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CREER EN EL PECADO ES CONTRAPRODUCENTE
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CREER EN EL PECADO ES CONTRAPRODUCENTE
CREER EN EL PECADO ES CONTRAPRODUCENTE
En mi opinión, creer en el pecado es contraproducente.
Aún es peor creer que cada “pecado” requiere indispensablemente un castigo, de modo que cada vez que uno “peca” ineludiblemente tiene que recibir y penar un castigo.
A mi parecer, es más que suficiente que cuando la conciencia de uno descubre que ha hecho algo que no es o no parece correcto, se haga un acto de contrición y un propósito de enmienda y rectificación para que la próxima vez que se presente una situación similar prevalezca la intención de remediar o subsanar en la medida de lo posible lo que ha pasado en esta ocasión. Todo ello refrendado con un compromiso sólido de mejoramiento.
Todo ello ofrendado como un pacto sincero consigo mismo. Un pacto que sea aceptado y acatado con la mejor de las voluntades.
Ser humano implica “no ser perfecto”, y por ello tener muchos conflictos, muchas limitaciones, y muchas dificultades.
Así es, guste o no guste, y así hay que aceptarlo.
Otra cosa, y otra posibilidad, es que uno, tras el abrazo amoroso y comprensivo al haberse descubierto en una falla, decida enmendarse con el objeto de no volver a repetir el mismo daño, la misma falta, o la misma infracción, porque repetirlo se valoraría como redundancia consciente y eso tendría una justificación más dificultosa.
Desde un punto de vista que puede ser objetivo, cualquier pecado –en cuanto a cosa que se aparta de lo recto y justo, o que falta a lo que es debido- que se cometa con consciencia, o sea, con toda la intención de perjudicar con ello, es, cuanto menos, despreciable y reprochable. Lo de ser o no imperdonable queda a merced de la gravedad del asunto o de cada criterio personal.
Pero -solamente en mi opinión- cualquier acto que alguien denomina como “pecado” que se cometa sin mala intención, sin alevosía, sin ánimo expreso de perjuicio, no requiere entrar en la misma definición de los “pecados” que se cometen con toda la mala voluntad y ánimo lesivo. Se quedarían en faltas leves o de desatención.
Aquello a lo que se puede llamar pecado queda enmarcado en un criterio que sólo lo puede calificar –y no siempre con garantías- una mentalidad abierta, comprensiva, que sea capaz de tener en cuenta la naturaleza humana, que sea indulgente y justa al mismo tiempo, porque lo que puede ser “pecado” para unos, puede no serlo, sinceramente, para otros.
No somos perfectos. Y no somos perfectos por naturaleza: no es culpa nuestra. Aunque sí es nuestra responsabilidad la de posteriormente ir acercándonos a la perfección moral.
Decimos que nacemos con defectos. Según decía Antonio Blay, los defectos no existen, y se llama defecto a la menor presencia de una cualidad. De lo que se deduce que nacemos solamente con cualidades, pero no las hemos desarrollado hasta su máxima potencialidad, y lo que llamamos “defecto” es esa parte que aún no hemos desarrollado.
Cargarnos de ataques a nuestra conciencia, hablando de nuestros errores, defectos, imperfecciones o pecados, es un atentado directo contra nuestra Autoestima, nuestra personalidad, y nuestra dignidad. Es un golpe contraproducente e innecesario.
Es conveniente, por tanto, revisar los conceptos éticos y morales por los que nos regimos, y es provechoso deshacerse de los que son inútiles y auto-agresivos, de los que están obsoletos, de los que han sido dictados por una moral que no coincide con la nuestra, de los que son impuestos de un modo dictatorial e innegociable, y hay que desarrollar –urgentemente y sin falta- una filosofía, una ética, y, en algunos casos, hasta una especie de religión propia que recoja todos los principios que para uno son importantes y aquellos con los que está de acuerdo y que pretende convertir en la guía recta de su vida, libre, sin la amenaza exorbitante que es calificar como pecado lo que no lo es para uno, y soportar el castigo inconsciente que eso lleva aparejado.
