soy yo? ¿Quién soy yo sin ninguna historia?».
Adyashanti
La Verdad ama. No juzga. Sostiene en sus manos una gran espada y puede discernir implacablemente lo falso de lo verdadero, pero no guarda ningún rencor. Si no te estás diciendo la verdad, sufrirás. Si la verdad no fuese implacable, no aprenderías. La verdad no te da de comer con cuchara. Puedes elegir seguir sufriendo o vivir con autenticidad. Es así de simple.
Cuando te despiertes del todo a la Verdad, verás que has sido amado siempre, en todas las experiencias y en todas las circunstancias. Te llevarás una sorpresa al ver que existe un hilo de amor que atraviesa todos los momentos. Nunca hubo víctima alguna, ni por un solo instante. Y aunque pareciera doloroso, era sólo una espada feroz que te estaba mostrando la Verdad. Comprender esto nos cuesta mucho, pues acaba con cualquier resto de victimismo.
Adyashanti
Tú eres el Dharma. Tú eres la vida. Una flor y un árbol son meras expresiones de la vida. Y no podemos atraparla en esas expresiones. La vida seguirá ofreciendo sus expresiones. Así que todo esto sigue llegando, llegando, llegando, llegando, llegando. Viene de la nada, como la flor que mañana florece y que hoy ni siquiera está ahí. La vida se expresa en forma de flor, de ser humano, de visión y de pérdida de visión. Pero no se limita a esta expresión. Si el mundo entero desapareciese, no habría menos vida, sólo habría menos manifestaciones. La vida seguiría ahí. Tú seguirías ahí. Aunque lo convirtamos en un problema de concepto, cuando la tierra desaparezca la vida seguirá ahí. Mientras moría, Ramana Maharshi dijo a sus preocupados estudiantes: «Dicen que me estoy muriendo, pero ¿acaso puedo irme a alguna parte?». La flor podrá morir, pero la vida sigue bien, gracias. La expresión desaparece, las visiones desaparecen, las personalidades cambian, las creencias cambian. Tú permaneces.
Adyashanti
Como guinda final, copio de la lección 84 del Libro de Ejercicios de Un Curso de Milagros:
El Amor me creó a semejanza de Sí Mismo.
He sido creado a semejanza de mi Creador. No puedo sufrir, no puedo experimentar pérdidas y no puedo morir. No soy un cuerpo. Hoy quiero conocer mi realidad. No adoraré ídolos ni exaltaré el concepto que he forjado de mí mismo para reemplazar a mi Ser. He sido creado a semejanza de mi Creador. El Amor me creó a semejanza de Sí Mismo.
(Nota: como todos los textos de esta temática, debe captarse por medio de la intuición y no apegándonos a lo literal de las palabras. Por ejemplo, en el contexto de Un Curso de Milagros el verbo crear no significa una creación ligada al mundo ni al tiempo, sino que se trata de algo así como lo que podríamos llamar la expansión atemporal de la Fuente).
¡Saludos!
Copio un fragmento del capítulo 19 ("iluminación") del libro La Danza del Vacío, de Adyashanti:
19
Iluminación
(...)
En zen decimos que «si te sientas y te quedas en silencio mirando una pared el tiempo suficiente, sucederá algo». Muchas personas lo han hecho y han tenido experiencias agradables: un estado de placer muy intenso durante unos minutos, quizá, o tal vez, con suerte, durante unas horas del retiro. Esta sensación puede durar sólo unos segundos, en una determinada meditación, justo antes de que la mente diga que «la libertad debe ser algo parecido a extender esta experiencia en el tiempo infinitamente».
Sin embargo, la experiencia de mi iluminación no fue lo que esperaba. Y jamás he conocido a nadie que dijera otra cosa después de despertar realmente a la Verdad. No he conocido nunca a alguien que me dijera: «Adya, la iluminación se parece mucho a lo que esperaba de ella». Lo que suelen decir es: «Es totalmente distinto de lo que esperaba. Y no se parece a ninguna de las experiencias espirituales que había tenido antes, ya fuesen experiencias de dicha, de amor, de unión con lo divino o de consciencia cósmica».
Como decimos en zen, una vez más, «si te sientas, te callas y te quedas mirando una pared el tiempo suficiente, experimentarás todas esas cosas». ¿Y sabes qué ocurre con esas experiencias? Pasan. Pero la mayoría de la gente que lo sabe finge no saberlo. Casi todo el mundo que ha atravesado una lista de experiencias espirituales sabe que ninguna ha durado porque, si lo hubiera hecho, no seguirían buscando otra experiencia más. Así que casi todos los que participan en el juego de la espiritualidad desde hace bastante tiempo saben que ninguna experiencia ha perdurado.
Nadie se quiere enfrentar a esto. Los estudiantes oirán cientos y cientos de veces que la iluminación no es una experiencia y seguirán diciendo al venir al satsang: «Adya, cuando me voy del satsang pierdo lo que consigo aquí». Y yo siempre respondo: «Por supuesto. Independientemente de la experiencia que obtengas, la perderás. Ésa es la naturaleza de la experiencia».
Si digo que la libertad es lo que viene para no marcharse suena bien, pero la mente sólo puede imaginar una experiencia inagotable que no venga para marcharse. Y entonces piensa: «Todavía no he encontrado la experiencia inagotable adecuada, la que no llega para desaparecer después. No he obtenido la experiencia correcta».
Por alguna razón, y no me doy ningún crédito por esto, cuando me senté a mirar la pared durante quince años, como estudiante zen, tuve varias experiencias. Algunas fueron experiencias kundalini explosivas para la mente, experiencias de unión mística, de dicha, de avalanchas de luz divina y de amor. Como la mayoría de las personas que se sientan frente a una pared, descubrí que estas experiencias no sucedían tan frecuentemente como me hubiese gustado, y tampoco duraban tanto tiempo. En determinados momentos del viaje solía pensar: «¡Es esto! ¡Esta experiencia es tan abrumadoramente agradable que tiene que ser esto!». Mi conciencia se expandía infinitamente y recibía más visiones de las que podía asimilar. Si deseas estas experiencias, existe una receta para conseguirlas: siéntate delante de una pared durante horas infinitas día tras día.
Pero yo recibí algo que, como entendí más tarde, resultó ser una increíble bendición: precisamente cuando tenía las experiencias más bellas e increíbles, cosa que no sucedía muy a menudo, aparecía siempre una molesta vocecilla que me decía: «Sigue adelante, ¡no es esto!». El resto de mi yo seguía pensando: «Por supuesto que es esto, pues todo el cuerpo y la mente me lo están diciendo. Todas las señales me dicen que es eso. El placer se ha hecho tan intenso que tiene que ser esto». Entonces aparecía la vocecilla y decía: «No te detengas aquí, no es esto».
Si hubiese podido, probablemente habría agarrado a esa vocecilla y la habría tirado por la ventana, pues me daba cuenta de que otras personas también tenían estas grandes realizaciones y al menos las disfrutaban por unos días, unas semanas, en algunos casos unos meses, y estaban convencidas de haberlo conseguido. Yo apenas conseguía disfrutar de una de estas realizaciones durante más de diez minutos. Eso no significa que se detuviese inmediatamente, pero mientras ocurría yo sabía, sin lugar a dudas, que no era eso, independientemente de cuál fuese la experiencia. Más tarde comprendí que esto había sido una enorme bendición, pues me sacó una y otra vez del lugar en el que probablemente hubiese querido quedarme.
Si te aferras a cualquier experiencia, en cuanto ésta pase experimentarás el sufrimiento. Lo sorprendente es que este sufrimiento no suele hacernos avanzar, sino que nos hace dar un giro de 180 grados para ver de nuevo la experiencia perdida. En muchos casos este sufrimiento es una completa pérdida de tiempo, pues no conseguimos aprender que la iluminación no es ninguna experiencia que aparece y desaparece, así que seguimos intentando repetirla o retenerla una y otra vez.
Si somos muy afortunados, sabremos de inmediato que si la experiencia desaparece eso no es la iluminación, o no haremos el giro de 180 grados cuando la experiencia se disuelva. Nos daremos cuenta de que, fuese la experiencia que fuese, no se trataba de la iluminación, pues todas esas experiencias me estaban sucediendo a mí, y todas las experiencias que me acontecen están ligadas al tiempo, lo que implica que aparecen y desaparecen. En mi caso, esto resultó ser una bendición, pues vi que cualquier experiencia que perdiera su momento cumbre no era la iluminación que yo estaba buscando. Acortó mucho mi viaje.
Cuando hablamos de la búsqueda de la iluminación, que es prácticamente la palabra más gastada del diccionario espiritual, en realidad estamos buscando la respuesta a la pregunta «¿cuál es la Verdad?». Esta pregunta es completamente distinta de esa otra que dice «¿cómo puedo obtener esta experiencia?» o «¿cómo puedo mantenerla?». Preguntar «¿cuál es la Verdad?» es un proyecto demoledor. La espiritualidad, en gran medida, es un proyecto constructor. Ascendemos y ascendemos: las ideas ascienden, la energía kundalini asciende, la conciencia asciende. Crece y crece y nosotros sentimos que cada vez somos mejores personas.
Pero la iluminación es un proyecto demoledor. Te enseña, simplemente, que nada de lo que creías es verdad. Todo lo que crees ser, con independencia de la imagen que tengas de ti (buena, mala o indiferente), es mentira. Independientemente de lo que pienses sobre Dios, nada es verdad. No puedes tener ningún pensamiento verdadero sobre Dios, así que todos tus pensamientos al respecto te muestran, precisamente, lo que el divino no es. Tus ideas sobre el mundo te muestran, precisamente, lo que el mundo no es. Lo que piensas de la iluminación te muestra, precisa y exactamente, lo que no es.
¿Lo ves? Se trata de eliminar. ¿Qué es lo que se elimina? Todo. Si no lo eliminas todo, no será realmente liberador. Si queda una sola cosa o un solo punto de vista sin eliminar, aún no estarás liberado.
Casi todos los seres humanos basan su vida en evitar la verdad. La verdad que evitamos es la Verdad del vacío. No queremos ver que no somos nada. No queremos ver que todo lo que creemos está equivocado. No queremos ver que todo lo que el mundo piensa es erróneo. No queremos ver que nuestro punto de vista es incorrecto y que no existe ningún punto de vista correcto. No queremos ver que todo lo que creemos de Dios es lo que Dios no es. No queremos ver lo que quiso decir el Buda con aquello de que no existía ningún yo.
Preferiríamos añadir una afirmación positiva. Así que en vez de ver que no existe ningún yo y que todo lo que la mente considera verdad, en último término, no es más que vacío, nuestra mente enseguida añade algo positivo, como «yo soy consciente» o «todo es dicha» o «Dios es amor». No queremos ver que el núcleo de nuestra existencia contiene un espacio vacío.
Adyashanti
De capítulos posteriores del mismo libro, extraigo tres fragmentos muy oportunos (los coloreo en color diferente):
La Tierra prometida está aquí. La eternidad está aquí. ¿Te has dado cuenta de que nunca has dejado de estar aquí, excepto en tu mente? Cuando te acuerdas del pasado, en realidad no estás en el pasado. Tu recuerdo está aconteciendo aquí. Cuando piensas en el futuro, la proyección del futuro está aquí. Y cuando llegas al futuro, el futuro está aquí; deja de estar en el futuro.
Para estar aquí, lo único que tienes que hacer es desprenderte de la idea que tienes de ti mismo. ¡Eso es todo! Y entonces te darás cuenta de que «aquí estoy». En el aquí no crees en los pensamientos. Cada vez que vienes aquí no eres nada. Una nada radiante. Un cero absoluto y eterno. El vacío que está despierto. El vacío que está lleno. El vacío que lo es todo.
Quieres varias cosas sólo porque no sabes quién eres. En cuanto regresas a ti mismo, a esa conciencia vacía, te das cuenta de que ya no quieres nada más porque eres lo que quieres.
No descubres una libertad que te haga decir: «He alcanzado la iluminación». La libertad te hace pensar: «Dios mío, aquí nadie necesita alcanzar la iluminación. Por tanto, nadie tiene que iluminarse». Ésa es la luz. El único que necesita iluminación, libertad, liberación y emancipación es el concepto del «yo». Cree que necesita encontrar a Dios, o conseguir un Ferrary; cuando lo entiendas te darás cuenta de que todo es igual. Pero en cuanto puedas ver más allá del concepto del yo y comprendas que no es más que actividad mental y nada más, comprenderás que nadie necesita alcanzar la iluminación.
Yo, yo, yo. Yo creo esto. Yo creo eso. Valgo la pena. Lo conseguí. No lo conseguí. Estoy iluminado. Lo perdí. Todo es materia mental. Nadie necesita alcanzar la iluminación, y nadie la pierde. Todo ha sido una ficción. ¿Has comparado alguna vez tu vida con una novela barata? Es como una serie de Nancy Drew: cuando contaba una historia y creías que el final estaba cerca, descubrías que la autora acababa de sacar otra historia, y en cuanto la terminabas salía otra nueva. Pero el autor nunca está dentro del libro. El autor no se hace visible nunca y siempre se queda fuera del libro.
La mente funciona igual. Después de muchas historias, el personaje de la mente dice: «Necesito iluminarme. Tengo que encontrar la fuente. Necesito encontrar a Dios. Tengo que liberarme. Necesito ir más allá de la vida y de la muerte». Y más tarde llega a comprender: «¡Vaya, ésa es la historia!», y se pregunta: «¿Y qué soy yo sin la historia?». Dejas a un lado el libro llamado «mi vida». Ves que no hay ninguna historia ni ningún yo. El yo es una historia. La totalidad de la historia surge espontáneamente de la nada, del espíritu, para que puedas disfrutarla. Existe para que tú la leas: para que te rías un poco, para que llores un poco, para que tengas altibajos, mentiras, muertes, amigos, enemigos, sin tomarla nunca en serio.
Si tienes experiencias espirituales, el argumento es estupendo. Aparecen en la mayoría de las novelas espirituales tituladas «mi vida». El personaje obtiene experiencias, se acerca a la iluminación, se aleja, encuentra la dicha y la vuelve a perder. Capítulo 22: «¡Una visión increíble!». Capítulo 23: «La pérdida total de la visión». Y sigue así. Si avanzas tres cuartas partes de la serie (como el alma avanzada, ¿verdad?), habrás asumido ya un papel espiritual. En los dos primeros libros eras simplemente una persona mundana. Como en la última serie te transformaste en un alma avanzada, ahora has pasado a ser un buscador espiritual. Debes de estar llegando a alguna parte. Eso es lo que hace el yo, ¿verdad? Busca la libertad dentro de la historia, hasta que se da cuenta de que el que está buscando la libertad no es más que otro personaje de la historia.
Y de repente: «¿Qué soy yo? ¿Quién soy yo sin ninguna historia?».
Adyashanti
La Verdad ama. No juzga. Sostiene en sus manos una gran espada y puede discernir implacablemente lo falso de lo verdadero, pero no guarda ningún rencor. Si no te estás diciendo la verdad, sufrirás. Si la verdad no fuese implacable, no aprenderías. La verdad no te da de comer con cuchara. Puedes elegir seguir sufriendo o vivir con autenticidad. Es así de simple.
Cuando te despiertes del todo a la Verdad, verás que has sido amado siempre, en todas las experiencias y en todas las circunstancias. Te llevarás una sorpresa al ver que existe un hilo de amor que atraviesa todos los momentos. Nunca hubo víctima alguna, ni por un solo instante. Y aunque pareciera doloroso, era sólo una espada feroz que te estaba mostrando la Verdad. Comprender esto nos cuesta mucho, pues acaba con cualquier resto de victimismo.
Adyashanti
Tú eres el Dharma. Tú eres la vida. Una flor y un árbol son meras expresiones de la vida. Y no podemos atraparla en esas expresiones. La vida seguirá ofreciendo sus expresiones. Así que todo esto sigue llegando, llegando, llegando, llegando, llegando. Viene de la nada, como la flor que mañana florece y que hoy ni siquiera está ahí. La vida se expresa en forma de flor, de ser humano, de visión y de pérdida de visión. Pero no se limita a esta expresión. Si el mundo entero desapareciese, no habría menos vida, sólo habría menos manifestaciones. La vida seguiría ahí. Tú seguirías ahí. Aunque lo convirtamos en un problema de concepto, cuando la tierra desaparezca la vida seguirá ahí. Mientras moría, Ramana Maharshi dijo a sus preocupados estudiantes: «Dicen que me estoy muriendo, pero ¿acaso puedo irme a alguna parte?». La flor podrá morir, pero la vida sigue bien, gracias. La expresión desaparece, las visiones desaparecen, las personalidades cambian, las creencias cambian. Tú permaneces.
Adyashanti
Como guinda final, copio de la lección 84 del Libro de Ejercicios de Un Curso de Milagros:
El Amor me creó a semejanza de Sí Mismo.
He sido creado a semejanza de mi Creador. No puedo sufrir, no puedo experimentar pérdidas y no puedo morir. No soy un cuerpo. Hoy quiero conocer mi realidad. No adoraré ídolos ni exaltaré el concepto que he forjado de mí mismo para reemplazar a mi Ser. He sido creado a semejanza de mi Creador. El Amor me creó a semejanza de Sí Mismo.
(Nota: como todos los textos de esta temática, debe captarse por medio de la intuición y no apegándonos a lo literal de las palabras. Por ejemplo, en el contexto de Un Curso de Milagros el verbo crear no significa una creación ligada al mundo ni al tiempo, sino que se trata de algo así como lo que podríamos llamar la expansión atemporal de la Fuente).
¡Saludos!
Re: La no-meditación (reflexiones sobre la meditación y el estado natural)
La libertad suprema del ego inexistente es darse cuenta de que es irrelevante. Mientras siga creyendo que es relevante, seguirá "formándose". Las mejores intenciones del mundo sólo sirven para alimentarlo. "Cada día me libero más y llegará un día en el que ne libere por completo y no tenga nada de ego". ¿A qué te suena eso?. Es el ego. Pero si en un instante de visión somos capaces de ver que el yo es irrelevante, el juego se acaba. Es como si un jugador de Monopoly creyera que su vida depende de ganar la partida y, de pronto, se diese cuenta de que ganar o no ganar es irrelevante: no importa. Tal vez siguiera jugando. Tal vez se fuera a por un bocadillo. Esta vida no se basa en ganar la partida espiritual; se basa en despertar de la partida.
