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REEDUCAR LA MENTE
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REEDUCAR LA MENTE
REEDUCAR LA MENTE
En mi opinión, la mente nos juega muchas malas pasadas.
Una de ellas, es que nos complica la vida.
Desde el gobierno auto-impuesto de su dictadura -ya que raramente nos encargamos de controlar su capacidad para administrar nuestra vida-, o desde su autoridad más que cuestionable -incluso es cuestionable la moralidad de nuestra propia mente-, dirige nuestra vida de un modo caótico, autoritario pero inseguro, y condicionado por sus propios miedos y confusiones.
Nadie tiene una mente limpia, pura, des-condicionada.
Todos estamos influenciados, en mayor o menor medida, por nuestra educación, nuestras circunstancias, y nuestro pasado.
La aparente libertad de pensamiento de la que gozamos no es más que un espejismo que nuestra mente nos proporciona para que creamos que somos nosotros quienes pensamos, y para que no nos metamos con ella.
En realidad, casi nunca somos nosotros quienes pensamos, sino que es nuestra propia miente quien dirige a su antojo la dirección de nuestros pensamientos.
No pensamos: somos pensados.
Quizás el único momento en que contactamos con la parte pura y des-condicionada de nuestra mente es cuando estamos en una meditación o en una relajación y conseguimos evadirnos del ego y de la actividad frenética de la mente -de esa mente que se obstina en buscar lo que nos hace creer que son nuestros intereses, que en realidad son los suyos-.
La tarea que estaría bien que nos propusiéramos –que es una tarea lenta-, es descondicionar la mente, descontaminarla, despojarla de prejuicios, de miedos, de rutinas; reeducarla en libertad, en la costumbre de ver todo nuevo y todo como si fuera la primera vez; en ser comprensiva, en aceptar que las personas y las cosas son como son, y que no es bueno que se inmiscuya –y nos inmiscuya-, en todos los asuntos.
La mente es, y esto hay que tenerlo muy claro, un instrumento a nuestro servicio.
Un instrumento que hay que utilizar como utilizamos una mano o utilizamos las piernas -que nosotros decidimos cómo, hacia dónde y cuándo mover-.
¿Te imaginas si tuvieran autonomía propia y fueran ellas quienes decidieran qué quieren coger o dónde nos quieren llevar?
Pues eso es lo que hace nuestra mente.
Divaga, especula, decide, mariposea, redunda una y mil veces en lo pesimista, imagina cosas casi imposibles…
Y somos nosotros quienes pagamos sus errores, quienes sufrimos sus disquisiciones, víctimas de sus caprichos por no saber imponer el orden y no tomar las riendas en tan delicado asunto.
A la mente conviene tenerla encerrada en un cajón, y sacarla solamente cuando se necesite –no olvidar que es un instrumento a nuestro servicio, y que ella nos pertenece y no le pertenecemos-, y hemos de controlar todo el proceso mental, siendo nosotros, estando conscientes de ello, quienes indiquemos el modo.
Porque nos engaña una y otra vez.
De pronto, nos presenta una propuesta, una solución, una idea, y creemos que somos nosotros quienes hemos pensado eso, y lo aceptamos sin más, sin condiciones.
Y no es cierto. Es la mente quien ha pensado por su cuenta, y esa mente, siempre, está subordinada a sus miedos, está manipulada por su propia inseguridad, y asustada ante el temor de que se descubra su impostura y la fragilidad sobre la que se sustenta.
La tarea que nos propone la vida es gobernarla, y no la de ser gobernados por la mente.
Lo que nos propone es la coherencia entre lo que pensamos, lo que sentimos y cómo procedemos.
Para ello es imprescindible conocer sobre qué principios o normas se erige nuestra mente, qué modo de actuar tiene, en qué se basa, cuáles son sus reglas y raíces, en qué se manifiesta con rectitud y en qué es injusta.
Es una hermosa tarea la de descubrirse.
Y es hora de ponerse a ella, para conseguir una mente libre, que acepte y comprenda todo y a todos, que entienda que cada quien es cada cual y es como es, que hay cosas a las que es inútil enfrentarse, que cada uno ha de buscar la paz en vez de la auto-confrontación, que conviene desdramatizar en lo posible las cosas desagradables, que hay que saber apreciar el alimento de la música o del silencio, que es necesario estar abiertos a nuevas experiencias y conocimientos, y que es necesario desestancarse, escapar de los prejuicios, y estar abiertos a evolucionar y crecer.
Seremos los primeros beneficiados del resultado.
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales
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http://buscandome.es/index.php?page=59
Si le ha gustado ayúdeme a difundirlo compartiéndolo.
