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DESOBEDEZCAMOS A NUESTROS PADRES
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DESOBEDEZCAMOS A NUESTROS PADRES
DESOBEDEZCAMOS A NUESTROS PADRES
En mi opinión, nuestros padres –entendiendo también como padres en este sentido a todas aquellas personas que intervinieron en nuestra educación-, nos inculcaron una serie de órdenes y mandatos con los que posiblemente no estuvimos de acuerdo en su momento, pero que tuvimos que acatar porque en aquel tiempo de nuestra infancia les necesitábamos para que nos dieran cobijo, alimento, y cariño, y no nos quedaba otra alternativa que la de obedecer –aún sin ganas- por la buena convivencia.
Estos mandatos quedan grabados en nuestro inconsciente, y nos siguen condicionando; siguen marcando nuestro modo de pensar y de actuar, pero no nos ocupamos de actualizarlos revisándolos, y seguimos obedeciéndolos sumisos.
Ya no somos aquellos niños. Hemos crecido y nos hemos independizado. No es necesario seguir haciendo lo que no queremos hacer.
Pero… seguimos haciéndolo.
Ahora, que somos adultos, y –teóricamente- gobernamos nuestra vida, es tiempo de que hagamos una revisión de todos nuestros principios inconscientes, y que hagamos una limpieza general de las órdenes y mandatos que ya no queremos seguir obedeciendo.
Uno de los modos de empezar a saber distinguir entre lo que hacemos “porque queremos, porque es nuestra voluntad”, y lo que hacemos “sin saber por qué”, es observar. Observarnos. Y preguntarnos.
Ante cada actitud o situación con la que no quedemos plenamente satisfechos, conviene observar dónde se produce ese desagrado, a qué parte nuestra le incomoda, dónde el Niño Libre que todos albergamos manifiesta una sensación de rebeldía, de desacuerdo, y entonces conviene buscar el origen de esa sensación, conviene preguntarse “por qué”, y también “para qué”, y rellenar la respuesta con el descubrimiento que cada uno haya hecho.
¿Por qué me rebelo cuando alguien me dice lo que “tengo que hacer”?, ¿Por qué respondo inadecuadamente cuando alguien me hace ver que me he equivocado?, ¿Por qué “me castigo” excesivamente cuando cometo un error?, ¿Por qué sigo teniendo ciertos miedos que a esta altura de mi vida son claramente desproporcionados?, ¿Por qué no soy capaz de enfrentarme a ciertas personas a las que regalo un poder excesivo sobre mí?, ¿Por qué me meto en relaciones que me son perjudiciales y las mantengo a pesar de todo?
Como éstas, hay miles de preguntas.
Cada uno tiene las suyas.
Cuando tengamos una respuesta, conviene buscar un momento de tranquilidad en el que uno pueda hablar consigo mismo –y, preferiblemente, durante una meditación o relajación-, pueda contactar con su Niño Interior y explicarle que aquello que hizo –y hoy sigue repitiendo inconscientemente- ya no es necesario seguir repitiéndolo, que sirvió para sobrevivir a aquella situación en la que uno se encontraba en inferioridad de condiciones o sin opción de rebelarse, pero este ya es otro momento y no hay por qué seguir repitiendo lo que ahora se ha convertido en dañino.
Ese Niño requiere que se le hable con amor, que se le explique todo bien, y que se le manifieste nuestro apoyo total y claro, para que pueda abandonar el papel repetitivo de víctima y comenzar a ser él mismo, y ser libre.
Salvo excepcionales casos de impecable educación –cosa casi imposible cuando hemos tenido muchas fuentes de información educativa-, todos los demás somos supervivientes o sobrevivientes a una infancia en la que nos han cargado de cosas incomprensibles, hemos aceptado cosas inaceptables, y seguimos anclados a situaciones incómodas que nuestro adulto estaría de acuerdo –y gustoso- en que hay que eliminar.
Por tanto, observemos cuáles son las cosas, los actos, en que uno está inquieto, extraño, acomplejado, temeroso, con un miedo o una sensación inexplicable, con una intranquilidad que no encuentra motivos para su presencia, pero está.
Cuando uno las descubre es cuando hay que buscar a ese Niño Interno y Libre, y convencerle de que ya no es necesario persistir en esa actitud, que puede liberarse de su influjo, y añadido a eso lo que hay que hacer es estar muy atento a cuando se vuelva a manifestar, para no repetir la misma actitud, y desde el Adulto que se da cuenta tomar la decisión del modo que corresponda para afrontarlo como uno realmente desea.
Esa es una gran liberación.
Una necesaria liberación.
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales
Si te ha gustado ayúdame a difundirlo compartiéndolo.