Adyashanti
(La Danza del Vacío)
Adyashanti
(La Danza del Vacío)
Entrevista a Adyashanti (2)
Copio de aquí (mi blog): http://jugandoalegremente.blogspot.com/2010/07/entrevista-adyashanti-2.html
Copio una segunda e inspiradora entrevista a Adyashanti (la primera puede leerse aquí: http://jugandoalegremente.blogspot.com/2010/07/entrevista-adyashanti-1.html). Esta otra entrevista aparece también como complemento final de un libro, pero esta vez se trata del otro libro que tengo de Adyashanti, "La Danza del Vacío". Creo que es una gran entrevista. Es bastante larga pero como no tiene desperdicio la he copiado íntegra.
Entrevista a Adyashanti (2)
A principios del 2004 empecé a oír hablar de un flamante maestro «post-zen» que tenía la habilidad de esclarecer la confusión general acerca del despertar espiritual. Su inusual claridad iba acompañada de compasión y de humor coloquial. Como yo soy curiosa por naturaleza, decidí pasar algún tiempo con Adyashanti para realizar una investigación en primera persona. Tuve el privilegio de entrevistarle en dos ocasiones a lo largo de casi cuatro horas (que era, más o menos, el tiempo máximo que yo podía resistir concentrada en sus ojos sin sentir cómo se me partía en dos la cabeza). Curiosamente, después de cada una de las entrevistas sentí que la presencia de Adyashanti había significado una especie de regalo inmenso; sentía como si el sol de su mente despierta hubiera estado brillando sobre mí de un modo concentrado, liberando ciertos patrones de limitación. Aprovecho el final de esta edición de La Danza del Vacío para presentar un extracto de una de nuestras conversaciones, y lo hago llena de gratitud, desde la calidez de mi corazón.
Tami Simon: Adya, espero que no te incomode el tema que quiero tratar. Me gustaría hablar de ti: de Adyashanti el hombre, la persona, el ser humano.
Adyashanti: [Risas]
TS: No de tus ideas.
Adya: De acuerdo.
TS: Cuando terminé de leer La Danza del vacío me quedé con la pregunta de ¿quién es este tipo? ¿Viene de otro planeta? ¿Tuvo padres de verdad?
Adya: Vale.
TS: Me encantaría saber algo de tu biografía. ¿Cómo era tu familia? ¿Eran religiosos? ¿Qué hacías de niño?
Adya: Bien. Nací en una familia estupenda, algo que llegué a comprender con el paso del tiempo, aunque en cierto modo ya me había dado cuenta antes. Tuve dos buenos progenitores y dos hermanas: una más mayor y otra más pequeña. Lo que recuerdo de mi infancia, predominantemente, es que yo era extraordinariamente feliz. Alguien le preguntó alguna vez a mi padre qué era lo que más recordaba de mi niñez, a lo que contestó que yo «sonreía continuamente». Y eso es lo que recuerdo de mi infancia. Pasé por momentos difíciles, como todo el mundo. Me metí en problemas, como todos los demás, e hice cosas estúpidas. Tuve momentos duros. Pero, en general, cuando miro hacia atrás recuerdo la infancia como una experiencia agradable, por encima de todo. Entré en ella sonriendo, y eso conformó la mayor parte de mi niñez.
No crecí en una familia específicamente religiosa, aunque la religión y la espiritualidad, curiosamente, formaban parte del cóctel. Cuando nos reuníamos con los parientes (cosa que hacíamos muy a menudo, porque todos mis parientes -tíos y tías, abuelos y primos- vivían a media hora de donde crecí), la espiritualidad y la religión solían formar parte de la conversación. De niño no me implicaba directamente en muchas de esas conversaciones, pero las escuchaba y me quedaba fascinado. Todas mis películas preferidas, por ejemplo, eran películas religiosas como Los diez mandamientos, con Charlton Heston, y Ben Hur. Me sentí atraído hacia la espiritualidad y la religión desde pequeño, aunque nunca de un modo obvio. Al ir creciendo también tuve lo que podríamos llamar experiencias místicas. De niño nunca las consideré místicas o especiales, ni siquiera inusuales.
TS: ¿Qué clase de experiencias?
Adya: Bueno, una luz blanca me visitaba por las noches en el borde de la cama, por ejemplo.
TS: ¿Como una bola de luz blanca?
Adya: Sí, como una bola de luz blanca en el borde de la cama. Como a la mayoría de los niños, estas cosas no me parecían raras. Simplemente pensaba: «Vaya, la bola de luz blanca ha venido a hacerme una visita esta noche». Y era estupendo siempre y un poco intrigante. Según fui creciendo tuve varias experiencias parecidas. A veces me ponía a mirar el interior del armario o del vestidor y me fundía con la madera, convirtiéndome en el cajón del vestidor. En ese momento me intrigaba y me resultaba muy placentero, aunque no me parecía raro, formaba parte de mi experiencia.
En el instituto, cuando llegué a la adolescencia, empecé a tener experiencias que no compartía con nadie, pero cuando sucedían decía que se trataba de «uno de esos días». En «uno de esos días» me despertaba por la mañana y me sentía como si todo fuese uno. Y en uno de esos días sentía como si algo distinto estuviese mirando a través de mis ojos, algo completamente misterioso, muy antiguo y eterno. Aprendí a tener cierto cuidado cuando iba al colegio en uno de esos días, porque lo que miraba a través de mis ojos quería ver las cosas muy de cerca y con mucha intensidad. Tenía que prestar atención para no acercarme demasiado a la gente al mirarla, porque lo que ocurría tenía cierto poder (por llamarlo de alguna forma). Cuando miraba a alguien a los ojos daba la sensación de que me quedaba así demasiado tiempo, y eso les sorprendía. No sabían qué hacer. Sentían que algo fuera de lo corriente estaba sucediendo, así que normalmente empezaban a mirar a otra parte. Su mirada parecía asustada, como si supiesen que no podían comprender qué estaba pasando. Yo no quería asustar a nadie, así que intentaba evitarlo, en la medida de lo posible. Esto generalmente duraba entre uno y tres días, en los que deambulaba sintiéndome uno con todo, más o menos eterno, atemporal, visitado por una cualidad completamente distinta. Y después desaparecía. Tenía uno de esos días tres, cuatro o cinco veces al año.
TS: ¿Nunca hablaste de esto con tus padres?
Adya: No.
TS: ¿Ni con tus profesores, ni con nadie?
Adya: No, nunca hablé de ello. De hecho, la primera visita (la visita más poderosa, realmente) tuvo lugar cuando iba a la escuela primaria. Cuando estaba en el recreo, en el patio de cemento, me encantaba jugar con los barrotes y me lo pasaba estupendamente. Un día me detuve al borde del patio y vi a todos los niños jugando en el césped, detrás de los barrotes. De pronto sentí como si algo estuviese empujando a este niño a un lado, de tal forma que lo que miraba a través de mí era algo inmensamente grande. La mente me trajo el siguiente pensamiento... o tal vez llegó desde algún otro sitio: nos hemos deshecho del niño. Me vi muy fuera de la periferia de esta conciencia, completamente expulsado. Era como si estuviese mirando a través de unos ojos... al describirlo ahora sólo puedo decir que era como si estuviese mirando a través de los ojos de la eternidad. Lo que miraba parecía muy antiguo y, a la vez, muy joven e inocente. Miré fuera y, antes de nada, me di cuenta de que ninguna persona del patio (profesores y niños) estaba viéndolo igual. Yo tampoco había visto las cosas así antes. Fue bastante sorprendente. Duró algún tiempo, posiblemente el resto del día.
TS: ¿Tendrías cinco o seis años?
Adya: Creo que estaba en tercero, así que probablemente ocho o nueve años.
TS: ¿Y cómo interpretarías ahora las experiencias de «uno de esos días»?
Adya: ¿Ahora? Las llamaría anticipos. Anticipos de algo que estaba por llegar y que llegó, algo que iba a ser mucho más permanente. Fueron como pequeños anticipos, vislumbres de determinados aspectos del despertar.
TS: Bueno, Adya. Sabía que no eras una persona común, pero eres la primera persona que conozco, en el mundo de la espiritualidad, cuya infancia haya sido feliz.
Adya: Yo también me he dado cuenta. A mí también me sorprende.
TS: De las personas que conozco, las que se sienten atraídas por la espiritualidad dicen cosas del estilo de «cuando era un niño, nadie me entendía». Lo que sienten algunos es: «No pertenezco: soy un inadaptado social».
Adya: Exacto. Bien, yo siempre supe que no pertenecía y eso nunca me molestó. Sabía que era un poco diferente de los demás niños. Pero nada más era lo que era. Por una parte, yo era un poco solitario. Pero también jugaba con los barrotes de la escuela y tenía unos cuantos amigos. Lo cierto es que sentí desde el principio que había algo en mí un poco diferente (no especial, sino diferente). Por una u otra razón nunca lo interpreté como una deficiencia, y creo que se lo debo a mis padres, en gran medida. Cuando estaba en primaria, mis padres descubrieron que tenía dislexia. Me imagino que hoy en día probablemente me habrían diagnosticado ADD [desorden por déficit de atención].
TS: ¿Por qué?
Adya: Porque tenía dificultades para concentrarme. También tenía muchísima energía. Aunque me hubiesen diagnosticado ADD no creo que lo hubiera tomado como un problema o como algo anormal que precisara medicación o algún tipo de arreglo; al menos mi experiencia no lo ve así. No era más que un niño con muchísima energía. Y con dislexia. Veía los números y las letras al revés, y en algunas clases de matemáticas y de lectura salía del aula y recibía clases especiales. Mirando hacia atrás, lo increíble es que no me sintiese alienado, aislado ni inferior con relación a los niños que me rodeaban. Mi madre tenía un gran mantra. Me decía: «Eres diferente, sí». Y también: «Eres raro, sí». Porque mi madre también era rara, en gran medida. Tenía un gran sentido del humor. Jugábamos todo el tiempo. Tanto mis progenitores como el resto de la familia tienen un gran sentido del humor. Así que su mantra era: «Somos simplemente maravillosos. Tú eres raro. Yo soy rara. Y la rareza es absolutamente maravillosa. Es fantástica. Tienes que estar contento al respecto». Algo en mí lo asimiló de niño. Lo creí. No me creía mejor por ser raro. Era simplemente maravilloso, estupendo. Creo que tuve mucha suerte. A pesar de las experiencias y las oportunidades que me podrían haber hecho que me sintiera inferior a los demás o un poco aislado, nunca lo interpreté así. Yo pensaba que no era más que una parte de lo que yo era.
TS: ¿Qué fue lo que te motivó a implicarte en la búsqueda espiritual?
Adya: Bueno, eso es lo curioso. Un día, no recuerdo bien cuándo, leí algo acerca de la iluminación. Creo que fue en un libro zen. Ni siquiera estoy seguro de cómo me hice con él.
TS: ¿Cuántos años tenías en ese momento?
Adya: Unos diecinueve. Cuando leí acerca de la iluminación, algo se encendió en mi interior, como si fuese una bombilla. Me intrigó. Pensé: ¿qué es esto? Mi interior comenzó a interesarse por todo este mundo. Lo que me motivó a cultivar este interés fue una hermana de una tatarabuela, que era muy psíquica, y tenía fama, en la familia, de estar metida en todo tipo de excentricidades. Ahora me doy cuenta de que estaba muy despierta a nivel espiritual. Recuerdo cuando entraba en mi habitación con los ojos encendidos en fuego. Cuando la conocí tenía unos noventa años y era capaz de realizar viajes astrales. Podía abandonar su cuerpo y marcharse donde quisiera, lo cual aterrorizaba a todo el mundo, pues podía anticipar lo que le pasaba a la gente, incluso la llegada de su hora o si ya habían muerto. Decía cosas como: «¿Por qué no llamas a fulanito o a menganito? Están a punto de morirse». Así que tuvo que aprender a quedarse callada.
TS: Claro.
Adya: Solía ocultar sus habilidades psíquicas. Sólo habló con mi madre sobre eso, en secreto. De cualquier forma, los viajes astrales me parecían algo muy divertido y coincidió con la época en la que me interesé por todo lo relacionado con la iluminación. Así que compré un librito para aprender a realizar viajes astrales. Había que seguir una serie de pasos. Uno de ellos era sentarse a meditar durante diez minutos y después había que hacer otras cosas. Bien, con los viajes astrales fracasé estrepitosamente. Me sentía como una roca que no se elevaba nunca del suelo. Pero la primera vez que me senté a meditar durante diez minutos me sucedió algo que me intrigó muchísimo. En la meditación entraba en contacto con algo, aunque no sabía con qué, con un ámbito de la experiencia que me fascinaba profundamente. Enseguida olvidé los viajes astrales y sentí que la meditación tenía algo muy importante para mí. Así que empecé a meditar y a leer unos cuantos libros al respecto. En pocas semanas, literalmente, desperté una mañana y me di cuenta de que la vida que había sido mía ya no lo era. Simplemente supe que «esta vida no es mía», entendí que pertenecía a este asunto de la iluminación. Independientemente de qué dirección tomase, del lugar al que me condujese, ni siquiera podía seguir eligiendo. De ser algo que perseguía, pasó a convertirse en algo que se había apoderado de mí. De una forma muy visceral, sentí que estaba bajo su control. Se había apoderado de mí y así seguiría para el resto de mi vida. Me asusté un poco, ¿sabes?, pero también fue emocionante. En ese momento mi vida dio un giro. Esa mañana. No fue una decisión. Y yo no estaba intentando evitar el sufrimiento.
TS: ¿No existía ninguna desesperación existencial en el corazón del Stephen Gray de diecinueve años?
Adya: Bueno, tal vez hubiese alguna. Cuando intentas contar tu historia el resultado es siempre muy parcial. Viví muchos momentos difíciles (separaciones devastadoras o situaciones muy, muy complicadas), así que no voy a pretender no haber pasado por ningún momento difícil en la vida. Tampoco fingiré si digo que esos momentos no jugaron un papel importante en la búsqueda de la iluminación. Lo único que puedo decir es que me interesé en esto, desde el principio, porque quería averiguar si la iluminación tenía algo que ver con la verdad o con la realidad suprema. Eso fue lo que me hizo seguir. Una mañana me desperté pensando que si no descubría lo que estaba pasando, nada en el mundo tendría sentido.
TS: ¿Fuiste a la universidad?
Adya: Acudí a la universidad por un tiempo y terminé pasando cinco o seis años en un colegio universitario.
TS: ¿Qué estudiabas?
Adya: Un montón de cosas. Cuando entré, nada más acabar el instituto, quería ser terapeuta. Por esa época había leído muchos libros sobre psicoterapia, probablemente unos doscientos. Curiosamente, durante los años de instituto, si lo podía evitar apenas leía nada. Pero en cuanto me encontré con todo este asunto de la iluminación, empecé a devorar los libros que me interesaban. Creía que quería ser psicólogo y cuando fui a la primera clase de psicología pensé: «No, ya veo de qué va esto y no es lo que me interesa». Entonces pensé que «bueno, tal vez sociología», y asistí a unas cuantas clases, pero en seguida me di cuenta de que no, que tampoco era eso. Entonces asistí a una clase de religiones orientales y eso se acercaba más a lo que quería, pero me di cuenta de que no, que tampoco era eso. No quería convertirme en un académico de las religiones, ni en un experto. Así que me pasé cinco o seis años en la universidad, deambulando de aquí para allá. Yo era muy bueno en filosofía, por alguna razón, pero enseguida supe que no, que tampoco era eso. Ninguno de esos tipos había descubierto la verdad que yo buscaba. Lo sabía, sin más. Y en eso consistió mi paso por la universidad. En realidad no estaba allí. Estaba buscando una vocación, pero también buscaba algo que me dijese qué podía hacer con lo que me estaba sucediendo a nivel interno. Y no lo encontraba. Con veinticuatro años ya no iba a la universidad. Trabajaba en tiendas de bicicletas y estaba metido de lleno en la búsqueda de la iluminación.
TS: ¿Y cómo la buscabas?
Adya: Bueno, encontré a mi maestra cuando tenía unos veinte años.
TS: ¿Puedes contarme cómo sucedió?
Adya: Encontré su nombre en un libro de Ram Dass, Viaje a la iluminación. La contraportada del libro tenía una lista de centros espirituales. En esa época, hace veinticinco años, un listado de la mayor parte de los centros espirituales de Estados Unidos sólo ocupaba un apéndice de cincuenta páginas. Ahora probablemente ocuparía volúmenes. Yo estaba interesado en el zen y vi que había un centro en Los Gatos, a tan sólo diez minutos de mi domicilio, así que me dije: «Dios mío, no me puedo creer que haya alguien enseñando zen en Los Gatos». Mi maestra [Arvis Justi] no tenía ni idea de qué hacía su nombre en ese libro, pues no se anunciaba mucho, pero de un modo u otro su nombre estaba ahí. Cuando acudí a la dirección de la lista, me esperaba un gran templo zen o algo así, pero me encontré con una casa residencial en la que colgaba un cartel que te instaba a entrar por la puerta trasera. Y cuando llegué a la puerta corredera de cristal de la parte de atrás me saludó una mujer mayor que me dijo: «Pasa». Así fue como conocí a mi maestra. Enseñaba en su casa con mucha discrección.
TS: ¿Cómo supiste que era tu maestra?
Adya: Bien, ésa es otra de las rarezas de mi espiritualidad: no se ha enfocado nunca en los maestros. Busqué un maestro por razones muy prácticas; si hubiese querido aprender matemáticas, habría buscado un buen profesor de matemáticas. Pero yo estaba interesado en la iluminación. Quería encontrar un maestro espiritual porque pensé que me podría ayudar a encontrar lo que buscaba. No buscaba a alguien a quien venerar. No creí jamás que alguien pudiese encontrar por mí lo que yo estaba buscando. Eso no era lo que buscaba. Mi romanticismo me había hecho imaginar trajes zen, templos, y todas esas cosas, así que me sentí un poco desilusionado. Ahí estaba esta mujercita, en su barrio, a diez minutos del lugar que me había visto crecer, y para meditar usábamos su cuarto de estar. Por fuera no tenía nada particularmente impresionante. Y, sin embargo, por alguna razón seguí volviendo y volviendo y volviendo y volviendo. Con el tiempo empecé a darme cuenta de que era mi maestra. Fui a unos cuantos lugares más para hacer retiros más largos, y ella fue quien me envió a casi todos ellos. Me envió al Centro Zen Sonoma Mountain a hacer retiros largos, pues ella no los organizaba. De ahí surgió mi relación con Kwong Roshi, que duró seis o siete años, más o menos; acudía allí todos los años para hacer retiros. El mayor impacto de estos retiros largos fue que me abrieron los ojos y pude constatar que todas las verdades que enseñaba el centro zen se encontraban también en la casa de esa mujercita, justo en mi barrio. Y esto me cogió por sorpresa, pues ella era una persona muy normal, no se daba aires, no interpretaba el papel de maestra ni nada de eso. Por alguna razón, cuando me iba de retiro y regresaba, veía lo que me había perdido, lo que ya estaba disponible en ella. Lo vi perfectamente claro. Y me quedé atónito. A partir de entonces dejé de sentir la necesidad de ir a ningún otro sitio.
