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CONFUNDIMOS LOS RECUERDOS CON LA REALIDAD
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CONFUNDIMOS LOS RECUERDOS CON LA REALIDAD
CONFUNDIMOS LOS RECUERDOS CON LA REALIDAD
En mi opinión, nos afligen más, nos determinan más, y hasta se nos hacen más creíbles, los recuerdos de lo que nos pasó que la propia realidad de lo que nos pasó.
Cuando uno está afectado por una emoción, por un sentimiento, eso es lo que tiene dentro de sí, lo que le marca, y así lo interpreta por encima de lo que realmente sucedió.
Cada hecho que hemos vivido lo archivamos en nuestra memoria, o en nuestro pasado, junto con el sentimiento que nos produjo.
Por eso a veces se nos olvidan las caras, las palabras, o incluso los hechos concretos, pero en cambio recordamos, con el correspondiente estremecimiento de disgusto o con una sonrisa y bienestar, cualquiera de las cosas desagradables o agradables que nos han sucedido.
¿Y qué es más importante, el recuerdo o la verdad?
Deberíamos contestar que la verdad, lo que es cierto, pero en esos momentos de alteración emocional en que suceden las cosas somos incapaces de mantener la objetividad que todos los actos requieren para ser evaluados con exactitud y justicia.
En esos momentos –y más aún en los que son desagradables- perdemos la honradez que todo acto requiere para ser imparcialmente valorado, no usamos la justedad necesaria para comprender el hecho tal como es, la certeza, la autenticidad, sino que, desde la alteración exaltada en la que estamos a causa de lo que nos ha disgustado, emitimos un adjetivo o una conclusión que no es producto de la justa evaluación de los hechos sino que es la sentencia que dictamina nuestra rabia, es la manifestación enaltecida de nuestra ira, y es el producto del enfado que ha anulado nuestra serenidad.
Archivamos el hecho acompañado de la interpretación –acertada o desatinada- de ese mismo hecho, y arrastramos de ese modo la irrealidad que hemos vestido de verdad, y la padeceremos mientras no seamos capaces de enfrentarnos en otra ocasión a los hechos verdaderos, estando más serenos y atinados, y seamos entonces capaces de comprender y admitir que nuestra ofuscación del momento había desvirtuado los hechos.
Si uno está molesto o rabiosamente enojado con otro porque el otro en una ocasión dijo o hizo algo que le disgustó en aquel momento, cada vez que piense en el otro o en la situación sentirá una revolución de desagrado en su interior, y esto tiene –por lo menos- dos efectos negativos en uno mismo.
El primero, que estará perdiéndose una relación con el otro que podía ser interesante, sólo por el hecho de haber etiquetado mal un acto o una palabra.
El segundo, que quien se queda mal realmente en este caso no es el otro, que estará en lo suyo y totalmente ajeno a los sentimientos del que padece esa alteración, sino el que lo está experimentando.
Esto, por supuesto, se aplica en los casos de malentendidos, porque en el caso de que el otro haya obrado intencionadamente mal, con el ánimo expreso de hacer daño, las cosas cambian.
Se dice que la memoria –en ese aspecto- no es fiable, porque en la interpretación que se hizo entonces de lo que sucedió puede haberse incluido una mala o una errónea interpretación, pueden estar presentes el orgullo o el ego, puede que la rabia haya desplazado a la justedad, y en ese caso se requiere de un acto de justicia, de generosidad y de amor por la verdad, para afrontar los hechos desde la observancia desapasionada en que uno puede ver, objetivamente, la realidad despojada de prejuicios. O sea, la verdad sin manipulaciones.
Es conveniente revisar nuestra historia, asearla, ordenarla con equilibrio, deshacer las falsedades, aclarar las dudas, y mantener de ella sólo lo que contenga verdad.
La perspectiva que aporta la distancia de los hechos junto con la objetividad que implica la honradez, son imprescindibles cuando se trata de poner las cosas en su sitio y deshacerse de traumas o fantasmas que arrastramos y que son una pesada carga que conviene dejar.
Te sugiero una revisión nueva de tu pasado, principalmente de las cosas que te provocan intranquilidad o de aquellas con las que te sientes a disgusto en lo personal.
Si no tiene remedio, te quedas con el aprendizaje que te pueda aportar y sin enojo contra ti por lo que pasó.
Si estás a tiempo de arreglarlo… ¡adelante!