Y puede ser conveniente para algunas personas que desdramaticen un poco el pecado -y esto no pretende ser una invitación a pecar-, y que traten de borrar de su mente el miedo al castigo divino por haber pecado –quiero creer que Dios no es tan cruel y vengativo-, y que se fíen de atender la opinión de su conciencia y de su corazón, que son buenos consejeros y buenos descubridores de tropiezos, de imperfecciones, de caídas, de imprudencias, de fallos humanos, y de desaciertos. Que son otras formas de nombrar lo que se denominan, tan radical y dramáticamente, “pecados”.
Pero no sólo es conveniente no “pecar” por no ofender a Dios ni por evitar su “castigo”; también es bueno hacerlo por respeto a la divinidad interna, a la propia alma, a los valores que nos rigen, a quien uno está llamado a ser, y a quien ya es Uno Mismo.
Lo dramático de lo que se califica como pecado, en el sentido más peyorativo de la palabra, se refleja cuando se instala en uno un sentimiento dramático de culpabilidad por haber pecado –por decisión imperativa de la iglesia que clasifica como pecado cosas que no debieran clasificar como tales-, cuando uno siente un “Temor de Dios” y vive por ello atemorizado en la creencia de un Dios castigador que le va a martirizar durante toda la eternidad, y eso le cambia la vida, le hace subsistir de un modo asustadizo, menos natural, con una pesada carga que le agobia y le roba las sonrisas y parte de la felicidad.
Me imagino a Dios con otras cosas más importantes que hacer que llevar la contabilidad de los pecados de cada uno –ni siquiera estoy seguro de que Él instaurara los pecados…- para después castigarle en el fuego eterno del infierno –y si es así me voy a llevar una desagradable sorpresa-, y me imagino a Dios con una capacidad ilimitada de comprender y aceptar los inconvenientes de la naturaleza humana, y con una voluntad inagotable de perdonar; me lo imagino dándome palmaditas en la espalda y diciéndome: “Bueno… no es nada fácil ser humano, tus circunstancias fueron duras… ánimo, lo hiciste lo mejor que supiste y que pudiste”. Ahí es donde nos daremos un gran abrazo.
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales es el creador de la web www.buscandome.es orientada al Desarrollo y Crecimiento Personal y Espiritual de las personas interesadas en el mejoramiento de su vida.
En mi opinión, creer en el pecado es contraproducente.
Aún es peor creer que cada “pecado” requiere indispensablemente un castigo, de modo que cada vez que uno “peca” ineludiblemente tiene que recibir y penar un castigo.
A mi parecer, es más que suficiente que cuando la conciencia de uno descubre que ha hecho algo que no es o no parece correcto, se haga un acto de contrición y un propósito de enmienda y rectificación para que la próxima vez que se presente una situación similar prevalezca la intención de remediar o subsanar en la medida de lo posible lo que ha pasado en esta ocasión. Todo ello refrendado con un compromiso sólido de mejoramiento.
Todo ello ofrendado como un pacto sincero consigo mismo. Un pacto que sea aceptado y acatado con la mejor de las voluntades.
Ser humano implica “no ser perfecto”, y por ello tener muchos conflictos, muchas limitaciones, y muchas dificultades.
Así es, guste o no guste, y así hay que aceptarlo.
Otra cosa, y otra posibilidad, es que uno, tras el abrazo amoroso y comprensivo al haberse descubierto en una falla, decida enmendarse con el objeto de no volver a repetir el mismo daño, la misma falta, o la misma infracción, porque repetirlo se valoraría como redundancia consciente y eso tendría una justificación más dificultosa.
Desde un punto de vista que puede ser objetivo, cualquier pecado –en cuanto a cosa que se aparta de lo recto y justo, o que falta a lo que es debido- que se cometa con consciencia, o sea, con toda la intención de perjudicar con ello, es, cuanto menos, despreciable y reprochable. Lo de ser o no imperdonable queda a merced de la gravedad del asunto o de cada criterio personal.
Pero -solamente en mi opinión- cualquier acto que alguien denomina como “pecado” que se cometa sin mala intención, sin alevosía, sin ánimo expreso de perjuicio, no requiere entrar en la misma definición de los “pecados” que se cometen con toda la mala voluntad y ánimo lesivo. Se quedarían en faltas leves o de desatención.