TS: ¿Crees que ella era un ser iluminado?
Adya: Tendrías que preguntárselo a ella.
TS: ¿Vive todavía?
Adya: Sí. De hecho, viene a la oficina todos los viernes. Tal vez te la encuentres. Pone etiquetas a las cintas del sangha.
TS: ¿De veras?
Adya: No es broma. Ella ya no enseña. Lo dejó unos meses después de pedirme que enseñase yo. Ella no sabía que iba a dejar de enseñar. Simplemente... ocurrió.
TS: ¿Por qué me has dicho que le tendría que preguntar a ella si está o no iluminada?
Adya: Porque en realidad no me gusta hablar de la iluminación o de la ausencia de iluminación de los demás. Y en esa época, aunque suene gracioso, eso no era especialmente relevante para mí.
TS: Eso suena raro.
Adya: Lo es y soy consciente de ello. Al mirar atrás, a mí también me suena raro. Si tuviese que ponerme a buscar un maestro ahora mismo, esa cuestión tendría una relevancia extraordinaria. Con esto no quiero decir que no lo tuviese en mente, pero lo único que me interesaba (simplemente) es que esa persona fuese capaz de ayudarme en el camino. ¿Ha avanzado lo suficiente? Eso era lo único que me interesaba de veras. Y obviamente, veía que ella me podía ayudar en el camino. Definitivamente, me llevaba mucha ventaja.
TS: ¿Y ahora se dedica a poner etiquetas?
Adya: Sí. Alrededor de un año después de que me pidiese que enseñara y de que ella lo dejase, le descubrieron un tumor en un ojo, del tamaño de una pelota de golf. Cuando la operaron para quitarle el tumor (ya sabes que esas operaciones son muy delicadas) perdió el control de un lado del cuerpo, temporalmente, y su memoria quedó desbaratada, así como algunas de sus funciones cognitivas. Tardó mucho en recuperarse de todo eso, y finalmente pudo volver a conducir y a desenvolverse sola. Aún tiene problemas con la memoria, pero yo le digo siempre que su memoria es más o menos como la mía, así que no tiene mucho de qué quejarse. Lleva unos ocho años en este proceso de recuperación, y el hecho de poder ver cómo se desprendía de su papel de maestra al ver que le había llegado el momento supuso para mí una auténtica lección. Ha sido una verdadera lección de humildad. Aquí tenemos el ejemplo de una persona que estuvo enseñando durante treinta años (a pequeña escala, sí, pero eso no significa que no ejerciese ese papel) y que viene ahora a la oficina a poner etiquetas en las cintas porque quiere seguir sirviendo al dharma. Es un ejemplo extraordinario de lo que implica el no dejarse atrapar por ningún papel y el no preocuparse de cómo te vean o cómo te miren los demás. Ella no necesita cumplir ninguna expectativa, se limita a aceptar de buen grado todo lo que le sucede. Todavía sigo aprendiendo de ella. Me enseña al mostrarme algo que muy pocas personas pueden hacer. Ella se puede deshacer de su papel y hacer lo que le toque, ya sea conocido o no, oculto o no. Esto representa una auténtica lección para mí.
TS: Bien, volvamos al Adya de veinte años. Trabajas en una tienda de bicicletas. Meditas. Vas a retiros.
Adya: Había construido un pequeño zendo en la parte trasera del jardín y meditaba a diario entre dos y cuatro horas; leía cientos de libros y escribía mucho, diarios sobre todo. Me centraba en lo espiritual desde todos los ángulos razonables. A mis veinte años el entorno era muy distinto al de ahora. Yo no tenía ningún colega. A nadie de mi edad le interesaban estos temas. Apenas hablaba de esto con nadie. La mayoría de meditadores eran mucho más mayores que yo, así que todo era bastante solitario.
TS: ¿Y se produjo algún cambio en un momento dado?
Adya: El primer cambio se produjo cuando tenía veinticinco años. Me había estado esforzando en mi práctica de forma muy agresiva, masculina, intentando abrir las puertas de la iluminación mediante una enorme cantidad de esfuerzo y mucha determinación, pues eso era a lo que estaba acostumbrado. Yo crecí siendo deportista y ciclista de competición. Y era disléxico. Aprendí que tenía que esforzarme más que los demás para conseguir lo que necesitaba y lo que quería. Así que creí que la espiritualidad funcionaría igual. Y el zen fomenta lo mismo, prácticamente. Ya sabes, medita más que nadie. Es como si el zen lo fomentase inconscientemente. Así que me pasé entre seis y ocho meses llegando continuamente al límite al preguntarme, de camino a mi trabajo en Palo Alto: «¿Qué es esto? ¿Qué es esto? ¿Qué es verdad?». Creí, literalmente, que iba a volverme loco cualquier día, pues pensaba que un ser humano no podría aguantar esa intensidad interna por mucho tiempo. Pensaba que iba a acabar en una sala psiquiátrica, pues estaba llegando al límite de lo psicológico. O estaba siendo llevado a él.
Un día, estaba en el cuarto de estar y sentí con mucha intensidad que tenía que descubrir la verdad, y que tenía que hacerlo en ese preciso momento. Así que salí al jardín, me senté a meditar y realicé un esfuerzo increíble para aquietar la mente y traspasar alguna barrera. Ni siquiera sabía cuál. Y de repente sentí como si hubiera acumulado todo el esfuerzo de los últimos cinco años y lo hubiera comprimido en un minuto. Comprendí, sin más, que no podía descubrir la verdad. No podía hacerlo. Y en cuanto dije «no puedo hacerlo» sentí, simultáneamente, que todo se relajaba. Y cuando se relajó todo sentí una explosión interna (es la única forma en la que puedo describirlo). Es como si alguien me hubiese conectado a un enchufe de la pared. Sentí una gran explosión interna, mi corazón empezó a latir con más fuerza, mi respiración se aceleró y pensé que iba a morirme, pues mi corazón nunca había latido tan deprisa. Como había sido deportista, estaba muy acostumbrado a cuál era el ritmo máximo de mi corazón. Y esto estaba muy, muy por encima. Pensé, literalmente, que mi corazón iba a estallar. En algún momento pensé que, fuese lo que fuese, esa energía iba a matarme. Pensé que no podría aguantar mucho tiempo. Y justo después pensé: «Si necesito pasar por esto para descubrir la verdad, de acuerdo, estoy dispuesto a hacerlo ahora». Así es como sucedió, sin más, sin terciar valentía ni bravuconería alguna. Fue así: estoy dispuesto a morir. Punto. Eso es. Y en cuanto me dije eso y lo sentí realmente, la energía desapareció. De repente estaba en el espacio... me convertí en espacio. Todo lo que me rodeaba era espacio. Espacio infinito, nada más. Y sentí una especie de descarga de visiones en ese espacio, pero se sucedían tan rápido que ni siquiera reconocía de qué se trataba. Tenía cientos de visiones por segundo. Como cuando te descargas un programa informático en el ordenador. Sentía como si algo se estuviese descargando en mí con tanta velocidad que, aunque no podía comprender ninguna de sus partes, podía sentir la aparición de visiones. Así que me quedé ahí sentado percibiéndome espacio, dejando que esas visiones se descargasen en mi sistema; esto se prolongó durante un tiempo, no sé cuánto, un rato. Después se detuvo y en un momento dado me di cuenta de que tenía que levantarme de mi cojín y hacer lo que siempre hacía: me levanté, miré la figura de Buda que tenía en mi altar y me postré ante ella. Y en cuanto lo hice empecé a reírme a carcajadas. Jamás había tenido una risa tan hilarante. Lo más divertido de todo es que pensé: «Llevo cinco años detrás de ti». Y en ese momento supe detrás de qué había ido. Lo había conseguido. Y no me lo podía creer. Era como «vaya, he estado detrás de lo que yo ya era». Así que me reí mucho y salí de la habitación. Ése fue el primer despertar.
Lo divertido es que cuando salí de la habitación, en plena revelación de felicidad, dicha y tremendo alivio, una vocecita que me he acostumbrado a escuchar desde entonces me dijo: «No es esto. Sigue avanzando». Y pensé: «Demonios, ¿no puedo quedarme a disfrutar aquí? ¿Ni siquiera un momento?». Pero esa vocecita seguía diciéndome: «No es esto. Sigue avanzando». Y yo sabía que era verdad. De alguna manera, sabía que esta voz no le restaba importancia a lo que había sucedido. La voz no me estaba diciendo: «Esto no tiene valor, no es cierto, no es relevante». Lo que decía la voz era: «Todavía hay más. No lo has visto todo. Has visto una parte muy importante, pero sigue avanzando. No te detengas aquí».
Pero en ese momento todo cambió. A partir de entonces, mi energía de buscador espiritual (ese impulso desesperado) desapareció y ya no regresó nunca más. Esforzarme tanto para conseguir algo que ya tenía, para convertirme en lo que ya era, dejó de tener sentido.
TS: ¿Qué nombre le darías a esta experiencia? La habías «saboreado» de pequeño; ¿era esto un...?
Adya: Lo llamaría despertar.
TS: De acuerdo.
Adya: Pero no comprendía a qué me había despertado. Lo que comprendí es que yo era lo que buscaba. Lo sabía: soy lo que estoy buscando. Yo soy esta verdad. Y justo después, me hacía la siguiente pregunta: «¿Qué es esto? Yo lo soy. Sé que lo soy. Pero no sé qué es». Ésta es la parte que no sabía. Tuve un despertar, pero no fue completo. Fue una parte de la foto, quizá una parte considerable, pero la siguiente pregunta surgió casi de inmediato: «¿Qué es esto?». Y se convirtió en la pregunta a la que quería responderme.
Seguí meditando mucho. De cara a los demás seguía haciendo lo mismo que antes, pues sabía que había más y la meditación era mi forma de buscar. Pero desde ese momento, casi todo lo que me sucedió a nivel espiritual, en realidad no ocurrió mientras estaba sentado en el cojín. En los siguientes cinco o seis años, casi todo lo que me sucedió a nivel espiritual, realmente se manifestó en mi vida cotidiana. Aunque por esa época ya no participaba en carreras ciclistas de competición, tras ese primer despertar yo seguía montando y entrenando como si tuviese que competir. Y comencé a cuestionarme: «¿Por qué lo hago? ¿Por qué entreno como si fuese un deportista de élite, cuando no lo soy?». Podríamos decir que iba asociada a una buena imagen personal, no sólo por el hecho de estar en forma física, sino por la imagen que se tiene de un deportista de élite.
TS: Es genial.
Adya: Sí, es genial. En cierto sentido tienes poder, a nivel físico. Y aunque en mi vida cotidiana no me comportaba con los demás de un modo dominante, en el deporte tenía cierto poder. Aunque empecé a darme cuenta de que esto sólo perpetuaba mi antigua imagen, por alguna razón no podía dejar de hacerlo.
Entonces, a la edad de veintiséis años desarrollé una enfermedad que nadie pudo diagnosticar. Me mantuvo en cama durante casi seis meses. Podía moverme, pero a duras penas. Estaba malo. Enfermo. Padecí una cosa después de otra y pasé seis meses sin levantarme de la cama. Al final, evidentemente, del deportista no quedó nada. Y cuando el deportista salió de mi sistema me sentí de maravilla, pues es muy duro seguir siendo poderoso en el deporte cuando te sientes tan débil como un gatito. Y me di cuenta de que me sentía estupendamente. Me sentía fenomenal sin esa persona. Era muy liberador.
Me gustaría decir que la historia terminó ahí, pero un año después, cuando recuperé la salud de nuevo, me desperté un día y empecé a entrenar, sin siquiera ser consciente de ello. Simplemente volví a hacer lo mismo. Hasta que no me metí de lleno, no me di cuenta de lo que estaba haciendo, y entonces pensé que estaba haciéndolo otra vez. Y sabía de qué iba. Tenía que ver con esta imagen personal, con esta persona. Y me hubiera gustado poder limitarme a relajarme al darme cuenta de lo que estaba haciendo, pero no estaba preparado. Así que volví a caer enfermo durante otros seis meses, y esta vez fue peor. Tuve una infección nasal, una infección pulmonar y mononucleosis. Todo esto destrozó en gran medida la imagen personal que me había construido. Cuando la enfermedad eliminó a esa persona, el deseo de reconstruirla no volvió a surgir. Considero que eso fue un desarrollo espiritual. No me liberé de mi imagen mediante la meditación... pasé por la escuela de los golpes duros. Hay una inteligencia que toma las riendas y nos hace pasar por lo que necesitemos con tal de que nos relajemos.
En esa época también viví una relación completamente ridícula que fue muy perjudicial para mi salud. La relación sacó a la luz el material no resuelto de mi sombra. Te enamoras de todas tus debilidades, y eso saca lo peor de ti. En mi caso, la relación sacó a la luz diversos roles, como el de ayudador y, evidentemente, el desastre fue total. Afortunadamente, se terminó en poco tiempo, pero su efecto fue similar al de la enfermedad: me arrebató todas esas imágenes, todas esas personas que me había acostumbrado a ser: una buena persona, alguien simpático que ayuda a los demás... todo eso. Las desgarró de mi sistema, me mostró lo falsas y farsantes que eran, y aprendí que sólo me las ponía porque tenía miedo de dejar de hacerlo. ¿Quién sería sin ellas?
Entre las enfermedades y esa relación, me hice añicos. La falsedad fue saliendo de mí poco a poco. Y cuando todo esto terminó, me sentí bastante libre. Era maravilloso. Me encontraba de nuevo en el vacío y comprendí que podía ser espacio de un modo sencillo, humano. Permaneciendo en medio de una acera, sin más, sin sentir la obligación de ser nadie ni de aparecer bajo la forma de alguien. El deseo de ser visto de una determinada manera había salido de mi sistema. Este desgarramiento no fue fácil ni divertido, pero el resultado final fue fantástico. Al mirar atrás me doy cuenta de que eso me preparó para el «despertar final». El despertar total llegó pisándole los talones a estas desgarradoras experiencias. De hecho, lo experimenté unos meses más tarde, poco después de mi boda con Annie.
Tenía treinta y tres años, acababa de casarme y había conseguido un trabajo de verdad. Me había puesto a trabajar de aprendiz en el negocio de mi padre, así que estaba haciéndome una carrera de bien. También estaba empezando a salir de la grieta en la que había vivido hasta entonces (enfocado específicamente en una espiritualidad interna). Y fue entonces, con treinta y tres años, cuando me di cuenta de que este proceso quizá no se completaría jamás, y pensé que lo mejor que podía hacer era proseguir con mi vida. Así que acabé casándome y consiguiendo un trabajo de verdad. Creo que esta predisposición a comprometerme con la vida fue una parte muy importante de mi progreso espiritual personal. Un par de meses después de mi boda con Annie experimenté el segundo despertar (el día de San Patricio, lo que no deja de ser divertido, pues Annie procede de una familia completamente irlandesa, y su linaje es irlandés).
TS: ¿Tienes la sensación de que la boda creó la estabilidad necesaria para este segundo despertar?
Adya: Muy agudo. Sí. No puedo asegurarlo, pero desde entonces tengo la sensación de que me faltaba un elemento en todo esto, una cierta estabilidad. En ese momento tenía un trabajo con el que podía ganar lo suficiente y me había casado con una persona maravillosa. Y en ese momento recibí una visión vital para mí. Cuando conocí a Annie y nos casamos, sabía que nunca habría esperado tanto de una relación. No había tenido una relación de esa cualidad ni en sueños. Nuestra relación era así, y así sigue. El hecho de comprender esto jugó un papel muy importante, pues una mañana me desperté y me dije: «Esto no me ha completado; no me ha llevado al lugar al que me he sentido atraído desde siempre». Darse cuenta de eso fue un poco chocante. Aunque estés muy contento con tu vida y no estés atravesando ningún sufrimiento, sientes que todo eso no basta. Ni siquiera llega a rozar ese lugar interior. Pensé que el hecho de conseguir estabilidad en la vida permitiría una relajación espontánea, pues en términos humanos me tenía que relajar en algo.
TS: ¿Puedes describir lo que sucedió?
Adya: Fue muy sencillo y, en realidad, empezó antes de producirse. La noche anterior, justo antes de disponerme a dormir, me senté al borde de la cama y pensé lo siguiente. No fue un gran pensamiento ni una gran visión, sino algo muy sencillo, totalmente fuera de contexto respecto a lo que me estaba pasando en ese momento. Pero tuve un pensamiento que decía: «Estoy preparado». Lo sentí literalmente, en cinco segundos lo sentí. Y me dispuse a dormir, aunque la sensación de «estoy listo» era muy plena y simple. No se trataba de la mente ni del ego diciendo: «¡Estoy preparado, listo para atravesar las puertas!». Fue un instante sencillo, inocente, como un regalo. Un hecho. Sólo un pensamiento: «Estoy listo». Y no le di más vueltas. No captó mucho mi atención, aunque sí fui consciente de él. Así que me dispuse a dormir.
Al día siguiente me desperté temprano. Iba a ver a mi maestra, y en esas ocasiones solía levantarme pronto para meditar un poco antes de ir a verla. No estaba pensando en nada en concreto, simplemente me senté y a los treinta segundos oí un pájaro. Un simple gorjeo. Y surgió una pregunta, más de las tripas que de la mente, que no había oído nunca, que no había usado nunca. La pregunta que surgió espontáneamente decía: «¿Quién está oyendo este sonido?». Y cuando surgió la pregunta, todo se volvió del revés, o se quedó patas arriba. En ese momento el pájaro, el sonido y el oído se hicieron uno solo. Tuve, literalmente, la experiencia de que todo era lo mismo... el oído no era más yo, más que el sonido o que el pájaro o que cualquier otra cosa. En un instante, de forma muy repentina, todo se hizo uno.