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales
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Si le ha gustado ayúdeme a difundirlo compartiéndolo.
(Más artículos en http://buscandome.es/index.php?action=forum)
En mi opinión, nos afligen más, nos determinan más, y hasta se nos hacen más creíbles, los recuerdos de lo que nos pasó que la propia realidad de lo que nos pasó.
Cuando uno está afectado por una emoción, por un sentimiento, eso es lo que tiene dentro de sí, lo que le marca, y así lo interpreta por encima de lo que realmente sucedió.
Cada hecho que hemos vivido lo archivamos en nuestra memoria, o en nuestro pasado, junto con el sentimiento que nos produjo.
Por eso a veces se nos olvidan las caras, las palabras, o incluso los hechos concretos, pero en cambio recordamos, con el correspondiente estremecimiento de disgusto o con una sonrisa y bienestar, cualquiera de las cosas desagradables o agradables que nos han sucedido.
¿Y qué es más importante, el recuerdo o la verdad?
Deberíamos contestar que la verdad, lo que es cierto, pero en esos momentos de alteración emocional en que suceden las cosas somos incapaces de mantener la objetividad que todos los actos requieren para ser evaluados con exactitud y justicia.
En esos momentos –y más aún en los que son desagradables- perdemos la honradez que todo acto requiere para ser imparcialmente valorado, no usamos la justedad necesaria para comprender el hecho tal como es, la certeza, la autenticidad, sino que, desde la alteración exaltada en la que estamos a causa de lo que nos ha disgustado, emitimos un adjetivo o una conclusión que no es producto de la justa evaluación de los hechos sino que es la sentencia que dictamina nuestra rabia, es la manifestación enaltecida de nuestra ira, y es el producto del enfado que ha anulado nuestra serenidad.
Archivamos el hecho acompañado de la interpretación –acertada o desatinada- de ese mismo hecho, y arrastramos de ese modo la irrealidad que hemos vestido de verdad, y la padeceremos mientras no seamos capaces de enfrentarnos en otra ocasión a los hechos verdaderos, estando más serenos y atinados, y seamos entonces capaces de comprender y admitir que nuestra ofuscación del momento había desvirtuado los hechos.
Si uno está molesto o rabiosamente enojado con otro porque el otro en una ocasión dijo o hizo algo que le disgustó en aquel momento, cada vez que piense en el otro o en la situación sentirá una revolución de desagrado en su interior, y esto tiene –por lo menos- dos efectos negativos en uno mismo.
El primero, que estará perdiéndose una relación con el otro que podía ser interesante, sólo por el hecho de haber etiquetado mal un acto o una palabra.
El segundo, que quien se queda mal realmente en este caso no es el otro, que estará en lo suyo y totalmente ajeno a los sentimientos del que padece esa alteración, sino el que lo está experimentando.
Esto, por supuesto, se aplica en los casos de malentendidos, porque en el caso de que el otro haya obrado intencionadamente mal, con el ánimo expreso de hacer daño, las cosas cambian.
Se dice que la memoria –en ese aspecto- no es fiable, porque en la interpretación que se hizo entonces de lo que sucedió puede haberse incluido una mala o una errónea interpretación, pueden estar presentes el orgullo o el ego, puede que la rabia haya desplazado a la justedad, y en ese caso se requiere de un acto de justicia, de generosidad y de amor por la verdad, para afrontar los hechos desde la observancia desapasionada en que uno puede ver, objetivamente, la realidad despojada de prejuicios. O sea, la verdad sin manipulaciones.
Es conveniente revisar nuestra historia, asearla, ordenarla con equilibrio, deshacer las falsedades, aclarar las dudas, y mantener de ella sólo lo que contenga verdad.
La perspectiva que aporta la distancia de los hechos junto con la objetividad que implica la honradez, son imprescindibles cuando se trata de poner las cosas en su sitio y deshacerse de traumas o fantasmas que arrastramos y que son una pesada carga que conviene dejar.
Te sugiero una revisión nueva de tu pasado, principalmente de las cosas que te provocan intranquilidad o de aquellas con las que te sientes a disgusto en lo personal.
Si no tiene remedio, te quedas con el aprendizaje que te pueda aportar y sin enojo contra ti por lo que pasó.
Si estás a tiempo de arreglarlo… ¡adelante!
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales
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Francisco de Sales- Cantidad de envíos : 1674
Fecha de inscripción : 15/12/2012
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