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LA CONCIENCIA EN EL DESARROLLO PERSONAL
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LA CONCIENCIA EN EL DESARROLLO PERSONAL
LA CONCIENCIA EN EL DESARROLLO PERSONAL
CONCIENCIA: Conocimiento del bien y del mal que permite a la persona enjuiciar moralmente la realidad y los actos, especialmente los propios. Sentido moral o ético propios de una persona.
En mi opinión, la conciencia es una voz que jamás hay que desoír ya que se trata de la capacidad de auto-juicio más incorruptible y honrada de la que disponemos.
Es un juez insobornable, justo e imparcial en todas las ocasiones –si actúa naturalmente y sin condiciones o coacciones, por supuesto- y es la que marca quiénes somos realmente y cuáles son nuestros principios elementales.
Es posible que la conciencia sea la voz de Dios en nuestro interior.
A fin de cuentas, nuestros principios más básicos y esenciales son éticos y religiosos, y cualquiera de ambos tiene la suficiente base moral y solvencia como para que sean respetados como incorruptibles y sean defendidos y valorados por su gran categoría.
Desde un punto de vista más espiritual, es muy posible que la conciencia personal sea el fruto y resultado de todo lo aprendido en encarnaciones anteriores. El resumen de tanto esfuerzo anterior. Y que mientras más haya evolucionado uno, más le exigirá la conciencia. Será más rigurosa. Y con razón, por el conocimiento de lo que la desobediencia implica.
Desobedecer la conciencia, desestimarla o no querer escucharla, es un atentado contra uno mismo, contra los que han de ser los principios inamovibles de cada uno, contra aquello que merece el máximo respeto y un acatamiento sin discusión.
Existe, además, una conciencia colectiva que engloba y se fundamenta en los principios más esenciales, aquellos que afectan en la base a toda la humanidad, sobre los cuales cada uno va construyendo su propia conciencia personalizada, en base a sus creencias morales o religiosas, de la Vida, o de sus experiencias o intuiciones, y es labor obligatoria para cada persona revisar y actualizar su conciencia.
Antes, los curas hablaban a menudo de hacer un “examen de conciencia”, que era una especie de revisión de los pecados que uno había cometido, y era un paso previo que había que hacer antes de confesarse. Yo propongo un “EXAMEN DE LA CONCIENCIA”, para comprobar nuestro grado de honestidad y nuestra fidelidad a los propios principios. Una revisión para comprobar que no nos dejamos sobornar por cosas que son ajenas u opuestas a nuestros preceptos.
Una revisión que englobe todo aquello que para nuestra higiene mental y espiritual sea básico o importante.
La conciencia no debiera estar contaminada o condicionada, pero la realidad es que la educación que hayamos recibido puede, de algún modo, afectarla, y puede que nos hayan inculcado ideas que seguimos respetando -aunque no sean nuestras ni estemos de acuerdo con ellas- simplemente por seguir obedeciendo lo que nos mandaron obedecer. Es muy sano ponerse a comprobar si esto es así, y en el caso de descubrirlo es conveniente reconducirlo hacia lo que sí estamos de acuerdo porque sí es nuestro.
La conciencia, desde un punto de vista más metafórico pero, tal vez más comprensible, es quien pone una pregunta sobre la conformidad o disconformidad con nuestras acciones. Es una tristeza interna que nos reprueba cuando creemos o reconocemos habernos equivocado, pero que es capaz de tornarse en alegría silenciosa cuando comprobamos que hemos evitado faltarle al respeto, o sea, hemos evitado fallarnos a nosotros mismos.
Parece ser que hay también otra conciencia moral, primiegenia, innata en cada uno de nosotros, que no obedece a propósitos intelectuales ni racionales, que evalúa nuestra conducta según unas leyes arquetípicas que pudieran estar diseñadas por Dios o por nuestra parte divina, y que están cargadas de toda la sabiduría y toda la verdad, y han de ser por tanto, aún más respetadas que las propias. Este es un asunto que cada uno debe revisar consigo mismo, y sentirlo o descartarlo.
Podríamos decir entonces que hay, por lo menos, dos tipos de conciencia: una inconsciente, divina o cuanto menos espiritual, global, que afecta a todas las personas por igual y que es esencial, y que existe otra conciencia que se elabora desde la consciencia –desde el estado consciente-, y es esta consciencia quien ha de diseñar para nosotros la propia religión y los propios mandamientos, nuestras filosofías de la vida cotidiana, la moralidad que usamos a diario, los principios personales, y las leyes y las normas éticas por las que nos vamos a regir en la vida.
Con su ayuda, y con la consciencia siempre alerta y de nuestro lado, hemos de trabajar en equipo por nuestro propio buen gobierno personal.
Una vez que hayamos construido esos principios a los que he hecho referencia, uno ha de convertirse en un respetuoso y escrupuloso cumplidor de los mismos, y en un juez que se auto-exige el acatamiento a la propia conciencia, que será, siempre, quien dictamine si lo estamos haciendo de acuerdo con nuestro personal criterio.