A continuación percibí el pensamiento. Estaba tan lejos que ni siquiera sabía de qué se trataba. Pero había pensamiento y podía darme cuenta de que yo no era eso. Eso es pensamiento. Y lo que se despertó, lo que estaba despierto, no tenía nada que ver con ese pensamiento que simplemente acontecía. Eran dos cosas totalmente distintas. En el pensamiento no había ninguna identidad. Así que al cabo de unos minutos me levanté. Y, literalmente, a mi mente le venían ideas como de un niño de cinco años. Muy curioso. «Me pregunto si estoy en el horno», pensé. Así que fui corriendo a la pequeña zona de cuarto de estar y cocina y, sin lugar a dudas, el horno era esto. Me dirigí corriendo al baño y miré el inodoro, pues estaba intentando encontrar algo que no fuese nada espiritual, y pensé: «Demonios, el inodoro es esto». Abrí la puerta del dormitorio, miré en su interior y vi a Annie, mi esposa, que estaba durmiendo, y me dije: es ella. Ella es esto, y es igual. Seguí andando por nuestra casita de 137 metros cuadrados, en la que habíamos vivido durante seis años y medio, miré la casa por todas partes y todo era esto, todo era lo mismo. Así que ahí me encontraba yo, curiosamente carente de emoción alguna. No experimenté ningún ¡bravo! ni ¡oh, Dios mío! Nada de eso. Lo veía todo perfectamente claro y no lo confundía con ningún estado de la experiencia, pues no se trataba de ningún estado. Entonces di unos pasos por el cuarto de estar, pues podías recorrer su largo en tan sólo unos pasos, y la conciencia se despertó por completo en esos pasos. No lo puedo describir fácilmente, pero estaba totalmente separada del cuerpo, totalmente separada. En ese momento vi una serie de imágenes y lo supe, lo que estaba despierto supo de inmediato que me había quedado atrapado en esas imágenes, a las que podríamos llamar encarnaciones. Yo me creía eso. Estaba dormido en esas imágenes, podía ver con claridad que yo no era eso. Ya no seguía atrapado en ellas. No estaba confinado por ninguna de esas formas, ni siquiera por la actual. Y veía que la forma actual no era más importante o real que la de hace cincuenta vidas. Y ahí estaba esta conciencia, sin más, sólo ella. Ninguna forma, ningún perfil, ningún color, nada. En ningún sitio pero en todas partes. Y en ese momento supe que aunque esta conciencia lo era todo, también estaba por encima de todo. Que aunque esto desapareciese del todo, aunque desapareciesen todas las formas y todo lo que veía, esto no quedaría reducido, ni siquiera un poco. Así es, básicamente, cómo se produjo mi despertar.
Me sentía grande, fuera del cuerpo, como si éste existiese dentro de esta conciencia o espíritu. En vez de estar yo en el cuerpo, el cuerpo estaba en la conciencia. Entonces, en medio de todo esto, esa conciencia regresaba al cuerpo. Seguía estando fuera, pero ahora estaba dentro y fuera. No se limitaba a quedarse fuera, volvía a entrar, pero esta vez sin ninguna confusión, sin ninguna identificación. Era como cuando te vistes por la mañana: simplemente te pones la ropa. No te crees que tú eres esa ropa; la ropa no es más que lo que llevas puesto. Y vi clarísimamente que esta forma, esta personalidad en concreto, este tipo formalmente conocido como Stephen Gray, no era más que la ropa. Ésta es su encarnación actual, llevará puesto esto y funcionará con esto. Lo más agradable fue la alegría que sentí. ¡Me sentía tan feliz con la ropa, con la encarnación! La personalidad me daba mucha intimidad y me sentía tan feliz como un niño. Como cuando una niña se pone un disfraz de Cenicienta, se mira al espejo y siente: «¡oh, es genial!». Tuve, exactamente, esa misma sensación de asombro en relación a la forma.
Después, lo último que hice fue dar otro paso, y entonces sentí como si éste fuera el primer paso que hubiese dado en la vida. Sentía como si acabase de salir del útero. Igual que se siente un bebé tras poner el pie en el suelo por primera vez. Miré mis pies, literalmente, y caminé en círculos, pues me parecía un milagro (la sensación de los pies en el suelo y la sensación de caminar eran un verdadero milagro). Y cada nuevo paso era como el primer paso. Todo era nuevo y todo iba asociado a esa sensación de intimidad, de maravilla y de comprensión.
Todo esto ocurrió en una rápida sucesión. El despertar de la forma, la unidad con la forma y la comprensión de que yo no soy la forma. Todo era bueno. No necesitaba estar fuera del cuerpo; no necesitaba ir más allá de nada porque esto era todo. En ese preciso momento supe que esto es un milagro: esta vida, este cuerpo. Esto es el cielo, por muy desordenado que parezca, por muy tonto que pueda ser, con toda su maravilla y todo su horror. Ésta es la gran broma. Estamos caminando sobre la mano de Dios y seguimos buscándole.
Eso fue todo. En realidad fue muy simple. Muy, muy simple. También trajo consigo el disfrute de lo ordinario. Ya no necesitaba que ocurriera algo extraordinario (ya no necesitaba experiencias extraordinarias, simplemente disfrutaba de lo ordinario). Podía ponerme a hablar de las (así denominadas) verdades espirituales o de fútbol, o irme de compras... de pronto ya no me importaba nada. Y hasta la fecha, aunque en general nadie me cree, con frecuencia digo lo siguiente: «Para mí, estar en el satsang o hablar de cualquier otra cosa es lo mismo». Lo ordinario se vuelve plenamente gratificante. Evidentemente, si veo que alguien se ilumina o que se transforma un poco, eso es muy gratificante. Es una especie de acontecimiento destacado, pero hay un amor por lo ordinario que es muy sencillo, y para mí ésa es una de las cosas más bellas, pues ya no necesito que sucedan cosas extraordinarias en mi vida. El mero hecho de existir ya es una especie de milagro.
TS: Adya, a esto le has dado el nombre de «despertar final», ¿pero qué ocurriría si en las próximas décadas experimentaras otros despertares que te revelasen una dimensión aún más profunda de la realización? ¿Lo crees posible?
Adya: Me alegro de que hayas sacado el tema. Lo llamo final por una razón. Cuando digo final no quiero decir que no pueda haber otro despertar. Evidentemente, eso es posible. ¿Quién sabe, verdad? No lo sabemos. Al fin y al cabo, esto es infinito. Pero lo que quiero decir con final es que este despertar me hizo ver lo que soy con total claridad. Lo comprendí sin asociarlo a ninguna emoción, en un estado completamente puro. Sin ninguna energía asociada. Sin ninguna euforia. Cuando digo final me refiero a que lo vi con claridad. No podía seguir buscando nada; ya no me quedaba ninguna pregunta espiritual por responder. Así que lo llamo final porque lo sentí como una línea de demarcación a la que me condujeron una determinada vida y un determinado viaje y, desde que sobrepasé esa línea, ya nada fue igual que antes. Ese viaje, tal y como lo había comenzado, había llegado a sun fin de una forma clara y evidente. Se había acabado. Y no regresaría nunca. A eso es a lo que me refiero cuando lo llamo final. ¿Significa eso que no queden más cosas por ver? Siempre queda algo.
TS: Decías que cuando tuviste tu primer despertar, con veinticinco años, te diste cuenta de que tú eras lo que buscabas, aunque seguías haciéndote la pregunta de «¿qué es esto?».
Adya: ¿Qué es esto? Sí.
TS: ¿Qué descubriste, entonces, en tu despertar final?
Adya: Es una buena pregunta [risas]. Voy a contestarte de la mejor forma posible, pero esa pregunta no tiene respuesta.
TS: Pero ya no te sigues haciendo esa pregunta.
Adya: No, lo divertido de la respuesta es que la pregunta desaparece. Ésa es la respuesta a la pregunta. No obtienes ninguna respuesta correcta que te permita metértela en el bolsillo.
TS: ¿No podrías decir amor y sabiduría, o algo así?
Adya: No, no. Va mucho más allá. El amor y la sabiduría proceden de ahí. Es paradójico, pero cuanto más nos conocemos, cuanto más sabemos lo que somos, más seguros estamos de que somos algo que, por su propia naturaleza, no se podrá conocer nunca. Así que tú y yo somos lo desconocido, y como lo desconocido es lo desconocido, no lo podemos conocer; no podemos achacarlo a ninguna deficiencia, sino a que lo desconocido, por su propia definición, es lo desconocido. Así que en budismo pueden darle el nombre de vacuidad, o vacío, o shunyata. Tradicionalmente, algunas sectas del judaísmo consideraban que el mero hecho de mencionar la palabra "dios", de cualquier forma, era una herejía. Y yo creo que este tipo de normas surgen de la paradoja de esta experiencia: sabes lo que eres, pero sabes que eres un misterio.
Como ves, no le podemos dar ningún nombre. No podemos decir nada sobre el potencial puro. No hay nada que saber. Sólo podemos saber algo cuando el potencial se manifiesta y se convierte en algo. Pero antes de eso es puro potencial. Es puro vacío o pura inteligencia, o como quieras llamarlo. Para mí, ésa es la paradoja: he llegado a saber lo que soy, pero sé que soy lo que nunca se podrá conocer, porque ésa es su naturaleza. Y lo divertido es que, de algún modo, terminas donde empezaste. Empiezas sin saber quién eres o cuál es la última realidad. La diferencia es que terminas sabiendo que eres lo que nunca se podrá conocer. Así que el misterio se hace consciente, se despierta. Se conoce a sí mismo, es el «YO SOY» tal y como aparece en la Biblia. Pero no puedes percibir ninguna definición; no es más que «YO SOY». Es el misterio autoafirmándose. Eso es todo.
TS: Una de las cosas interesantes que he oído sobre ti es que no le hablaste de tu segundo despertar a tu maestra de zen hasta que no pasaron tres meses. Me resulta raro.
Adya: No tenía ninguna razón aparente. Tenía una sensación de plenitud tan grande... Por una parte, era extraordinario, pero también me resultaba ordinario. No sentía la necesidad de salir corriendo para contárselo a nadie. No sentía la necesidad de confirmarlo. No necesitaba ser escuchado. No necesitaba que nadie lo entendiese. Y si se lo conté a mi maestra sólo fue porque pasados tres meses reflexioné y pensé: «Vaya, ella lleva quince años hablándome de esto, y por eso le ha estado poniendo tanto corazón y tanta compasión a mi proceso». Pensé que a ella le gustaría saberlo. El impulso de decírselo surgió de ahí. Tenía una ausencia total de necesidad, y esto es una de las cosas más notables. No sientes la necesidad de decírselo a nadie, ni tampoco la de recibir un golpecito de aprobación en la espalda.
TS: Has mencionado que leíste mucho en una época de tu vida. ¿Te impactó algún libro en particular?
Adya: ¡Sí! El primer libro no es uno de los que sospecharías, y ni siquiera me interesa ya. Pero en aquella época concreta me impactó mucho. Lo leí cuando tenía veinticuatro años, no mucho antes de mi primer despertar. Y era una autobiografía de Santa Teresa.
TS: Interesante.
Adya: ¡Lo era! Porque en ese entonces yo era un tipo budista, y el budismo no es teísta. Sin embargo, me sentí atraído por el misticismo cristiano de un modo inextricable, y uno de los primeros libros que leí fue esta autobiografía. Acudí a una librería, abrí el libro y en tan sólo dos páginas me conquistó completo, me quedé enamorado. Literalmente, me enamoré de una santa a la que no había conocido nunca. Pero fue algo muy, muy poderoso. Acabé devorando su autobiografía y después me leí cinco, seis o siete libros más sobre ella y sobre su vida... y eso aconteció a lo largo de dos años en los que leí muchísimos libros acerca del misticismo cristiano. Pero ese libro me abrió las puertas, y hasta que no lo contemplé en retrospectiva no me di cuenta de lo que significaba para mí, y del sentido que tenía toda mi investigación acerca del misticismo cristiano. Todo eso me ayudó a abrir el corazón. En realidad, mi práctica zen no me ayudaba en ese aspecto; necesitaba algo que me ayudara a abrirme emocionalmente de un modo muy, muy profundo, y el zen probablemente fuera demasiado árido para hacerlo. Naturalmente, encontré justo lo que necesitaba, y ese libro me ayudó. Me abrió tremendamente a nivel emocional. Fue el libro perfecto en el momento perfecto. Así que fue un libro muy importante para mí.
El otro libro que destacaría es Yo Soy Eso, de Nisargadatta Maharaj. Había leído algunos fragmentos pequeños antes del despertar de los treinta y tres años, pero no me había parecido muy significativo. Después del despertar leí Yo Soy Eso y, desde entonces, ha sido la expresión más clara que he encontrado. Fue como si alguien hubiese puesto palabras a mi propia experiencia. Estaba reflejada en ese libro. Era como mirarme en un espejo. Así que fue un libro muy importante, no tanto en mi búsqueda como en mi reflexión.
Aunque esto se salga un poco del tema, tiene que ver con la lectura. Como muchos maestros espirituales, aunque cuando enseño hablo mucho de la imposibilidad de comprender la iluminación con la mente y digo que llega un momento en el que hay que ir más allá de los libros que estés leyendo, cuando miro mi experiencia en retrospectiva veo que, aunque jamás encontré la realización de la verdad en ningún libro, porque no se puede, la lectura ha jugado un papel muy importante para mí. Tenía un doble filo. Algunas veces se puso en medio del camino (con conceptos, ideas y más conceptos que estaban en conflicto), pero la lectura ha sido otra parte muy importante de mi viaje. Utilicé los libros para aclarar cosas en mi mente. Me ayudaron a esclarecer algunas cosas. En ese sentido, creo que el lado intelectual de la espiritualidad (que a menudo se minimiza, y con razón) también es subestimado algunas veces. Aunque la verdad no es algo que podamos encontrar en los libros, éstos a veces nos permiten conectar los puntos en la mente... y en el corazón. Los libros pueden llegar a abrirnos de un modo muy importante. Así que yo creo que el intelecto (si no da el espectáculo y no se queda ahí) puede jugar un papel importante en el despertar espiritual. Si te encuentras con el libro adecuado en el momento adecuado, éste tal vez motive un reconocimiento. Eso también forma parte de lo que hacen los maestros, y es importante. Estamos hablando en una sala, ¿verdad? El contenido es intelectual, pero estamos intentando despertar una sabiduría profunda en el oyente. Y un libro puede hacerlo de la misma forma que un maestro. Tal vez leas una frase que te alumbre algo. No en la mente, sino a nivel de visión interna. Sabrás si es una visión interna porque en ese caso tu cuerpo entero se pondrá a cantar. En ese sentido, si las palabras despiertan vida en nuestro interior pueden resultar muy útiles. Una parte de nosotros tal vez diga: «Ah, ya lo sé. Sólo que no sabía que lo sabía». Las palabras pueden transformar lo inconsciente en consciente.
TS: ¿Crees que la lectura puede propiciar algún tipo de transmisión?
Adya: Por supuesto. Todo lo que hacemos va cargado con la transmisión o la presencia de lo que somos. No necesitamos mantener contacto físico con nadie. Las cosas van cargadas en sí mismas con la transmisión de la persona que estuvo asociada con ellas. Un libro va cargado con la transmisión de la conciencia o presencia de su autor. En realidad, si eres sensible esto es bastante interesante. Si te sensibilizas puedes sentir la presencia del autor en cualquier libro. En libros espirituales, en artículos periodísticos no espirituales, en cualquier cosa. Puedes empezar a percibir el estado de conciencia del autor y, evidentemente, esto también puede ser muy poderoso a nivel espiritual. Las palabras y los libros van cargados con esa transmisión. Por eso creo que un libro como Yo Soy Eso es tan, tan poderoso. No son sólo las palabras. Se trata del ser que pronuncia las palabras. Por eso la gente se queda cautivada. Todas las palabras que dice el libro han sido dichas antes, así que no se trata sólo de las palabras, sino de quién las dice.
TS: Cuando los que están en tu presencia o los que leen uno de tus libros perciben una transmisión, en tu opinión ¿qué sucede?
Adya: Se produce un encuentro; en eso consiste la verdadera transmisión. El vacío se encuentra con el vacío.
TS: ¿Eso transforma inevitablemente al estudiante?
Adya: ¿Cómo podría explicarlo? Digamos que es el elemento más poderoso de la enseñanza. Tengo dudas a la hora de decirlo, porque en cuanto lo digo la gente se comporta como si el maestro fuese a actuar por ellos, lo cual no es cierto. El maestro podrá encender un fuego, pero no completará el proceso por ti. La transmisión es más poderosa para las personas que resuenan con lo que oyen. Cuando hay resonancia, el potencial se enciende. Cuando el potencial se despierta, debes responsabilizarte de lo que suceda. No te sientes a esperar que el maestro o su transmisión lo hagan por ti, porque entonces entrarás en una relación dependiente. Y en cuanto entras en una relación dependiente, psicológica o emocionalmente, el efecto de la transmisión se reduce considerablemente. La relación dependiente lo mata en ese mismo instante. Es como echar agua al fuego. Debemos responsabilizarnos de nuestra transformación, pues ningún maestro puede hacerlo todo por nosotros, de ninguna forma. Tenemos que hacerlo nosotros mismos. La búsqueda la tenemos que emprender nosotros. La presencia de alguien tal vez encienda un fuego de forma espontánea, pero tú tienes que ocuparte de cuidar ese fuego.
Más información (página web de Adyashanti, en idioma inglés): http://www.adyashanti.org/
Otros posts sobre Adyashanti en este blog:
Entrevista a Adyashanti (1): http://jugandoalegremente.blogspot.com/2010/07/entrevista-adyashanti-1.html
Control (por Adyashanti): http://jugandoalegremente.blogspot.com/2010/07/control-por-adyashanti.html
Relajación (por Adyashanti): http://jugandoalegremente.blogspot.com/2010/07/relajacion-por-adyashanti.html
Iluminación (por Adyashanti): http://jugandoalegremente.blogspot.com/2010/07/iluminacion-por-adyashanti.html
¡Saludos!
Copio una segunda e inspiradora entrevista a Adyashanti (la primera puede leerse aquí: http://jugandoalegremente.blogspot.com/2010/07/entrevista-adyashanti-1.html). Esta otra entrevista aparece también como complemento final de un libro, pero esta vez se trata del otro libro que tengo de Adyashanti, "La Danza del Vacío". Creo que es una gran entrevista. Es bastante larga pero como no tiene desperdicio la he copiado íntegra.