Aquello a lo que se puede llamar pecado queda enmarcado en un criterio que sólo lo puede calificar –y no siempre con garantías- una mentalidad abierta, comprensiva, que sea capaz de tener en cuenta la naturaleza humana, que sea indulgente y justa al mismo tiempo, porque lo que puede ser “pecado” para unos, puede no serlo, sinceramente, para otros.
No somos perfectos. Y no somos perfectos por naturaleza: no es culpa nuestra. Aunque sí es nuestra responsabilidad la de posteriormente ir acercándonos a la perfección moral.
Decimos que nacemos con defectos. Según decía Antonio Blay, los defectos no existen, y se llama defecto a la menor presencia de una cualidad. De lo que se deduce que nacemos solamente con cualidades, pero no las hemos desarrollado hasta su máxima potencialidad, y lo que llamamos “defecto” es esa parte que aún no hemos desarrollado.
Cargarnos de ataques a nuestra conciencia, hablando de nuestros errores, defectos, imperfecciones o pecados, es un atentado directo contra nuestra Autoestima, nuestra personalidad, y nuestra dignidad. Es un golpe contraproducente e innecesario.
Es conveniente, por tanto, revisar los conceptos éticos y morales por los que nos regimos, y es provechoso deshacerse de los que son inútiles y auto-agresivos, de los que están obsoletos, de los que han sido dictados por una moral que no coincide con la nuestra, de los que son impuestos de un modo dictatorial e innegociable, y hay que desarrollar –urgentemente y sin falta- una filosofía, una ética, y, en algunos casos, hasta una especie de religión propia que recoja todos los principios que para uno son importantes y aquellos con los que está de acuerdo y que pretende convertir en la guía recta de su vida, libre, sin la amenaza exorbitante que es calificar como pecado lo que no lo es para uno, y soportar el castigo inconsciente que eso lleva aparejado.
Y puede ser conveniente para algunas personas que desdramaticen un poco el pecado -y esto no pretende ser una invitación a pecar-, y que traten de borrar de su mente el miedo al castigo divino por haber pecado –quiero creer que Dios no es tan cruel y vengativo-, y que se fíen de atender la opinión de su conciencia y de su corazón, que son buenos consejeros y buenos descubridores de tropiezos, de imperfecciones, de caídas, de imprudencias, de fallos humanos, y de desaciertos. Que son otras formas de nombrar lo que se denominan, tan radical y dramáticamente, “pecados”.
Pero no sólo es conveniente no “pecar” por no ofender a Dios ni por evitar su “castigo”; también es bueno hacerlo por respeto a la divinidad interna, a la propia alma, a los valores que nos rigen, a quien uno está llamado a ser, y a quien ya es Uno Mismo.
Lo dramático de lo que se califica como pecado, en el sentido más peyorativo de la palabra, se refleja cuando se instala en uno un sentimiento dramático de culpabilidad por haber pecado –por decisión imperativa de la iglesia que clasifica como pecado cosas que no debieran clasificar como tales-, cuando uno siente un “Temor de Dios” y vive por ello atemorizado en la creencia de un Dios castigador que le va a martirizar durante toda la eternidad, y eso le cambia la vida, le hace subsistir de un modo asustadizo, menos natural, con una pesada carga que le agobia y le roba las sonrisas y parte de la felicidad.
Me imagino a Dios con otras cosas más importantes que hacer que llevar la contabilidad de los pecados de cada uno –ni siquiera estoy seguro de que Él instaurara los pecados…- para después castigarle en el fuego eterno del infierno –y si es así me voy a llevar una desagradable sorpresa-, y me imagino a Dios con una capacidad ilimitada de comprender y aceptar los inconvenientes de la naturaleza humana, y con una voluntad inagotable de perdonar; me lo imagino dándome palmaditas en la espalda y diciéndome: “Bueno… no es nada fácil ser humano, tus circunstancias fueron duras… ánimo, lo hiciste lo mejor que supiste y que pudiste”. Ahí es donde nos daremos un gran abrazo.
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales es el creador de la web www.buscandome.es orientada al Desarrollo y Crecimiento Personal y Espiritual de las personas interesadas en el mejoramiento de su vida.
Francisco de Sales- Cantidad de envíos : 1674
Fecha de inscripción : 15/12/2012
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