Este es un asunto al que conviene volver de vez en cuando para conocerlo bien y para verificar que la conciencia sigue siendo honrada e incorruptible.
Como tiene que ser.
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales
(Si te ha gustado, ayúdame a difundirlo compartiéndolo. Gracias)
Más artículos en: http://buscandome.es/index.php?action=forum
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En mi opinión, la conciencia es una voz que jamás hay que desoír ya que se trata de la capacidad de auto-juicio más incorruptible y honrada de la que disponemos.
Es un juez insobornable, justo e imparcial en todas las ocasiones –si actúa naturalmente y sin condiciones o coacciones, por supuesto- y es la que marca quiénes somos realmente y cuáles son nuestros principios elementales.
Es posible que la conciencia sea la voz de Dios en nuestro interior.
A fin de cuentas, nuestros principios más básicos y esenciales son éticos y religiosos, y cualquiera de ambos tiene la suficiente base moral y solvencia como para que sean respetados como incorruptibles y sean defendidos y valorados por su gran categoría.
Desde un punto de vista más espiritual, es muy posible que la conciencia personal sea el fruto y resultado de todo lo aprendido en encarnaciones anteriores. El resumen de tanto esfuerzo anterior. Y que mientras más haya evolucionado uno, más le exigirá la conciencia. Será más rigurosa. Y con razón, por el conocimiento de lo que la desobediencia implica.
Desobedecer la conciencia, desestimarla o no querer escucharla, es un atentado contra uno mismo, contra los que han de ser los principios inamovibles de cada uno, contra aquello que merece el máximo respeto y un acatamiento sin discusión.
Existe, además, una conciencia colectiva que engloba y se fundamenta en los principios más esenciales, aquellos que afectan en la base a toda la humanidad, sobre los cuales cada uno va construyendo su propia conciencia personalizada, en base a sus creencias morales o religiosas, de la Vida, o de sus experiencias o intuiciones, y es labor obligatoria para cada persona revisar y actualizar su conciencia.
Antes, los curas hablaban a menudo de hacer un “examen de conciencia”, que era una especie de revisión de los pecados que uno había cometido, y era un paso previo que había que hacer antes de confesarse. Yo propongo un “EXAMEN DE LA CONCIENCIA”, para comprobar nuestro grado de honestidad y nuestra fidelidad a los propios principios. Una revisión para comprobar que no nos dejamos sobornar por cosas que son ajenas u opuestas a nuestros preceptos.
Una revisión que englobe todo aquello que para nuestra higiene mental y espiritual sea básico o importante.
La conciencia no debiera estar contaminada o condicionada, pero la realidad es que la educación que hayamos recibido puede, de algún modo, afectarla, y puede que nos hayan inculcado ideas que seguimos respetando -aunque no sean nuestras ni estemos de acuerdo con ellas- simplemente por seguir obedeciendo lo que nos mandaron obedecer. Es muy sano ponerse a comprobar si esto es así, y en el caso de descubrirlo es conveniente reconducirlo hacia lo que sí estamos de acuerdo porque sí es nuestro.
La conciencia, desde un punto de vista más metafórico pero, tal vez más comprensible, es quien pone una pregunta sobre la conformidad o disconformidad con nuestras acciones. Es una tristeza interna que nos reprueba cuando creemos o reconocemos habernos equivocado, pero que es capaz de tornarse en alegría silenciosa cuando comprobamos que hemos evitado faltarle al respeto, o sea, hemos evitado fallarnos a nosotros mismos.
Parece ser que hay también otra conciencia moral, primiegenia, innata en cada uno de nosotros, que no obedece a propósitos intelectuales ni racionales, que evalúa nuestra conducta según unas leyes arquetípicas que pudieran estar diseñadas por Dios o por nuestra parte divina, y que están cargadas de toda la sabiduría y toda la verdad, y han de ser por tanto, aún más respetadas que las propias. Este es un asunto que cada uno debe revisar consigo mismo, y sentirlo o descartarlo.
Podríamos decir entonces que hay, por lo menos, dos tipos de conciencia: una inconsciente, divina o cuanto menos espiritual, global, que afecta a todas las personas por igual y que es esencial, y que existe otra conciencia que se elabora desde la consciencia –desde el estado consciente-, y es esta consciencia quien ha de diseñar para nosotros la propia religión y los propios mandamientos, nuestras filosofías de la vida cotidiana, la moralidad que usamos a diario, los principios personales, y las leyes y las normas éticas por las que nos vamos a regir en la vida.
Con su ayuda, y con la consciencia siempre alerta y de nuestro lado, hemos de trabajar en equipo por nuestro propio buen gobierno personal.
Una vez que hayamos construido esos principios a los que he hecho referencia, uno ha de convertirse en un respetuoso y escrupuloso cumplidor de los mismos, y en un juez que se auto-exige el acatamiento a la propia conciencia, que será, siempre, quien dictamine si lo estamos haciendo de acuerdo con nuestro personal criterio.
Este es un asunto al que conviene volver de vez en cuando para conocerlo bien y para verificar que la conciencia sigue siendo honrada e incorruptible.
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Francisco de Sales- Cantidad de envíos : 1696
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