Entrevista a Adyashanti (2)
A principios del 2004 empecé a oír hablar de un flamante maestro «post-zen» que tenía la habilidad de esclarecer la confusión general acerca del despertar espiritual. Su inusual claridad iba acompañada de compasión y de humor coloquial. Como yo soy curiosa por naturaleza, decidí pasar algún tiempo con Adyashanti para realizar una investigación en primera persona. Tuve el privilegio de entrevistarle en dos ocasiones a lo largo de casi cuatro horas (que era, más o menos, el tiempo máximo que yo podía resistir concentrada en sus ojos sin sentir cómo se me partía en dos la cabeza). Curiosamente, después de cada una de las entrevistas sentí que la presencia de Adyashanti había significado una especie de regalo inmenso; sentía como si el sol de su mente despierta hubiera estado brillando sobre mí de un modo concentrado, liberando ciertos patrones de limitación. Aprovecho el final de esta edición de La Danza del Vacío para presentar un extracto de una de nuestras conversaciones, y lo hago llena de gratitud, desde la calidez de mi corazón.
Tami Simon: Adya, espero que no te incomode el tema que quiero tratar. Me gustaría hablar de ti: de Adyashanti el hombre, la persona, el ser humano.
Adyashanti: [Risas]
TS: No de tus ideas.
Adya: De acuerdo.
TS: Cuando terminé de leer La Danza del vacío me quedé con la pregunta de ¿quién es este tipo? ¿Viene de otro planeta? ¿Tuvo padres de verdad?
Adya: Vale.
TS: Me encantaría saber algo de tu biografía. ¿Cómo era tu familia? ¿Eran religiosos? ¿Qué hacías de niño?
Adya: Bien. Nací en una familia estupenda, algo que llegué a comprender con el paso del tiempo, aunque en cierto modo ya me había dado cuenta antes. Tuve dos buenos progenitores y dos hermanas: una más mayor y otra más pequeña. Lo que recuerdo de mi infancia, predominantemente, es que yo era extraordinariamente feliz. Alguien le preguntó alguna vez a mi padre qué era lo que más recordaba de mi niñez, a lo que contestó que yo «sonreía continuamente». Y eso es lo que recuerdo de mi infancia. Pasé por momentos difíciles, como todo el mundo. Me metí en problemas, como todos los demás, e hice cosas estúpidas. Tuve momentos duros. Pero, en general, cuando miro hacia atrás recuerdo la infancia como una experiencia agradable, por encima de todo. Entré en ella sonriendo, y eso conformó la mayor parte de mi niñez.
No crecí en una familia específicamente religiosa, aunque la religión y la espiritualidad, curiosamente, formaban parte del cóctel. Cuando nos reuníamos con los parientes (cosa que hacíamos muy a menudo, porque todos mis parientes -tíos y tías, abuelos y primos- vivían a media hora de donde crecí), la espiritualidad y la religión solían formar parte de la conversación. De niño no me implicaba directamente en muchas de esas conversaciones, pero las escuchaba y me quedaba fascinado. Todas mis películas preferidas, por ejemplo, eran películas religiosas como Los diez mandamientos, con Charlton Heston, y Ben Hur. Me sentí atraído hacia la espiritualidad y la religión desde pequeño, aunque nunca de un modo obvio. Al ir creciendo también tuve lo que podríamos llamar experiencias místicas. De niño nunca las consideré místicas o especiales, ni siquiera inusuales.
TS: ¿Qué clase de experiencias?
Adya: Bueno, una luz blanca me visitaba por las noches en el borde de la cama, por ejemplo.
TS: ¿Como una bola de luz blanca?
Adya: Sí, como una bola de luz blanca en el borde de la cama. Como a la mayoría de los niños, estas cosas no me parecían raras. Simplemente pensaba: «Vaya, la bola de luz blanca ha venido a hacerme una visita esta noche». Y era estupendo siempre y un poco intrigante. Según fui creciendo tuve varias experiencias parecidas. A veces me ponía a mirar el interior del armario o del vestidor y me fundía con la madera, convirtiéndome en el cajón del vestidor. En ese momento me intrigaba y me resultaba muy placentero, aunque no me parecía raro, formaba parte de mi experiencia.
En el instituto, cuando llegué a la adolescencia, empecé a tener experiencias que no compartía con nadie, pero cuando sucedían decía que se trataba de «uno de esos días». En «uno de esos días» me despertaba por la mañana y me sentía como si todo fuese uno. Y en uno de esos días sentía como si algo distinto estuviese mirando a través de mis ojos, algo completamente misterioso, muy antiguo y eterno. Aprendí a tener cierto cuidado cuando iba al colegio en uno de esos días, porque lo que miraba a través de mis ojos quería ver las cosas muy de cerca y con mucha intensidad. Tenía que prestar atención para no acercarme demasiado a la gente al mirarla, porque lo que ocurría tenía cierto poder (por llamarlo de alguna forma). Cuando miraba a alguien a los ojos daba la sensación de que me quedaba así demasiado tiempo, y eso les sorprendía. No sabían qué hacer. Sentían que algo fuera de lo corriente estaba sucediendo, así que normalmente empezaban a mirar a otra parte. Su mirada parecía asustada, como si supiesen que no podían comprender qué estaba pasando. Yo no quería asustar a nadie, así que intentaba evitarlo, en la medida de lo posible. Esto generalmente duraba entre uno y tres días, en los que deambulaba sintiéndome uno con todo, más o menos eterno, atemporal, visitado por una cualidad completamente distinta. Y después desaparecía. Tenía uno de esos días tres, cuatro o cinco veces al año.
TS: ¿Nunca hablaste de esto con tus padres?
Adya: No.
TS: ¿Ni con tus profesores, ni con nadie?
Adya: No, nunca hablé de ello. De hecho, la primera visita (la visita más poderosa, realmente) tuvo lugar cuando iba a la escuela primaria. Cuando estaba en el recreo, en el patio de cemento, me encantaba jugar con los barrotes y me lo pasaba estupendamente. Un día me detuve al borde del patio y vi a todos los niños jugando en el césped, detrás de los barrotes. De pronto sentí como si algo estuviese empujando a este niño a un lado, de tal forma que lo que miraba a través de mí era algo inmensamente grande. La mente me trajo el siguiente pensamiento... o tal vez llegó desde algún otro sitio: nos hemos deshecho del niño. Me vi muy fuera de la periferia de esta conciencia, completamente expulsado. Era como si estuviese mirando a través de unos ojos... al describirlo ahora sólo puedo decir que era como si estuviese mirando a través de los ojos de la eternidad. Lo que miraba parecía muy antiguo y, a la vez, muy joven e inocente. Miré fuera y, antes de nada, me di cuenta de que ninguna persona del patio (profesores y niños) estaba viéndolo igual. Yo tampoco había visto las cosas así antes. Fue bastante sorprendente. Duró algún tiempo, posiblemente el resto del día.
TS: ¿Tendrías cinco o seis años?
Adya: Creo que estaba en tercero, así que probablemente ocho o nueve años.
TS: ¿Y cómo interpretarías ahora las experiencias de «uno de esos días»?
Adya: ¿Ahora? Las llamaría anticipos. Anticipos de algo que estaba por llegar y que llegó, algo que iba a ser mucho más permanente. Fueron como pequeños anticipos, vislumbres de determinados aspectos del despertar.
TS: Bueno, Adya. Sabía que no eras una persona común, pero eres la primera persona que conozco, en el mundo de la espiritualidad, cuya infancia haya sido feliz.
Adya: Yo también me he dado cuenta. A mí también me sorprende.
TS: De las personas que conozco, las que se sienten atraídas por la espiritualidad dicen cosas del estilo de «cuando era un niño, nadie me entendía». Lo que sienten algunos es: «No pertenezco: soy un inadaptado social».
Adya: Exacto. Bien, yo siempre supe que no pertenecía y eso nunca me molestó. Sabía que era un poco diferente de los demás niños. Pero nada más era lo que era. Por una parte, yo era un poco solitario. Pero también jugaba con los barrotes de la escuela y tenía unos cuantos amigos. Lo cierto es que sentí desde el principio que había algo en mí un poco diferente (no especial, sino diferente). Por una u otra razón nunca lo interpreté como una deficiencia, y creo que se lo debo a mis padres, en gran medida. Cuando estaba en primaria, mis padres descubrieron que tenía dislexia. Me imagino que hoy en día probablemente me habrían diagnosticado ADD [desorden por déficit de atención].
TS: ¿Por qué?
Adya: Porque tenía dificultades para concentrarme. También tenía muchísima energía. Aunque me hubiesen diagnosticado ADD no creo que lo hubiera tomado como un problema o como algo anormal que precisara medicación o algún tipo de arreglo; al menos mi experiencia no lo ve así. No era más que un niño con muchísima energía. Y con dislexia. Veía los números y las letras al revés, y en algunas clases de matemáticas y de lectura salía del aula y recibía clases especiales. Mirando hacia atrás, lo increíble es que no me sintiese alienado, aislado ni inferior con relación a los niños que me rodeaban. Mi madre tenía un gran mantra. Me decía: «Eres diferente, sí». Y también: «Eres raro, sí». Porque mi madre también era rara, en gran medida. Tenía un gran sentido del humor. Jugábamos todo el tiempo. Tanto mis progenitores como el resto de la familia tienen un gran sentido del humor. Así que su mantra era: «Somos simplemente maravillosos. Tú eres raro. Yo soy rara. Y la rareza es absolutamente maravillosa. Es fantástica. Tienes que estar contento al respecto». Algo en mí lo asimiló de niño. Lo creí. No me creía mejor por ser raro. Era simplemente maravilloso, estupendo. Creo que tuve mucha suerte. A pesar de las experiencias y las oportunidades que me podrían haber hecho que me sintiera inferior a los demás o un poco aislado, nunca lo interpreté así. Yo pensaba que no era más que una parte de lo que yo era.
TS: ¿Qué fue lo que te motivó a implicarte en la búsqueda espiritual?
Adya: Bueno, eso es lo curioso. Un día, no recuerdo bien cuándo, leí algo acerca de la iluminación. Creo que fue en un libro zen. Ni siquiera estoy seguro de cómo me hice con él.
TS: ¿Cuántos años tenías en ese momento?
Adya: Unos diecinueve. Cuando leí acerca de la iluminación, algo se encendió en mi interior, como si fuese una bombilla. Me intrigó. Pensé: ¿qué es esto? Mi interior comenzó a interesarse por todo este mundo. Lo que me motivó a cultivar este interés fue una hermana de una tatarabuela, que era muy psíquica, y tenía fama, en la familia, de estar metida en todo tipo de excentricidades. Ahora me doy cuenta de que estaba muy despierta a nivel espiritual. Recuerdo cuando entraba en mi habitación con los ojos encendidos en fuego. Cuando la conocí tenía unos noventa años y era capaz de realizar viajes astrales. Podía abandonar su cuerpo y marcharse donde quisiera, lo cual aterrorizaba a todo el mundo, pues podía anticipar lo que le pasaba a la gente, incluso la llegada de su hora o si ya habían muerto. Decía cosas como: «¿Por qué no llamas a fulanito o a menganito? Están a punto de morirse». Así que tuvo que aprender a quedarse callada.
TS: Claro.
Adya: Solía ocultar sus habilidades psíquicas. Sólo habló con mi madre sobre eso, en secreto. De cualquier forma, los viajes astrales me parecían algo muy divertido y coincidió con la época en la que me interesé por todo lo relacionado con la iluminación. Así que compré un librito para aprender a realizar viajes astrales. Había que seguir una serie de pasos. Uno de ellos era sentarse a meditar durante diez minutos y después había que hacer otras cosas. Bien, con los viajes astrales fracasé estrepitosamente. Me sentía como una roca que no se elevaba nunca del suelo. Pero la primera vez que me senté a meditar durante diez minutos me sucedió algo que me intrigó muchísimo. En la meditación entraba en contacto con algo, aunque no sabía con qué, con un ámbito de la experiencia que me fascinaba profundamente. Enseguida olvidé los viajes astrales y sentí que la meditación tenía algo muy importante para mí. Así que empecé a meditar y a leer unos cuantos libros al respecto. En pocas semanas, literalmente, desperté una mañana y me di cuenta de que la vida que había sido mía ya no lo era. Simplemente supe que «esta vida no es mía», entendí que pertenecía a este asunto de la iluminación. Independientemente de qué dirección tomase, del lugar al que me condujese, ni siquiera podía seguir eligiendo. De ser algo que perseguía, pasó a convertirse en algo que se había apoderado de mí. De una forma muy visceral, sentí que estaba bajo su control. Se había apoderado de mí y así seguiría para el resto de mi vida. Me asusté un poco, ¿sabes?, pero también fue emocionante. En ese momento mi vida dio un giro. Esa mañana. No fue una decisión. Y yo no estaba intentando evitar el sufrimiento.
TS: ¿No existía ninguna desesperación existencial en el corazón del Stephen Gray de diecinueve años?
Adya: Bueno, tal vez hubiese alguna. Cuando intentas contar tu historia el resultado es siempre muy parcial. Viví muchos momentos difíciles (separaciones devastadoras o situaciones muy, muy complicadas), así que no voy a pretender no haber pasado por ningún momento difícil en la vida. Tampoco fingiré si digo que esos momentos no jugaron un papel importante en la búsqueda de la iluminación. Lo único que puedo decir es que me interesé en esto, desde el principio, porque quería averiguar si la iluminación tenía algo que ver con la verdad o con la realidad suprema. Eso fue lo que me hizo seguir. Una mañana me desperté pensando que si no descubría lo que estaba pasando, nada en el mundo tendría sentido.
TS: ¿Fuiste a la universidad?
Adya: Acudí a la universidad por un tiempo y terminé pasando cinco o seis años en un colegio universitario.
TS: ¿Qué estudiabas?
Adya: Un montón de cosas. Cuando entré, nada más acabar el instituto, quería ser terapeuta. Por esa época había leído muchos libros sobre psicoterapia, probablemente unos doscientos. Curiosamente, durante los años de instituto, si lo podía evitar apenas leía nada. Pero en cuanto me encontré con todo este asunto de la iluminación, empecé a devorar los libros que me interesaban. Creía que quería ser psicólogo y cuando fui a la primera clase de psicología pensé: «No, ya veo de qué va esto y no es lo que me interesa». Entonces pensé que «bueno, tal vez sociología», y asistí a unas cuantas clases, pero en seguida me di cuenta de que no, que tampoco era eso. Entonces asistí a una clase de religiones orientales y eso se acercaba más a lo que quería, pero me di cuenta de que no, que tampoco era eso. No quería convertirme en un académico de las religiones, ni en un experto. Así que me pasé cinco o seis años en la universidad, deambulando de aquí para allá. Yo era muy bueno en filosofía, por alguna razón, pero enseguida supe que no, que tampoco era eso. Ninguno de esos tipos había descubierto la verdad que yo buscaba. Lo sabía, sin más. Y en eso consistió mi paso por la universidad. En realidad no estaba allí. Estaba buscando una vocación, pero también buscaba algo que me dijese qué podía hacer con lo que me estaba sucediendo a nivel interno. Y no lo encontraba. Con veinticuatro años ya no iba a la universidad. Trabajaba en tiendas de bicicletas y estaba metido de lleno en la búsqueda de la iluminación.
TS: ¿Y cómo la buscabas?
Adya: Bueno, encontré a mi maestra cuando tenía unos veinte años.
TS: ¿Puedes contarme cómo sucedió?
Adya: Encontré su nombre en un libro de Ram Dass, Viaje a la iluminación. La contraportada del libro tenía una lista de centros espirituales. En esa época, hace veinticinco años, un listado de la mayor parte de los centros espirituales de Estados Unidos sólo ocupaba un apéndice de cincuenta páginas. Ahora probablemente ocuparía volúmenes. Yo estaba interesado en el zen y vi que había un centro en Los Gatos, a tan sólo diez minutos de mi domicilio, así que me dije: «Dios mío, no me puedo creer que haya alguien enseñando zen en Los Gatos». Mi maestra [Arvis Justi] no tenía ni idea de qué hacía su nombre en ese libro, pues no se anunciaba mucho, pero de un modo u otro su nombre estaba ahí. Cuando acudí a la dirección de la lista, me esperaba un gran templo zen o algo así, pero me encontré con una casa residencial en la que colgaba un cartel que te instaba a entrar por la puerta trasera. Y cuando llegué a la puerta corredera de cristal de la parte de atrás me saludó una mujer mayor que me dijo: «Pasa». Así fue como conocí a mi maestra. Enseñaba en su casa con mucha discrección.
TS: ¿Cómo supiste que era tu maestra?
Adya: Bien, ésa es otra de las rarezas de mi espiritualidad: no se ha enfocado nunca en los maestros. Busqué un maestro por razones muy prácticas; si hubiese querido aprender matemáticas, habría buscado un buen profesor de matemáticas. Pero yo estaba interesado en la iluminación. Quería encontrar un maestro espiritual porque pensé que me podría ayudar a encontrar lo que buscaba. No buscaba a alguien a quien venerar. No creí jamás que alguien pudiese encontrar por mí lo que yo estaba buscando. Eso no era lo que buscaba. Mi romanticismo me había hecho imaginar trajes zen, templos, y todas esas cosas, así que me sentí un poco desilusionado. Ahí estaba esta mujercita, en su barrio, a diez minutos del lugar que me había visto crecer, y para meditar usábamos su cuarto de estar. Por fuera no tenía nada particularmente impresionante. Y, sin embargo, por alguna razón seguí volviendo y volviendo y volviendo y volviendo. Con el tiempo empecé a darme cuenta de que era mi maestra. Fui a unos cuantos lugares más para hacer retiros más largos, y ella fue quien me envió a casi todos ellos. Me envió al Centro Zen Sonoma Mountain a hacer retiros largos, pues ella no los organizaba. De ahí surgió mi relación con Kwong Roshi, que duró seis o siete años, más o menos; acudía allí todos los años para hacer retiros. El mayor impacto de estos retiros largos fue que me abrieron los ojos y pude constatar que todas las verdades que enseñaba el centro zen se encontraban también en la casa de esa mujercita, justo en mi barrio. Y esto me cogió por sorpresa, pues ella era una persona muy normal, no se daba aires, no interpretaba el papel de maestra ni nada de eso. Por alguna razón, cuando me iba de retiro y regresaba, veía lo que me había perdido, lo que ya estaba disponible en ella. Lo vi perfectamente claro. Y me quedé atónito. A partir de entonces dejé de sentir la necesidad de ir a ningún otro sitio.