(Más artículos en http://buscandome.es/index.php?action=forum)
En mi opinión, nuestros padres –entendiendo también como padres en este sentido a todas aquellas personas que intervinieron en nuestra educación-, nos inculcaron una serie de órdenes y mandatos con los que posiblemente no estuvimos de acuerdo en su momento, pero que tuvimos que acatar porque en aquel tiempo de nuestra infancia les necesitábamos para que nos dieran cobijo, alimento, y cariño, y no nos quedaba otra alternativa que la de obedecer –aún sin ganas- por la buena convivencia.
Estos mandatos quedan grabados en nuestro inconsciente, y nos siguen condicionando; siguen marcando nuestro modo de pensar y de actuar, pero no nos ocupamos de actualizarlos revisándolos, y seguimos obedeciéndolos sumisos.
Ya no somos aquellos niños. Hemos crecido y nos hemos independizado. No es necesario seguir haciendo lo que no queremos hacer.
Pero… seguimos haciéndolo.
Ahora, que somos adultos, y –teóricamente- gobernamos nuestra vida, es tiempo de que hagamos una revisión de todos nuestros principios inconscientes, y que hagamos una limpieza general de las órdenes y mandatos que ya no queremos seguir obedeciendo.
Uno de los modos de empezar a saber distinguir entre lo que hacemos “porque queremos, porque es nuestra voluntad”, y lo que hacemos “sin saber por qué”, es observar. Observarnos. Y preguntarnos.
Ante cada actitud o situación con la que no quedemos plenamente satisfechos, conviene observar dónde se produce ese desagrado, a qué parte nuestra le incomoda, dónde el Niño Libre que todos albergamos manifiesta una sensación de rebeldía, de desacuerdo, y entonces conviene buscar el origen de esa sensación, conviene preguntarse “por qué”, y también “para qué”, y rellenar la respuesta con el descubrimiento que cada uno haya hecho.
¿Por qué me rebelo cuando alguien me dice lo que “tengo que hacer”?, ¿Por qué respondo inadecuadamente cuando alguien me hace ver que me he equivocado?, ¿Por qué “me castigo” excesivamente cuando cometo un error?, ¿Por qué sigo teniendo ciertos miedos que a esta altura de mi vida son claramente desproporcionados?, ¿Por qué no soy capaz de enfrentarme a ciertas personas a las que regalo un poder excesivo sobre mí?, ¿Por qué me meto en relaciones que me son perjudiciales y las mantengo a pesar de todo?
Como éstas, hay miles de preguntas.
Cada uno tiene las suyas.
Cuando tengamos una respuesta, conviene buscar un momento de tranquilidad en el que uno pueda hablar consigo mismo –y, preferiblemente, durante una meditación o relajación-, pueda contactar con su Niño Interior y explicarle que aquello que hizo –y hoy sigue repitiendo inconscientemente- ya no es necesario seguir repitiéndolo, que sirvió para sobrevivir a aquella situación en la que uno se encontraba en inferioridad de condiciones o sin opción de rebelarse, pero este ya es otro momento y no hay por qué seguir repitiendo lo que ahora se ha convertido en dañino.
Ese Niño requiere que se le hable con amor, que se le explique todo bien, y que se le manifieste nuestro apoyo total y claro, para que pueda abandonar el papel repetitivo de víctima y comenzar a ser él mismo, y ser libre.
Salvo excepcionales casos de impecable educación –cosa casi imposible cuando hemos tenido muchas fuentes de información educativa-, todos los demás somos supervivientes o sobrevivientes a una infancia en la que nos han cargado de cosas incomprensibles, hemos aceptado cosas inaceptables, y seguimos anclados a situaciones incómodas que nuestro adulto estaría de acuerdo –y gustoso- en que hay que eliminar.
Por tanto, observemos cuáles son las cosas, los actos, en que uno está inquieto, extraño, acomplejado, temeroso, con un miedo o una sensación inexplicable, con una intranquilidad que no encuentra motivos para su presencia, pero está.
Cuando uno las descubre es cuando hay que buscar a ese Niño Interno y Libre, y convencerle de que ya no es necesario persistir en esa actitud, que puede liberarse de su influjo, y añadido a eso lo que hay que hacer es estar muy atento a cuando se vuelva a manifestar, para no repetir la misma actitud, y desde el Adulto que se da cuenta tomar la decisión del modo que corresponda para afrontarlo como uno realmente desea.
Esa es una gran liberación.
Una necesaria liberación.
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Francisco de Sales
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Francisco de Sales- Cantidad de envíos : 1696
Fecha de inscripción : 15/12/2012
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