(Más artículos en http://buscandome.es/index.php?action=forum)
En mi opinión, la mente nos juega muchas malas pasadas.
Una de ellas, es que nos complica la vida.
Desde el gobierno auto-impuesto de su dictadura -ya que raramente nos encargamos de controlar su capacidad para administrar nuestra vida-, o desde su autoridad más que cuestionable -incluso es cuestionable la moralidad de nuestra propia mente-, dirige nuestra vida de un modo caótico, autoritario pero inseguro, y condicionado por sus propios miedos y confusiones.
Nadie tiene una mente limpia, pura, des-condicionada.
Todos estamos influenciados, en mayor o menor medida, por nuestra educación, nuestras circunstancias, y nuestro pasado.
La aparente libertad de pensamiento de la que gozamos no es más que un espejismo que nuestra mente nos proporciona para que creamos que somos nosotros quienes pensamos, y para que no nos metamos con ella.
En realidad, casi nunca somos nosotros quienes pensamos, sino que es nuestra propia miente quien dirige a su antojo la dirección de nuestros pensamientos.
No pensamos: somos pensados.
Quizás el único momento en que contactamos con la parte pura y des-condicionada de nuestra mente es cuando estamos en una meditación o en una relajación y conseguimos evadirnos del ego y de la actividad frenética de la mente -de esa mente que se obstina en buscar lo que nos hace creer que son nuestros intereses, que en realidad son los suyos-.
La tarea que estaría bien que nos propusiéramos –que es una tarea lenta-, es descondicionar la mente, descontaminarla, despojarla de prejuicios, de miedos, de rutinas; reeducarla en libertad, en la costumbre de ver todo nuevo y todo como si fuera la primera vez; en ser comprensiva, en aceptar que las personas y las cosas son como son, y que no es bueno que se inmiscuya –y nos inmiscuya-, en todos los asuntos.
La mente es, y esto hay que tenerlo muy claro, un instrumento a nuestro servicio.
Un instrumento que hay que utilizar como utilizamos una mano o utilizamos las piernas -que nosotros decidimos cómo, hacia dónde y cuándo mover-.
¿Te imaginas si tuvieran autonomía propia y fueran ellas quienes decidieran qué quieren coger o dónde nos quieren llevar?
Pues eso es lo que hace nuestra mente.
Divaga, especula, decide, mariposea, redunda una y mil veces en lo pesimista, imagina cosas casi imposibles…
Y somos nosotros quienes pagamos sus errores, quienes sufrimos sus disquisiciones, víctimas de sus caprichos por no saber imponer el orden y no tomar las riendas en tan delicado asunto.
A la mente conviene tenerla encerrada en un cajón, y sacarla solamente cuando se necesite –no olvidar que es un instrumento a nuestro servicio, y que ella nos pertenece y no le pertenecemos-, y hemos de controlar todo el proceso mental, siendo nosotros, estando conscientes de ello, quienes indiquemos el modo.
Porque nos engaña una y otra vez.
De pronto, nos presenta una propuesta, una solución, una idea, y creemos que somos nosotros quienes hemos pensado eso, y lo aceptamos sin más, sin condiciones.
Y no es cierto. Es la mente quien ha pensado por su cuenta, y esa mente, siempre, está subordinada a sus miedos, está manipulada por su propia inseguridad, y asustada ante el temor de que se descubra su impostura y la fragilidad sobre la que se sustenta.
La tarea que nos propone la vida es gobernarla, y no la de ser gobernados por la mente.
Lo que nos propone es la coherencia entre lo que pensamos, lo que sentimos y cómo procedemos.
Para ello es imprescindible conocer sobre qué principios o normas se erige nuestra mente, qué modo de actuar tiene, en qué se basa, cuáles son sus reglas y raíces, en qué se manifiesta con rectitud y en qué es injusta.
Es una hermosa tarea la de descubrirse.
Y es hora de ponerse a ella, para conseguir una mente libre, que acepte y comprenda todo y a todos, que entienda que cada quien es cada cual y es como es, que hay cosas a las que es inútil enfrentarse, que cada uno ha de buscar la paz en vez de la auto-confrontación, que conviene desdramatizar en lo posible las cosas desagradables, que hay que saber apreciar el alimento de la música o del silencio, que es necesario estar abiertos a nuevas experiencias y conocimientos, y que es necesario desestancarse, escapar de los prejuicios, y estar abiertos a evolucionar y crecer.
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Francisco de Sales- Cantidad de envíos : 1659
Fecha de inscripción : 15/12/2012

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