TS: ¿Crees que ella era un ser iluminado?
Adya: Tendrías que preguntárselo a ella.
TS: ¿Vive todavía?
Adya: Sí. De hecho, viene a la oficina todos los viernes. Tal vez te la encuentres. Pone etiquetas a las cintas del sangha.
TS: ¿De veras?
Adya: No es broma. Ella ya no enseña. Lo dejó unos meses después de pedirme que enseñase yo. Ella no sabía que iba a dejar de enseñar. Simplemente... ocurrió.
TS: ¿Por qué me has dicho que le tendría que preguntar a ella si está o no iluminada?
Adya: Porque en realidad no me gusta hablar de la iluminación o de la ausencia de iluminación de los demás. Y en esa época, aunque suene gracioso, eso no era especialmente relevante para mí.
TS: Eso suena raro.
Adya: Lo es y soy consciente de ello. Al mirar atrás, a mí también me suena raro. Si tuviese que ponerme a buscar un maestro ahora mismo, esa cuestión tendría una relevancia extraordinaria. Con esto no quiero decir que no lo tuviese en mente, pero lo único que me interesaba (simplemente) es que esa persona fuese capaz de ayudarme en el camino. ¿Ha avanzado lo suficiente? Eso era lo único que me interesaba de veras. Y obviamente, veía que ella me podía ayudar en el camino. Definitivamente, me llevaba mucha ventaja.
TS: ¿Y ahora se dedica a poner etiquetas?
Adya: Sí. Alrededor de un año después de que me pidiese que enseñara y de que ella lo dejase, le descubrieron un tumor en un ojo, del tamaño de una pelota de golf. Cuando la operaron para quitarle el tumor (ya sabes que esas operaciones son muy delicadas) perdió el control de un lado del cuerpo, temporalmente, y su memoria quedó desbaratada, así como algunas de sus funciones cognitivas. Tardó mucho en recuperarse de todo eso, y finalmente pudo volver a conducir y a desenvolverse sola. Aún tiene problemas con la memoria, pero yo le digo siempre que su memoria es más o menos como la mía, así que no tiene mucho de qué quejarse. Lleva unos ocho años en este proceso de recuperación, y el hecho de poder ver cómo se desprendía de su papel de maestra al ver que le había llegado el momento supuso para mí una auténtica lección. Ha sido una verdadera lección de humildad. Aquí tenemos el ejemplo de una persona que estuvo enseñando durante treinta años (a pequeña escala, sí, pero eso no significa que no ejerciese ese papel) y que viene ahora a la oficina a poner etiquetas en las cintas porque quiere seguir sirviendo al dharma. Es un ejemplo extraordinario de lo que implica el no dejarse atrapar por ningún papel y el no preocuparse de cómo te vean o cómo te miren los demás. Ella no necesita cumplir ninguna expectativa, se limita a aceptar de buen grado todo lo que le sucede. Todavía sigo aprendiendo de ella. Me enseña al mostrarme algo que muy pocas personas pueden hacer. Ella se puede deshacer de su papel y hacer lo que le toque, ya sea conocido o no, oculto o no. Esto representa una auténtica lección para mí.
TS: Bien, volvamos al Adya de veinte años. Trabajas en una tienda de bicicletas. Meditas. Vas a retiros.
Adya: Había construido un pequeño zendo en la parte trasera del jardín y meditaba a diario entre dos y cuatro horas; leía cientos de libros y escribía mucho, diarios sobre todo. Me centraba en lo espiritual desde todos los ángulos razonables. A mis veinte años el entorno era muy distinto al de ahora. Yo no tenía ningún colega. A nadie de mi edad le interesaban estos temas. Apenas hablaba de esto con nadie. La mayoría de meditadores eran mucho más mayores que yo, así que todo era bastante solitario.
TS: ¿Y se produjo algún cambio en un momento dado?
Adya: El primer cambio se produjo cuando tenía veinticinco años. Me había estado esforzando en mi práctica de forma muy agresiva, masculina, intentando abrir las puertas de la iluminación mediante una enorme cantidad de esfuerzo y mucha determinación, pues eso era a lo que estaba acostumbrado. Yo crecí siendo deportista y ciclista de competición. Y era disléxico. Aprendí que tenía que esforzarme más que los demás para conseguir lo que necesitaba y lo que quería. Así que creí que la espiritualidad funcionaría igual. Y el zen fomenta lo mismo, prácticamente. Ya sabes, medita más que nadie. Es como si el zen lo fomentase inconscientemente. Así que me pasé entre seis y ocho meses llegando continuamente al límite al preguntarme, de camino a mi trabajo en Palo Alto: «¿Qué es esto? ¿Qué es esto? ¿Qué es verdad?». Creí, literalmente, que iba a volverme loco cualquier día, pues pensaba que un ser humano no podría aguantar esa intensidad interna por mucho tiempo. Pensaba que iba a acabar en una sala psiquiátrica, pues estaba llegando al límite de lo psicológico. O estaba siendo llevado a él.
Un día, estaba en el cuarto de estar y sentí con mucha intensidad que tenía que descubrir la verdad, y que tenía que hacerlo en ese preciso momento. Así que salí al jardín, me senté a meditar y realicé un esfuerzo increíble para aquietar la mente y traspasar alguna barrera. Ni siquiera sabía cuál. Y de repente sentí como si hubiera acumulado todo el esfuerzo de los últimos cinco años y lo hubiera comprimido en un minuto. Comprendí, sin más, que no podía descubrir la verdad. No podía hacerlo. Y en cuanto dije «no puedo hacerlo» sentí, simultáneamente, que todo se relajaba. Y cuando se relajó todo sentí una explosión interna (es la única forma en la que puedo describirlo). Es como si alguien me hubiese conectado a un enchufe de la pared. Sentí una gran explosión interna, mi corazón empezó a latir con más fuerza, mi respiración se aceleró y pensé que iba a morirme, pues mi corazón nunca había latido tan deprisa. Como había sido deportista, estaba muy acostumbrado a cuál era el ritmo máximo de mi corazón. Y esto estaba muy, muy por encima. Pensé, literalmente, que mi corazón iba a estallar. En algún momento pensé que, fuese lo que fuese, esa energía iba a matarme. Pensé que no podría aguantar mucho tiempo. Y justo después pensé: «Si necesito pasar por esto para descubrir la verdad, de acuerdo, estoy dispuesto a hacerlo ahora». Así es como sucedió, sin más, sin terciar valentía ni bravuconería alguna. Fue así: estoy dispuesto a morir. Punto. Eso es. Y en cuanto me dije eso y lo sentí realmente, la energía desapareció. De repente estaba en el espacio... me convertí en espacio. Todo lo que me rodeaba era espacio. Espacio infinito, nada más. Y sentí una especie de descarga de visiones en ese espacio, pero se sucedían tan rápido que ni siquiera reconocía de qué se trataba. Tenía cientos de visiones por segundo. Como cuando te descargas un programa informático en el ordenador. Sentía como si algo se estuviese descargando en mí con tanta velocidad que, aunque no podía comprender ninguna de sus partes, podía sentir la aparición de visiones. Así que me quedé ahí sentado percibiéndome espacio, dejando que esas visiones se descargasen en mi sistema; esto se prolongó durante un tiempo, no sé cuánto, un rato. Después se detuvo y en un momento dado me di cuenta de que tenía que levantarme de mi cojín y hacer lo que siempre hacía: me levanté, miré la figura de Buda que tenía en mi altar y me postré ante ella. Y en cuanto lo hice empecé a reírme a carcajadas. Jamás había tenido una risa tan hilarante. Lo más divertido de todo es que pensé: «Llevo cinco años detrás de ti». Y en ese momento supe detrás de qué había ido. Lo había conseguido. Y no me lo podía creer. Era como «vaya, he estado detrás de lo que yo ya era». Así que me reí mucho y salí de la habitación. Ése fue el primer despertar.
Lo divertido es que cuando salí de la habitación, en plena revelación de felicidad, dicha y tremendo alivio, una vocecita que me he acostumbrado a escuchar desde entonces me dijo: «No es esto. Sigue avanzando». Y pensé: «Demonios, ¿no puedo quedarme a disfrutar aquí? ¿Ni siquiera un momento?». Pero esa vocecita seguía diciéndome: «No es esto. Sigue avanzando». Y yo sabía que era verdad. De alguna manera, sabía que esta voz no le restaba importancia a lo que había sucedido. La voz no me estaba diciendo: «Esto no tiene valor, no es cierto, no es relevante». Lo que decía la voz era: «Todavía hay más. No lo has visto todo. Has visto una parte muy importante, pero sigue avanzando. No te detengas aquí».
Pero en ese momento todo cambió. A partir de entonces, mi energía de buscador espiritual (ese impulso desesperado) desapareció y ya no regresó nunca más. Esforzarme tanto para conseguir algo que ya tenía, para convertirme en lo que ya era, dejó de tener sentido.
TS: ¿Qué nombre le darías a esta experiencia? La habías «saboreado» de pequeño; ¿era esto un...?
Adya: Lo llamaría despertar.
TS: De acuerdo.
Adya: Pero no comprendía a qué me había despertado. Lo que comprendí es que yo era lo que buscaba. Lo sabía: soy lo que estoy buscando. Yo soy esta verdad. Y justo después, me hacía la siguiente pregunta: «¿Qué es esto? Yo lo soy. Sé que lo soy. Pero no sé qué es». Ésta es la parte que no sabía. Tuve un despertar, pero no fue completo. Fue una parte de la foto, quizá una parte considerable, pero la siguiente pregunta surgió casi de inmediato: «¿Qué es esto?». Y se convirtió en la pregunta a la que quería responderme.
Seguí meditando mucho. De cara a los demás seguía haciendo lo mismo que antes, pues sabía que había más y la meditación era mi forma de buscar. Pero desde ese momento, casi todo lo que me sucedió a nivel espiritual, en realidad no ocurrió mientras estaba sentado en el cojín. En los siguientes cinco o seis años, casi todo lo que me sucedió a nivel espiritual, realmente se manifestó en mi vida cotidiana. Aunque por esa época ya no participaba en carreras ciclistas de competición, tras ese primer despertar yo seguía montando y entrenando como si tuviese que competir. Y comencé a cuestionarme: «¿Por qué lo hago? ¿Por qué entreno como si fuese un deportista de élite, cuando no lo soy?». Podríamos decir que iba asociada a una buena imagen personal, no sólo por el hecho de estar en forma física, sino por la imagen que se tiene de un deportista de élite.
TS: Es genial.
Adya: Sí, es genial. En cierto sentido tienes poder, a nivel físico. Y aunque en mi vida cotidiana no me comportaba con los demás de un modo dominante, en el deporte tenía cierto poder. Aunque empecé a darme cuenta de que esto sólo perpetuaba mi antigua imagen, por alguna razón no podía dejar de hacerlo.
Entonces, a la edad de veintiséis años desarrollé una enfermedad que nadie pudo diagnosticar. Me mantuvo en cama durante casi seis meses. Podía moverme, pero a duras penas. Estaba malo. Enfermo. Padecí una cosa después de otra y pasé seis meses sin levantarme de la cama. Al final, evidentemente, del deportista no quedó nada. Y cuando el deportista salió de mi sistema me sentí de maravilla, pues es muy duro seguir siendo poderoso en el deporte cuando te sientes tan débil como un gatito. Y me di cuenta de que me sentía estupendamente. Me sentía fenomenal sin esa persona. Era muy liberador.
Me gustaría decir que la historia terminó ahí, pero un año después, cuando recuperé la salud de nuevo, me desperté un día y empecé a entrenar, sin siquiera ser consciente de ello. Simplemente volví a hacer lo mismo. Hasta que no me metí de lleno, no me di cuenta de lo que estaba haciendo, y entonces pensé que estaba haciéndolo otra vez. Y sabía de qué iba. Tenía que ver con esta imagen personal, con esta persona. Y me hubiera gustado poder limitarme a relajarme al darme cuenta de lo que estaba haciendo, pero no estaba preparado. Así que volví a caer enfermo durante otros seis meses, y esta vez fue peor. Tuve una infección nasal, una infección pulmonar y mononucleosis. Todo esto destrozó en gran medida la imagen personal que me había construido. Cuando la enfermedad eliminó a esa persona, el deseo de reconstruirla no volvió a surgir. Considero que eso fue un desarrollo espiritual. No me liberé de mi imagen mediante la meditación... pasé por la escuela de los golpes duros. Hay una inteligencia que toma las riendas y nos hace pasar por lo que necesitemos con tal de que nos relajemos.
En esa época también viví una relación completamente ridícula que fue muy perjudicial para mi salud. La relación sacó a la luz el material no resuelto de mi sombra. Te enamoras de todas tus debilidades, y eso saca lo peor de ti. En mi caso, la relación sacó a la luz diversos roles, como el de ayudador y, evidentemente, el desastre fue total. Afortunadamente, se terminó en poco tiempo, pero su efecto fue similar al de la enfermedad: me arrebató todas esas imágenes, todas esas personas que me había acostumbrado a ser: una buena persona, alguien simpático que ayuda a los demás... todo eso. Las desgarró de mi sistema, me mostró lo falsas y farsantes que eran, y aprendí que sólo me las ponía porque tenía miedo de dejar de hacerlo. ¿Quién sería sin ellas?
Entre las enfermedades y esa relación, me hice añicos. La falsedad fue saliendo de mí poco a poco. Y cuando todo esto terminó, me sentí bastante libre. Era maravilloso. Me encontraba de nuevo en el vacío y comprendí que podía ser espacio de un modo sencillo, humano. Permaneciendo en medio de una acera, sin más, sin sentir la obligación de ser nadie ni de aparecer bajo la forma de alguien. El deseo de ser visto de una determinada manera había salido de mi sistema. Este desgarramiento no fue fácil ni divertido, pero el resultado final fue fantástico. Al mirar atrás me doy cuenta de que eso me preparó para el «despertar final». El despertar total llegó pisándole los talones a estas desgarradoras experiencias. De hecho, lo experimenté unos meses más tarde, poco después de mi boda con Annie.
Tenía treinta y tres años, acababa de casarme y había conseguido un trabajo de verdad. Me había puesto a trabajar de aprendiz en el negocio de mi padre, así que estaba haciéndome una carrera de bien. También estaba empezando a salir de la grieta en la que había vivido hasta entonces (enfocado específicamente en una espiritualidad interna). Y fue entonces, con treinta y tres años, cuando me di cuenta de que este proceso quizá no se completaría jamás, y pensé que lo mejor que podía hacer era proseguir con mi vida. Así que acabé casándome y consiguiendo un trabajo de verdad. Creo que esta predisposición a comprometerme con la vida fue una parte muy importante de mi progreso espiritual personal. Un par de meses después de mi boda con Annie experimenté el segundo despertar (el día de San Patricio, lo que no deja de ser divertido, pues Annie procede de una familia completamente irlandesa, y su linaje es irlandés).
TS: ¿Tienes la sensación de que la boda creó la estabilidad necesaria para este segundo despertar?
Adya: Muy agudo. Sí. No puedo asegurarlo, pero desde entonces tengo la sensación de que me faltaba un elemento en todo esto, una cierta estabilidad. En ese momento tenía un trabajo con el que podía ganar lo suficiente y me había casado con una persona maravillosa. Y en ese momento recibí una visión vital para mí. Cuando conocí a Annie y nos casamos, sabía que nunca habría esperado tanto de una relación. No había tenido una relación de esa cualidad ni en sueños. Nuestra relación era así, y así sigue. El hecho de comprender esto jugó un papel muy importante, pues una mañana me desperté y me dije: «Esto no me ha completado; no me ha llevado al lugar al que me he sentido atraído desde siempre». Darse cuenta de eso fue un poco chocante. Aunque estés muy contento con tu vida y no estés atravesando ningún sufrimiento, sientes que todo eso no basta. Ni siquiera llega a rozar ese lugar interior. Pensé que el hecho de conseguir estabilidad en la vida permitiría una relajación espontánea, pues en términos humanos me tenía que relajar en algo.
TS: ¿Puedes describir lo que sucedió?
Adya: Fue muy sencillo y, en realidad, empezó antes de producirse. La noche anterior, justo antes de disponerme a dormir, me senté al borde de la cama y pensé lo siguiente. No fue un gran pensamiento ni una gran visión, sino algo muy sencillo, totalmente fuera de contexto respecto a lo que me estaba pasando en ese momento. Pero tuve un pensamiento que decía: «Estoy preparado». Lo sentí literalmente, en cinco segundos lo sentí. Y me dispuse a dormir, aunque la sensación de «estoy listo» era muy plena y simple. No se trataba de la mente ni del ego diciendo: «¡Estoy preparado, listo para atravesar las puertas!». Fue un instante sencillo, inocente, como un regalo. Un hecho. Sólo un pensamiento: «Estoy listo». Y no le di más vueltas. No captó mucho mi atención, aunque sí fui consciente de él. Así que me dispuse a dormir.
Al día siguiente me desperté temprano. Iba a ver a mi maestra, y en esas ocasiones solía levantarme pronto para meditar un poco antes de ir a verla. No estaba pensando en nada en concreto, simplemente me senté y a los treinta segundos oí un pájaro. Un simple gorjeo. Y surgió una pregunta, más de las tripas que de la mente, que no había oído nunca, que no había usado nunca. La pregunta que surgió espontáneamente decía: «¿Quién está oyendo este sonido?». Y cuando surgió la pregunta, todo se volvió del revés, o se quedó patas arriba. En ese momento el pájaro, el sonido y el oído se hicieron uno solo. Tuve, literalmente, la experiencia de que todo era lo mismo... el oído no era más yo, más que el sonido o que el pájaro o que cualquier otra cosa. En un instante, de forma muy repentina, todo se hizo uno.
A continuación percibí el pensamiento. Estaba tan lejos que ni siquiera sabía de qué se trataba. Pero había pensamiento y podía darme cuenta de que yo no era eso. Eso es pensamiento. Y lo que se despertó, lo que estaba despierto, no tenía nada que ver con ese pensamiento que simplemente acontecía. Eran dos cosas totalmente distintas. En el pensamiento no había ninguna identidad. Así que al cabo de unos minutos me levanté. Y, literalmente, a mi mente le venían ideas como de un niño de cinco años. Muy curioso. «Me pregunto si estoy en el horno», pensé. Así que fui corriendo a la pequeña zona de cuarto de estar y cocina y, sin lugar a dudas, el horno era esto. Me dirigí corriendo al baño y miré el inodoro, pues estaba intentando encontrar algo que no fuese nada espiritual, y pensé: «Demonios, el inodoro es esto». Abrí la puerta del dormitorio, miré en su interior y vi a Annie, mi esposa, que estaba durmiendo, y me dije: es ella. Ella es esto, y es igual. Seguí andando por nuestra casita de 137 metros cuadrados, en la que habíamos vivido durante seis años y medio, miré la casa por todas partes y todo era esto, todo era lo mismo. Así que ahí me encontraba yo, curiosamente carente de emoción alguna. No experimenté ningún ¡bravo! ni ¡oh, Dios mío! Nada de eso. Lo veía todo perfectamente claro y no lo confundía con ningún estado de la experiencia, pues no se trataba de ningún estado. Entonces di unos pasos por el cuarto de estar, pues podías recorrer su largo en tan sólo unos pasos, y la conciencia se despertó por completo en esos pasos. No lo puedo describir fácilmente, pero estaba totalmente separada del cuerpo, totalmente separada. En ese momento vi una serie de imágenes y lo supe, lo que estaba despierto supo de inmediato que me había quedado atrapado en esas imágenes, a las que podríamos llamar encarnaciones. Yo me creía eso. Estaba dormido en esas imágenes, podía ver con claridad que yo no era eso. Ya no seguía atrapado en ellas. No estaba confinado por ninguna de esas formas, ni siquiera por la actual. Y veía que la forma actual no era más importante o real que la de hace cincuenta vidas. Y ahí estaba esta conciencia, sin más, sólo ella. Ninguna forma, ningún perfil, ningún color, nada. En ningún sitio pero en todas partes. Y en ese momento supe que aunque esta conciencia lo era todo, también estaba por encima de todo. Que aunque esto desapareciese del todo, aunque desapareciesen todas las formas y todo lo que veía, esto no quedaría reducido, ni siquiera un poco. Así es, básicamente, cómo se produjo mi despertar.
Me sentía grande, fuera del cuerpo, como si éste existiese dentro de esta conciencia o espíritu. En vez de estar yo en el cuerpo, el cuerpo estaba en la conciencia. Entonces, en medio de todo esto, esa conciencia regresaba al cuerpo. Seguía estando fuera, pero ahora estaba dentro y fuera. No se limitaba a quedarse fuera, volvía a entrar, pero esta vez sin ninguna confusión, sin ninguna identificación. Era como cuando te vistes por la mañana: simplemente te pones la ropa. No te crees que tú eres esa ropa; la ropa no es más que lo que llevas puesto. Y vi clarísimamente que esta forma, esta personalidad en concreto, este tipo formalmente conocido como Stephen Gray, no era más que la ropa. Ésta es su encarnación actual, llevará puesto esto y funcionará con esto. Lo más agradable fue la alegría que sentí. ¡Me sentía tan feliz con la ropa, con la encarnación! La personalidad me daba mucha intimidad y me sentía tan feliz como un niño. Como cuando una niña se pone un disfraz de Cenicienta, se mira al espejo y siente: «¡oh, es genial!». Tuve, exactamente, esa misma sensación de asombro en relación a la forma.
Después, lo último que hice fue dar otro paso, y entonces sentí como si éste fuera el primer paso que hubiese dado en la vida. Sentía como si acabase de salir del útero. Igual que se siente un bebé tras poner el pie en el suelo por primera vez. Miré mis pies, literalmente, y caminé en círculos, pues me parecía un milagro (la sensación de los pies en el suelo y la sensación de caminar eran un verdadero milagro). Y cada nuevo paso era como el primer paso. Todo era nuevo y todo iba asociado a esa sensación de intimidad, de maravilla y de comprensión.
Todo esto ocurrió en una rápida sucesión. El despertar de la forma, la unidad con la forma y la comprensión de que yo no soy la forma. Todo era bueno. No necesitaba estar fuera del cuerpo; no necesitaba ir más allá de nada porque esto era todo. En ese preciso momento supe que esto es un milagro: esta vida, este cuerpo. Esto es el cielo, por muy desordenado que parezca, por muy tonto que pueda ser, con toda su maravilla y todo su horror. Ésta es la gran broma. Estamos caminando sobre la mano de Dios y seguimos buscándole.
Eso fue todo. En realidad fue muy simple. Muy, muy simple. También trajo consigo el disfrute de lo ordinario. Ya no necesitaba que ocurriera algo extraordinario (ya no necesitaba experiencias extraordinarias, simplemente disfrutaba de lo ordinario). Podía ponerme a hablar de las (así denominadas) verdades espirituales o de fútbol, o irme de compras... de pronto ya no me importaba nada. Y hasta la fecha, aunque en general nadie me cree, con frecuencia digo lo siguiente: «Para mí, estar en el satsang o hablar de cualquier otra cosa es lo mismo». Lo ordinario se vuelve plenamente gratificante. Evidentemente, si veo que alguien se ilumina o que se transforma un poco, eso es muy gratificante. Es una especie de acontecimiento destacado, pero hay un amor por lo ordinario que es muy sencillo, y para mí ésa es una de las cosas más bellas, pues ya no necesito que sucedan cosas extraordinarias en mi vida. El mero hecho de existir ya es una especie de milagro.
TS: Adya, a esto le has dado el nombre de «despertar final», ¿pero qué ocurriría si en las próximas décadas experimentaras otros despertares que te revelasen una dimensión aún más profunda de la realización? ¿Lo crees posible?
Adya: Me alegro de que hayas sacado el tema. Lo llamo final por una razón. Cuando digo final no quiero decir que no pueda haber otro despertar. Evidentemente, eso es posible. ¿Quién sabe, verdad? No lo sabemos. Al fin y al cabo, esto es infinito. Pero lo que quiero decir con final es que este despertar me hizo ver lo que soy con total claridad. Lo comprendí sin asociarlo a ninguna emoción, en un estado completamente puro. Sin ninguna energía asociada. Sin ninguna euforia. Cuando digo final me refiero a que lo vi con claridad. No podía seguir buscando nada; ya no me quedaba ninguna pregunta espiritual por responder. Así que lo llamo final porque lo sentí como una línea de demarcación a la que me condujeron una determinada vida y un determinado viaje y, desde que sobrepasé esa línea, ya nada fue igual que antes. Ese viaje, tal y como lo había comenzado, había llegado a sun fin de una forma clara y evidente. Se había acabado. Y no regresaría nunca. A eso es a lo que me refiero cuando lo llamo final. ¿Significa eso que no queden más cosas por ver? Siempre queda algo.
TS: Decías que cuando tuviste tu primer despertar, con veinticinco años, te diste cuenta de que tú eras lo que buscabas, aunque seguías haciéndote la pregunta de «¿qué es esto?».
Adya: ¿Qué es esto? Sí.
TS: ¿Qué descubriste, entonces, en tu despertar final?
Adya: Es una buena pregunta [risas]. Voy a contestarte de la mejor forma posible, pero esa pregunta no tiene respuesta.
TS: Pero ya no te sigues haciendo esa pregunta.
Adya: No, lo divertido de la respuesta es que la pregunta desaparece. Ésa es la respuesta a la pregunta. No obtienes ninguna respuesta correcta que te permita metértela en el bolsillo.
TS: ¿No podrías decir amor y sabiduría, o algo así?
Adya: No, no. Va mucho más allá. El amor y la sabiduría proceden de ahí. Es paradójico, pero cuanto más nos conocemos, cuanto más sabemos lo que somos, más seguros estamos de que somos algo que, por su propia naturaleza, no se podrá conocer nunca. Así que tú y yo somos lo desconocido, y como lo desconocido es lo desconocido, no lo podemos conocer; no podemos achacarlo a ninguna deficiencia, sino a que lo desconocido, por su propia definición, es lo desconocido. Así que en budismo pueden darle el nombre de vacuidad, o vacío, o shunyata. Tradicionalmente, algunas sectas del judaísmo consideraban que el mero hecho de mencionar la palabra "dios", de cualquier forma, era una herejía. Y yo creo que este tipo de normas surgen de la paradoja de esta experiencia: sabes lo que eres, pero sabes que eres un misterio.
Como ves, no le podemos dar ningún nombre. No podemos decir nada sobre el potencial puro. No hay nada que saber. Sólo podemos saber algo cuando el potencial se manifiesta y se convierte en algo. Pero antes de eso es puro potencial. Es puro vacío o pura inteligencia, o como quieras llamarlo. Para mí, ésa es la paradoja: he llegado a saber lo que soy, pero sé que soy lo que nunca se podrá conocer, porque ésa es su naturaleza. Y lo divertido es que, de algún modo, terminas donde empezaste. Empiezas sin saber quién eres o cuál es la última realidad. La diferencia es que terminas sabiendo que eres lo que nunca se podrá conocer. Así que el misterio se hace consciente, se despierta. Se conoce a sí mismo, es el «YO SOY» tal y como aparece en la Biblia. Pero no puedes percibir ninguna definición; no es más que «YO SOY». Es el misterio autoafirmándose. Eso es todo.
TS: Una de las cosas interesantes que he oído sobre ti es que no le hablaste de tu segundo despertar a tu maestra de zen hasta que no pasaron tres meses. Me resulta raro.
Adya: No tenía ninguna razón aparente. Tenía una sensación de plenitud tan grande... Por una parte, era extraordinario, pero también me resultaba ordinario. No sentía la necesidad de salir corriendo para contárselo a nadie. No sentía la necesidad de confirmarlo. No necesitaba ser escuchado. No necesitaba que nadie lo entendiese. Y si se lo conté a mi maestra sólo fue porque pasados tres meses reflexioné y pensé: «Vaya, ella lleva quince años hablándome de esto, y por eso le ha estado poniendo tanto corazón y tanta compasión a mi proceso». Pensé que a ella le gustaría saberlo. El impulso de decírselo surgió de ahí. Tenía una ausencia total de necesidad, y esto es una de las cosas más notables. No sientes la necesidad de decírselo a nadie, ni tampoco la de recibir un golpecito de aprobación en la espalda.
TS: Has mencionado que leíste mucho en una época de tu vida. ¿Te impactó algún libro en particular?
Adya: ¡Sí! El primer libro no es uno de los que sospecharías, y ni siquiera me interesa ya. Pero en aquella época concreta me impactó mucho. Lo leí cuando tenía veinticuatro años, no mucho antes de mi primer despertar. Y era una autobiografía de Santa Teresa.
TS: Interesante.
Adya: ¡Lo era! Porque en ese entonces yo era un tipo budista, y el budismo no es teísta. Sin embargo, me sentí atraído por el misticismo cristiano de un modo inextricable, y uno de los primeros libros que leí fue esta autobiografía. Acudí a una librería, abrí el libro y en tan sólo dos páginas me conquistó completo, me quedé enamorado. Literalmente, me enamoré de una santa a la que no había conocido nunca. Pero fue algo muy, muy poderoso. Acabé devorando su autobiografía y después me leí cinco, seis o siete libros más sobre ella y sobre su vida... y eso aconteció a lo largo de dos años en los que leí muchísimos libros acerca del misticismo cristiano. Pero ese libro me abrió las puertas, y hasta que no lo contemplé en retrospectiva no me di cuenta de lo que significaba para mí, y del sentido que tenía toda mi investigación acerca del misticismo cristiano. Todo eso me ayudó a abrir el corazón. En realidad, mi práctica zen no me ayudaba en ese aspecto; necesitaba algo que me ayudara a abrirme emocionalmente de un modo muy, muy profundo, y el zen probablemente fuera demasiado árido para hacerlo. Naturalmente, encontré justo lo que necesitaba, y ese libro me ayudó. Me abrió tremendamente a nivel emocional. Fue el libro perfecto en el momento perfecto. Así que fue un libro muy importante para mí.
El otro libro que destacaría es Yo Soy Eso, de Nisargadatta Maharaj. Había leído algunos fragmentos pequeños antes del despertar de los treinta y tres años, pero no me había parecido muy significativo. Después del despertar leí Yo Soy Eso y, desde entonces, ha sido la expresión más clara que he encontrado. Fue como si alguien hubiese puesto palabras a mi propia experiencia. Estaba reflejada en ese libro. Era como mirarme en un espejo. Así que fue un libro muy importante, no tanto en mi búsqueda como en mi reflexión.
Aunque esto se salga un poco del tema, tiene que ver con la lectura. Como muchos maestros espirituales, aunque cuando enseño hablo mucho de la imposibilidad de comprender la iluminación con la mente y digo que llega un momento en el que hay que ir más allá de los libros que estés leyendo, cuando miro mi experiencia en retrospectiva veo que, aunque jamás encontré la realización de la verdad en ningún libro, porque no se puede, la lectura ha jugado un papel muy importante para mí. Tenía un doble filo. Algunas veces se puso en medio del camino (con conceptos, ideas y más conceptos que estaban en conflicto), pero la lectura ha sido otra parte muy importante de mi viaje. Utilicé los libros para aclarar cosas en mi mente. Me ayudaron a esclarecer algunas cosas. En ese sentido, creo que el lado intelectual de la espiritualidad (que a menudo se minimiza, y con razón) también es subestimado algunas veces. Aunque la verdad no es algo que podamos encontrar en los libros, éstos a veces nos permiten conectar los puntos en la mente... y en el corazón. Los libros pueden llegar a abrirnos de un modo muy importante. Así que yo creo que el intelecto (si no da el espectáculo y no se queda ahí) puede jugar un papel importante en el despertar espiritual. Si te encuentras con el libro adecuado en el momento adecuado, éste tal vez motive un reconocimiento. Eso también forma parte de lo que hacen los maestros, y es importante. Estamos hablando en una sala, ¿verdad? El contenido es intelectual, pero estamos intentando despertar una sabiduría profunda en el oyente. Y un libro puede hacerlo de la misma forma que un maestro. Tal vez leas una frase que te alumbre algo. No en la mente, sino a nivel de visión interna. Sabrás si es una visión interna porque en ese caso tu cuerpo entero se pondrá a cantar. En ese sentido, si las palabras despiertan vida en nuestro interior pueden resultar muy útiles. Una parte de nosotros tal vez diga: «Ah, ya lo sé. Sólo que no sabía que lo sabía». Las palabras pueden transformar lo inconsciente en consciente.
TS: ¿Crees que la lectura puede propiciar algún tipo de transmisión?
Adya: Por supuesto. Todo lo que hacemos va cargado con la transmisión o la presencia de lo que somos. No necesitamos mantener contacto físico con nadie. Las cosas van cargadas en sí mismas con la transmisión de la persona que estuvo asociada con ellas. Un libro va cargado con la transmisión de la conciencia o presencia de su autor. En realidad, si eres sensible esto es bastante interesante. Si te sensibilizas puedes sentir la presencia del autor en cualquier libro. En libros espirituales, en artículos periodísticos no espirituales, en cualquier cosa. Puedes empezar a percibir el estado de conciencia del autor y, evidentemente, esto también puede ser muy poderoso a nivel espiritual. Las palabras y los libros van cargados con esa transmisión. Por eso creo que un libro como Yo Soy Eso es tan, tan poderoso. No son sólo las palabras. Se trata del ser que pronuncia las palabras. Por eso la gente se queda cautivada. Todas las palabras que dice el libro han sido dichas antes, así que no se trata sólo de las palabras, sino de quién las dice.
TS: Cuando los que están en tu presencia o los que leen uno de tus libros perciben una transmisión, en tu opinión ¿qué sucede?
Adya: Se produce un encuentro; en eso consiste la verdadera transmisión. El vacío se encuentra con el vacío.
TS: ¿Eso transforma inevitablemente al estudiante?
Adya: ¿Cómo podría explicarlo? Digamos que es el elemento más poderoso de la enseñanza. Tengo dudas a la hora de decirlo, porque en cuanto lo digo la gente se comporta como si el maestro fuese a actuar por ellos, lo cual no es cierto. El maestro podrá encender un fuego, pero no completará el proceso por ti. La transmisión es más poderosa para las personas que resuenan con lo que oyen. Cuando hay resonancia, el potencial se enciende. Cuando el potencial se despierta, debes responsabilizarte de lo que suceda. No te sientes a esperar que el maestro o su transmisión lo hagan por ti, porque entonces entrarás en una relación dependiente. Y en cuanto entras en una relación dependiente, psicológica o emocionalmente, el efecto de la transmisión se reduce considerablemente. La relación dependiente lo mata en ese mismo instante. Es como echar agua al fuego. Debemos responsabilizarnos de nuestra transformación, pues ningún maestro puede hacerlo todo por nosotros, de ninguna forma. Tenemos que hacerlo nosotros mismos. La búsqueda la tenemos que emprender nosotros. La presencia de alguien tal vez encienda un fuego de forma espontánea, pero tú tienes que ocuparte de cuidar ese fuego.
Más información (página web de Adyashanti, en idioma inglés): http://www.adyashanti.org/
Otros posts sobre Adyashanti en este blog:
Entrevista a Adyashanti (1): http://jugandoalegremente.blogspot.com/2010/07/entrevista-adyashanti-1.html
Control (por Adyashanti): http://jugandoalegremente.blogspot.com/2010/07/control-por-adyashanti.html
Relajación (por Adyashanti): http://jugandoalegremente.blogspot.com/2010/07/relajacion-por-adyashanti.html
Iluminación (por Adyashanti): http://jugandoalegremente.blogspot.com/2010/07/iluminacion-por-adyashanti.html
¡Saludos!
Re: La no-meditación (reflexiones sobre la meditación y el estado natural)
Desde luego que es inspirador,me gusta.Toni escribió:Voy a copiar aquí algo que he posteado hace un rato en mi blog (http://jugandoalegremente.blogspot.com/2010/06/la-no-meditacion-reflexiones-sobre-la.html). He estado largo rato tecleando, así que me parece que ya de paso aprovecho el esfuerzo para compartir la reflexión también aquí:
La no-meditación (reflexiones sobre la meditación y el estado natural)
Entre las "ofertas" o recomendaciones que se suelen hacer en el contexto de la "búsqueda espiritual" no es raro escuchar la idea de la conveniencia de ponernos a meditar. La meditación es una herramienta válida, ya que a casi todos nos viene bien disponer de algunos momentos de tranquilidad y relajación, en silencio y quietud. En silencio podemos sentir más fácilmente la paz y sencillez que es nuestro Ser. Y en esa paz puede fluir la comprensión de que esa quietud (o meditación) ha surgido por sí misma, originada por la Vida y no por un esfuerzo o voluntad individual de una entidad separada. Dicha comprensión también nos hace saber que Todo Es Uno, y en dicha comprensión recordamos la Verdad de nuestro Ser (es una comprensión digamos que "intuitiva", no del intelecto). Todo esto en el Momento.
La meditación es una herramienta con sus ventajas, pero como toda herramienta, también puede convertirse en un inconveniente. Idealmente la meditación ha de fluir de manera relajada, sin sensación de esfuerzo, o sea, sin provocarnos tensión. No debería tratarse de una obligación (aunque entrenarnos para establecer una disciplina puede tener valor durante un tiempo) sino que más bien debería ser algo que fluye de forma natural y en calma, produciéndonos sosiego, o mejor dicho, contribuyendo a que captemos el sosiego que somos en lo profundo de nuestro Ser.
¿Realmente necesitamos de forma obligada la meditación para ser lo que somos? Obviamente que no. Para captar nuestro Ser no nos hace falta estar sentados ni de ninguna manera. Podemos sentir nuestra naturaleza en medio de una multitud, en mitad de nuestras tareas (ya sean físicas o intelectuales), en cualquier situación. La idea del término no-meditación es que ya somos lo que somos y no necesitamos hacer nada especial para darnos cuenta. Simplemente podemos fluir estando atentos al Ser (que somos) en cualquier momento y situación. Así no dividimos nuestro tiempo en momentos "de meditación" y momentos "no espirituales", sino que todo nuestro día se convierte en la Comunión con nuestro Ser.
Esta idea de no-meditación puede considerarse como una especie de meditación constante, pero una meditación muy hermosa, por ser libre, sin normas, sin reglas de ningún tipo, sin partirla en tiempos, sino un fluir constante en Lo Que Es.
Estoy leyendo un inspirador libro de Adyashanti, "Meditación Auténtica", un libro muy recomendable que aporta unas explicaciones muy bellas sobre este tema. Más abajo voy a citar algunos párrafos de este libro relacionados con lo que estoy comentando en este post (que es el tema del libro en sí). Pero antes me gustaría comentar que, por buena que sea la herramienta de la "meditación formal" (por llamarla así, a la meditación sentada en cualquiera de sus formas), obsesionarnos con ella o convertirla en algo mecánico difícilmente puede decirse que sea una gran contribución en nuestra vida. Recuerdo que UG sostenía que la meditación (y en general cualquier tipo de sadhana o práctica espiritual) no tiene nada que ver con el despertar, ya que para UG el estado natural es, en sus propias palabras, "acausal". Recuerdo haber leído también que Ramana Maharshi y Annamalai Swami a veces podían sugerir a alguien que meditara, pero otras muchas veces podían disuadir a quienes les consultaban para que emplearan métodos más oportunos en lugar de la meditación. Incluso se ha mencionado (por Ramana) que en ocasiones la meditación puede inducirnos a un estado de sopor o algún estado determinado el cual no conduce a nada: cuando finaliza la meditación el ego sigue igual de vivito y coleando que al principio. Quizás por eso Ramana proponía con especial énfasis el método de la "Autoindagación", preguntarse a sí mismo algo profundo que nos lleve hacia el meollo del asunto, como la pregunta «¿quién soy yo?». Esto nos conduce a llevar nuestra atención al Ser, y es algo que puede hacerse de manera relajada durante todo el día, incluso mientras trabajamos. Sentir el Ser es de hecho lo más natural del mundo y no requiere especial esfuerzo. Es nuestra obsesión en prestar más atención a las nubes pasajeras (circunstancias aparentes, pensamientos, emociones, sensaciones) lo que nos distrae de lo evidente del Ser.
Espero que se entienda que en este post no pretendo recomendar que se medite, ni lo contrario. Más bien sugiero que podemos estar abiertos a nuestro Ser, lo cual no implica esfuerzo. Y que la Paz que somos, que nos envuelve constantemente, es una Paz (felicidad, serenidad, templanza) que podemos reconocer en cualquier Momento si prestamos atención. Cada Momento nos está ofreciendo esta Paz. Cada Momento tenemos acceso a nuestro Ser. Vale reflexionar en esto (incluso sentados en postura meditativa jejeje); vale observar cada momento, captando, estando alerta; vale comprenderlo a través del silencio, mediante la intuición.
Ya somos lo que somos. Ya tenemos acceso a lo que somos. Ya podemos sentir la Paz que somos. Simplemente al no tomar tan en serio las nubes pasajeras, es que resonamos con lo Real que hay de fondo: nuestro Ser. No hay reglas para esto. No tenemos que cumplir ninguna condición. Nuestro Ser es nuestro Ser, y nada nos lo puede arrebatar. Es un Regalo de la Vida, del Uno, que es puro Amor y es la Gloria de la que todos formamos parte.
Ahora sí, voy a copiar unos párrafos del libro "Meditación Auténtica", de Adyashanti, pues me han parecido buenísimos y sus explicaciones sobre este tema son brillantes e inspiradoras. Lo pongo en azul pero remarcaré al principio unas líneas en rojo simplemente para indicar algo que me hizo gracia cuando lo leí, ¡me gustan las afirmaciones directas e irreverentes jejeje!
Del capítulo "Postura y mirada":
(...) una de las preguntas más frecuentes al respecto tiene que ver con la importancia de la forma de sentarse. ¿Hay que sentarse con la espalda derecha, con la columna vertebral erguida, o podríamos relajarnos en una hamaca o en un sillón? Yo contesto que es preferible no tumbarse (pues la mayoría se adormece cuando se tumba), pero que, aparte de eso, el hecho de sentarse en una determinada postura no tiene gran importancia. Entiendo que muchas tradiciones hagan hincapié en la postura adecuada. La tradición zen de la que procedo pone bastante énfasis en la postura. En realidad, algunas posturas pueden abrirnos a nivel emocional y físico. Si nuestra postura está abierta, nuestra columna vertebral está erguida y no tenemos las manos cruzadas por delante de nosotros, nos sentimos más abiertos. Esta postura conlleva una sensación natural de apertura. (...) Pero aunque la postura adecuada sea útil, yo he descubierto con los años que la mente del buscador espiritual se suele concentrar tanto en perfeccionar y en mantener una determinada postura, que el resultado no le conduce a dicha apertura. (...)
(...) Lo importante es ponerse a meditar desde una actitud subyacente de apertura y relajación. Tenemos que trascender la idea de que el despertar o la iluminación sólo ocurrirán si nuestra postura es correcta, pues eso simplemente no es verdad. El despertar y la iluminación se pueden producir tanto en meditadores erguidos y derechos como en meditadores encorvados y desplomados, sentados en hamacas o como les plazca. Una vez más, lo que importa es la actitud con la que meditemos. ¿Estamos abiertos? ¿Estamos sentados sin tensión? ¿Es sencillo nuestro enfoque? (...)
Otra de las preguntas más frecuentes es si los ojos deberían estar abiertos o cerrados. Cada tradición pone énfasis en una cosa distinta. Algunas tradiciones dicen que habría que meditar con los ojos abiertos. Otras te recomiendan dejarlos cerrados. Como profesor, a mí me interesa más lo que a ti te apetezca. ¿Qué te apetece hacer cuando dejas de pensar en lo que deberías hacer o dejar de hacer, cuando te deshaces de la autoridad que has aprendido en algún otro sitio y vuelves a conectarte con lo que es íntimamente tuyo, con lo que no te ha dado nadie ni nada? Muchos de nosotros hemos aprendido tantas cosas sobre enseñanzas e instrucciones que, al cabo de un rato, nos desconectamos de lo que es íntimamente nuestro, de nuestra sabiduría espontánea y natural. Así que yo siempre intento que la gente recupere la conexión con lo que es íntimamente suyo de inmediato, desde el principio. ¿Qué es auténtico para ti? Si quieres meditar con los ojos abiertos, déjalos abiertos. Si prefieres cerrarlos, ciérralos. Experimenta, prueba de las dos formas. Si tienes sueño, abrir los ojos será una buena idea. Te ayudará a despejarte un poco. Otras veces estarás con los ojos abiertos y tendrás ganas de cerrarlos, no de sueño, simplemente porque te apetezca. Y si es así, deja que se cierren. Ve sintiendo tu modo de proceder. Intima con tu propia experiencia.
Del capítulo "Vive igual que meditas":
Que la gente se siente a meditar es hermoso. En mi experiencia, a casi todo el mundo le vendría bien sentarse un rato a meditar en silencio, todos los días, ya fueran veinticinco minutos o cuarenta y cinco. Si te apetece sentarte más tiempo, hazlo. (...)
No obstante, cuando hablo de meditación no me refiero solamente a lo que hacemos cuando nos sentamos formalmente. La meditación también tiene que ver con la vida y con la forma de vivir. Si sólo aprendemos a meditar bien cuando estamos sentados, por muy profunda que sea le meditación no llegaremos muy lejos. (...)
(...) La Meditación Auténtica es algo que vive realmente con nosotros. Podremos estar haciendo cualquier cosa, en cualquier lugar, en cualquier parte. Podrás estar conduciendo hacia tu calle permitiendo que todo sea lo que es. Podrás practicar dejando que el tráfico sea lo que es. Podrás practicar permitiéndote sentir lo que sientas. Podrás dejar que el tiempo sea como es. O podrás experimentar la próxima vez que veas a tu amigo o a tu amante. ¿Qué sucede cuando te encuentras con esa persona y permites que sea totalmente lo que es? ¿Qué sucede cuando me permito ser completamente lo que soy? ¿Qué ocurre? ¿Cómo nos implicamos? ¿Qué cambia? Así que la Meditación Auténtica puede ser una meditación muy activa, una meditación muy comprometida.
(...)
¿Qué pasaría si tu vida, y no sólo el rato que pasas meditando, se basase en permitir que todo fuese lo que es? Supondría una revolución en la vida de casi todo el mundo. (...)
Si lo hicieras, tu vida podría volverse muy interesante. (...)
He comprobado que una de las claves para ser verdaderamente libre es vivir igual que medito. Cuando permitimos que todo sea realmente lo que es, cuando nos permitimos esa atmósfera interior, esa actitud interna de no aferrarnos a nada, ese espacio resulta muy fértil: es un estado de conciencia muy potente. Esos momentos de entrega te darán la oportunidad de recibir algo creativo. Es el espacio en el que surge la visión, la revelación. Así que no se trata de dejar que todo sea lo que es a modo de simple objetivo, sino como una meta. Si lo conviertes en un objetivo te perderás la esencia, que consiste en permitir que todo sea simplemente lo que es; ésa es la base, la actitud subyacente. Desde esa actitud subyacente podrán suceder muchas cosas. En ese espacio surgirá la sabiduría, los «ajás». En ese espacio recibiremos el regalo de lo que necesitemos ver. Es el espacio donde la totalidad de la conciencia, y no sólo una pizca de nuestra conciencia mental, podrá informarnos. Y, por último, es el espacio en el que surgirá la conciencia. Es el espacio en el que nos daremos cuenta de que somos conciencia, el material no manifestado del ser.
Del capítulo "La Meditación Auténtica empieza descansando en el estado natural":
En Meditación Auténtica partimos de la base de permitir que todo sea tal y como es. En Meditación Auténtica no nos movemos hacia el estado natural ni tratamos de crearlo; en realidad empezamos en el estado natural desde el principio. Esto es lo que descubrí hace muchos años, cuando empecé a deshacerme del meditador, del controlador, cuando me senté a meditar y me limité a permitir que todo fuese lo que era. Enseguida me di cuenta de que la paz y el silencio que quería conseguir estaban ya ahí. Lo único que tenía que hacer era dejar de intentar llegar a esa paz y a ese silencio. Lo único que tenía que hacer era sentarme y permitir que mi experiencia fuese la que era.
Como casi todo el mundo, cuando me sentaba a meditar me sentía bien y en paz. Otras veces me sentía agitado, enfadado o lleno de ansiedad. A veces me ponía triste y otras veces, contento. En la postura de meditación llegué a sentir toda la diversidad de emociones humanas. Me di cuenta de que si permitía que mi experiencia fuese la que era y si no hacía ningún esfuerzo por cambiarla, en la conciencia comenzaba a surgir un subyacente estado del ser natural. De manera muy sencilla y natural, empezaba a surgir un estado de conciencia incontaminado, no fabricado. Yo diría que era un estado de conciencia muy inocente, pues no resultaba de ningún esfuerzo ni disciplina. Descubrí que el estado natural, el estado natural de nuestro ser, no es un estado alterado de conciencia. (...)
Al pensar en la meditación debemos deshacernos de la idea de que la iluminación es un estado alterado de conciencia al que podemos llegar. Los meditadores veteranos saben que si meditas con rigor durante bastante tiempo, al final entrarás en estados alterados de conciencia. Existen muchos tipos de estados alterados. La felicidad es un estado alterado de conciencia. La tristeza es un estado alterado de conciencia. La depresión es un estado alterado de conciencia. Luego están, por supuesto, todos los estados místicos de fusión: la fusión con el cosmos es un estado alterado de conciencia; la sensación de expansión de tu conciencia es otro estado alterado de conciencia. Hay muchos tipos de estados alterados. Esto es un gran malentendido. La iluminación es el estado de conciencia natural, inocente, que no está contaminado por el movimiento del pensamiento, ni por el control o la manipulación mental. En esto consiste la iluminación. Si intentamos cambiar, no podremos ir más allá de lo que denomino falsa identidad, de la identidad del ego. Lo único que podemos hacer para que la conciencia empiece a despertar de su identificación con el pensamiento, con la sensación, con el cuerpo, con la mente y con la personalidad, es permitirnos descansar en el estado natural desde el principio.
Otra reflexión interesante la cito del capítulo "Permite que se manifieste todo lo que llevas dentro":
Como la naturaleza de la totalidad de nuestro ser es despertar, cuando permitimos (profundamente) que todo sea lo que es, el material que tenemos reprimido en nuestra psique suele salir a la superficie. De hecho, muchos estudiantes espirituales utilizan inconscientemente sus técnicas de meditación para seguir reprimiendo determinado material. Aunque no se den cuenta, es lo que sucede. Cuando nos relajamos, cuando nos abrimos realmente y permitimos que las cosas sean lo que son, suele surgir determinado material reprimido, y eso nos coge por sorpresa. De repente puedes tener un acceso de ira o de tristeza durante la meditación. Tal vez te pongas a llorar. Quizá te reencuentres con diversos recuerdos que vuelven a hacerse conscientes y a manifestarse. Tal vez sientas dolores físicos; cuando permite que todo sea lo que es, la gente cuenta que suele experimentar dolor en diferentes partes del cuerpo. Cuando empezamos a relajarnos de verdad, lo que tenga que salir a la superficie saldrá; como he dicho anteriormente, muchas personas espirituales utilizan sus técnicas espirituales, sin darse cuenta, para suprimir su inconsciente. Cuando dejamos de suprimirlo, el inconsciente comienza a surgir y se manifiesta.
¿Qué debemos hacer con el material inconsciente que sale a la superficie? Nada. Simplemente dejar que se manifieste. No tenemos que analizarlo. En la mayoría de los casos, lo que surgen son conflictos que están pendientes de solucionar: emociones que nunca nos habíamos permitido sentir de lleno, experiencias que nunca nos habíamos permitido experimentar plenamente, dolores que nunca nos habíamos permitido sentir en su totalidad. Aparecen todas estas cosas. este material interno que no hemos resuelto anhela ser experimentado plenamente, no quiere quedarse relegado al inconsciente. Así que si nuestro material reprimido sale a la superficie, debemos permitirlo sin suprimir nada, sin analizarlo; debemos darnos la oportunidad de experimentar esas sensaciones en el cuerpo, en nuestro ser, y tenemos que dejar que se desplieguen naturalmente. Si lo haces así, independientemente del tipo de dolor que sea (emocional, psíquico, físico, espiritual o de otro tipo), comprobarás que este material reprimido aparecerá, se manifestará, lo experimentarás y desaparecerá. Si no desaparece, estarás conservando algo de resistencia, o de rechazo, o de indulgencia, y es bueno que lo reconozcas, pues eso te dará la oportunidad de relajarte una vez más. (...) La Meditación Auténtica es el espacio donde todo se manifiesta, donde todo se ve y donde todo se experimenta. Y como tal, todo se relaja a sí mismo. Ni siquiera lo relajamos nosotros. Se relaja solo.
En fin, como cita final, del capítulo "Renunciar a la manipulación y al control":
La iluminación, en último término, no es más que el estado natural del ser. (...) es un estado cuyo mantenimiento no requiere ningún esfuerzo o disciplina, es un estado del ser que no está fomentado por ninguna manipulación mental ni corporal; en otras palabras, es un estado completamente natural, espontáneo. Ésta es una de las razones por las que la meditación suele llevarnos a un callejón sin salida. Si la examinas de cerca, muchas técnicas de meditación son formas de control. Mientras la mente siga controlando y guiando nuestra experiencia, probablemente no podrá conducirnos a un estado natural. El estado natural es aquel en el que la mente no nos controla. Cuando la mente se involucra en la manipulación y en el control, quizá nos acerque a diversos estados de conciencia: tal vez aprendas a calmar la mente o a adquirir poderes psíquicos. Los estilos de meditación basados fundamentalmente en una técnica o manipulación pueden ofrecerte muchas cosas. Pero no lograrás el estado natural y espontáneo del ser.
(...)
La verdadera meditación no implica dominar ninguna técnica, sino dejar de controlar. Eso es la meditación. Cualquier otra cosa será algún tipo de concentración. La meditación y la concentración son dos cosas diferentes. La concentración es una disciplina; es una forma de dirigir nuestra experiencia, o de controlarla. La meditación es la liberación del control, es dejar de guiar nuestra experiencia. La base de la Meditación Auténtica es dejar de controlar.
(...)
(...) En vez de una técnica, la Meditación Auténtica es realmente una investigación. ¿Qué pasa cuando dejamos de controlar y de manipular?
En fin, que me está pareciendo un libro muy bueno, "Meditación Auténtica", de Adyashanti. Y tengo preparado otro libro del mismo autor, titulado "La Danza del Vacío", para leerlo en algún momento este verano, cuando fluya. Por lo que llevo leído del primer libro, creo que he acertado de pleno al comprarlos. El estilo de Adyashanti me está resultando de lo más ameno.
Menciono sus libros por si a alguien le interesa, pues por lo poco que llevo leído me parece un material de lectura muy inspirador.
¡Saludos!
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